Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

56. Ana

Ana baja del coche y cierra la puerta despacio, como si no se atreviera. Frente a ella se extiende una llanura inmensa, sin árboles ni vallas. Únicamente se oyen el viento rozando la hierba seca y el chirrido insistente de un solo grillo.

—¿Vienes o qué? —le grita su primo que ya había echado a andar— ¡Venga, que es recto!

Ana da un paso. Dos. El sol le quema la nuca. No hay sombras. Nada donde apoyarse. Ningún lugar donde esconderse. Da tres pasos más. Las rodillas le tiemblan, siente un sudor frío en la espalda. Mira atrás.

—¿Ana?

Intenta dar otro paso, pero no puede. Delante, espacio, demasiado espacio y su primo que se aleja. Encima, un cielo enorme, un azul que aplasta. Siente el corazón en la garganta, desbocado.

—¡Ana!

No puede responder. Intenta respirar, pero el aire pesa en exceso. Tiene las manos abiertas, le sudan las palmas. Vuelve a mirar atrás y ya no lo puede evitar: da la vuelta, corre hacia el coche y se lanza dentro. Jadea. Solo recupera el aliento cuando cierra los ojos y aparecen un techo, unas paredes, una ventana sellada y una puerta cerrada. Ahí dentro todo cabe!

MONTRUOSCOPIO 2025

¿Nos echabas de menos? hemos vuelto… Monstruoscopio 2025

Imagen generada con Inteligencia Artificial

Te proponemos 5 semanas de Monstruoscopio, dedicadas al número cinco.

Comenzamos el martes día 30 de septiembre. 50 plazas, 5 rondas de martes a domingo, lunes descanso y votaciones/resultados. Finalizamos el 31 de Octubre, Halloween.El 1 de Noviembre, todos los Santos, se conocerán los 3 ganadores que entrarán en el libro anual de ENTC.

Como siempre se participa con un alias que será suministrado por la organización.

¿Te atreves? Inscríbete en la calabaza

 

55. Claustrofobia (Francisco Javier Igarreta)

Siendo apenas un latido se sintió rechazado. Como si fuese un entrometido. A decir verdad, solo era el resultado fortuito de una relación sobrevenida. Algo puramente circunstancial.

Pese a todo se adaptó sin problema al tibio colchón de agua.

Inevitablemente, al paso de las semanas su situación se fue haciendo más embarazosa. Incluso empezó a notar cierta sensación de ahogo. El claustro materno se le antojaba hostil y en cuanto pudo salió por pies. Prematuramente.

54. Especie protegida

Una tarde me lo confesó: su mayor fantasía era hacerme el salto del tigre. Aseguraba que, a causa de mi aversión obsesiva a los felinos, por respeto había aguantado hasta entonces sin contármelo. En silencio, y a pesar del asco inicial que la idea me producía, dirigí la mirada al altillo del armario para calcular la distancia a nuestra cama. Ese gesto inconsciente me descubría: no se lo negaba de manera rotunda.

Tras fructíferas sesiones de terapia conductista, por amor lo alimenté como todo buen predador merece, y su cuerpo triste, de gato escaldado, se fue llenando de vigor y nervio hasta transformarse en algo que jamás había visto. La noche que acordamos, lo esperé abierta a su sueño sobre el lecho. Encaramado al mueble de un brinco, los rugidos fueron tan fieros, tan inhumanos, que nuestro hijo llamó muerto de pánico al zoológico.

Ahora que estoy curada de espanto, todas las mañanas paso a visitarlo. No es mal sitio, aunque espero que el director me reciba cuanto antes. Quiero que saquen a todas esas hembras despeluchadas de la jaula. Y que corrijan de una vez el panel informativo, pues donde pone «Panthera tigris tigris» debe decir «Homo felinus amatoris».

