Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

76. AMBICIÓN

Los intensos rumores de cese se hicieron realidad a eso del mediodía. Me acerqué a despedirme a su despacho. La puerta estaba entreabierta y él estaba solo, recogiendo. Antes de entrar me detuve un segundo a mirarle: no quedaba mucho rastro del hombre feliz, con éxito y seguro de sí mismo que era ayer. Toqué con los nudillos en la puerta y, al verme, su cara se iluminó por un momento. Lo siento, le dije, con una palmada en la espalda. Apenas balbuceó un “gracias” y un “no entiendo nada”. Intercambiamos cuatro palabras preñadas de lugares comunes sobre lo injusta que era la política y el poder de la prensa y me fui. Era la hora de comer. Pasé por mi despacho para acabar un par de cosas: primero, cogí los papeles del sobre marrón y los metí en la destructora de papel. Después, borré el correo que había enviado la noche anterior a mi contacto en El Faro de la Verdad. Cerré la puerta al salir; no iba a volver por la tarde porque tenía despacho con el presidente. La luz me pareció especialmente alegre a esa hora y sonreí. Su silla ya era mía.

75. El poder de la palabra (Tomás del Rey)

Dice mi fiel amigo Yago que me cuide del bardo inglés que nos visita estos días, el mismo que escribió aquel dramón de los amantes desgraciados y un poco tontos de Verona. Al parecer, ha llegado a Venecia para inspirarse y ha puesto sus ojos en Desdémona. Según me cuenta Yago, anda diciendo que mi raza y mi nación me hacen indigno del amor de mi bella esposa, solo porque ella lo ha rechazado muerta de risa. Que suspire y llore sus amores todo lo que quiera, que me odie cuanto desee. Todo el mundo en Venecia me conoce: no soy celoso, y este asunto, lejos de preocuparme, me divierte. Además del amor de Desdémona tengo riquezas, y hombres leales a mi servicio ¿qué podría lograr contra mí ese poeta solitario, pobre como las ratas, si solo cuenta con su pluma?

74. Auditeur

Samuel escucha a través de la pared. Nunca había compartido piso con desconocidos. Cuenta las sacudidas del cabecero de metal contra el tabique, el galope desbocado del somier, los jadeos desacordes. Cuenta con los dedos de su mano, como contaba Machado en el café de las Salesas. Convierte cada golpe en una sílaba y compone al dictado cada uno de sus versos. Después el éxtasis y el silencio. En la habitación de al lado Rita y Alex se deshacen como esculturas de hielo en el agosto perpetuo de la juventud. En la suya, Samuel cierra el portátil y se abandona al mar sereno que es su cama, respira con torpeza; se deja seducir por un letargo traicionero. A veces sueña con Elena, con su voz de marfil, su cuerpo esquivo; con la madurez inalcanzable de su sexo, ahora tan lejano. No tarda en despertarle otro terremoto, el vaivén libidinoso que exhiben sus vecinos, los azotes que decapan la pintura convirtiéndola en polvo de luciérnaga. Construye cada estrofa al compás de los envites colindantes. Añora sus noches con Elena, pero no se arrepiente de haber provocado su abandono, de haber descubierto al otro lado del pladur el frenesí de la creación.

73. Brebaje acertado (Blanca Oteiza)

Nunca se me han dado bien las plantas, incluso se han secado unos cactus que me regalaron el año pasado. Y mira que me gustan y me esfuerzo, he leído libros y pedido consejos: que si escoger la ubicación correcta, regarlas sin cal y en cantidad apropiada, airear la tierra…, pero ni con la enciclopedia de las plantas soy capaz de hacer que vivan más allá de unos meses en mi balcón. Cuando miro el vergel del segundo, la envidia me corre por las venas como savia fresca. Así que hace unos días, como quien riega sus macetas, eché balcón abajo una mezcla de agua con lo que creí veneno que apagara el esplendor del edén del vecino.
Esta tarde, tras unas jornadas de asueto estival he vuelto a mi triste jardín y cual ha sido mi sorpresa que una floresta trepa barrotes arriba cubriendo mi terraza. Así que sin perder tiempo he sacado mi tumbona para, por fin, disfrutar de mi pequeño oasis.

71. FUEGO CÓMPLICE (M.Carme Marí)

Los travesaños de la chimenea, ennegrecidos por los años, han visto quemar tantas cosas… Algunas que la madre no llegó a tiempo de salvar, como la muñeca de Amalia, que según Sara tenía un vestido más bonito que la suya. Y otras que no supo entender hasta años más tarde, como aquel sobre.

