Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

57. Barrendero nocturno (Blanca Oteiza)

Cada última noche de mes, recorre las calles más oscuras de la ciudad en busca de la persona agraciada. Suele encontrarlas entre cartones, con la mirada vacía de quién ha perdido la fe y sólo espera que el minutero detenga su corazón. Una vez escogido al afortunado, lo encandila hablando de una ducha caliente, ropa nueva y una deliciosa cena, incluso, de una noche entre sábanas limpias sobre un colchón mullido. Acompañado regresa a su casa, sabiendo de su buena acción, así se ganará el cielo, lleno de estrellas.

Entre manjar y manjar conversa interesándose por su vida, el porqué de esa situación, si tiene familia o alguien a quien amó. Tras el postre se ausenta a la bodega donde prepara el vino especial con el que finalizará la cena, un brindis y otra estrella que brillará desde esa noche en el cielo. Así, como dios divino que limpia la tierra de impurezas, el barrio sanará gracias a su ayuda.

56. Por el camino -Calamanda Nevado –

El desamor sopló su viento fuerte y lo tumbó. Sin poder retener esa relación, decidió silenciarla cobijándose en las calles, adormilado en las aceras con la penumbra de las farolas, y a la luz del día. Anda como huido, borracho de soledad, entre insultos y pedreas. Encuentra muerte en cualquier lugar, malos tratos por ningún motivo, transeúntes agónicos, mendigos como él, y solitarios viajeros de pateras.  Ocasionalmente comparte con ellos comedor, pan, jarra de agua, caballo, umbría, hipotermia, y su juventud que corre muy deprisa. Aspira a no pensar, no sentir, solo sobrevive para conseguir bebida. Necesita evadirse de otros dolores, los de las heridas y traumatismos producidos por las irregularidades del suelo y los cristales rotos.

A su débil anatomía, le afloran múltiples temblores y una mirada huidiza y marchita.

Su familia no se aleja de él, busca encuentros; nunca acude. Conoce las razones de su interés, para él exigencias.   Representan una vida organizada, apartamento decorado con plantas, hipoteca, hijos…

-Igual algún día, sereno y   recién afeitado-, se repite cuando levantarse para echar a andar es una carga, -me compro un traje… llamo a la puerta de mis padres…, los abrazo, me besan… Si. Algún día…sereno, afeitado-.

55. EL TATUAJE

Hay un punto que parpadea en el monitor. Boom-boom. Sandra lo mira sin pestañear. Como si el sonido no brotara de su interior. Como si el latido fuese un intruso.

El latido está, desde hace diez años, en el cuerpo de su hijo. Del mismo que toca concentrado en sus partituras. ¿De dónde le vendrá la afición? Ella no tiene oído para la música. Contiene una náusea al recordar la imagen que le trae la memoria. Un violín tatuado en un brazo. En el brazo que oprimió su cuello. El resto de sensaciones vienen en cascada. El dolor. El miedo. El asco.

Cada noche, antes de dormirse, el niño sigue pidiéndole que le hable de su padre. A la retahíla de virtudes que le atribuye, hoy añadirá que era un excelente músico.

54. Ni dios ni bestia

Petrona había nacido toda equivocada. No tenía nada en su sitio: el pelo en el bigote, la cintura en los sobacos y el ojo derecho ligeramente más alto que el izquierdo. Rara vez se la veía en el pueblo y, cuando venía, se acercaba hasta nuestra casa para recoger lo que mi abuela le dejaba en un hueco del tilo en el que mi hermana y yo habíamos construido una cabaña (algunas mudas limpias y frutas y verduras de nuestro huerto). Desde nuestra atalaya la seguíamos con la vista. Se acercaba despacio, tensa, como Bruma, nuestra perra, cuando se sentía amenazada. Una vez pudimos verla separar las piernas y mear de pie, y otra, comerse una patata cruda. Todo aquello nos pareció asqueroso. Sin embargo, un día al anochecer, la sorprendimos en la linde del bosque revolviendo entre las piedras de un viejo pajar en ruinas. Pudiendo más la curiosidad que el miedo, nos acercamos a investigar y no tardamos en descubrir una maleta de cartón. Cuando la abrimos ahí estaban las mudas que mi abuela le preparaba, sin estrenar, dobladas con esmero y, entre unas y otras, flores secas y hierbas aromáticas.

