Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

672. LA EXTRAÑA HUESTE, de Raposo

Desde hacía algunos días, todas las madrugadas, a la misma hora, Rebeca creía oír pronunciar su nombre. Unas veces parecía ser el viento el que traía en sus efímeras alas aquellas tres sílabas inconfundibles; otras la lluvia al caer con fuerza inusitada sobre el tejado de pizarra de la casa rural donde vivía; algunas otras la quietud de las sombras nocturnas se interrumpía durante unos pocos segundos para dar paso a algo parecido a un susurro…
   Ella siempre intuyó que la respuesta a aquellas sutiles llamadas estaba en el bosque que envolvía con su misterio todo aquel hermoso y frondoso paisaje. Además, había aprendido desde niña que el bosque es algo vivo que respira, observa, siente y, de vez en cuando, se cobra algún que otro tributo.
   -Rebeca, Rebeca –parece gritar una y otra vez la noche.
   El aire trae olor a cera derretida mientras las dos hileras de túnicas blancas con capucha esperan, con velas encendidas, a que Rebeca coja la cruz y el caldero de agua bendita, y se ponga al frente de la extraña hueste. A los habituales sonidos nocturnos del bosque, hoy se ha unido el de una campanilla que alguien toca de vez en cuando…

671. CORAZÓN DE ROBLE, de Mestal

Mestal es su nombre, eso dice ella, pero también admite que no recuerda nada más que su nombre y un olor persistente a corteza de árbol. Abre sus ojos ámbar con desconcierto cuando le acaricio la mejilla y enredo uno de sus mechones de otoño en mi dedo. Pero me deja hacer porque nadie más se acerca a este robledal y ella tiene deseos de hablar con alguien, aunque esa persona tenga patas de gallo y haya nevado en su cabeza. Ella insiste en que sólo recuerda este robledal, como si yo tuviera la respuesta a la pregunta que no formula, como si pudiera pensar en algo más que en el embrujo de sus ojos y el tacto salvaje de su cabello. Cuando finalmente ella se aleja, entretengo mi nueva soledad con la romántica majadería de tallar en el roble un corazón atravesado con nuestras iniciales, pensando que ella apreciará un mensaje en corteza de árbol. Sólo al terminar oigo con claridad el grito de agonía y, cuando después de recorrer ciegamente el bosque encuentro el cuerpo de Mestal, comprendo la verdad. Pobre dríada, muerta por una herida en el pecho con forma de corazón.

670. EL AMOR SABIO, de Viento del Norte

Os voy a contar mi historia…
Vivía en tierra árida, rodeada de insectos, reptiles y otros chupasavias.
Poco a poco sentía que mi tamaño dismuía y que mis hojas verdes y llenas de energía se iban empequeñeciendo.
El entorno era asfixiante y poco relajado.
 Aquella mañana mire al sol y le pedí consejo: “gran sabio”, siento que estoy perdiendo mi condición de planta para convertirme en un captus, lleno de espinas y sin otra compañía que la de aquellos que fueron desterrados.
Te contaré tu historia, hace mil lunas los humanos que habitaban estos parajes cuidaban la tierra y convivían con ella en perfecta armonía pero se volvieron codiciosos y fueron agotando todos los recursos hasta convertirla en un desierto. Tus  tatarabuelos proceden de la familia Plantaristocrata de la Felicidad por su conocida savia de la alegría. Tú eres la última de tu especie y debes sobrevivir para compartir tu legado.
 Aquella noche no pudo dormir pensando que hacer! Eureka, lo tengo! Llamo al viento del norte con voz de siete leguas y le hizo un encargo.
 Nadie sabe como la planta de la felicidad se convierto en el árbol del amor pero hoy todos sienten el corazón lleno de sonrisas.

669. EL ALMA DEL BOSQUE, de Sauce Blanco

La joven Aileen vagaba por los senderos pedregosos cercanos a la ciénaga de las afueras. Era pequeña y ágil, de apariencia delicada. Andaba casi flotando en efímeros movimientos, sin echar la vista atrás.
Una lágrima ondeó en la suave brisa al no poder regresar, su pueblo no se lo permitiría. Muchos de los suyos habían puesto precio a su cabeza si la encontraban en territorio forestal, por eso tuvo que marcharse, aparte de no poder vivir con la carga de haber cometido el peor pecado que un elfo pueda llevar a cabo: dañar al bosque. Aun escuchaba sus susurros ahogados por el dolor tras la quema, aunque accidental, de una de las regiones más pobladas y arcaicas del reino, su reino. Oyó pasos de caballos acercarse hacia ella…
Alguien la había delatado en territorio humano, a lo lejos divisaba caballeros armados. Los elfos eran criaturas muy preciadas que otorgarían honor eterno al que capturase uno.
Notó un rumor en la lejanía. Los árboles la llamaban, los que fueron su refugio… ¿Qué debía hacer? Todo ser tiende a un fin y el suyo estaba en el interior del bosque, entre sus frondosas ramas, desapareciendo en la espesura del destino más cruel.