Fue Sara quien encontró la carta bajo la puerta y, tras leerla, tiró airada el sobre al fuego y tendió la nota a su hermana. «Es de Ernesto. Lamenta la situación creada entre nosotros tres. Dice que partirá hacia la capital y me propone huir con él, me esperará al final del pueblo a las cuatro. Pero no puedo hacerlo, Amalia, sabiendo que empezasteis siendo novios vosotros y lo que todavía sientes por él». Amalia, desengañada, la instó a acudir a ese encuentro y Sara volvió a negarse. Las dos hermanas se fundieron en un abrazo, desbordando lágrimas.

Cuando, años más tarde, la nueva maestra del pueblo animó a los mayores a aprender a leer, la madre pudo dar significado a esa inicial que tardó en arder de aquel sobre, parecida a un sombrero de bruja puntiagudo, tan diferente a la S con sus curvas.

70. Fisioterapia de choque. (Montesinadas)

Reconoce al instante el tatuaje en su espalda. El dibujo de la cabeza de un tigre que se deforma cuando le hunde los dedos para detectar el punto gatillo al que quiere acceder. La misma espalda que había visto cogiendo la cintura de su mujer en la vereda del río, no una vez, sino muchas en su juventud y quién sabe si ahora también. La cabeza rallada del animal ocupa la superficie completa del trapecio, ese músculo que sube hasta la base del cráneo y que dice que lo está matando de dolor. ¡Qué sabrá él de la muerte!

El azar ha puesto a su próxima víctima a merced de sus criminales manos. Pero si lo hace, romperá su promesa. No debe arriesgar más de lo necesario ni llevar al trabajo sus problemas personales. Cumplir esa sencilla norma le ha permitido disfrutar de una buena salud mental, capaz de equilibrar sus dos vidas, y le ha mantenido la sangre fría necesaria para llevar a cabo, sin dejar pistas, las muertes que le encargan. La misma sangre fría con la que en estos momentos retuerce el cuello del hombre que apenas oye el crujir de las cervicales.

69. ERROR DE CÁLCULO (JUAN MANUEL CHICA CRUZ)

 

Oh, qué cosa tan amarga es mirar la felicidad a través de los ojos de otro hombre.”

William Shakespeare

Con  aquella  frase << Te quiero tanto>>, que  balbuceaba con la mirada perdida lograba aplacarme como cuando uno se  rasca la piel para mitigar el picor, pero enseguida arreciaban los deseos de abandonarle hasta que  no tuvo más remedio que aceptarlo. Cedió a todo. Hasta me dejó la casa para él  mudarse a un residencial cercano. <<Así estaré cerca de ti, por si  necesitas algo>>, decía el pobre con cara compungida.   Pero después,  cuando  lo veía por el barrio su cara  cada vez era  más y más  radiante como luna en fase creciente   y sus ojos de una mirada  limpia y fresca como la brisa del mar. La felicidad es algo que no se puede disimular. La envidia tampoco. La constatación definitiva la tuve  cuando lo vi paseando cogido de la mano de una mujer.  Una chica  muy  mona. Él  hablaba como si nunca le hubiesen escuchado y ella le miraba con ojos que reflejaban el brillo de un tesoro encontrado.

Quiero   revocar el divorcio. Que regrese a mi lado. No soporto verle feliz y menos con otra. El abogado  se  encoge de hombros y por única respuesta  me ofrece la tarjeta de un psicólogo. Quizá pueda ayudarla, me dice.

68. Mentira piadosa (Patricia Collazo)

De Lucía adoro sus ojos color tormenta y ese aire de canción de Serrat que la envuelve.

De Charo, sus piernas infinitas y el mohín con que me recibe.

De Inés, el pelo ensortijado que vibra entre mis dedos en el momento de la pasión.

De Julia, sus piececitos de princesa y las notitas que me deja bajo la almohada.

De María, los hombros perfectos y bronceados y esa aura de virgen sagrada que mantiene aún en los momentos de más ardiente intimidad.

De Cecilia, sus senos en forma de lunas y los espectaculares eclipses en los que coincidimos.

Pero mi preferida es la dulce Amanda. Con sus manos de dedos largos y ágiles, sus brazos fuertes de deportista, pero, sobre todo, con esa capacidad desconcertante de no ser celosa.