53. Angustia subsanable

Le gustan las caricias, pero Darío se esconde por los rincones cuando su padre llega a casa. Sus manos, tan secas de trabajar la tierra, le hieren al contacto con su fina piel. Que es un hombre de campo y de ahí la aspereza de sus dedos, le dice mamá. Al final lo acaba encontrando, y lo sienta en su regazo mientras le habla de la cosecha, y del bosque y sus animales. Luego, si nota la cara abrasada, el pequeño se pone agua para calmar el ardor. Su miedo a quedarse sin el líquido elemento le hace llevar nubes en los bolsillos. Algunas son grandes y sobresalen, y llueven un poco, y dejan a su paso un reguero de gotas. Su madre siempre sabe donde está siguiendo el acuoso rastro en el suelo.

Ahora parece que todo esto puede cambiar, pues tita Rufina trae un remedio de la capital: una crema de manos que permitirá a Darío disfrutar de las carantoñas de papá con una sonrisa.

52. Ataxofobia

Descubres, con fastidio, una gotita de sangre en el impoluto cuello de tu camisa. No recuerdas haberte cortado afeitándote. Chascas la lengua, contrariado, porque no puedes entretenerte mucho más. Te lavas manos y cara. Doblas con un escrupuloso ritual el pañuelo con el que acabas de secarte. Viertes Varón Dandy en el cuenco de la mano y te rastrillas el cabello para, a continuación, humedecerte el cogote. Guardas el frasquito en tu pequeño neceser. Contemplas tu reflejo en el espejo y disfrutas del silencio del cuarto de baño. Te relajas durante unos segundos. No soportas el ruido y tampoco el desorden. Probablemente por eso mismo eres bibliotecario. Recolocas la pastilla de glicerina en la jabonera para dejarla bien centrada. Te bajas las mangas y abotonas los puños de la camisa. Ajustas con mimo el nudo de la corbata y sales del baño. Atraviesas la sala de lectura y entras en el despacho. Allí tu solícita compañera acude para devolverte los guantes e informarte de que el tipo que subraya los libros aún sigue inconsciente sujeto a la silla. Y te advierte, asimismo, de la presencia de esa gotita de sangre que se te adivina en el cuello de la camisa.

51. ¡SOCORRO! YA ES NAVIDAD

Ah, la Navidad, esa entrañable época para reunirnos y compartir…

Aún recuerdo la copiosa nevada que cayó la última Nochebuena y por la que mi cuñada no asistió a la cena —padece chionofobia, miedo a la nieve, hay que ser rara—. Los demás, sin embargo, nos entregamos a la liturgia navideña con devoción. Excepto mi sobrino, al que su cibofobia provoca pánico a comer. Bueno, parece lógico, había comida como para resistir otra pandemia. El caso es que se refugió en el sótano y se negó en redondo a salir de allí. Y más cuando fue a acompañarlo mi tío por culpa de su selafobia: dice que es el miedo a las lucecitas del árbol. Para mí que se lo ha inventado, lo que pasa es que tiene fobia social; vamos, que no nos soporta.

Y para más inri mi mujer (nostofóbica) se encerró con mi hija (doronofóbica) en el cuarto de ésta. Wikipedia dice que son fobias a la nostalgia y a abrir regalos, pero no cuela, yo sé que lo que tienen es un síndrome del Grinch como una casa. La cuestión es que entre todos me dejaron solo con el abuelo. Y yo con mi gerontofobia…

50. Soy una buena persona

La reunión de vecinos se caldeó ante la desidia municipal.

Los exabruptos se superponían y algunas soluciones no podían constar en acta.

Cierto es que no vinimos a este buen barrio para aguantar día tras día esta desagradable imagen ante nuestro portal.

A la mañana siguiente se habían sustraído las tablas del respaldo. Luego, las del asiento. Quedó la armazón desnuda, convertida en una escultura involuntaria con él incluido dentro con sus mugrientas bolsas y sus ropas harapientas y malolientes. Su rostro, oculto tras la maraña de pelos y barba, amedrentaba.

Como presidente, llegué a ofrecerle una buena suma. La rechazó con su muda mirada.

Así, el rumor se hizo cierto: aquel era su lugar para verla salir y entrar, aunque ella ya no lo reconociera.

Un amanecer, sin más, el hueco se hizo ausencia.

Los saludos de los vecinos se tiñeron de complicidad y agradecimiento.

