Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

JUN 56. LA GALLEGUCA, de Begoña Heredia Ortiz

Desde la loma del faro, se me olvidan los insultos de los chicos de la escuela, por mi tic en el ojo y ese apodo de “la galleguca”. Nunca he sabido por qué me lo pusieron. Le pregunto a mi madre y me dice que cuando sea más moza entenderé. Creo que tiene algo que ver con una tarde plomiza  en la que sin avisar cambio el viento y de pronto sopló el  del oeste. El gallego, se hizo cómplice  de la mar, y juntos removieron las  olas agitando  con fuerza  los barcos que llevaban varios meses ausentes, poniendo  sus quillas mirando al cielo. Ese día, dicen las vecinas, lloraron hasta las piedras del barrio pesquero, y las mujeres se unieron en ruegos a la virgen del Amparo, para que cesara la galerna. Dicen que mi madre no estaba allí para pedir por  el regreso de mi padre. Nueve meses después nací yo, nunca pude conocer a mi padre, su cuerpo no  apareció. Desde entonces nos cuida tío Roberto, el de la taberna. Dice que me quiere mucho, y debe ser cierto porque a él también le tiembla un ojo como a mí.

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JUN55. EL MENDIGO, de Mar Horno García

En mi familia todos hablan del pobre tío Andrés con lástima y condescendencia pero yo sé la verdad. Que un viento imprevisto que ya no esperaba giró su veleta un mes de junio. Que aquella misma noche él también se dio la vuelta como un calcetín, y así, del revés, con la cabeza en los pies, la derecha en la izquierda y la razón en el corazón ya no le importaron todas las pequeñas cosas que antes le parecían tan valiosas. Que de la noche a la mañana cambió el norte por el sur, su estado civil por su estado emocional, su profesión por su afición y se fue, con lo puesto, a pintar turistas a la playa. Que sólo le daba para comer una vez al día, y comprar algunos pinceles, pero que era suficiente, que en el envés de lo establecido las necesidades son otras. Que instalado en el dorso de las cosas previstas, pudo tocar el cielo con los dedos, y que cuando alguien le preguntaba de qué le había servido tanto viento, tanto vuelta, tanta mudanza, tanto cambio, él contestaba que en realidad para poca cosa, que solo para encontrarse consigo mismo.

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JUN54. ¿QUÉ PASÓ CON DOÑA INÉS?, de Nicoleta Ionescu

Las modas cambian como el viento, todos lo saben. Excepto Doña Inés, la maestra. Su traje sastre bien planchado, sus blusas almidonadas y sobre todo su gigantesco moño, alto y bien torcido, firme y erecto tal como sus opiniones – ¡Doña Inés fue una mujer de opinión! –  dominaron los últimos treinta años de nuestro pueblo. No había reunión en la escuela, asamblea en el ayuntamiento, sesión de algún comité o comisión en que el moño no se destacase, balanceándose escépticamente, inclinándose con severidad, o temblando de indignación. Aquel moño se había convertido en una verdadera institución pública.
       Cierto día, Doña Inés subió a la tribuna de la plaza central, para estrenar la feria anual. De repente, el cielo se puso plomizo y un imprevisto torbellino se abatió directamente sobre su cabeza. La muchedumbre pudo ver, horrorizada, como el terrible moño fue arrancado, desarraigado de su lugar y llevado por encima de las bocas abiertas, hasta que el viento lo tragó definitivamente. Pasada la sorpresa, la gente notó que la tribuna estaba vacía y empezó a buscar a Doña Inés. Hasta hoy día siguen buscándola, sin resultado alguno. Dicen que ella continúa viva entre nosotros, pero nos es imposible reconocerla.

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JUN53. DOMINGO, de María Elena Padrón

Aterraba la soledad de las paredes. Se habían ido los niños, los pasillos estaban mudos y ella…sola.
Disfrutaba de esa soledad que te da alas, alas para ir y venir sin rumbo,pero hoy, se alargaba como un gusano baboso sin dejarla avanzar. Sabía que afuera soplaba la brisa que seguramente, le haría un hueco, pero los pies le pesaban y el corazón vacío se acurrucaba latiendo despacio, sin emociones tardías en las puertas del Domingo.

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JUN52. LA CHICA DEL LAGO, de Florencia Arida

Ahí, parada en medio de ese hermoso paisaje, estaba ella. Un hermoso lago, en medio del bosque, que reflejaba el color naranja del cielo, rodeado de vegetación y un elegante árbol, tres veces más grande que una persona normal. El viento soplaba, con fuerza, removiendo el agua y arrastrando las hojas del árbol, junto con pequeñas lágrimas plateadas, que no se distinguían. A los pies del lago, la chica lloraba. Entregaba sus lágrimas, que se mezclaban con el agua del lago. Lloraba, con un nudo en su garganta y un agujero en su corazón, sola. Sus extraños ojos rojizos se humedecían y aunque ella intentara detenerlas, las lágrimas salían, una tras otra. Sin embargo la chica no emitía sonido alguno. Sus ojos goteaban, como una canilla que habían olvidado cerrar, silencioso. Ella, tan linda…, tan sola.
Luego de un rato, con su delicada mano, pálida, limpió las pocas lágrimas que le quedaban y sintiéndose vacía, se fue. Se fue, dejando el paisaje incompleto. Había dejado su maraca… sus lágrimas siempre quedarían en el lago, esperando que ella regresara a buscarlas. Hasta entonces ese paisaje sería suyo, o mejor dicho, ella siempre permanecería en ese paisaje, grabada ahí para siempre, llorando.

