Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

JUN95. A CONTRACORRIENTE, de Juan Torralba Padilla

Natalia estaba cansada de seguir la corriente. Miraba a su alrededor y observaba a los demás que, como ella, avanzaban a favor del viento.
         Todos los días a la misma hora tomaba un café en el bar de siempre, compraba el periódico de siempre que leía en el Metro, esquivando pisotones y codazos. De nueve a cinco intentaba convencer a los clientes de un producto en el que no creía. A la tarde  unas cañas en el bar del manco. Por la noche al cerrar los ojos  se sentía extraña, vacía; se prometía que mañana todo seria diferente. Así día tras día.
Al salir de casa esta mañana Natalia ha apretado los dientes. Ha enfilado el viento en dirección contraria. Ha pedido tortilla con pimientos en un bar nuevo. Ha comprado el periódico que arremete contra el poder. Ha ido andando a la oficina. Por supuesto ha llegado tarde. El jefe la ha mandado llamar. Natalia ha aprovechado para decirle cuatro cosas que tenía guardadas para él. El jefe la ha despedido.
                         Al volver a casa con un fuerte viento en la cara que dificulta su avance Natalia se siente ligera, feliz, y fuerte, mucho más fuerte.

JUN94. AL OTRO LADO DEL SILENCIO, de Patricia Nasello

Soy la cuerda rota de la que tiraron los asesinos, sin embargo eso no me detiene, hijo. Con el  rostro vuelto hacia las tierras cálidas del norte tomo aire, una inspiración profunda hasta   sentir que la vida se me ha impregnado de sol, y giro. —El movimiento es cuidadosamente descuidado, como hecho al azar: no confío en el cese de hostilidades del enemigo—. La dirección ahora es el sur, esas Malvinas heladas que hiciste tuyas con tu sangre. Y ahora, qué importa si tengo la entrada a las islas prohibida, vigilada o regulada, lentamente, desde esta Córdoba donde cada baldosa se llama rebeldía, soplo el sol que aspiré sobre esa cruz que te recuerda.

JUN93. EL VIENTO DE LA CULPA, de Juan Carlos Garzón Encinas

Ocurrió durante la celebración del sexto cumpleaños de Luis, cuando apagaron las luces uno de nosotros le levanto el hábito y… ¡zas!. El grito de la Hermana Sara resonó por toda la finca. “El tocamiento de la monja” como llamaríamos todos al asunto a partir de entonces no debió pasar de simple chiquillada, pero Tía Virtudes lo convirtió en asunto de Estado y se nombro una comisión de investigación. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos los cuatro implicados pactamos no confesar nunca jamás quien fue el autor, culpasen a quien culpasen, y culparon al primo Jaime. El viento de la culpa soplo fuerte en su dirección durante mucho tiempo, pero en la celebración del vigésimo sexto cumpleaños de Luis, Tío Anselmo volvió a sacar el asunto
     –    Os acordáis de… dijo entre risas
     –     Pues yo creo que no fue Jaime,  dijo mi hermana Alicia
Y la culpa cambio como el viento, de forma inesperada y caprichosa; viro ligeramente hacia mi hermano Héctor, soplo indeciso hacia Luis y tras algún titubeo arrecio claramente en mi dirección; ya son tres años soportando un vendaval continuo de culpa, en cualquier momento cambiará.

JUN92. DESTINO PERDIDO, de Yael Fernández Cadenas

Entró por la ventana del balcón. Impulsado por la ventisca dibujó un par de truculentos tirabuzones y aterrizó con un suave planeo junto a mis pies descalzos. Me temblaban las manos, y a decir verdad también las rodillas. Siempre aquella misma corriente que conectaba nuestros balcones, nunca había cambiado. Caprichosa, en contra de mi voluntad, decidió abandonarme en aquel preciso instante.
Desplegué el papel: Raúl había sido llamado a la guerra, rogaba que no lo esperase. Me apresuré a escribir un mensaje. Me temblaban las manos, y ahora también el alma. “No te vayas, fuguémonos”. Plegué de nuevo el avión según las líneas que sus manos habían trazado, más firmes que las mías. Lo sostuve hasta que la corriente lo hizo despegar y lo observé titubear en el aire, indeciso: él también temblaba. Por primera vez en cinco años la corriente había cambiado y mi mensaje se perdió entre las calles. Lo vi desaparecer una y otra vez en erradas trayectorias. Raúl se asomó al balcón con su maleta preparada en busca de un avión con un destino diferente a la muerte, pero no pudo encontrarlo porque el viento había cambiado, arrastrándonos consigo.

