Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

437. UNA TARDE CUALQUIERA, de Sendero 4

Las grúas se ven a varios kilómetros de distancia: una nueva urbanización. Conduzco en la misma dirección cuatro veces al día desde hace ocho años y, por primera vez, siento la necesidad de pisar el terreno. Aparco el coche en una pista forestal al lado del segundo desvío. Empiezo a caminar por el sendero fijándome en las ramas de los árboles y en las piñas caídas en el suelo. Un paso y luego otro me alejan del ruido del tráfico. Por unos momentos, sólo silencio. Luego una rama cruje y se rompe, y a mis oídos llegan a tropel diferentes sonidos que no llegó a identificar. Quizá el canto de un pájaro o el movimiento arrastrado de un reptil. El bosque es poligloto.

Mi cuerpo humano se ve invadido por centenares de endorfinas que alborotadas me llevan en volandas por el bosque. Huelo a humedad, mis pulmones parecen querer arramblar con todo el oxígeno con el que se topan, toco la corteza de árboles centenarios con mis dedos y, de repente, me paro en seco. Una rara sensación. Y sonrío: su primera patadita.

435. EL PARAISO, de Abeto

7.45 horas. La estación de cercanías de aquella ciudad de impronunciable nombre se atesta de gente que espera la llegada del tren para acudir al trabajo. Era otoño. Adán y Eva tenían un importante examen ese día. 8 horas. Todos suben. La pareja de novios accede al vagón de cola y se sienta junto a la ventanilla. Sacan sus apuntes para repasar. Parte el tren, alcanza su máxima velocidad. Minutos después se hace la oscuridad, el silencio más profundo.

-Tu risa me asusta-, susurra Eva a Adán.
-Antes te gustaba-, contesta él.
-Antes estábamos vivos-, replica Eva mientras se pierden en la niebla infinita del bosque de los sueños…

434. EN EL BOSQUE SIN SALIDA (minicuento a cuatro manos), de Orang Pendek y Perenquén

Si en medio del bosque te encuentras una pitillera metálica con tu nombre, y tiene un pendrive dentro, se genera una inquietud repentina, proporcional a la superficie de bosque que te separa de tu ordenador. Durante unos instantes dudé si continuar con mi caminata o regresar al aparcamiento, donde tenía el portátil.
Cuando volví al coche encontré la puerta abierta, alguien se había llevado mi ordenador; sobre el salpicadero había una nota: “No salgas del bosque en una semana o la información que contiene el pendrive será pública”.
Tenía que darme prisa, estaba anocheciendo y necesitaba encontrar cobijo para pasar la noche en el bosque.

433. EL BOSQUE DE NUESTROS OTOÑOS, de El Otoño

Se fueron acumulando tantos otoños en los caminos que conducen al bosque de nuestros amoríos secretos, que la luna aún está encima de los viejos pinos despeinados. Caminamos con la lentitud de las garzas que picotean el viento. Si bien el paisaje ya no es el mismo, sigue siendo el bosque de nuestras vidas. Allí está todavía el corazón tatuado en la corteza de aquel árbol, más robusto, más fuerte y más hermoso, como nuestros corazones. Llegamos al lugar predilecto, a orillas del riachuelo, colmado de flores y aves que trinan y vuelan constantemente. Nos sentamos en las piedras de siempre, miramos largamente el horizonte interrumpido por la neblina. Nos tomamos de las manos, nos besamos, te leí los poemas de Pablo Neruda y García Lorca que tanto te gustan. Nos abrazamos, hablamos tantas cosas maravillosas, al filo de nuestros otoños. Como siempre, los crepúsculos nos anunciaban el regreso, tanto otoño regado por el camino, alfombra a nuestros pies, un chasquido minúsculo y fino, oloroso y breve de colores. Nos alejamos, íbamos tomados de las manos, traíamos con nosotros, todos los sonidos,  olores,  colores,  sabores,  y la suavidad magnifica del bosque de nuestros otoños.

