Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
2
7
horas
0
7
minutos
0
4
Segundos
3
2
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

67. Abandono (Jesús Navarro Lahera)

Una no es nueva en esto ni mucho menos tonta, y aunque la verdad es que sigue haciéndome el amor cada tarde, lamentablemente, ya no es lo mismo que antes. Y no me refiero a que ahora hayamos perdido el morbo de tener que buscar que todo suceda a escondidas, porque, como suele decir, desde que ella se marchó ya no tiene ningún motivo para andarse con esos rollos. No, no se trata de eso. Lo que ocurre es que, a pesar de que después de muchos años de servicio ya le he visto hacer de todo, y que por lo tanto no debería escandalizarme por nada, no logro salir de mi asombro. Me resulta denigrante que entre en la habitación, se tumbe encima de mí y que cuando termine me deje ahí, tirada, igual que me ha encontrado, sin tan siquiera preocuparse de inflarme.

66. Lealtades (Aurora Rapún Mombiela)

Las babas de la mano estrechada en un callejón establecían claramente la validez del contrato, así como la sumisión del contratado ante las órdenes del contratante. Él siempre había sido un hombre de palabra, sin embargo, desde hacía un rato, sentía como un escozor en la parte interna de la nariz, como una certeza de que por una vez debía ser desleal para hacer lo correcto. Desde su posición elevada, desvió el cañón del arma y le descerrajó a su suegro un tiro entre ceja y ceja. El alivio que sintió afianzó su convencimiento de haber actuado bien. Una vez desaparecida una de las partes contratantes, el vínculo quedaba roto. Recogió tranquilamente y se dirigió silbando al bar. Primero lo celebraría y luego actuaría convenientemente cuando recibiera la llamada desconsolada de su pobre mujer, huérfana y heredera de la fortuna familiar.

65. Depredando (Alberto BF)

Miguel era el chiquillo más introvertido de la clase. Desde el primer día observé que apenas se atrevía a mirar a sus compañeros, y mucho menos a mí, como figura de autoridad que era. Intentaba ser simpático con él, pero su acusada timidez le impulsaba a rehuírme en cada intento de acercamiento.

Pronto me di cuenta que en su casa las cosas no andaban muy bien. Solía llegar a clase hambriento, casi siempre mal vestido y a medio asear.

Poco a poco me fui ganando su confianza, ofreciéndole generosas raciones del rico bizcocho que Sor Virtudes nos preparaba a los profesores cada mañana. Jamás vi engullir un alimento tan deprisa, sin rastro alguno de retraimiento. Barrera desbloqueada.

Camelar a sus padres fue más sencillo, y pronto Miguel pasaba más horas conmigo que en su casa. Las clases de refuerzo individuales nos permitían disfrutar de mucho tiempo a solas y, aunque a alguno de los profesores le parecía extraño tanto apoyo, miraban para otro lado, como siempre vimos hacer en estos casos. Fueron meses muy felices.

Cuando la congregación me informó de mi urgente traslado, me derrumbé. Pero tengo fe en que Miguel, hecho ya un hombretón, vendrá triunfal a rescatarme.

64. Mundo imperfecto (Fuera de concurso)

Samuel echa de menos tropezar con un bordillo, como si un traspiés le devolviera algo de dignidad. No sabe desde cuándo reclama al ayuntamiento que la ciudad se adapte a sus necesidades. Documentos por registro, audiencias, cartas al director de los periódicos locales, apariciones en la radio, en la tele, hilos en redes sociales, de nada sirven. Le molesta caminar entre tanta loseta pulida, sin una rugosidad, sin un maldito escalón que subir. Escribe todos los meses al defensor del pueblo pidiendo que pongan escaleras en su bloque, adoquines en la calzada, que quiten las calles peatonales, las barras en los servicios públicos, las rampas, donde siempre resbala, los ascensores, el incómodo ruido de los semáforos. Mientras, la burocracia hace oídos sordos. Ha tenido que aprender el lenguaje de signos para comunicarse, y braille para leer sus novelas favoritas. Recuerda con nostalgia aquellos libros de tinta que tanto le gustaban y que ahora apenas encuentra. Intenta disimular su eterno enfado con lo que le rodea, obviar sus diferencias. Pero se siente un bicho raro cada vez que alguien lo mira con los ojos muy abiertos, ladeando la cabeza y susurra: «Uno que anda, ve y oye. Pobrecito».

