Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

71. Calígine (Blanca Oteiza)

En un lugar de cuyo nombre, no quiero acordarme, habitaba una criatura de grandes ojos y mirada perdida. Solía contarme que, tras las nieblas sempiternas abrazadas a las montañas, se escondían gigantes tan altos como diez hombres.
Llegué una tarde de primavera, cuando los días son largos y las flores decoran los campos. Los comienzos fueron solitarios, el tiempo lo invertía trabajando en aquellas tierras lejanas que nadie dibujaba en los mapas. Una tarde frente al edificio donde me alojaba lo vi, con esos ojos tan inmensos como el océano. No sé si fue casualidad, pero desde entonces las charlas se repitieron cada día después de mi jornada laboral. Nos reuníamos observando las montañas que flanqueaban el pueblo. Me contaba historias de gigantes que podían atravesarlas en dos zancadas, a mí me sonaban a invenciones. Un domingo alquilé un coche y me perdí entre la niebla, descubriendo qué escondía el paisaje oculto. Gigantes no encontré, pero las bestias que contemplé en aquel remoto paraje, no logro borrarlas de mi memoria. Tras ello tomé el primer avión de regreso a mi ciudad dejando atrás aquel lugar.
Esta tarde lo he vuelto a ver, con sus grandes ojos junto a mi portal.

70. Ángel o diablo

Hay quienes creen que antes de nacer, cuando nuestras almas habitan en el limbo, se nos inocula una retahila de sucesos, un sinfin de experiencias, un flash en el que toda una vida se sucede a gran velocidad. Nuestra propia vida en un instante.

Casi nadie recuerda esa vivencia y, sin embargo, es al estar a punto de morir cuando aseguran verla pasar de principio a fin si sobreviven, cuando en realidad siempre ha estado ahí, en su memoria.

Pocos son también los que recuerdan que antes de nacer, mientras nuestro cuerpo diminuto patalea impaciente en el amnios, mientras lucha por romper su membrana y liberar el líquido caliente en el que flota, nos es dado elegir nuestra calaña: ¿ángel o demonio? yo si mantengo ese recuerdo.

Decidí al tuntun, sin saber la diferencia que separaba aquellas dos naturalezas. Y ahora, después de tantos años, cómo me arrepiento. Aunque sé que de haber elegido la otra opción también estaría arrepentido.

Es tan delgada la línea que separa el bien del mal.

69. A las claras -Calamanda Nevado-

 

Mi primo, el gigantón, se entretenía cruzando el cordón alrededor del trompo. Luego lo soltaba fuerte para que yo lo viera y exclamara— ¡Qué bonito!—. Resultaba precioso. Dibujaba parábolas y círculos concéntricos en el suelo. Me parecía un pájaro. A veces creía verle alas mientras giraba. Ese día lo lanzó continuamente por los pasillos y entre los expositores de perfumes del Centro Comercial. De pronto escuché un ruido seco estamparse contra algo de gran tamaño. Sin saber qué ocurría, y asustado, tropecé y caí de rodillas. Así lloré, y lloré. Me empaparon las colonias, me arañaron los tapones y me hicieron heridas los pedazos de cristal. La gente me observaba fijamente. Nadie lo vio salir corriendo a grandes zancadas, ni lanzar el trompo desde su enorme estatura: Después me dijo en secreto que fue sin querer, quería darme una gran sorpresa.  Gritaban –Qué bonito, qué bonito-.  A cada momento me regañaban más y más. Clientes, y hombres con uniforme, formaron un gran corro a mí alrededor.  Se me acercaban tanto como si fueran a comerme. Solo podía contestar: no he sido yo, no he sido yo.
Papá pagó los innumerables daños, y escondió mi trompo para siempre.

68. Sobre ángeles y demonios

Son servidumbres. Las mismas que de joven lo mantenían ocupado y que ahora le perturban el sueño, arrastrándolo a empresas imposibles y perdiéndolo en tortuosos laberintos. Es la ansiedad de la tarea por acabar. La rabia del deseo frustrado. La angustia de entregarlo todo y no dar nunca abasto. A veces lo rescato de hundirse en arenas movedizas, otras, de ahogarse en enormes charcos, para acabar guiándolo a cada rato del brazo hasta su casa. «¿Será posible que siempre me encuentres?», me dice con asombro infantil. «Siento una mano en el hombro, me giro, y digo: pero si es otra vez el de la chaqueta negra». Y yo me callo porque temo no estar a la altura de semejante personaje, y mucho menos a esas horas. «Eres mi ángel de la guarda», termina diciendo mientras vuelvo a acomodarlo en la cama y tapo con la manta sus otrora lozanas y ahora desplumadas y temblorosas alas.