668. CORZA, de Lobo 4

 Cuando la escoba del agua barrió el invierno, nació una corza de rojo pelaje. El sol desperezó con sus rayos  las ligaduras del frío y lamió la tierra. Los días madrugaron para sentir los cambios. Estalló la flor, olía a violeta y a romero. Las semillas de polen volaron como ingrávidos copos de algodón.
 Con la bonanza en la mano del clima, la corza triscó en el bosque. Los árboles abrieron su toldo de hojas. Escuchó al mirlo  en la bóveda forestal. Descubrió la espalda del sapo partero donde  la hembra bordó sus huevos. El pasto crecía tras el largo sueño.
 Cumplió el verano de tierna yerba. A las  cálidas tierras, emigraron  los pájaros. Los lirones se escondieron en  sus madrigueras. Las ardillas en el hueco del árbol. La manada buscó cobijo pero la corza apuró los montes. El valle quedó vacío.
 Madrugó el temible invierno. La corza notó de golpe el frío. Azotaron su cuerpo vientos del Norte.  Los pájaros blancos de nieve se posaron en el suelo. Robles y  avellanos perdieron las hojas. Los arroyos fueron   cuchillos  de  hielo.
En el profundo silencio  se oyó el lamento  de la corza y el tenebroso aullido del  lobo.

667, NEGACIÓN, de Gaya

Los charcos se sucedían uno tras otro y Dani saltaba sorteándolos feliz. Por fin unos días en el bosque con sus padres. Esto era algo que ansíaba desde que tenía uso de razón (dato histórico al que no había que remontarse en demasía dada su corta edad). Por fin veía a sus padres juntos riendo, relajados y habiendo dado esquinazo a tantos momentos cargados de hostilidad.
¡No podía ser verdad! si hasta se habían dado un beso ¡de enamorados!…eso si que era fantástico, la de veces que había confesado a su abuela que papá no era cariñoso con mamá.
–       ¡Dani, i….. ven cariño tenemos una cosa que contarte!
–       Si ya voy esperad….
El corazón de Dani parecía que se iba a salir en cualquier momento ¿qué tendrían que contarle?
–       Dani …. vas a tener un hermanito para Navidad.
Eso si que no se lo podía creer, cuántes veces había pedido tener un hermanito y cuántas veces le habían contestado que no era posible porque mamá ya no podía tener bebés… ¿le habían mentido?….
–       Pero mamá…¡tu no podías tener bebés…!
–       Si cariño, pero es que yo no soy tu mamá…

666. INFORMACIÓN BÁSICA PARA HUÉSPEDES, de Duende Zahorí

Querido visitante:
 Es nuestra obligación revelarte algunas historias sobre el bosque; indicarte que tal vez auscultes ecos melodiosos; incluso es posible que te susurren las margaritas.  Escucharás cuentos fantásticos, leyendas sobre apariciones. Otearás nubes de unicornios alados que sobrevuelan fantasías. Algunas noches  se percibe el canto de una sirena. Nada debe preocuparte. Podrás engalanarte con el traje nuevo del Emperador; conversar con Caperucita cogiendo moras en un recodo del camino. Dicen que por ahí vaga el espectro de la bruja y el alma de Campanilla. Algunas tardes Hansel y Gretel regalan golosinas al final del sendero. En otoño llueven palomitas y pompas de jabón. Los más afortunados cuentan exaltados que reconocieron a Alicia corriendo detrás del conejo, y a la cigarra, amenizando una procesión de hormigas. Explican que la liebre venció a la tortuga y que la Bella durmiente sigue adormecida bajo la espesura. Si interrogas a un roble, te expresará que Pulgarcito abandonó a sus hermanos, que el lobo se merendó a las siete cabritillas,  y que los enanitos delataron a Blancanieves. Piérdete por el bosque como lo hacen los sueños en primavera. No preguntes. Aquí las cosas siempre pueden ser diferentes, de otra manera.

665. LA DAMA DEL BOSQUE, de Laurisilva 2

 Cuentan que vivió cerca de la comarca, justo al lado del bosque, aunque su origen se pierde en la nebulosa del tiempo.
Cuentan que su corazón sucumbió a un amor traicionero que amenazaba con destruir todo lo que ella amaba y defendía.
Cuentan que su vida se apagó en medio de un fuego voraz, el cual trajo consigo el frío y yermo demonio de la especulación.
Cuentan que, en la actualidad,  la Dama del bosque, como se la conoce popularmente, vaga errática por la fronda con la pálida belleza de su rostro marcado por una mueca agridulce. Su eterna obsesión le obliga a velar por la seguridad de las especies que en ella habitan.
Cuentan que sus pasos no pueden ser oídos y que rara vez se materializa, haciéndose visible únicamente cuando el equilibrio de la naturaleza amenaza con romperse.
Cuentan que si puedes contemplar su silueta, blanca y vaporosa, comprenderás que has dañado su mundo.
Yo jamás la he visto.