63 Reconquista

  1. Hitler sale del coche, echa un trago, bosteza, eructa, mea. Entonces la ve. Es ella, la presa. Drogadicta, lesbiana, marroquí: tres cosas imperdonables. Tres. Su madre le enseñó a perdonar solo una. Eso es: a Hitler su madre no le quería, pero le enseñó normas. Rectitud. Y esta tía es escoria. Antes de matarla le mostraré lo que es un hombre, piensa. Luego se la sacude, avanza, se relame. La chica está vomitando, la muy zorra.

De pronto un tercer personaje aparece en el callejón. Es ese hijoputa de Bonaparte. Hitler lo mira, se retan. El que gane se quedará con la presa. También con el callejón. Se acercan, gruñen, sonríen. Parten sus botellas contra la pared. Poco a poco, los restos de líquido avanzan por el muro en caprichosos afluentes que, ya en el suelo, se buscan y van formando un único río. Denso, mugriento. Imparable.

62. Desembocadura

El león murió feliz en el santuario de animales sin recordar ya la crueldad del domador, cuyo Alzheimer le ha hecho olvidar cómo abandonó a la trapecista embarazada, quien en su vejez ha tenido que olvidar a su única hija, pues esta olvidó a su madre en cuanto huyó a París con el mánager que le había prometido una brillante carrera artística, pero que se olvidó de ella cuando conoció a Malaika, una cantante de jazz con voz temperamental y amplísimo repertorio que, sin embargo, ha olvidado todas las canciones africanas aprendidas de su padre, el anciano que ahora, sentado frente al río, se acuerda con un remordimiento cada vez más lacerante del cachorro de león que en su juventud capturó y cambió a un traficante de animales por un pasaje de tercera para Europa.

61. SALIRSE DE LA RAYA (Belén Sáenz)

Con decisión, pese al temblor de los dedos, extrajo el lapicero de la caja. Setenta y seis colores, recién comprada. Ni siquiera de niña le habían gustado los tonos pastel; sí los verdes tiernos o los vibrantes azules. Especialmente aquel, que no era pardo ni granate ni morado, pero que era todos juntos. El cuadernillo de caligrafía sí era viejo, aún virgen. Lo había encontrado en un montón desordenado en un mercadillo, entre revistas sicalípticas.

Se había sentado frente a la ventana, cubiertas las piernas por los faldones de la mesa camilla. En la primera página se trataba de enlazar la eme con la a… Además de las letras, había que unir líneas de puntos para revelar las ilustraciones: mamá… mariposa…

Con el primer rayajo de ensayo, sorprendida, cruzó la hoja de lado a lado. Y después emborronó, tachó, trazó garabatos desquiciados hasta rasgar el papel. Saltaba de una a otra tarea al dictado de vaya usted a saber qué hormonas. Una vez que decidió que había aprobado su asignatura pendiente, la anciana maestra dibujó una polla en la portada y lamentó todos y cada uno de los palmetazos en los nudillos que había propinado a sus alumnos.

60. Humo

El día que alguien le ofreció el primer cigarrillo creó sus primeras figuras de humo en el aire. A su talento innato se unió el afán por perfeccionar una técnica que fue depurando hasta alcanzar unos resultados insospechados. Igual proyectaba un castillo de naipes con el tubo de escape del coche de su padre que una línea de infantería en lo alto de una hoguera durante la noche de San Juan. Llegó a alcanzar una popularidad a nivel planetario. Cuando le nombraron director de la central nuclear hubo un gran clamor popular. A casi nadie le importó que el mundo estuviera más cerca de convertirse en un puñado de cenizas.

59 El incorrecto

Los ancianos, que nunca asisten a la ceremonia, han entregado el sobre con el nombre al alcalde. Nadie recuerda quién fue el primero. Solo que, cada año, se elige al incorrecto entre los habitantes del pueblo. Dicen que no es por un crimen, porque eso sería asunto de la justicia, pero no se sabe con certeza qué implica la incorrección. Solo corren rumores sobre lo que podría ser: una pregunta incómoda, hablar con forasteros, incluso vestir algo inadecuado. Lo único en lo que coinciden todos es en que no acudir significa arriesgarse a ser el próximo en aparecer en el sobre.