67. MAIDEN

Los lunes no son buenos para nadie, ni siquiera para los ángeles, por eso Maiden cambiaba el turno siempre que podía, para no tener que lidiar con su falta de energía y la de “los usuarios”, como insistían en llamar a sus protegidos desde arriba.

Adoptó ese nombre para honrar a “Los Maiden”. La idea surgió cuando le dieron a elegir entre “ángel o demonio”. Estuvo tentado en elegir “demonio” y ser un “ángel del infierno”, su segundo grupo favorito, pero pensó que la competencia demoniaca sería bestial y acertó.

Pocos ángeles quieren atender a los “usuarios” metaleros así que, cuando le ofrecieron el puesto acepto encantado. El colectivo estaba abandonado y los pobres, poco acostumbrados a contar con ángel de la guarda, son la mar de agradecidos.

Aquel lunes no pudo cambiar el turno. Empezó aguantando la resaca del gremio en bloque, después de conseguir que todos mas o menos se levantaran a una hora decente, se sentó exhausto a tomar el aperitivo, y entonces al repasar las tareas de la semana, lo vio: “Barón rojo” de gira y él era responsable de velar por ellos.

¡Debían de tener más de 70!, aquello fue el principio de una pesadilla.

66. Caídos del cielo (Alberto Jesús Vargas)

Fue una mañana de domingo. Por un desconocido fenómeno cósmico, una lluvia de ángeles se desencadenó sobre la ciudad. Algunos eran rubitos y lechosos como gustaban a Murillo, otros morenitos y tiernos al estilo Machín, todos con alas que ya no volaban pero que les sirvieron para planear, evitando así estamparse contra el suelo.

La población conmovida ante la divina inocencia de tan hermosas criaturas, no tardó en movilizarse y pronto todos encontraron un hogar. Adoptados como hijos fueron recibiendo una esmerada educación en valores y buenos modales y paralelamente, por el mero contacto con los mortales, un completo máster en hipocresía, odio, envidia, egoísmo y demás componentes de la más genuina maldad.

Alcanzada la adolescencia, aquellos niños que llenaron de candor la ciudad desaparecieron de forma tan súbita como llegaron.  Dicen que alguien los vio adentrarse en la gruta conocida como “Boca del Infierno” y que desde lo más profundo de la misma llegaron los ecos de su fiesta de graduación como ángeles caídos.

65. Coartada con alas (Alberto BF)

Se sentía una mujer plena y libre.

 

Cansada de un gris marido que solo le brindaba aburrimiento y rutina, llevaba meses viéndose con un hombre de verdad.

 

Pero a la primera falta se complicaron las cosas.

 

Un ángel del Cielo apareció con gran enfado, y bramó enfurecido: «María, el elegido era el carpintero, esto trastoca todo. Te estás jugando el negocio de muchos».

En plena bronca, una blanca paloma se posó en el alféizar de la ventana.

El ángel, mirándola pensativo, cambió de cara y dio un giro en su discurso: «Creo que tengo la solución: haremos pensar que ha sido la paloma. Conociendo a tu especie, seguro que cuela. De tu marido me encargo yo, pero controla tus instintos, de ti depende nuestro futuro».

María se arrodilló ante el Ángel, le juró obediencia, y mantuvo este ingenioso discurso como oficial, sin entrar a valorar su verosimilitud.

 

Meses después nació el bebé, y lo cuidó y educó junto a su abnegado marido, cumplidora. Pero ella ya había catado las mieles del pecado. Cada noche, durante años, visitó con profundo y carnal deseo al padre de su hijo, mientras el carpintero se desahogaba resignado en las suaves alas de la paloma.

64. El abrazo del ángel.

El edificio en el que a duras penas ha conseguido esconderse está en ruinas. Los muros apenas se tienen en pie y de los grandes ventanales que antaño los coronaban solo quedan algunos pedazos de vidrio con restos de sangre.

Le cuesta respirar, y la herida que le acompaña desde la última reyerta insiste en abrirse camino en su interior.

Recostado sobre unos cartones, y a esas alturas de la guerra, su esperanza de vida es un hilo cada vez mas fino que ya no alcanza a sujetar.

A través de las ventanas desvencijadas mira al cielo. Parece que algo se acerca. La vista también empieza a fallarle. Se frota los ojos con la parte mas limpia de su manga y vuelve a mirar.

Siempre se ha considerado creyente, incluso en los peores momentos.

La imagen está cada vez más cerca, envuelta en una aureola brillante. Su madre le dijo cuando era niño que todos tenemos un ángel de la guarda que cuida de nosotros y nos guía en el camino al más allá.