JUN90. PÁJAROS DE PLOMO, de Sergio Haro Gómez

– Mamá, ¿qué es un pájaro?- me pregunta, sin apartar la vista del libro.
No debí enseñarle a leer.
Mi madre y las otras madres lo tuvieron más fácil. Señalaban uno y decían: “Mira, un pájaro”. Yo no puedo. Jamás podré. La certeza se estrella contra mi pecho como una ola de ceniza. Por primera vez en mucho tiempo, no sé qué hacer. Finalmente reacciono y busco una hoja de papel y un lápiz. Dibujo un pájaro. O algo parecido. Mi hijo estudia el garabato, absorto. Quién sabe lo que piensa.
Me acerco de nuevo a la ventana del refugio, intentando distinguir una señal, escuchar algún sonido. Si el viento no vuelve a soplar, moriremos pronto.
– Mamá, ¿qué miras? ¡Súbeme!
Le aúpo hasta la ventana, aunque no estoy mirando nada. El aire es invisible, por muy venenoso que sea. Y sólo el viento podría llevárselo, permitiéndonos salir.
– ¡Mamá, mira! ¡Un pájaro!
Incrédula, sigo la dirección que indica su dedito. En el tejado de una casa lejana, algo se mueve. Es la vieja veleta, el gallo que recordaba de mi niñez. Ahora apenas reconocible, como mi garabato. Pero aún gira. Y con él, todo gira. Aún.

JUN89. VIENTO AMIGO, de Juan Luis Blanco Aristondo

Aquello no podía ser. La suave brisa de la víspera se había convertido durante la noche en un vendaval de lluvia y hojarasca. El cielo plomizo no auguraba mejoría, y los dos cerezos del jardín se retorcían humillados por un viento avasallador y prepotente. No quedaba ni rastro del cordel que su marido ató entre ellos hace más de treinta años. Aquel en que ella solía colgar la ropa recién lavada. Aquel en que decidió poner a secar todos sus atuendos de luto sin los cuales nunca había salido de casa desde que la mina se lo tragó. A excepción del pañuelo negro prendido en la alambrada que cercaba el acantilado, no quedaba nada de lo que había sido su indumentaria todos y cada uno de los días de los últimos cuarenta y dos meses. Abrió el armario, tomó aire y, temblando todavía, abrazó con infinita delicadeza el vestido de flores con el que minutos más tarde se habría de vestir.

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JUN88. RECUERDOS, de Pilar Montes Conde

En sus labios afloró una sonrisa cuando escuchó a su hija decirle a su nieto adolescente: «No hay quien te entienda;cambias como el viento».
Era una sonrisa suave, dulce, nostálgica…Evocando un tiempo lejano, recordó aquel día que oyó a su padre decir que el viento había cambiado.
Le sonó raro, no le entendió;lo único que sabía entonces del viento era que cuando hacía mucho frío se llamaba Norte y cuando había olas en la bahía,Sur. Es verdad que a veces asustaba con su sonido, que parecía lobos aullando, pero cuando eso pasaba, su madre cerraba bien  las contraventanas, como ocurrió aquella noche.
Después todo fue más confuso. Recuerda que no fue a la escuela, la cara de miedo de sus padres y vecinos hablando de un gran fuego que decían, arrasaba la  ciudad, y se ve subiendo de la mano de su madre la cuesta de la Atalaya, para ir a casa del tío Angel.
Más tarde, escuchó que habían volado su barrio para hacer un cortafuego. Pero eso eran cosas de mayores. Él siempre creyó que se había ido con el viento cuando cambió.

JUN87. CAMINANTE SON TUS HUELLAS, de Sara Snezha Pozo Rodríguez.

