Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

402. LA MAGIA DEL BOSQUE, de Luciérnaga 3

 En el bosque se esconden los más recónditos y mágicos lugares del planeta.

Dicen que bajo su tierra, los gnomos cantan sus romanzas, mientras las piedras preciosas salvaguardan.
Dicen que a los más grandes robles los elfos trepan con mucha gracia, con sus juegos y sus danzas custodiando la bienaventuranza.
Dicen que las hadas, misteriosas y muy sabias, poseen grandes alas doradas y las virtudes de las palabras.
Dicen que las hermosas ninfas habitan lo más maravilloso de las entrañas, con su hermosura y apostura encantando las criaturas.
También dicen que hombres lobo en la penumbra acechan, cada noche caminando sobre zarzas en busca de una buena caza.
Por tanto, si en las cercanías del bosque te encuentras y asustado te hallas, no temas, pues las hadas y los elfos te aguardan. Pero si el aullido de un lobo te parece escuchar y sobre una piedra una hermosa criatura te ha parecido divisar, sin duda, tu imaginación no te juega malas pasadas.

401. MIEDO TRANSMITIDO, de Vertiente

Allí, donde levantas la mirada y la vegetación recorta el cielo, donde la brisa acaricia los eucaliptales, donde la hojarasca chisca ante el trotar de los caballos. Allí donde puedes oir el río. Justo ahí aparece, según dicen, una figura que no es terrenal. Al lugar llegaba Jacinto en busca de sus lecheras. El pequeño tenía temor por lo que se comentaba respecto al bosque. Es una confusión a los sentidos.
El menor debía encontrar la manera de vencer el miedo. Caminaba su caballo, cada sonido era aterrador; su respiración se cortaba. Cerraba los ojos para no ver la irrealidad.
Día a día se fue relajando, se permitía disfrutar de los gestos de la naturaleza. La irrealidad fue su aliada en el arreo.
Creando relación con la mujer, la desafía, sin verla; casi con el deseo de conocerla. Ella nunca respondió, comprobó que era tan solo una fantasía.
Jacinto ha podido afirmar que su curiosidad ha servido para salvar una dificultad, perder el temor a lo desconocido.

400. NUNCA ES TARDE, de Cascada

Las primeras luces del alba empezaban a dibujarse en el cielo cuando Ángel e Isabel aparcaron su coche al final del camino. Caminaron por el sendero que se adentraba en el bosque. Las gotas de rocío iban mojándoles la ropa, el pelo, las manos, la cara. Se acordaban del lugar, habían pasado cuarenta años, pero ninguno de los dos se había olvidado de aquello. Por fin, la encontraron. Junto a un riachuelo que ahora parecía seco, no como entonces, seguía el haya junto a la que se besaron y escribieron A x I, aún se distinguían las iniciales. Un beso prohibido antes de que sus vidas tomaran rumbos diversos. Cada uno con una historia destinada a fracasar. Un reencuentro casual hace cinco años que despertó los recuerdos y avivó las brasas. Se miraron a los ojos y, sin mediar palabra, se besaron de nuevo.

“Vamos, no vayamos a llegar tarde” dijo Ángel. Tomaron el sendero hacia el coche. A mediodía se celebraba en el ayuntamiento su boda civil. Muchos menos invitados que en sus respectivas bodas de hace cuarenta años, sólo aquellos que habían sido capaces de entender que nunca es tarde para vivir el amor.

399. CARTA DE AMOR, de Quiróptero en la noche

El último otoño debió transcurrir en blanco y negro, pues no recuerdo haber percibido los colores. ¿Te lo imaginas?

Tampoco hubo quietud durante este invierno, ni fue excitante la primavera.
Rodolfo, el guardabosque, no volvió por el alcornocal, desapareció sin dar explicaciones o consuelo. ¡Pobrecillo! Quizás tampoco él pueda soportar venir aquí y no verte.
También le echo de menos, ¿sabes? ¡Aunque no tanto como a ti, claro! Incluso añoro aquellos ronquidos que amenizaban sus siestas. Hasta donde me alcanza la memoria siempre las durmió aquí, acurrucado entre los dos, protegiéndonos a la vez que se sentía protegido.
¿Te acuerdas de las historias que nos contaba? A mi me daban miedo pero tú disfrutabas tranquilizándome porque, en el fondo, nunca te las creíste del todo. Pensabas que exageraba cuando afirmaba que las explosiones lejanas eran disparos de cazadores y los chirridos procedentes del pinar el sonido de motosierras.
Pero ya ves, tenia razón. Me pregunto porque no apareció ese día, era el encargado de proteger nuestro alcornocal. Te habría salvado.
¿Le habrá ocurrido algo grave? Ni siquiera volvió para recoger la hamaca y se le está estropeando en el suelo.
Es normal, sin tu presencia aquí ya nada se sostiene.

