Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

414. EL OTRO, de Ardilla Roja

Después de atravesar el bosque solitario, acompañado solamente por el lamento de algún pájaro nocturno, al entrar en la habitación, la oscuridad lo paralizó. A pesar de ello, avanzó unos pasos. De pronto, divisó una figura frente a él, percibiendo una mirada amenazante.

Pensó que le habían tendido una trampa y casi al borde del pánico, intentó retroceder.
Trataba de contener la respiración pero en su pecho bullía un tropel de sensaciones que no le permitía vislumbrar una estrategia para huir sin ser perseguido.
No alcanzaba a divisar si el otro estaba armado.
Por su mente cruzaban imágenes de pordioseros que a diario se acercaban por un plato de comida, pero rechazó la idea.
El cura había ingresado a la iglesia como todas las noches y nunca imaginó que alguien los estaría aguardando.
Al cabo de unos minutos, envuelto en un silencio aterrador, llega el sacristán, abre la ventana y un sol de plata penetra a pleno en la habitación.
En ese instante, aparece nuevamente la figura del cura en el espejo…

413. HADA, de Lechuza

Un hada estaba estatuificada en una cadenita que llevaba Cora. Estaba a la espera de un apuesto príncipe que la liberaría…

Cora quería ser un hada, por eso tenía ese collar.
Un brujo del bosque le iba a entregar a un corcel alas. Cuando la enamorada de Cora lo supo, desafió a pelear al corcel para obtener dichas alas. Le ganó, y se las dio a Cora, pero no las quiso. Entonces su enamorada decidió aprender a volar con sus brazos, para luego enseñarle a Cora. Sabía que no lo lograría, pero ella valía la pena. Practicó pero no lo conseguía. Tanto que cayó al agua, vio a la raya volar. Le enseñó a ser un hada del agua del bosque, pero Cora dijo que le faltaba la magia. Tenía razón, las hadas tenían un polvo mágico que esparcían y despertaban a las flores dando apertura a la primavera. Su enamorada notaba algo especial en ella, que, cuando volvió a respirar, le llegó el perfume que Cora irradiaba y llegó la primavera y su enamorada se despertó. Así Cora se enamoró de la flor y el hada de su cuello fue liberada dando lugar a un hada en el corazón.

412. SENDERO, de Ojáncano

Cansado por la caminata, me senté en el suelo, reclinando mi vieja espalda contra el roble más colosal del claro del bosque. Su contacto me resultó similar al abrazo de un viejo amigo largo tiempo olvidado, pues la piel del gigante había sido sutilmente moldeada por los miles de cuerpos humanos que habían realizado aquel mismo gesto a lo largo de los siglos. Alcé la vista y percibí el tronco del roble como un sendero, una escalera que crecía y se ramificaba hacia el cielo, en algún punto hacia el corazón del árbol se encontraba el anillo correspondiente al año en que nací, un poco más cerca de la superficie el del año en que la conocí, durante una lejana noche de San Juan en ese mismo bosque. La corteza sobre la que me apoyaba señalaría en el futuro el año en que ella abandonó éste mundo.

Los rayos de sol y un suave viento jugaban al escondite entre las ramas mientras dejaba los minutos pasar…, hasta que el sonido del teléfono rompió la quietud del bosque. Descolgué por inercia y miré la pantalla; mi casa, decía.
Ignorándolo, volví a reclinarme y a cerrar los ojos: ya estaba en casa. 

411. LOS SABIOS ÁRBOLES, de Luciérnaga 3

Hace ya tanto tiempo que casi ni me acuerdo, pude observar desde la lejanía como la noche caía y dos hombres entre la oscuridad se perdían.
La desesperación cada vez más les invadía y los hombres, escondidos, a los lobos temían. El hada del bosque sintió compasión y hasta ellos voló con sus alas de amor. Los hombres, anonadados por su belleza, le suplicaron al hada su ayuda y compresión.
Tan solo a humildes seres ayudo yo.- Les explicó.
Los hombres, juraron poseer bondad y el hada del bosque les decidió ayudar.
Esta noche, en la cueva la debéis pasar, y yo prometo guiaros cuando no haya oscuridad.
Los hombres obedecieron y en la cueva se escondieron.
Cuando la noche venció y la mañana llegó, el hada del bosque a la cueva se acercó. Horrorizada,
el pequeño conejo que habían cenado observó y tras adentrarse en ella, el horror en espanto se convirtió, cuando las cenizas de un arbusto divisó. El hada, enfadada, a los hombres gritó y con robarles la vida les amenazó.
Aprenderemos a respetar, perdónenos.
Para que su palabra los hombres no pudieran romper en árbol los transformó y largos años allí los dejó…