A tus pies descalzos maduros de tanto desgaste funcional a lo largo de los años, seguían unas piernas todavía firmes, seguras y elegantes. Tus pasos detonaban diferentes sentimientos a los que el corazón daba sentido y emitían diferentes dosis de sangre según la circunstancia, cuando estabas triste, alegre, con miedo…
Tu caminar era capaz de desatar la locura e inspiración de cualquier artista, tu elegancia al borde del abismo de la ignorancia de muchos provocaba desajustes rutinarios y así cambiando como el viento, haciendo entender que no se trataba de nadie especial sino de tí, simple y terriblemente hermosa, penetrabas por todos los recovecos de mi cuerpo, así como el viento se colaba por todas las esquinas de nuestro dormitorio…

JUN86. EN UNOS SEGUNDOS, de Pilar López

Los días para ella eran siempre iguales, trabajo, casa, casa, trabajo, clases de tai-chi, lunes y miércoles, y de natación, martes y jueves, cañas el viernes al salir del trabajo, sábado, cine y el domingo visita familiar, invariablemente, una semana tras otra. No tenía amigas, las tuvo, pero el tiempo y las circunstancias, las alejaron, no tenía relaciones sentimentales, no las tuvo nunca, demasiado común, demasiado tímida, demasiado lejana para los demás. Pero la vida depara muchas sorpresas, ayer saliendo de la panadería tropezó con alguien, al levantar la vista se sintió perdida, esos ojos color miel, esa sonrisa de disculpa, casi tiene que agarrase para no caer, ya en la calle el viento le golpeó la cara y al mirarse en el cristal, no se reconoció, en unos segundos había cambiado toda su vida. Apoyada en la pared, tomó aire y esperó su salida. Le dijo que sin el moriría, que su vida era la de él, que no podría existir sino dentro de su mirada. Ahora los dos son uno, un solo rostro cuyos ojos cambian de color según el amor con que los mires.

JUN85. ENTREVISTA DE TRABAJO, de Maite Alarcón Iglesias

Por fin era mi turno. Tras oír mi nombre, entré en la sala. Sabía que allí estaría él, y efectivamente, lo vi enseguida, difuminado a contraluz, postrado en su butaca. Me acerqué ignorando mi tembleque y tomé asiento frente a él. No había mesa alguna que nos separase. Noté la lava de su mirada recorriendo mis piernas. La secretaria salió sin dar explicaciones. De repente, el tiempo sin sabernos se convirtió en ceniza. Con los años había ganado en atractivo: esa barba de cuatro días le favorecía las arrugas de los cuarenta. Empezaron las preguntas y yo, respondiendo con decisión, era incapaz de despegar los ojos de esas palabras que alimentaban la burbuja feromónica que nos envolvía. Se levantó y su tono cambió como el viento. “Ya te llamaremos”, dijo secamente mientras yo, también erguida, me acomodaba la minifalda.
Pasó un ángel.
Al estrecharle la mano, por inercia, mi cuerpo se inclinó hacía él y de pronto, me hallé mordiéndole suavemente el lóbulo. Luego, cual olla a presión desatendida, estallé cuando me agarró la nalga y me empotró contra la pared.

JUN84. SOPLANDO AL VIENTO, de Belén Molina Moreno

Mi hijo me mira con ojos de pillo y una sonrisa mal disimulada, mientras me enseña su libro y su cuaderno de geografía. Tiene que presentar un trabajo en el colegio sobre los bosques y ríos de Europa.
Primero hojeamos el libro y repasamos los nombres geográficos y luego trazamos el mapa en el cuaderno.  Dibujamos  los ríos en un azul intenso y añadimos peces de varias formas y colores. Los bosques los recreamos pintando  grandes árboles en un verde profundo, y árboles pequeñitos en un verde generoso,  llenos de frutos que están comiendo osos, ardillas y pájaros. Así  ocupamos todo el espacio  blanco del mapa.
De pronto, me mira con ojos asustados porque teme no acordarse de ningún nombre. Le propongo que el día del examen use los colores, como hoy, y que dibuje y dibuje. Después  cierras los ojos, le digo, y soplas muy fuerte sobre el mapa para mover las hojas de los árboles y  que te manden  un viento con todas las respuestas.

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