398. LOS PELIGROS DEL BOSQUE, de Lagestroemia

            —Caperucita, coge esa cesta con provisiones y llévasela a la abuelita. Llevas varios días sin ir a verla y ya sabes lo sola y desamparada que está. No te entretengas por el bosque; merodea el lobo y podría comerte. Ataca, sobre todo, a los niños y a los ancianos.
            —Ya voy, mamá  —responde, sumisa, la niña.
            Y así, alegre por volver a casa de su abuelita, la pequeña alcanza las estribaciones del bosque. Allí, se entretiene observando los rojos y blancos de una amanita muscaria, gira la cabeza para guiñar un ojo al verderón serrano que gorjea, sonríe a la lagartija que repta, se sienta en el mullido musgo que tapiza la sombra del enorme roble y se empapa del variado embrujo nemoro-so.          
            De pronto, le viene a la memoria el peligro anunciado por su mamá y,  olvidando las mil tentaciones que le ofrece la foresta, reanuda el camino. Siente hambre y tentada está de tomar alguna golosina de las que lleva, pero, desiste.
             Tam, tam, tam.
            —¿Quién es?
            —Soy yo, abuelita, ábreme. Te traigo una cesta con provisiones.
            —Hola hija, ¿qué tal estás?
            —Bien, abuelita, bien, pero estoy hambrienta.  ¿Qué tienes, hoy, para  comer?
            —Estofado de lobo.

397. MI ÁNGEL PROTECTOR, de Luciérnaga 3

La frigidez del bosque alcanzaba con pudor mi corazón.
Perdida en las lejanías e íntegramente desorientada, caminaba sobre el rociado musgo que cubría la tierra, buscando desesperadamente el rocoso alcorce del que me había desviado.
El miedo se extendía cada vez más en mi ser, y cada minuto que pasaba olvidada en aquel tétrico y sombrío lugar, más temor sentía mi desdichado corazón.
El aullido de los animales resonaba como un eco explayándose a mi alrededor y la luna, demasiado joven todavía para irradiar su esplendor, vigilaba cada paso que daba desde el hermoso firmamento.
De pronto, pude divisar entre la aglomeración de arboles un centelleo que chisporroteaba con gracia en la tenebrosa oscuridad. Corrí hacia el, intentando eludir el pánico y conservando la esperanza.
El provenir de aquel pequeño centelleo resultó ser una pequeña luciérnaga, que fulgurante, volaba a mi alrededor iluminando una diminuta porción del terreno.
Sentí la desesperación y la locura apoderarse de mi y grité con ansia intentando ser escuchada. La luciérnaga cesó su vuelo y se posó. Presa del delirio supliqué a aquel animalito que me mostrará el camino de vuelta y que me guiara con su luz.
La luciérnaga, mi ángel protector, obedeció.

396. La Anjana del Bosque Cántabro, de El Hada Polvorilla

Desde el más pequeño al más grande, de todos cuido.
Del pequeño gusanillo…Vueltas, vueltas… ¡Qué mareo!… No me atrevo a abrir mis ojos… Tiemblo al pensar lo sucedido. La hojita era verde, tierna, no tendría que haber caído. Me sujeto como puedo, miro… Mi improvisado barco choca contra una roca del río, y sin más preámbulos me zambullo, mi cuerpecito frío se hunde, me resigno a mi suerte.
El calor llega de dentro, y miro sus ojos, brillantes, azules como el cielo, sonríe y me deposita en el suelo.
Del asustado conejillo… ¡Mamá, mamá, muévete!, tienes que correr… Mi cuerpo se pinta de rojo y mi madre no se mueve, tengo hambre y oigo retumbar mis oídos con sonidos desconocidos. Un golpe seco, y el suelo se precipita contra mi hocico. Duele, duele mucho… se derrama mi vida entre las piedras.
Una presión cierra la herida y sus ojos claros iluminan mi miedo, mi soledad, el calor llega de dentro y me duermo en su regazo.
Estoy seguro de haberle dado, ¡maldita rama! qué arañazo… ¿Qué ocurre? Todo está frío, oscuro… Esos ojos tan claros… el frío llega de dentro… ¡Mejor me largo!
Hasta el cazador ha sido salvado…

395. EL REGALO, de El Hada Polvorilla

He caminado durante años por este bosque milenario. Una mañana al salir temprano para mi paseo diario. Andaba con la mente perdida, enredada en mis problemas cotidianos… De pronto me sentí sobresaltada, silencio, me asustó tanto silencio. Miré a mi alrededor, nada parecía fuera de lugar, todo estaba como lo recordaba, pero no, algo faltaba… Ni las hojas secas sonaban al caminar.
Me quedé quieta… No se qué esperaba… Pero mi pecho se agitaba con ansiedad. Mirando a mi alrededor fui notando que todo cambiaba de color. Los verdes eran rojos, los marrones, azules… Me costaba reconocer mi entorno, y algo en mi también se transformó. Eché raíces que penetraron en la tierra fría, húmeda del bosque y mis brazos creciendo, se llenaban de brotes. Pude sentir la vida transportada en mi savia, sentí que era bosque, vivo, tierno, húmedo.
De nuevo abrí los ojos y todo había recuperado su ser, cada cosa volvió a su lugar, a su color, pero no, todo no, yo ya nunca sería igual, mis lágrimas caían derramadas sobre mis pies que volvían a pisar, firmes, la corteza viva, rica que recibía agradecida cada gota que llegaba, y me regalaba… Una pequeña flor.