JUN51. EL ARTILUGIO, de María Elejoste Larrucea

Vivimos y morimos dependiendo del viento. Hoy vuelve a soplar del norte y trae olor a salitre y a muerte. Hace dos lunas que padre partió hacia el sur en busca de una solución.
Regresó esta semana con el viento sur y las bodegas cargadas. Padre dice que esta vez todo será distinto, esta vez no huiremos. Todos están nerviosos: -ya vienen, ya vienen- susurran las madres abrazando a sus hijos mientras atrancan puertas y ventanas. Los hombres y los jóvenes como yo estamos reunidos en la costa. Miramos los artilugios con esa mezcla de respeto e incredulidad.
La brisa arrecia y antes de que la niebla se espese, creo distinguir a lo lejos las cabezas de los drakar.
-Padre, ¿cómo se llama el artilugio?
-Se llama esperanza John, pero en el sur la llaman ballesta.

JUN50. MI VIDA CAMBIÓ CON EL VIENTO, de Rosa Maria Iglesias Yañez

Sopla el viento fuerte.
Oigo como braman las olas por la fuerza con que golpea contra el mar.
Miro el océano, me da pavor.
Aguanto con el estomago encogido a que él aparezca.
Llevo días esperando, siempre en el mismo sitio y a la misma hora, sin faltar ni uno solo.
Hoy ha cambiado el viento y la brisa apacigua las olas.
El frío me cala los huesos y el estómago encogido ya forma parte de mí.
Lloro desesperada y sin esperanza alguna, meditando desolada y sola, que el viento cambió mi vida para siempre.

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JUN49. TRAMONTANA, de Yolanda Nava

La llamaban Tramontana. Nadie recordaba cuando le colgaron ese alias pero no hacía falta preguntar por qué. Ella rumiaba sus cosas en silencio, callaba y se comía sus desdichas sin alterar su aura de frialdad. Su tormento comenzaba al abrir las puertas de su casa. Allí se cocía su desdicha. Tramontana le odiaba, y a ella también por hacerse con su silencio cómplice. Cada día esperaba que fuese el último, soñaba con que todo cambiara, como la dirección caprichosa del viento. Tramontana soñaba con llamarse Levante.

microsyotrashistorias.blogspot.com/

JUN48. A LA DERIVA, de Marta Trutxuelo García

El día va levando anclas y la oscuridad comienza a desplegar sus velas en mi despacho. Mi cuerpo reposa en la butaca pero mi mente surca el océano de mis cavilaciones. Enciendo un cigarro y tomo una fotografía. Tu imagen se pierde entre las olas que forma el humo. Recuerdo el juicio… amañé pruebas, testimonios… lo necesario para liberarte, estar juntos. Tu rostro, sonriéndome a través del cristal, me recuerda que lo conseguí pero también que abanderaste tu libertad para zarpar sola hacia una nueva vida, mientras mi barco navega, solo, a la deriva, azotado por el viento de la corrupción.

JUN47. LA CASITA DEL BOSQUE, de Òscar Pareja Bañón

Ellos, ya no estaban allí cuando la flecha de la veleta cambió de dirección bruscamente. Las ventanas no golpean sobre los desaparecidos marcos de madera. El viento silba entre las heridas abiertas que conforman la pared derrotada por el paso del tiempo. Una puerta  intenta cerrarse. El bosque aúlla su nombre. Una lágrima se desprende del cielo, introduciéndose en el viejo y olvidado comedor. Restos de diferentes épocas son duchados por la presente tormenta.
       Ella  siempre vuelve a su dulce casita, aunque ahora sea un simple envoltorio arrugado de lo que una vez fue. Fantasea con los recuerdos de cuando vivía en aquel lugar y la casita del bosque resplandecía. Rememora a los niños que acudían a su puerta, atraídos por los olores y sabores que surgían de sus cuatro paredes. Evoca sus sonrisas, su felicidad, al probar aquellos manjares que la adornaban  y que ella preparaba con gustosa satisfacción. Pocos regresaron a sus hogares. Sólo aquellos dos, los que la quemaron en el horno y se llevaron todas sus joyas, lo consiguieron.
Como sus recuerdos, ella desaparece en pequeños fragmentos de ceniza que se esparcen entre la bruma de la mañana, mientras el viento sigue bailando con la veleta.

JUN46. DESENCUENTRO, de Elena Casero Viana

La mujer que tenía delante, sentada en una butaca, que me miraba con los ojos emborronados por las cataratas, la memoria desangelada y el cuerpo desarmado era mi madre. Cuando me preguntó aquella tarde, por tercera vez, dónde estaba su hija, sentí como si el mundo me hubiera expulsado de él. Intenté contener el dolor que me acuchillaba y las lágrimas que se agolpaban en el borde de los ojos a punto de despeñarse.
Inútilmente quise hacerle entender que su hija era yo, la que tenía delante, que no había ninguna otra. Mi madre me decía que sí con la cabeza aunque, al mismo tiempo, insistía en saber dónde estaba su hija. Su gesto de impotencia doblegó mi testarudez.
Me sequé las lágrimas, respiré hondo y le contesté que su hija se había marchado al colegio. Cerró los ojos y su sonrisa relajó mi desamparo.
Desde aquel día regresé a mi lejana infancia, me desdoblé en dos personas, concediéndome el privilegio de hacer feliz a mi madre por partida doble.

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JUN45. CAMBIÓ, COMO EL VIENTO, de Luz Hernández Baute

Los ojos muy abiertos. Un golpe de volante.
Un hospital, mil personas que hablan, un cuerpo inanimado. Ojos cansados que derraman dolor, miradas que no ven y movimientos apagados.
Una brisa que acarició cabellos y susurró silbantes melodías le dejó su lugar a un huracán violento y destructor que llegó perfumado de ginebra y de prisa.
Después ya no hubo brisas, ni vientos ni tornados,  solo el aire que envuelve los latidos.

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