410. BLANCA ALADA, de Tejado

¡Oh! serpiente, no llores
desde la Biblia estás maldita.
No importa lo que hagas
ni cuán bella seas,
te perseguirán, siempre.
Nadie preguntará tus razones
nadie te dará un abrazo
Siempre temerosos
al recibir el tuyo.
Lo consideran mortífero
igual que tu veneno.
Ese que te protege
y ese fin tiene.
Porque tú también
tienes derecho a tu vida.
Aunque llores
nadie verá tus lágrimas.
Nadie querrá creer
la generosidad de tu alma.
¡Oh! serpiente, llámate
Blanca Alada,
repta y vuela.
hasta los confines de este bosque.

409. ENTRE ABETOS, de Liquen 2

Aquella mañana de verano desperté con ganas de pasear temprano, cuando el sol estaba en el horizonte y el parque desprendía aún el frescor de la madrugada.
Las calles quedaban atrás y el sendero discurría ahora por una ladera plagada de frondosos abetos jóvenes. Una suave brisa agitaba sus tonalidades de un verde profundo desprendiendo aquel aroma silvestre que evocaba otros parajes lejanos, frías cumbres y valles surcados por murmullos de agua cristalina.
Sin embargo, constituían un bosque realmente peculiar. Cuando los plantaron apenas superaban mi estatura y todos, sin excepción, compartían un mismo pasado. Y es que sus ramas estuvieron un día plagadas de adornos navideños que hicieron las delicias de tantos niños y niñas, cuyas ilusiones en forma de regalos aparecieron mágicamente junto a la precaria maceta que les servía de sustento.
Fueron los más fuertes. La mayor parte sucumbió rápidamente a un ambiente seco y sofocante. Pero estos siguen aquí, guardando su pequeño secreto, bajo un rocío de madrugada que humedece su piel, como ojos que se emocionan al recordar que una vez fueron trasladados cuidadosamente desde algún hogar, tras haber inspirado alegría y buenos deseos de paz a la que, por unos días, fue su familia.

408. SIN MIEDO, de Perenquén

Santiago tenía toda su vida orientada hacia la pendiente que desde su puerta subía a la montaña. Hacia abajo, justo detrás de su casa, empezaba un bosque que lo separaba del resto del mundo. Cuando lo conocí llevaba treinta años sin entrar en ese monte cerrado, aunque todas las mañanas disfrutaba mirando su verdor desde lo alto de la ladera. Me contó que de joven tardaba seis horas en atravesar el bosque para pasar con sus amigos una tarde cada semana. “Una dentellada, un maldito perro salvaje me hizo cogerle miedo al bosque”, me decía señalando su tobillo derecho, aunque yo intuía que me ocultaba algo más profundo que aquella mordedura.
Ahora su casa está vacía. Todo está como si acabara de marcharse: la cama deshecha y el tazón del desayuno todavía en la mesa. Esta mañana, una mujer que pasaba cerca me ha dicho que hace más de seis meses que no ve a Santiago, y que ella sabía que algún día el corazón lo llevaría de nuevo a aquel pueblo. “Ha sabido esperar, ojalá tenga suerte”. No me ha contado más, pero tengo la certeza de que Santiago dejó de tener miedo. 

407. LA MUERTE DE UN AMIGO, de Arbolito

     Ayer fue una mañana fresca de un día de primavera, pero para mi no fue primavera,  porque lloró mi corazón. Murió un amigo. El sufrimiento fue tan fuerte como el quejido de tus heridas cuando caías. Agonizabas sobre el piso,. Te habían matado. Tus venas abiertas mostraban tu dolor, te desangrabas de sufrimiento.
     Eras tan alto, enhiesto, imponente, tan bello y fuerte. Con tus movimientos mecías el amor. Estabas lleno de vida y cobijabas a tantos seres.
     Hoy estas derrumbado. Los asesinos te arrastraron y no se a donde te llevaron.
     Querido árbol de alcanfor, cada hachazo que ayer te dieron, lastimó mi corazón . La sierra con la que te destruyeron hirió mi alma.
      No llores bello árbol mutilado y valiente. Alguien te mató sin sentimientos. En el aire amargo de esta tarde aún se respira tanta tristeza. Hoy miles de pájaros revolotean enloquecidos porque no encuentran  refugio. Muchos han perdido sus nidos. Ellos están alborotados y desesperados, como yo,  que desde mi jardín no puedo verte.
      Querido árbol eras uno de los pulmones de mi barrio. Hoy sos hojarasca fría y también  una caja de  lindos recuerdos.