En su último aliento, el soldado le tiende la mano al ángel y se marcha con él, antes de que el misil destruya el edificio.

 

63. Asperger (Adrián Pérez Avendaño)

De repente, todos se callaron. Solo el pitido del lector de códigos de barra que la cajera pasaba sobre los productos seguía sonando.

–Ha pasado un ángel –dijo cuando llegó mi turno y pasé a su lado.

No sé si se dirigió a mí, porque no la miré, pero nada más acabar la frase, empecé a buscarlo: entre las personas que hacían cola en el resto de cajas, en la puerta de entrada y salida, donde dos ancianos recogían comida para los niños pobres, en la sección de frutas y verduras. Miré por todas partes pero ni rastro de las alas, ni del pelo rubio y rizado, ni de la sábana blanca y las sandalias de esparto.

–¿Quieres bolsa? –me preguntó.

­–Sí, dos, por favor.

Volví a casa mirando al cielo: vi un globo verde que cada vez estaba más lejos, una bandada de pájaros que tenía forma de bumerán, un rayo que apareció y desapareció enseguida. Y que me asustó un poco. Luego vi cómo se ponía a llover.

–Hijo, estás empapado –dijo mamá al abrir la puerta. Acababa de ducharse e iba envuelta en una toalla blanca por debajo de los hombros. Parecía un ángel.

62. Por encima de las nubes

Una vez más se queda sin postre, con lo mucho que le gusta el helado de chocolate. Sin embargo, no emite una sola queja: él sabe bien que en casa no se habla de esas cosas raras. Abandona la mesa sin chistar y secretamente agradece que no lo hayan dejado sin la cena completa, porque irse a dormir con el estómago vacío le trae pesadillas.

El gigante podría haberse marchado hace tiempo. Incluso, en el momento menos pensado, podría borrar de un manotazo a toda esa familia diminuta. Pero sigue prefiriendo el asombro en los ojos de sus hermanos cuando les cuenta de qué están hechas las estrellas, qué bonita se ve la luna cuando sonríe o cuántos otros mundos existen en galaxias lejanas. Sólo tiene que andar con cuidado, porque si mamá llega a escucharlo, lo reprende sin excepción. Y el grandulón lo acepta dócilmente, con la íntima satisfacción de saber que es el único allí capaz de ver por encima de las nubes.

61. BREVE HISTORIA DE UN BONSÁI

Mi primer recuerdo es una cabeza muy gorda. La frotaba contra mi barriga, haciéndome reír. Pero, hasta que comencé a caminar no descubrí que era alto como los árboles. Tanto que sentía cosquillas en el estómago cuando me subía a hombros.

Al crecer, sumé estatura y descubrimientos. Cuando estaba acostado parecía más bajo. Al agacharse emitía un quejidito. Cada vez le costaba más subirme… Al principio ponía excusas: «Lo prohibió la Policía» o «Tus huevecillos me hacen cosquillas en la nuca». Pero un día confesó la verdad: «Ya no puedo levantarte, hijo». Solo lo vi claro retrocediendo: tenía mi misma altura, el rostro cansado y el pelo gris.

Entonces, la vida voló. Un lunes comencé a trabajar y un noviembre le conté que iba a ser abuelo. Nunca intentó subirse a mi hijo a hombros. Lo sentó sobre sus rodillas y le dijo: «Una vez fui alto como un pino». Y mi hijo manoteó en su cabeza despeluchada de canas.

Ahora duerme en el cuarto de Jorge, que vive en Alemania. Cada vez está más consumido. Parece un pequeño bonsái. Apenas me reconoce, pero algunos días arrimo mi cabeza a su abdomen y la froto, mientras él ríe sin comprender.

60. ÁNGEL ANÓNIMO (Nieves Torres)

Arranco. No hay tiempo que perder, ya está aquí la ambulancia. Llego a la garita. Espero. El vigilante abre el portón, echa un vistazo rápido al interior, la deja pasar. Con el cartel de Follow-me iluminando la noche, la guío esquivando los carros con maletas, sin perderla de vista por el retrovisor. Freno. Me acerco a decirles que su avión está apunto de aterrizar. Dentro de la ambulancia, el equipo médico con las batas verdes bajo los abrigos y, a sus pies, una nevera azul con la palabra corazón escrita a rotulador en un trozo de esparadrapo. Van a implantar deduzco y el mío late un poco más deprisa. Todo sucede muy rápido. El avión aterriza y ya en el aparcamiento apaga solo un motor, lo justo para que suba el equipo y rodar de nuevo hacia la pista. Despega y el aeropuerto retoma su ritmo habitual.

En unos minutos ya nadie se acordará de él, pero esta noche por aquí ha vuelto a pasar un ángel.

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