394. DIÁLOGO, de Tejado

– Buenos días, Sendero del Agua. ¿Qué tal has dormido?
– ¡¡¡Uahh!!!, buenos días, El Molino de Bonaco. Después de leer los últimos relatos recibidos, he dormido como tronco-partido-en dos-por-serrucho.
– Te lo advertí, amigo, esto va a ser la repera. Los relatos cortos salen como churros y vamos a tener que gastarnos las pestañas leyendo uno tras otro…
– Sí, sí… y lo peor será después, elegir los veinte mejores. Porque los mejores, los mejores… ¿Cuáles deberán ser?
– No sé, ¿La historia mejor contada? ¿La más rica en elementos del bosque? ¿La más misteriosa, la más sentimental, la más entrañable, la más sencilla, la más ingeniosa, la más…?
– Al jurado le pasaremos esa patata caliente. Es gente competente en la materia. Manejarán unos buenos criterios.
– Veinte y dos ganadores. ¿Recibiremos muchas quejas?
– No creo. Conocerán nuestras dos casas y nuestro bosque. Les encantará el lugar y toda la provincia…
– ¿Vendrá gente de todas las partes de España y del extranjero? ¿Nos conocerán en la aldea global?
– Sí, Internet convierte lo pequeño en grande y viceversa.
– Creo que deberíamos desposarnos como marido y mujer con nombres de hombre: Sendero y El molino.
– ¡Ja, ja, ja! Hoy hemos comenzado bien nuestro día, molino mío.

393. FUERA DE LA CIUDAD, de Tejo 3

Los pies, mientras corría, iban pisando las hojas, las ramitas tiradas en el suelo, los charcos, las hormigas, las bayas..
Sus dedos señalaban todo lo que podia llegar a ver, el árbol más alto, el más grueso, el pájaro que salía volando, aquella seta de llamativos colores…todo. Pero lo mejor era ver su cara, con esos colores de fruta madura, oir su risa, y saber que nunca olvidaria aquel momento, como tampoco lo haría yo, de ver por primera vez, de sentir por primera vez, los olores de los árboles, el tacto del musgo, el sabor de las metras recien cogidas, sin lavar, y el ruido arrullante del viento entre las ramas de ese bosque, el primer bosque que visitabamos, en nuestra primera salida fuera de la ciudad.

392. EL BOSQUE DE LA MEMORIA, de Zorro de Plata

En el bosque de la memoria cada tronco, cada rama y cada hoja es un recuerdo. Lejos escuchas los juegos y canciones de la infancia. El musgo puede oler a mamá, las rocas pueden sentirse ásperas como la barba de papá. El pétalo de una flor es suave como la piel del primer amor. Cortas un árbol para ver si los recuerdos desaparecen, pero el árbol cae y los recuerdos siguen allí. Prendes fuego a las hojas secas que yacen en el suelo. Lejos de quemarse, éstas reverdecen; son las memorias tristes, patéticas y horribles que flotan para volver a ser parte de la copa de los árboles. Y es que en el bosque de la memoria todo es un recuerdo, si tratas de deshacerte de uno reverdece y si buscas debajo de una roca puedes hallar alguno que creías olvidado.

391. EL COMPROMISO, de Quiróptero en la Noche

Acurrucado en un pliegue de la falda de la montaña, a media altura entre las cumbres de la Sierra del Escudo y las verdes alisedas del valle que perfilan el curso del río, el pequeño robledal se alfombra lentamente con silenciosa nevada de hojas ocres y amarillas.
Desde la ventana, escuchando el cadencioso discurrir de un regato, contemplo la vistosa rueda de apareamiento entre libélulas que encubre, con su belleza, una agresiva violación a la hembra.
-Nada es tan idílico como parece, ni tan trágico como aparenta- Dijo Abilio durante la conversación que mantuvimos en el hospital donde yo ejercía de enfermero y él se enfrentaba a la muerte con la digna valentía de un viejo anarquista.
En aquel escenario de sondas y cables le prometí hacerme cargo de la única obligación que todavía lastraba, cuidar de su bosque. Por eso estoy aquí, como cada otoño, vigilando el discurrir del orden natural desde este alféizar de la abandonada bodega.
Fuera, grupos de mosquitos revolotean sobre la podredumbre de manzanas o castañas que fermentan bajo los árboles.
En el interior, colgando de las vigas, dormita la familia protegida de murciélagos y, enmarcado en la pared, el retrato de Abilio continúa sonriendo.

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