406. EL QUE ROBA A UN LADRÓN, de Cascada

Ayer Herminio subió al bosque, como siempre que dejaba de llover, con sus botas de agua, un chubasquero y una bolsita. Quería coger unos pocos caracoles y volver a casa. Los limpiaría y prepararía como le enseñó su madre y le encantaban a su mujer Sagrario. Pero resbaló en una zona empinada del sendero, de tal modo, que se fue deslizando y paró al toparse con unos arbustos. Se levantó, maltrecho y dolorido, pero al ir a recoger su bolsa se dio cuenta de que del barro asomaba algo. Lo tocó, era metálico, comenzó a escarbar con curiosidad. Por fin logró entender de qué se trataba: una caja fuerte, no muy grande, de las que se tienen en casa. Con el corazón al galope, la desenterró, la metió en la bolsa. ¿Qué contendría? ¿Por qué estaba escondida? Corrió a su casa pensando en cómo la abriría.

Días después, Ernesto, un muchacho de un pueblo cercano, removía la tierra en ese mismo lugar. ¡La había enterrado allí! ¿Dónde estaba la caja fuerte de su abuela? Necesitaba vender las joyas de la vieja para pagar la deuda con su camello. ¿Qué maldito ladrón se la había robado?

405. AQUEL VERANO, de Tejado

Desde el atardecer hasta entrada la noche le gustaba correr por la ciudad con una breve incursión en el bosque. Cuando sus pasos se acercaban al portalón viejo y desvencijado un tropel de recuerdos acudía a recibirle y durante todo el trayecto repicaba en sus sienes.
Era un día seco como tantos de ese verano en los que se asaba la uralita de los tejados de las cabañas y los rayos de sol obligaban a cerrar fuertemente los párpados. Las puertas y ventanas se entornaban logrando un poco de sombra y frescor en la penumbra de las estancias.
De una botella rota, un trozo de cristal atrajo para sí toda la luz y se condensó en él, prendiendo la hojarasca y las llamas nacieron para arder con todo su fulgor y su dominio abrasador arrasando en poco tiempo pastos, rastrojos y parte del bosque. Toda la vecindad actúo rápidamente. Luchaban contra el fuego y en un momento de descuido envolvió a varios jóvenes. Aún peligrando su vida se adentró y salvó a uno de ellos. Después… solo recuerda gritos que ahora trata de olvidar. La vida sigue y hay que avanzar.

404. EL PRINCIPE Y LA LUCIÉRNAGA, de Argiope

Cuando ella entra al bosque por la derecha, él sale por la izquierda. Ella, luciérnaga enamorada, lo busca entre los árboles con la esperanza de verse brillar en sus ojos, de iluminarle la boca. Sueña con esa escena, ella y él frente a frente, recortados contra la luna redonda y ante el mundo. Pero jamás encuentra su mirada. Casi nunca se cruzan sus caminos; y si lo hacen, él, príncipe del castillo dibujado majestuoso al fondo, dueño del bosque entero, pretendiente de princesas y demás, ni tan siquiera repara en su existencia secundaria. Por eso, ella, anhela a diario con desesperación el momento breve en el que estando cerca, aun sin mirarla, él le da la mano para saludar al público al bajarse el telón.

403. SALIDA 249, de Hojarasca 3

Tomé la salida de la autovía en una decisión repentina, fascinado por la mancha rojiza del sol poniente sobre la ladera arbolada. Aparqué el coche en un pueblecito y me adentré en el bosque por un sendero, atento a la luz irreal, mágica, que se filtraba entre las copas de los robles. Descubrí que el horario es un invento urbano cuando la noche me sorprendió sin noción del tiempo. Más allá de las sombras atisbé un brillo amarillento y minúsculo, probablemente el rectángulo de un hueco en un lejano edificio. Me acerqué con la esperanza de que alguien tuviera a bien transportarme hasta el pueblecito. Nada más abrirme la puerta, la dueña de la casa me dijo, como si aguardara mi visita, que uno de los apartamentos estaba libre y preparado. Acepté, ¿cómo no hacerlo, ni dejarse agasajar con una buena cena? Más tarde, a solas en la habitación, probé la cama con esa consciencia recién estrenada de un niño que por primera vez se tumba en una cama como dios manda. En la mesilla había un librito que hojeé, veinte breves relatos en el índice. Escogí uno al azar: «Tomé la salida de la autovía en una decisión repentina…»

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