664. LUMINISCENCIA SIN RASTRO, de Manantial Brumoso

Habíamos decidido hablar fuera de los lugares cotidianos. Necesitábamos otros aires. Quizás ser otros para seguir siendo juntos. A dos horas de carretera, nos desviamos a un poblado de nombre sugestivo. Este podía ser el sitio que transmutara nuestras posibilidades. Los lugareños nos contaron de apariciones y de sectas que iluminaban los puntos cardinales en sus rituales. No creímos sus cuentos. Durante la noche, vimos luces en las lejanías, en la profundidad del bosque. Nos adentramos impulsados por la curiosidad (un imán mágico). Ella cargaba una grabadora, en la que registraba lo que se le ocurría cuando no tenía material de escritura próximo. Al acercarnos, las luces danzaron. No sugerían ser velas, linternas o bengalas. Llegué a pensar que ahí no había persona alguna. Me pareció que era el ritual de seducción de una criatura nocturna, desconocida. Era una trampa. Cuando me giré para decirle que nos fuéramos, ella ya no estaba. El bosque volvió a oscurecerse y escuché un murmullo de viento, como de tormenta,  que se alejaba. La llamé, pero mi voz estaba ahogada por el miedo y la confusión. Lo último que se reproducía en sus grabaciones parecía una despedida premeditada. Sé que no volverá.

663. EL PIANO, de Acícula

El viejo piano ya había perdido algunas piezas de su brillante dentadura, olía a hierba mojada y estaba lleno de acículas secas. Aun así, seguía manteniendo la misma elegancia que el día que me lo regaló mi hermano mayor. Y sin embargo, estaba ahí, en mitad del bosque, rodeado de nogales y secos pinos hendidos, esperando que un alma perdida golpeara sus teclas en busca de consuelo.
Recuerdo el momento en que mi padre entró por la puerta del salón y advirtió aquel gran objeto. Su mirada se dirigió hacia mi hermano, después hacia mí y por último, sobre el piano. “Esto no se queda en casa” logró decir al final. Palabras que más pronto que tarde cumplió.
A veces doy largos paseos alrededor del majestuoso piano, vendido a un hombre de posición acomodada, que al comprobar su escaso valor lo abandonó en mitad del bosque. Yo me siento, y rozo y golpeo sus teclas e intento repetir lo gestos que haría un pianista de verdad, mientras espero que mi hermano regrese de la guerra, para que, como buen maestro, me pueda enseñar.

662. EL PASEO, de Hayedo

¿Recuerdas cuando recorríamos juntos estos bosques de encina y pino? ¿Esta rivera lindada por olmos y chopos tan antiguos como los ancestrales secretos que los alisios susurran a las velas de los barcos en el puerto? ¿Lo recuerdas? ¿No? Ni siquiera a las ardillas escalando por columnas de madera, ni a las aves, cuyo cántico nos embriagaba como una insondable sinfonía de lo etéreo. ¿No? Quizá es que no estuviste y soy yo quien no recuerda, sino que imagina.

661. BARBACOA, de Cacadeconejo

Entre la hojarasca seca de los pinos centenarios, Rabito, el conejo blanco de cola de algodón, rebuscaba afanosamente algún piñón con qué alimentarse, aunque no había gran cosa que comer.
Hacía calor. En realidad estaba siendo un verano muy caluroso. Apenas había llovido durante la primavera y el ambiente era, en ocasiones irrespirable. Pero hoy era más insufrible que nunca. Rabito ya había visto caer algún pájaro desde los árboles en los últimos días, derrotados por tan altas temperaturas, pero si hubiera tenido la capacidad de sentir asombro, hoy lo hubiera experimentado en grado sumo. Cada poco podía escuchar el sordo golpe contra el suelo de algún pequeño cuerpecillo alado.
Aunque Rabito era conejo y por tanto incapaz de razonar, algo en su interior, le decía que todo aquello era muy extraño. Desde hacía horas no oía el canto de los pájaros, tampoco el zumbido de los insectos.
Sí. Algo inusual estaba ocurriendo allí donde los humanos solían venir a pasar el día, haciendo ruido. El aire se iba volviendo de color gris y le impedía respirar. Se sentía morir. Por eso, cuando la voraz y gigantesca lengua de fuego llegó hasta donde estaba Rabito, no sintió dolor alguno

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