Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

04. AUSENCIA ( Fernando García del Carrizo)

Diría que es gris. Es la niebla espesa de un día de invierno cuando anochece pronto. Desde luego es frío y húmedo también. Desapacible. Es ese momento de lluvia y viento en el que luchas con un paraguas roto y acabas empapado. Pegajoso, como un sudor sucio y pestilente que cuesta desprender a pesar de frotar repetidamente con la esponja. Un insomnio inquieto que se agrava al ver el paso de los minutos en el despertador. Grito estridente que taladra los oídos hasta hacer daño. Las conversaciones y los encuentros se transforman en un televisor encendido sin emitir ningún programa. Vacío.

Es difícil describir el duelo. El recuerdo de la felicidad plena durante nuestra vida juntos agrava el dolor que generó tu inesperada muerte.

Afortunadamente todo desparecerá en tres segundos , en cuanto me estrelle contra el asfalto.

03. DEDOGORDO

Aquí está la preciosa foto que me regaló enmarcada en acero mate donde se le ve abrazándome y besándome en la mejilla en la mágica cala de color azul turquesa.

Pesaba un quintal.

Cuánta felicidad.

A la semana siguiente descubrí que llevaba tiempo amando a mi mejor amiga.

Envié a los dos a los infiernos.

Absorta, golpeo sin querer la foto que cae desde la alta repisa aplastando y rompiendo el dedo gordo de mi pie. Cosas de la gravedad.

En este preciso momento soy consciente del dolor que producen los más maravillosos recuerdos.

02. PASAJE A LA INDIA (Ángel Saiz Mora)

Traté de disimular la falta de motivación ante Peláez. Él estaba encantado de mi retorno a la oficina tras las vacaciones. Tener un oyente para sus andanzas veraniegas le complacía, tanto como su parloteo me dificultaba una transición suave.

Tras horas de incontinencia verbal se le ocurrió preguntar por mi viaje. Apenas tuve tiempo para intercalar un monosílabo:

Bien.

Peláez volvió a centrarse en su periplo detallado por chiringuitos de playa, sin dar pie a que yo enriqueciera el lacónico adverbio con descripción de templos, tumbas, pirámides que desafían los siglos, un sol de justicia para todos y un Nilo que no se detiene ante nadie, un pasado de esclavos frente a endiosados faraones, un presente de niños que mendigan ante turistas indiferentes.

La sacarina del café a media mañana no dulcifica el regusto a herrumbre, ese desdén con el que negué unas monedas.

La vuelta a la rutina trata de extender un velo de amnesia sobre las imágenes de quienes he considerado invisibles. No va a servir de nada. Otras estampas con ojos que arañan y manos pequeñas, suplicantes, llegarán pronto y para quedarse, como el runrún de Peláez.

Mi pareja ya plantea un nuevo destino exótico.

01. HOMENAJE

Los japoneses urgían con gestos a Francesco para que aligerase la explicación. El italiano llevaba años mostrando los tesoros romanos a turistas nipones, pero este grupo, de una treintena de personas, estaba resultando inusual e incómodo. Su actitud era, sorprendentemente, de prisa e inquietud por seguir avanzando, algo alejados de la corrección y la calma habituales.

Pero todo cambió al llegar frente a la obra maestra de la época de Caracalla. Aguantaron el repaso de los datos habituales sobre la obra con una sonrisa contenida, y estallaron en un ruidoso e inesperado aplauso al final de la explicación.

La mujer que había contratado la vista se acercó a Francesco y, en un inglés básico, le explicó que, en su presentación, había olvidado contar que esas Termas fueron el escenario de las pruebas de gimnasia en las Olimpiadas que se celebraron en Roma en 1960. El grupo se fue ordenando en un improvisado pasillo que finalizaba en el más anciano de ellos, Takashi, apoyado en una muleta y con un respirador portátil, vitoreado por su acompañamiento mientras lloraba sin consuelo luciendo sus 8 medallas olímpicas al cuello.

82. Mientras esta vida dure

Era una de esas personas a contra horas. Por eso la vigilancia era compleja; a veces sentía la enredadera como si fuera a engullirme mientras me mimetizaba con la tapia.

Cuando podía ajustarme a sus pasos me regocijaba en un futuro placentero que se aproximaba.

Iba apuntando en mi libreta tal que un profesional, pero con una sonrisa de dientes afilados.