432. EL VIEJECILLO ERMITAÑO QUE VIVÍA EN LO MÁS INTRINCADO DEL BOSQUE, de Hiedra

En esas noches de largas vacaciones tíos y abuelos solían contarnos hermosas narraciones o terroríficos aconteceres. Y ocurrió que en uno de esos días nuestra Abuelita Juana María, nos relató con su antiguo vocabulario este interesante cuento…
\»Ustedes saben que en el bosquecillo de álamos, que cada vez crecen más altos y ya no se veía nada donde desde aquí vivía un simpático viejecito llamado Rogelio, que pasaba sus días en soledad, en una casita de troncos.
Madrugaba como el solo, después de higienizarse, peinarse con las manos,tomarse unos sabrosos amarguitos, tirábale algún requecho al cuerpecito, para luego sentarse en un desvencijado sillón de tientos hamacándose lentamente, oteaba el horizonte, gozando el trinar de los pajarillos, que estaban posando en los altos álamos.
¿Abuela, porque era ermitaño? preguntamos a coro.
Pues porque vivía aislado de sus semejantes, solamente de vez en vez bajaba al boliche para aprovisionarse de alimentos, que les duraban un mes o dos.
Antiguamente, con mi viejo íbamos para visitarlo pero ahora ya no podemos, la alameda escondió todito, y solo nos saludamos cuando pasa para el boliche.
¡Así lo dejamos; todos  a la cama, que mañana les voy a contar otro!

431. ALLÁ POR EL SUR PATAGÓNICO, de Hiedra 3

Como siempre algún familiar o amigo disperso en el suelo Argentino, cuando vuelvan para festejar el Fin de Año, nos relatan interesantes historias de extensos bosques de: alerces, araucarias, arrayanes, cipreses,lengas, pinos, raulíes, que dan la nota mágica en esos desolados paisajes.
El hombre o algún cazador furtivom, suelen disfrutar de esos lugares, muchas veces olvidan apagar los fogones, provocando los famosos incendios forestales.
Y tal es así, estas últimas vacaciones me contaron: \»sabe que hace muchos años, viv{ia un aborigen en esas lejanas tierras y al observar estas anomalías, le decia a su Madre: \»Madrecita cuando yo sea grande cuidaré estos maravillosos Bosques, me haré una modesta casita y vigilaré que nadie se olvide apagar esas lindas y brillantes fogatas, pero tan peligrosas que cobran muchas vidas.
¿Que les parece si me acompañan para lograr mi sueño?, seré el mejor Guardabosques.
Después de mucho tiempo, al fin se han conectado mis sueños: reconociendo la tesonera labor del guardabosque y la valentía de bomberos desinteresados, que protegen los Naturales que nosotros solemos destruir.
¡No olvidemos cuidarla, Madre Tierra nos proporciona bellezas inagotables!

430. PINTORESCOS ANIMALITOS SUREÑOS, de Hiedra 3

Viajando por esas rutas sureñas, pude apreciar bellezas: enormes montículos petrificados, suelos cubiertos de espartillares, serían como flores del camino que festonean a esos extensos Bosques y planicies patagónicas.
Si, parecen imágenes de un cuento, al ver esa variedad de animalitos que en sus correrías por los caminos, se esconden en esos Bosques impenetrables, matizando el paseo por esas áridas mesetas e ir a guardarse en sus cuevitas.
vimos allí toda clase de animales lugareños; los que mas retuvieron nuestra atención fueron: aquellas regordotas marras patagónicas, comparándolos con nuestras estilizadas y veloces liebres, otros que corrían a guardarse en el tronco caído, grutas o cuevas: como los pinches, emparentadas con nuestros tatu mulitas o los rápidos conejitos apería, cuis o cobayos y alla a la distancia divisamos: una manada de llamas y guanacos que saltaba en las escarpados riscos, para al anochecer volver a su habitad cordillerano, aquí ven{oan como: gráciles cabras, briosos caballos que retozan en los campos.
Mi familia y yo, nos sentimos identificados con esos ejemplares de flora – fauna que vimos allí de verdes, con espartillos fabricamos: canastas, costureros, sombreros, alfombras, etc., y esos maravillosos bosques patagónicos los apreciamos aquí en TV y en bellas fotografías.
No los destrocemos, son el pulmon de la vida

429. EL DUENDE DE LA RIBERA, de La Liebre

Cierta tarde, paseando por  la orilla del mar, cuando estuve veraneando en San Vicente de la Barquera, me sorprendió y, no debo ocultar que me asustó bastante, una voz que me reclamaba desde uno de los bosques cercanos y  al comprender que iban dirigidos a mí: me paré en seco.  ¡Sácame de aquí…, que no te de miedo…!.  Decía en tono de súplica…   Me hicieron retroceder unos pasos y tomar medidas precautorias.  No encontraba significado posible a tal acontecimiento. No encontrando otra alternativa posible, la sangre se te hiela y cavilas socarronamente la forma de enfocar las situaciones difíciles. Es increíble la rapidez de actuación del cerebro humano, ante los momentos que considera  peligrosos. Ante el riesgo inminente y desconocido, la inteligencia se agudiza. Dominas mejor tu voluntad y la pones al servicio se tu raciocinio.  Claro, te vuelves más conservador y precavido. Los movimientos son instantáneos y dictados directamente por tu cerebro sobre todo el organismo.  No encontraba explicación posible, que no fuese: la de algún leñador, que habría sufrido un accidente, me acerqué para ayudarle y lo que observé tumbado en el suelo bajo una rama; era un duende.                                                                         

