Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

29. Dark side Paloma Hidalgo

Seguí las instrucciones al pie de la letra, orden de añadido de ingredientes, cantidades exactas, tiempos, y mezclé con energía. El cóctel reposó durante tres días. Lo abrí el viernes noche. Nada. El mejunje grisáceo siguió igual durante el fin de semana. Sin embargo, el lunes, al volver del colegio, me encontré un grupo de Perseidas diminutas flotando en el salón, una mini nebulosa que se asomaba al espejo del baño grande, y había bastantes microsatélites acampando en el cuarto del abuelo, vacío hasta que volviera a las cinco del centro de día. Papá, lloroso, pero feliz al contarle lo que había hecho, entró en la cocina a observar la bandada de planetas bebé aprendiendo a rotar, mientras mamá, que repetía emocionada que a Laura le encantaba la astrología, estaba eufórica, también lloraba, y me abrazaba tras enterarse de que había sacado de la basura el libro de hechizos de mi hermana. Del resto de la historia, de cómo encontré de verdad la receta con la que acababa de dar una segunda vida al contenido de la urna en la que ella había acabado, siguiendo un sortilegio meses atrás, por mi culpa, es mejor que no conozcan lo detalles.

28. Apagón

Has venido a por tus cosas. Has querido que fuésemos igual de equitativos a la hora de desarmar nuestro hogar, como lo fuimos para montarlo. En la despensa solo quedaron dos cervezas de un pack de cuatro y seis huevos de una docena; en el dormitorio, el armario desvencijado busca boquiabierto su segundo cuerpo y, del edredón nórdico seccionado, tres o cuatro plumas de tu mitad se disputan, en el suelo, una esquina de las dos que me dejaste. En la biblioteca ya no ha sido reparto, ha sido matanza. En equilibrio inestable sobre serrín de estanterías, los libros agonizan, desmembrados, desvalidos, no son más que mitades de historias y prólogos. Te miro desde la ventana escondido tras un jirón de visillo. Es de noche. Te veo «entera» cargando el maletero de tu coche, mientras yo me encuentro roto. Entonces voy a por el destornillador de estrella, me subo en el alféizar y, aunque creas que aún te quedan muchos astros en tu cielo, uno a uno los iré aflojando.

 

27. Gotas de esperanza para un planeta moribundo

La oscuridad ha borrado el nombre de las calles. Y, abandonados en las aceras, se encuentran grandes arcones de titanio que, cargados de reliquias, parecen aguardar el momento de emprender el último viaje.

El Sol se escondió hace ya décadas y tras él la Luna y los colores, pero según aseveran los viejos cosmonautas que nos instruyen, las estrellas siguen ahí, suspendidas en la espalda de las nubes. Y nos esperan. Hoy, mientras escuchábamos sus cuentos, el llanto de un recién nacido nos ha arrancado un suspiro, y unas gotas de colonia fresca han salpicado de esperanza el aire opresor de este maldito búnker. Después, sin más herramientas que nuestras quebradizas manos y una mochila de agua y oxígeno, hemos continuado trabajando en la construcción de la nueva nave.

Algunas veces, el resentido que me habita quisiera enfrentarse al Comité de Sabios. Sus decisiones imprudentes nos han negado el sosiego de la lluvia y el consuelo del paisaje, y ahora pretenden empujarnos, con engaños, a soñar sus quimeras. Sin embargo, aunque mi pulso se agita en la penumbra, entibio la mirada y callo: me falta valor para desvanecer la ingenua fascinación de mis compañeros. Además, ya casi no queda colonia.

26. Veinte minutos

A través de la escotilla, Bourbon me mira con esa expresión de interrogación tan suya, la misma que puso esa noche en el pub, después de que yo le llamara por el nombre de la bebida que tenía en la mano, y antes de poner su sonrisa torcida de granuja y su réplica cómplice: «tú, Zumo de Piña». Hace dos años de aquello, y me parece tan lejano como la infancia, como si las dieciséis horas de entrenamiento y estudio en la base hubieran aniquilado al ingeniero juerguista y puesto en su lugar a un anciano gruñón con una pecera en la cabeza. La que llevo puesta ahora mismo, limitando mi mundo a unos centímetros de tejido aislante y los ochenta minutos de aire que permite el equipo autónomo; en realidad sólo veinte después de la pantomima de una hora sobre la cubierta, fingiendo reparar una fuga de oxígeno que no hay quien pueda arreglar. Tapono el boquete con una mano, para dar a Bourbon quizá unas horas más, y con la otra le enseño mi pulgar hacia arriba. Él me responde con su sonrisa torcida de granuja y un movimiento de labios conocido: “Bien hecho, Zumo de Piña”.