Hubo un momento en que todo se perfilo como hilado y bien hilado. Cogí la furgoneta y esperé el momento oportuno en el sitio previsto.

Ni se lo vio venir. En un visto y no visto estaba inconsciente en la parte trasera.

Aunque solo se trataba de acabar con él, fue como si Helena me susurrara al oído: “Sigue divirtiéndote, planifica algo más. Una venganza puede cavar dos tumbas”.

Lo tiré en un callejón oscuro, no sin antes dejarle el primer recado de una hoja fría con sangre caliente.

Bueno, creo que ya se dijo que él no tenía horario. Sépase que yo mucho menos.

81. Las vacaciones perfectas

Acabada Semana Santa, todos hablan de sus planes para agosto. Él también. Prepara una ruta de quince días por Grecia: vuelos, alquiler de coche, trayectos entre islas, actividades… Se documenta en internet para encontrar los lugares destacados, combinando joyas arqueológicas y otras de la naturaleza. Escoge a su gusto, tras mirar fotos y vídeos, saboreando de antemano la visita.

A falta de un mes para las ansiadas vacaciones, un amigo le pregunta: “¿Compraste los billetes y reservaste las habitaciones?”. La respuesta sale de sus labios como un jarro de agua fría: “No, resulta que un familiar ha caído gravemente enfermo, mi madre lo debe atender y necesita mi soporte en los continuados desplazamientos”.

“Tiene mal fario”, dicen. El año pasado se adelantó la temporada de tifones en el sudeste asiático, lo que no le permitió ir a Japón. Y el anterior sufrió una gastroenteritis galopante de última hora que impidió su safari africano.

Al final, subirá al pueblo un verano más. Nadie sabe que su economía no alcanza para pagar esos viajes deseados. Además, piensa que aquellos destinos tan populares están llenos de turistas que solo pueden hacer que estropearle la idealizada experiencia ya disfrutada durante la organización.

80. Sueños de seductor (fuera de concurso)

Podría ser el caparazón de una tortuga bocabajo cuya inquilina hubiera sido devorada por hormigas de apetito insaciable. Podría ser un cuaderno de poemas que ardiera pasto de las llamas tras el desconsuelo de un escritor rechazado por un sinfín de editoriales. Podría ser Julieta abandonando la cripta compartida con Romeo después de comprobar su inmunidad a la mandrágora. Podría ser, por qué no, el carrillo de un niño encendido por una bofetada que le ha dado una mujer a la que ha tocado el culo, respondiendo a la llamada atávica de un pedazo de materia gris de cromañón que vegeta en un doblez de su cerebro. Podría ser, y esto sí sería un acto obsceno, un plato de lasaña tirado a la basura en un descuido de su madre. Podría ser Pete Townshend destrozando su Rickenbacker contra el suelo de un pequeño hotel del norte de Inglaterra. Podría ser el ladrido de los perros que traspasa las ventanas abiertas en verano y te saca de tus sueños para que apagues tu sed con la leche que dormita en la nevera. Podría ser la última vez que la ves pasar de largo sin decirle lo que sientes. Podría ser.

79. Liberación

Fue una decisión meditada y por fin podría ponerla en práctica, en la primera luna llena de agosto, el mejor momento para su transformación según todos sus estudios.

El medallón lo encontró de casualidad, dando un paseo, en el bosquecillo de encinas junto a su urbanización, colgando de un clavo saliente de la valla que perfilaba el sendero. La pulsera le costó más adquirirla porque sus dueños no querían desprenderse de ella. Al final, y a través de Tik Tok, alguien se la vendió.
Ahora ya, inminente el momento, no podía aguantar la euforia. Dejó una nota a la vista sobre el escritorio con todo lo conveniente. Su ex tenía copia de las llaves de la casa.

Cuando le llegó el primer rayo de luna, la garganta le apretaba ya y el pecho parecía el tambor de una saeta…; su cuerpo se hinchó…, sus manos fueron garras como cuchillos y su pelo, duras cerdas, como de jabalí. Lanzó un aullido y salió con estrépito y locura escaleras abajo hasta el portal abierto, donde estaban sentados don Antonio y Juanito jugando a las damas. «Vaya prisa lleva hoy don Alfonso», comentó Juanito al verlo salir. «Siempre con bulla», respondió don Antonio.