428. EL DUENDE CUCUDRULU, de La Liebre

Cuando ves por primera vez un duende: el mecanismo de defensa física se te dispara automáticamente, calculando los riesgos posibles, con objeto de adelantarse a los acontecimientos y tratando de que sean lo menos dañinos posible. Es lógico que el cerebro ponga a todo el organismo en situación y prevención de soportar un acto peligroso o de riesgo, -cualquier prevención es poca- ante un riesgo, del que no sabemos calcular la intensidad de sus consecuencias vitales.   Dice el refrán: es preferible prevenir que curar…, o toda prevención es poca…   En definitiva te vuelves un autómata y es que todo tu cuerpo está en peligro y por ello dirigido automáticamente por tu Sistema Nervioso. Eres dirigido desde lo más profundo de tu ser y las defensas se preparan automáticamente para un posible riesgo o asalto. No podía distinguir quién era. Algo en mi interior me instaba a entablar un diálogo abierto con este ser desconocido. No veía nada que pudiera aclararme lo ignorado pero notaba en sus palabras un deseo de entendimiento, que jamás –posiblemente- había experimentado. Me trataba de igual, pero pronto desapareció entre la espesura del bosque al ver  a otro humano.                                            

428. EL CRIMEN, de Musgo 4

En el espléndido sol de la mañana, el gigante se hallaba dormitando plácidamente absorviendo la tibieza de sus rayos. Sus mil brazos parecían querer estrecharse para recibir el máximo de luz posible. Su sangre blanquecina fluía libremente, nutriendo todo ese cuerpo enorme.
A su alrededor, inmóviles compañeros de otras especies, también se dejaban bañar, indolentes, con gratitud por los haces dorados. Ninguno de ellos, sin embargo, podía emparejar su inponente altura.
El día transcurría lenta, apaciblemente, como lo habían hecho miles de otros días, semanas, meses y estaciones, por centurias.
Un persistente ronroneo distante, sacó al coloso de su letargo matinal. El crujido lejano de la madera al quebrarse lo puso en pasivo alerta.
Luego de un tiempo interminable por la angustia, vió finalmente emerger de la espesura al vehículo todo terreno con los sicarios ocupantes y sus máquinas.
El formidable roble se estremeció al ver que los asesinos lo señalaban entre el vasto grupo de árboles que habían crecido en aquel sector del bosque.
Supo que ese sería su fin, pero no llegó a comprender el motivo. El áspero sonido de las sierras lo hizo estremecer, dejando caer algunas hojas sobre el pastizal que pronto sería su lecho.

427. LA FIESTA, de Musgo 4

En un claro, en medio de aquel frondoso bosque al pie de las montañas, esa tarde era todo baile, risa y celebración. Los gnomos danzaban en círculos, dando saltitos a gran velocidad. Los duendes jugaban a las escondidas, riendo contínua y contagiosamente, mientras corrían a ocultarse por todos lados. Las hadas más jóvenes cantaban hermosas canciones agrupadas bajo un gran roble, en un coro celestial. Y las hadas madrinas estaban muy ocupadas sirviendo comida y bebida a los demás habitantes de aquel vergel.
Todo era cordialidad y festejo. Aquella comunidad no conocía el egoísmo o la envidia. Nadie tenía que sobresalir, pues absolutamente todo se compartía en forma ecuánime y cada uno cumplía una tarea indispensable para sí mismo y los demás.
De repente se escuchó un agudo silbido proveniente de las copas más altas de los árboles. En apenas unos instantes, todo fue prolijamente desbaratado y los festejantes desaparecieron en la espesura cercana. Ningún rastro indicaba que allí había tenido lugar una fiesta.
Un momento después, los dos caminantes aventureros aparecieron por uno de los bordes del claro. Se mostraban ansiosos y agotados. Contemplaron el lugar con sorpresa y satisfacción. Dejaron caer sus mochilas, decidiendo unánimemente acampar allí  mismo.

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