25. ALMAGESTO

 

Habíamos reservado habitación para dos noches en un coqueto hotel en plena Plaza Mayor de Cáceres. Desde tan majestuoso epicentro hicimos varias rutas turísticas.  Cuando preguntamos por un lugar para comer, el chico de una tienda cercana, nos recomendó dos y entre ellos, Almagesto.

Salimos a pasear por la tarde en busca del restaurante para cenar y aunque preguntamos a los lugareños, nadie sabía dónde estaba. Después de callejear un rato, decidimos sentarnos en una terraza cualquiera. Al día siguiente nuestro viaje nos llevaría a una visita de la que regresaríamos, agotados, casi al anochecer.

Y llegó la mañana siguiente y nuestra despedida, bajamos a desayunar y ¡oh sorpresa!, ¡allí estaba Almagesto!, recomendado por la guia Michelin y para nuestro asombro, ¡su nombre estaba sobreimpreso en las puertas de cristal de acceso al hotel! El lunes cerraban por descanso nos explicó sonriendo el recepcionista ante tanta estulticia y el martes no paramos allí en todo el día…

Dejamos las maletas en la consigna, llegar a la meta, estando en ella, había sido paradójicamente difícil.

No podían haber elegido mejor nombre, todo un tratado de platos estrella, migas y Torta del Casar entre ellos.

24. AMANTIS (Belén Mateos)

Albertina cada noche corría las cortinas de su habitación, abría la ventana y suspiraba viendo las estrellas.

Su oración musitaba en la gravedad, en un punto fijo al techo, en la fusión del helio e hidrógeno en su núcleo.

Alfonso cerraba la ventana, corría las cortinas, ignoraba la noche y se servía su cuarta copa de bourbon.

Se conocieron en una noche de luna llena entre copas y un universo sin constelaciones, entre una conversación con sabor etílico y a fresas. Él, de barba canosa, ella de escote pronunciado desde la inocencia.

El espectro de su cuerpo era luminosidad para Albertina.

Se tomó la temperatura, era perfecta, un numero redondo, 98, él 35 grados.

Lo llamó a las cuatro de la mañana, Alfonso corrió a su encuentro ebrio de ansiedad.

Sin mediar palabra ella acarició su frente, humedeció sus labios, apresó su miembro, lo inmovilizó con su lengua y aferró sus piernas durante el apeamiento.

Hoy la habitación huele a feromonas, el cielo está nublado de astros, un festín de patas y alas salpican el cristal de su ventana.

Pone sus huevos en la nevera y un imán le recuerda que ya casi es primavera.

 

 

 

23. LuZeros

Con la última estrella que conseguí seducir leyéndole algún que otro poema, construí un faro en lo alto de un camino. Uno de esos senderos que no llevan a ninguna parte; en tierra adentro, allí donde el trigo se bate en duelo con el viento y la avena está más loca que nunca. En el mar de Castilla.

Hicieron uso del faro una lechuza tuerta, un mochuelo huérfano y un autillo cantarín que  le ponía cada noche banda sonora a nuestras veladas poéticas.

Su brillo era fulgurante. Emitía destellos con olor a retama y sabor a hierbabuena, pero ahora ya no puedo tocarla, ni ella a mí. Es solo un recuerdo de lo que fue. Vestigios de una luz menos brillante e insuficiente  para iluminar mi tumba. Aunque también ella lleve muerta mucho tiempo.

22. Carta de un suicida

El hombre estrella surgió de la nada, apostando fuerte. Yo le conocí bien. Trabajó, especuló, se enriqueció.

Fue temido tiburón en los negocios, sin reparar que el mar esconde mil tesoros.

Conoció la adulación sin haber saboreado la verdadera amistad.

Viajó sin descanso aunque no llegó a disfrutar de la magia de los lugares.

Tampoco se emocionó ante una puesta de sol porque su dios era el reloj.

Tocó la luna en pleno éxito, pero no se detuvo a contemplar su plenitud.

Cambió besos y ternura por noches de amores falsos.

Regaló joyas; no supo ver que la más preciada llevaba su apellido.

Se dejó seducir por el brillo de las estrellas y quiso subir más alto, atravesando fuertes tormentas y huracanes para alcanzarlas. Non sabía que éstas no se tocan, se admiran.

Ese hombre soy yo, solo y enfermo, ante la tumba de mi malogrado hijo.