A ella puedo hablarle de todas. O eso creía hasta que esta mañana me encontré sobre la cama un macabro collage formado por los ojos tormenta de Lucía, las piernas infinitas de Charo, el pelo ensortijado de Inés, los piececitos de Julia, los hombros virginales de María y los senos lunas de Cecilia. De Amanda, solo unas escuetas palabras pintadas con rouge en el espejo: te mentí, sí soy celosa.

67. Ojo con la envidia (Juana Mª Igarreta)

Que Matías tiene una enigmática mirada no lo niega nadie, pero solo él conoce el porqué de la misma: sus ojos no se llevan bien, y constantemente hacen ver sus diferencias. El joven, resignado, últimamente hasta ha descubierto algunas ventajas. Mientras con el ojo izquierdo sigue atento el fútbol en la tele, con el derecho avanza en la lectura del libro que corresponda. Eso sí, debe tener cuidado si no quiere ver a Madame Bovary encajando un gol en la portería del Barça.

Desde que la flamante Susana vive en la casa de enfrente, las cosas han empeorado. El ojo izquierdo, con vista de lince, la percibe con todo lujo de detalle; el derecho apenas alcanza a ver una desdibujada silueta, lo que le provoca una constante irritación.
Cada vez que Matías se cruza con Susana no puede evitar que el ojo izquierdo le dedique un guiño con pretensiones cautivadoras. El derecho, en lugar de deleitarse observando de cerca a la chica, se muestra girado y desorbitado, vigilando a su rival sin pestañear.
Matías, desconsolado, está recorriendo los mejores oculistas, pero ninguno de ellos descubre la mácula de envidia instalada en el fondo de su ojo derecho.

66. La mujer del amante

A Mónica le gustaría tener la piel tan tersa como su profesora de yoga, y también su cuerpo de modelo. Daria lo que fuese por tener los ojos azules como un cielo de mayo y los dientes perfectos de la vecina de enfrente. Pero sobre todo tiene envidia de la mujer de su amante porque despierta con él cada mañana.

Su psicólogo, que le había preguntado a quien envidiaba, emitió un sonido nasal indescifrable y apuntó algo en la libreta. Luego quiso saber si conocía a la mujer de su amante. Mientras Mónica contestaba que no, decidió que tenía que verla. Su amante apenas le hablaba de su esposa, pero sí que le había dicho dónde vivían, así que se ha apostado discretamente cerca de su casa hasta que la ha visto salir.

La esposa de su amante tiene los ojos azules como un cielo de mayo, los dientes perfectos, la piel tersa y un cuerpo esvelto que se mueve como el de una modelo de pasarela. Ha quedado tan fascinada por la visión que si el psicólogo volviera a preguntarle de quien tenía envidia, ahora Mònica contestaría que de su amante.

65. EL OLVIDADO (Javier Puchades)

Inmerso en un mar de celos estaba Daniel la mañana de Navidad. Se encontró sin nada con que jugar y no entendía el motivo, ya que, por miedo a que le ocurriese como el año anterior, había puesto sus zapatos debajo del árbol y se fue pronto a dormir. Sin embargo, a sus hermanos les habían dejado varios regalos. Le dieron ganas de pasar a la acción e irse de casa para siempre. Además, tampoco comprendía por qué, desde hacía casi dos años, mamá dejó de ponerle su cubierto en la mesa y lloraba si alguien pronunciaba su nombre.

64. TEMPESTAD (Mødes)

En su sexto mes de embarazo, mi mujer tuvo un antojo.

Y quiso una nube.
Así que fui a la Protectora y, rechazando los cirros y nimbos de pura raza, adopté una pequeña nube callejera, hija de mil gases diferentes.
Las primeras semanas fueron perfectas. Ella era cariñosa y fiel, y un manto de felicidad cubría nuestro hogar.
Pero la noche en que mi mujer dio a luz, todo cambió.
La nube se dejó arrastrar por las bajas presiones y una tormenta de celos la devoró.
Se hizo una auténtica rebelde y, cuando la reñíamos, hinchaba sus vapores, ennegrecía su color y nos amenazaba con sus truenos.
Y desde hace unos días ha empezado a arrojar, sin previo aviso, agua de lluvia por toda la casa.
Ayer hablé con un meteorólogo y me dijo que tuviésemos mucho cuidado, porque, con una absoluta certeza, la nube ya ha empezado a marcar su territorio.
Y ahora rezo para que el próximo antojo de mi esposa sea de tipo gastronómico.
Quizá no suene tan poético, pero mi salud lo agradecerá.

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