53. Infierno invernal (Josep Maria Arnau)

El sintecho anda deprisa, sin mirar atrás. Una manta y una maltrecha mochila son su único equipaje; la barba descuidada y su ropa harapienta lo delatan. Azuzado por el frío, se dirige hacia el refugio. La calle está oscura, casi desierta. Solo un chico vestido de negro fumando en la esquina y unos pocos coches circulando.

Al llegar a la puerta del cajero, el sintecho suspira aliviado. No hay nadie y la puerta se abre sin dificultad. En la esquina, el aspirante a dios apaga el cigarrillo; el pestillo de la puerta del cajero lo arrancó hace días. Lleva un bidón lleno y la cámara del móvil preparada. En el averno, las pantallas de cientos de fieles esperan las imágenes.

52. Crónica de sociedad

Al entrar al cajero me asusté. Un bulto en el rincón captó mi mirada. Entre mantas y edredones viejos asomaban unos inquietantes ojos azules. Nos miramos y supe que no tenía de que preocuparme. Aquel sin techo, era otra víctima de la sociedad. Así que no le di un billete para que fuera tirando, le tendí mi mano junto con una tarjeta de mi oficina. Te espero mañana a las ocho le dije, y me marché con la esperanza de que viniera.

51. El hombre solitario es una bestia o un dios

Si me preguntan, me va más eso de hacer de Dios.

Que si un día te entretienes moldeando unas montañas. Que si otro día mandas a tu hijo a que le den con la Cruz, Que si una tal María dice que eres el padre, pero yo no recuerdo ni los preliminares.

Que si un día te pones melancólico y te da por escribir en una tabla de piedra y otro enciendes una luz y creas un debate entre los retrasados que habitan la tierra… Que si le llaman «SOL». Que no, que se llama “RA”. Que si eso es de paganos. Que si es una estrella. Que yo sé de buena tinta que es un planeta. Que quién coño la apaga por la noche. Que mi tarifa es mejor que la tuya. Que te metas el enchufe por donde te quepa. Que si a tú padre le faltan dos ovarios…

En cambio quién quiere hacer de «bestia». Un día intentó comerse la manzana de Eva (que no era suya ni nada, porque cómo sabía Eva que de todas las manzanas del árbol ésa era la suya), discutieron, y por ahí anda más solo que el Guerrero del Antifaz.

50. Laura non c’ė (P. Hidalgo)

Aquel lunes, como alguno anterior, arrancó el coche, y enfiló su ruta tarareando la música de su canción favorita. Pueblos y pedanías habitados por ancianos que esperaban su conversación y sus recetas, a los que repartir los nuevos medicamentos y sus mejores chistes. Se reencontró con el nonagenario medio ciego que, al despedirse, le regaló un repollo del huerto que apenas cuidaba ya, con la abuela consumida, que en agradecimiento a sus atenciones, le entregó una funda de cojín hecha a ganchillo en la que llevaba dejándose los ojos y la salud algún tiempo, y con el matrimonio amojamado que le invitó a compartir una última taza de café de recuelo y buen puñado de lamentos. Al volver a casa se enfrascó en acabar de cumplimentar la documentación para solicitar un nuevo traslado, alegando la cada vez mayor falta de pacientes, para ejercer la medicina en otra zona de la España vaciada. Cualquiera donde pueda seguir con sus labores. Desde que Laura le dejó para irse con un casi septuagenario, nada le hace más feliz que cambiarles al tratamiento definitivo, y en esas zonas es difícil que se investiguen los óbitos de los más que provectos habitantes.

49. El corazón de la bestia

 

Yo solo quería experimentar, por una vez, algún sentimiento propio de los humanos. Por eso aproveché aquella noche para mezclarme con la gente. Las calles eran un hervidero de máscaras y en cada esquina esperaba un fantasma, una bruja, un zombie o un payaso de sonrisa desfigurada. Y nadie reparaba en mí, ni se asustaban al tropezarse conmigo. Pero entonces le vi. Solo en mitad de la muchedumbre. Tan pequeño en su disfraz de esqueleto, con los ojos y la cara llenos de lágrimas. Me agaché para acogerlo entre mis brazos hablándole con toda la ternura que nunca había conocido. “No te preocupes, encontraremos a tu mamá”, le dije. El niño, entre hipidos, clavó sus ojos inmensos en mi rostro monstruoso. Y después abrió despacio su puñito cerrado para ofrecerme una golosina azucarada y pegajosa.  Juro que me emocionó. Y luego, no sabría explicarlo… Solo puedo decir en mi defensa que era la primera vez que yo abrazaba a alguien. ¿Cómo iba a saber lo que ocurriría? 