La noticia de que un hombre pobre, un pobre hombre, había ardido en un cajero, venía acompañada de la detención de dos muchachos. Esto último resultó un gran alivio: evitaba preguntas incómodas.

La retirada de los restos del banco nubló la memoria y consumó el olvido. D.E.P.

49. Amanda

Mis queridos progenitores —Enrique y Leonor— pronto descubrieron el origen de mis terrores y supieron defenderme. Fui un niño feliz. En nuestro domicilio, desde siempre,  un único libro: “El secuestro”, de Perec. Imposible leer otro diferente. No tengo enemigos sino buenos conocidos como Ernesto, Pedro y Luis. Ellos, por supuesto, me comprenden. Ejerzo un empleo digno, con sueldo estupendo y sin jefes opresores. Un mundo perfecto. Pero Cupido erró en su elección y todo se desmoronó. Fueron sus ojos verde olivo. En el momento en que los contemplé, perdí el sentido. Pensé sustituir “cielo” por su nombre como solución. En principio funcionó. Convivimos en mi piso y tuvimos dos hijos preciosos: Víctor y Sergio. Pero el júbilo duró poco. Se empeñó en que dijese su nombre. Riéndose de este “miedo estúpido”. Lo intenté. Un sudor frío desbordó mi frente. El cuerpo, en erupción, tembló. Incluso, cubrí el suelo de vómitos. Entonces, cruel, me contó su decisión: irse con los chiquillos por mi tozudez. No tuve otro remedio. Mi “cielo” o yo. “Di mi nombre”, fue lo último que dijo. Con un tiro certero, fue suficiente.

48. PUNTO DEL REVÉS (Belén Sáenz)

Veo el jersey nada más abrir los ojos porque Madre lo ha dejado colgado de una percha frente a mi cama. Es inmenso el horror que me producen, desde que era un bebé, las prendas que teje para mí con motivo de mis cumpleaños. Nada de lana, perlé o algodón, solo acrílico o fibras de la peor calidad… Los puntos retorcidos y mal rematados son gusanos que me reptan por la piel, y alentados por el sudor frío que me cubre el cuerpo, crecen y crecen hasta convertirse en serpientes que son sogas y quieren estrangularme. Y el color de cereza podrida me hace apretar las uñas hasta clavármelas en las palmas.

Incluso ahora que soy adulta, paso las horas escondida procurando hacer el mínimo movimiento, rechinando los dientes y mordiéndome los puños para no gritar mientras oigo cómo entrechocan entre sí las agujas metálicas, y crujen y chirrían los hilos. Pienso en sus dedos secos y blancos como si se me presentara la imagen de la Parca. En los pellejos enredándose en las hilachas. Y en el leve olor a orina que nunca se desvanece después de que la labor haya permanecido horas y horas sobre su regazo.

47. EN BUSCA DE LA FORTUNA (VALDESUEI)

Cuanto más consciente era de la miseria de su familia, más fobia le tenía a la pobreza. Pero sólo a la propia…

Para conciliar el sueño y apaciguar el hambre, sobre el camastro en el que fraternalmente se alternaban cabezas y pies, se imaginaba en elegantes restaurantes degustando olorosos quesos franceses.

Estaba convencido de que había nacido millonario y de que sólo le faltaba el dinero.

Todos los días echaba la lotería, mirando con odio a los otros jugadores por pretender robarle su fortuna.

Siendo anciano, confesó que también había probado suerte como atracador. Su primer golpe iba a ser en un estanco. Salió de casa armado con cuchillo y embozo, pero debió olvidar el valor sobre la mesilla. El estanquero, robusto como un olivo, pensó que el nerviosismo del cliente era por la falta de nicotina y le hizo fumar varios cigarrillos.

Desde ese día se hizo fumador, amigo y pareja de tute del comerciante.

Sobrevivió a todos sus hermanos con los que mantuvo muy buena relación.

En su lecho de muerte, no paraba de murmurar: “Ramiro, déjame sitio”, “Lucio, pies sucios, ¡qué peste a quesos!”

Se fue con una sonrisa en la boca. Sin duda, toda una fortuna.

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