Vuelvo a la tierra de donde no debí alejarme.

21. Estrellas fugaces (Javier Igarreta)

 

Matías sufrió idéntica alineación astral que otros niños de la posguerra. Evidentemente no nació con estrella. Su padre se eclipsó antes de conocerlo y, tras la prematura muerte de su madre, quedó al cargo del tío Guillermo. Aquel solterón, huraño y montaraz, escudriñaba constantemente el cielo. Para  vislumbrar el tiempo o sabe Dios qué. Con él aprendió a distinguir los diferentes pájaros y sus cantos, y a extasiarse ante el majestuoso evolucionar de las rapaces. Hasta el arte de volar cometas. Aquellos meses de felicidad hicieron más cruel su posterior ingreso en un orfanato. Años después salió de allí, rebelde contra todo. Su vida se convirtió en un continuo vagar por ambientes marginales. Para cuando Armstrong y Aldrin  echaron por tierra el romanticismo del misterioso satélite, Matías había aprendido que su destino no dependía de los astros. Estando sumido en un agujero negro, lo reclamaron desde el pueblo. El tío Guillermo se debatía ajeno a todo, flotando en los últimos vestigios de sí mismo. Una noche de agosto, mientras miraban el firmamento estrellado, centelleó vertiginosa una perseida. El viejo, hasta entonces impasible, le miró con ojos acuosos, mientras repetía excitado: “¡Matías, la cometa, tensa la cuerda, tensa la cuerda!”.

20. El hijo pródigo

Después de darle a su familia aquel enorme disgusto por dejar la carrera, decidió marcharse a recorrer el mundo. Antes de partir, le prometió a su madre que le traería una estrella. “Déjate de tonterías y ponte a trabajar», le dijo ella. Eso hizo su preferido, día y noche, febrilmente y en las condiciones más adversas. Empezó desde bien abajo y fue escalando posiciones. Cuando, orgulloso, le dedicó el primer galardón que le otorgó la Guía, ella comprendió cuán equivocada había estado al indignarse porque eligiera ser cocinero en vez de doctor.

19 EL PERSONAJE

Había conseguido una estrella en el Paseo de la Fama gracias a su interpretación en la serie más exitosa de los últimos tiempos, pero después de cinco años estaba harto. Faltaban solo unos meses para la renovación del contrato y nadie en la cadena podía sospechar que fuera a “matar” a Marcus, su alter ego, en la última temporada. La idea de un protagonista que alternara el oficio de restaurador con la pulsión de asesino no era demasiado original, pero había logrado la identificación de los espectadores. Su defensa radical de la justicia, su venganza contra las tropelías de los poderosos o esa costumbre de silbar “Nessun dorma” antes de cada ejecución lo convirtieron en un héroe popular. Quién lo hubiera pensado cuando ofreció su idea a la HBO, pero así de jodido estaba el mundo. Tenía proyectado instalarse en Europa para comenzar una carrera como director -soñaba- de películas de autor.

Sin embargo, se sentía intranquilo. Desde que tomó la decisión, percibía cerca de él una presencia extraña, una sombra que parecía acecharle allá donde fuera. Esa noche escuchó pisadas subiendo las escaleras y un silbido que le heló el corazón: tramontate stelle. All’alba vincerò. Vincerò.

 

18 TELESCOPIO (Mariángeles Abelli Bonardi)

Fijas, binarias, enanas, fugaces… Se levanta con ellas, y aún así, todas lo eluden. Frota el cristal con solución limpiadora, vuelve a mirar: ovnis, alienígenas ancestrales, y principitos en su asteroide permanecen fuera de foco e indiferentes a su esfuerzo.

¿Será miopía, astigmatismo, o peor, la temida falta de visión? El óptico lo estudia y examina, calibra sus palabras pero no hay nitidez en su respuesta. Una supernova de rabia le inyecta la lente en sangre… ¿Acaso nunca podrá ver claro? Desde pequeño ha querido subir alto, ponerse en órbita, contar cada estrella y cuerpo celeste…

Se encomienda a Galileo Galilei. Venera la estampa de Huxley en su Mundo Feliz. Desgrana, rosario tras rosario, todas las patentes que conoce… Su fe se pierde en un agujero negro.

Lentamente, abraza la oscuridad. Con Orwell descubre el voyerismo y la hipervigilancia. Sigue solo, pero ya no sufre…

«Hacen bien en temerme» , se regodea pensando. «Soy El Ojo Que Todo Lo Ve.»

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