78. LAS OVEJAS SON PARA EL VERANO

Desde niño disfrutaba las vacaciones del colegio con semanas de antelación. Imaginaba las excursiones al monte, los baños en el río y las noches con los amigos  alrededor de una hoguera. Pero, cuando llegaba el día, su padre le sacaba de sus ensueños con una bofetada de realidad: largas jornadas limpiando los establos y cuidando de las ovejas.

Durante años no hubo variación; en verano, sin importar las notas que sacara, ovejas y más ovejas.

El curso que empezó la universidad y se enamoró de Laura se pasó todas las horas libres planificando su primer viaje juntos, tardes enteras buscando rutas de senderismo, noches fantaseando con dormir abrazados bajo las estrellas. La tarde que ella rompió la relación, a finales de junio, todo se le desmoronó por dentro.

Si no lo remediaba, le esperaban de nuevo el pueblo, su padre y las ovejas. Al día siguiente montó en el coche, tomó la carretera de montaña que tenía tan estudiada y pisó el acelerador a fondo cuando vislumbró la curva más cerrada. Por primera vez en su vida saboreó el placer de los planes cumplidos. En la guantera, una pistola cargada, por si las cosas se torcían en el último momento.

 

77. El ángel exterminador

Se ajusta los guantes. Prepara un estropajo de aluminio empapado en lejía. Empieza por los deseos más sucios, escondidos unos en los cajones de la ropa interior, desperdigados otros bajo sábanas y edredones. Pese al escozor de ojos y al dolor de sus dedos artríticos frota hasta conseguir la pureza. Su cuerpo se estremece entre aleteos de un placer desconocido, renovador. Continúa con pequeñas faltas y deslices, ocultos dentro de algunos libros. Los más tercos se han pegado a las páginas y, no sin cierta pena, arroja los ejemplares a la chimenea. Deja el trastero para el final. Allí, bajo llave, hacina vicios, maldades y otras perversiones horrendas. Tras expiar sus pecados, sabe que debe iniciar la misión que Él le ha encomendado. 

 

76. Steel Dragon (Patricia Collazo)

Uno treinta. Por fin lo ha conseguido. Alicia lleva años esperando que su coronilla alcance al fin la raya negra en el panel junto al acceso. Steel Dragon, la mejor montaña rusa del mundo, decían sus hermanos cada verano cuando bajaban trastabillantes para ponerse a la cola otra vez.

Mientras ella, que nunca había podido montarse a lomos del impresionante dragón, rumiaba su enfado por tener la estatura correspondiente a una niña dos años menor.

Pero el día ha llegado. Uno treinta raspados, pero uno treinta al fin. No le importa la hora y veinte de cola. Se siente mayor y feliz entre sus hermanos y los amigos que siempre los acompañan. Ellos ya han experimentado el vuelo del dragón y no paran de comentar cada detalle.

Aunque le dan miedo algunas cosas que escucha, se repite que está preparada. Que después de todo solo serán unos segundos y al fin volará.

Da un respingo cuando Darío, el mejor amigo de su hermano, le pregunta si está lista. Asiente entusiasmada. Entonces él baja lentamente la cabeza y la besa entre los vítores de todos.

No recuerda nada del viaje en dragón. Pero sabe que aquel día aprendió a volar.

75. Pasión por el dulce (Ana María Abad)

Cómodamente arrellanado en el sofá, con los ojos cerrados, aplica su fino oído a los sonidos que llegan desde la cocina. A través de ellos, puede imaginar a Carolina rallando limones, tamizando harina, amasando con energía, preparando la sartén para freír. La visualiza dando forma a las rosquillas, hundiéndolas en el aceite hirviendo, volteándolas, poniéndolas a escurrir antes de cubrirlas con azúcar. Y cada uno de estos pasos le va tatuando un gruñido más en el estómago, le va regando con más saliva la lengua. Las ventanas de su nariz aletean tratando de captar el esquivo aroma que navega por el pasillo, incitándole, seduciéndole, provocándole. Fantasea con uno de los redondos dulces colocado ante él en un plato, doradito y esponjoso, aún caliente, y se relame al pensar en el mordisco inicial, la explosión de sabor en su boca, el placer sin aditivos. Suspira y, rendido a la tentación, salta del sofá y pone rumbo a la cocina, hacia las rosquillas recién hechas, para intentar endulzarse los bigotes con algo más consistente que un simple “miau”.

 

 

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