Las campanas suenan tres veces y la plaza se va llenando. Al llegar, cada persona anota su nombre en un libro. Nadie habla. Algunos consultan el reloj, inquietos; otros, de reojo, miran el sobre. El alcalde lo abre y, con voz temblorosa, pronuncia el nombre en voz alta. El elegido no se resiste. El castigo se ejecuta sin que nadie lo cuestione ni aparte la mirada. Temen que hacerlo sea también una incorrección.

Al terminar, el alcalde entrega el libro de asistentes a los ancianos, quienes eligen al incorrecto del año siguiente.

Solo entre quienes figuran en el libro.

58 ERRORES DE ORO (VALDESUEI)

Cada día mi abuela cruzaba la ciudad para visitar al abuelo. Lo hacía justo después comer, arruinándole la cabezadita de sobremesa que tanto le gustaba. Por eso, él se vengaba convirtiéndose en brisa para despeinarla o, si le llevaba unos crisantemos, zumbando entre ellos como un nervioso moscardón al que tenía que espantar a manotazos si quería enjugarse las lágrimas tranquila.

Con tanto tira y afloja, muchas veces acababan discutiendo para sorpresa de los otros visitantes, que observaban estupefactos a la solitaria mujercita haciendo aspavientos frente a una lápida mientras renegaba:

— ¡Los chicos dicen que es un error venir todos los días con este calor! Que llego a casa muerta…

Ante tal argumento, mi abuelo hacía un sencillo ejercicio de empatía y se disculpaba.

Con el ocaso llegaba la nueva despedida. Camuflado entre las alargadas sombras de los cipreses acompañaba a la abuela hasta la invisible puerta que separaba ambos mundos. Desde allí soplaba como huracanado viento contra su espalda, ayudándola a subir la empinada cuesta del cementerio para regresar al que había sido su hogar.

Mañana volvería a visitarle. Volverían a enfadarse, y volvería a cometer el mismo error, porque era lo que daba sentido a sus últimos días.

 

57. EFECTO INVERNADERO (Edita)

Viudo y sin herederos, Jesús despide a los trabajadores, abandona los cultivos y se retira a consumir salud y capital. Camila, una de las jornaleras perjudicadas, algo más joven que las otras, deja su casucha alquilada y se arriesga a cambiar de aires. Después de largos meses malviviendo en la ciudad, retorna a la misma aldea con la intención de buscar cualquier empleo por la zona y ocupar con discreción un invernadero del antiguo amo. Escoge el mejor: es de vidrio, se ve menos deteriorado que los de plástico y está alejado de las viviendas. No será un palacio, pero en sitios peores ha dormido. Camila sabe por experiencia que disponer de un techo fijo donde cobijarse resulta fundamental en las entrevistas laborales. Amuebla su nuevo habitáculo con una hamaca vieja, la maleta medio vacía, un cubo… Por suerte, el grifo de riego sigue funcionando. También perduran unas cuantas hortalizas todavía comestibles, además de bastante hierba que arrancar. En días sucesivos, agrega algunos alimentos básicos y un hornillo portátil. De noche, pasa frío; cuando luce el sol, como no hay habitantes cerca, se va desnudando poco a poco hasta quedar en cueros, para no achicharrarse. Jesús compra unos prismáticos caros.

 

56 Impedimentos

Imaginar realidades en las que su amigo Luis no estuviera. Eso sí que lo había hecho Nicanor infinidad de veces. Mundos en los que no existiesen impedimentos entre él y Azucena. Algo muy distinto era desear que desapareciera. Ni siquiera le gusta pensar en ello ahora, con él de cuerpo presente. Aunque no por eso deja de mirar a su viuda —con ese discreto jersey de pico y esa falda por las rodillas que no consiguen disimular la hermosura que esconden—, de despojar con los ojos sus deseadas carnes de ese luto que tan bien les sienta. Se ha puesto de pie al verlo acercarse y lo ha abrazado con ternura. Está deshecha de dolor, y al escuchar sus palabras de pésame, rompe a llorar desconsoladamente, gimiendo de pena, expulsando el aliento en su oreja y chorreándole lágrimas y hasta alguna moquita por el cuello, balbuceando entre sollozos los detalles de la prematura muerte. Y Nicanor le mantiene el prolongado abrazo aparentando escucharla, aunque en realidad está repasando la lista de los reyes godos, las paradas de la línea siete del Metro, la biodiversidad de una charca de agua dulce, la inmensa gama de esencias florales usadas en perfumería.

Nuestras publicaciones