48 Cobijo (La marca Amarilla)

Nunca aprendiste y ya jamás aprenderás, es demasiado tarde.

Te tiraste toda la noche -lo mismo que toda tu vida- huyendo y no te sirvió de nada. Buscaste con desespero un refugio y al final encontraste aquella cueva al pie de la montaña, detrás de todos los bosques posibles, que parecía confortable.

Creíste que allí estarías a salvo.

Cubierto todavía por un halo de terror pensaste que en aquella húmeda penumbra estarías mejor que bajo la luminosa realidad del cielo abierto. Cuando por fin el sueño te vencía, cuando aspirabas a adormecer tu existencia para zafarte de su peso, aparecieron ellos desde el fondo de la guarida.

Te hicieron un favor al matarte, te libraron del dolor.

Te ejecutaron sin ninguna piedad, con saña y afán de sangre. Quebraron tus huesos y los utilizaron para trinchar tu carne, lanzando tus vísceras afuera para regocijo de las otras alimañas, las que residen lejos de tu mente. Fue un cruel asesinato vaticinado.

Esto es lo que tiene vivir con tus miedos; te acompañan allá donde quiera que vayas -no hay cobijo posible- y si no los vences, te acaban matando.

47. La sombra

Ella siempre le seguía. No importaba que fuera al amanecer o al atardecer, que lo iluminara una vela o fuese una hoguera; si su  belleza divina destacaba a la luz, su oscura compañía se arrastraba como un reptil monstruoso. Era su maldición. No podía parar, ni descansar; siempre tenía que estar en movimiento, vagar eternamente en solitario. Su padre, el Dios de todos los dioses, le había expulsado por rebelarse contra él, por intentar ocupar su lugar. Su castigo, una sombra que, cuando él estuviera inmóvil, tomaría vida propia y devoraría todo aquello que se hallara a su alcance, dios, bestia o humano. No podría acercarse nunca más a la diosa que le dio sus tres maravillosas hijas. Su destino era encontrar el desierto más grande y deshabitado del universo e inmolarse en una llama sagrada que lo reduciría a cenizas en brazos del viento. Quizás así, sin cuerpo que seguir, sin oportunidad de aniquilar a nadie más, ella se extinguiría con él. Pero con tanto tiempo deambulando en solitario había pensado en otra posibilidad. Visitaría a su padre por última vez. Se postraría ante él como una estatúa y dejaría que su maldita compañera consumara su venganza.

 

46. El hombre y la Tierra

Recojo el cuerpo de la pequeña Mena y lo llevo hasta la fosa que he cavado junto al sauce. Un sonido familiar llama mi atención al colocarlo dentro. Miro a la copa del árbol, busco inquieto por las ramas, confirmo lo que suponía: Son los primeros zorzales. Esta vez el otoño sí llega puntual. Empiezo a echar paladas de tierra con ánimo recobrado. También se oyen petirrojos y currucas. Y bisbitas.

Al acabar, esparzo hojas secas sobre el suelo removido y me quedo fuera un rato más, inspirando con energía el aire frío de la tarde. Entro en la cabaña frotándome las manos y echo un tronco a la hoguera. Ugba y Kuro gimotean todavía recostados sobre el jergón. Pronto se sentirán mejor. Agradezco el calor del fuego, el resguardo de las paredes.

Me quedo asomado al ventanuco hasta que oscurece, mirando los animales que salen a esas horas. Pienso en la mies arruinada por las plagas. Y lloro por la niña. Rezo para que nuestra ofrenda halague al dios de la cosecha. No hay lugar para el pesar. En el sacrificio expía también la culpa por haberlo realizado. Ugba estuvo de acuerdo con mi decisión casi hasta el final.

 

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