Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

63. CORAZONADA

Dicen que cuando estás a punto de morir ves tu vida pasar por delante de los ojos, como en una película. Ahora sé que es verdad.

La lluvia torrencial, la poca visibilidad, mamá sacándose la leche durante meses para dártela en biberón y que no te agotaras succionando.

El coche patinando en una curva, un camión de frente y tú durmiendo en su cuarto hasta los cinco años para poder atenderte al instante, porque si llorabas te ponías cianótico.

Un volantazo brusco, el choque contra el quitamiedos, los besos que recibías por cada aprobado y ella diciéndote que tenían más mérito que mis sobresalientes.

La caída al vacío, la primera vuelta de campana, yo esta tarde solo en mi graduación porque prefirió acompañarte a la cita del cardiólogo.

Una vuelta más, el golpe seco en mi cabeza, mamá que no responde a mi llamada para contarle la ceremonia, vuestra foto abrazados en su nuevo perfil, el agua en la carretera.

Mi último pensamiento es para ti. Espero que seamos compatibles y no quedar demasiado destrozado para ser tu donante. Y que mamá reconozca, por primera vez en la vida, que al menos mi corazón es mejor que el tuyo.

 

 

62. Lunática (JAL)

Todas las noches me pinto de plata para llamar tu atención, pero tú siempre me ignoras y te alejas un poco más. “En la distancia está el equilibrio”, me susurras sin piedad. No soporto este vacío, este destierro, este dar vueltas sin parar. Quiero besar tu azul hasta volverte loca, hasta hacerte comprender que yo soy la Atlántida de tu corazón, tu auténtico sol, y no ese astrozuelo al que persigues sin cesar. Pero tú persistes en ir tras él, incluso sabiendo que un día tu inmisericorde Romeo se hará gigante y te devorará sin piedad, y contigo a mí también. Y eso no puedo permitirlo. No me dejas más opción: Volaré de nuevo a tu encuentro y te haré reventar en mil pedazos, como al principio de nuestra relación. Pero esta vez, amor mío, no podrás desterrarme y nos fundiremos solo en una, para toda la eternidad, por siempre jamás.

61. LOS SUICIDAS

Mi querencia hacia el suicidio viene de lejos. Son ya muchos años preparando el momento. Al principio pensé hacerlo de forma anónima, pero buceando por internet descubrí que hay mucha gente con la misma inclinación y, animado por la curiosidad, creé un grupo en Facebook que cuenta ya con un nutrido grupo de seguidores. Allí intercambiamos penas y  desgracias, y trabajamos las distintas técnicas para irnos de una forma digna y a ser posible original. Hay bajas, como es lógico, pero enseguida se añaden miembros nuevos. Una vez al mes organizamos un suicidio por sorteo, nos citamos para despedir al afortunado y yo, como administrador del grupo, estoy exento y no entro en la rifa. No lo llevo bien, siento que me hago viejo y no logro mi objetivo. En cada ceremonia, cuando el suicida lanza el último suspiro, siento crecer la envidia dentro de mí con tanta fuerza, que de seguir así, creo que acabará matándome.

60. LA HISTORIA DE LA ENVIDIA

La  Envidia siempre fue un país dividido. La población enferma pertenecía a la parte Cochina, el resto, a la Sana. Según las investigaciones, el causante de la enfermedad era un extraño virus.

Aunque la convivencia nunca había sido pacífica, la gente se acostumbró a esa “normalidad” hasta que, inesperadamente, el virus mutó y la nueva variante, mucho más peligrosa, comenzó a correr como la pólvora. Los cochinos más afectados no paraban de hacer cochinadas. Las curvas indicaban que un aumento de la incidencia acarreaba un incremento exponencial de los delitos. La ciencia, en tiempo récord, desarrolló vacunas. Gracias a ellas y al buen ritmo que tuvieron los pinchazos, se consiguió la inmunidad de rebaño, pero los expertos coincidieron en que sería difícil que el virus desapareciera.

Hoy en día lo que preocupa son los efectos secundarios de las vacunas, aunque sólo se dan en contadas ocasiones, algunos son importantes, se pueden sufrir ataques de ambición, incluso, de locura. Esto explicaría los últimos acontecimientos. Un individuo, que dice llamarse Napoleón, ha dado un golpe de Estado y tiene la intención de autoproclamarse emperador. Lo peor es que asegura que será él quien escriba las próximas páginas de la historia del país.

59. Vecinos

Mi vecino imitaba todo lo que yo hacía, justificándose con mil excusas que inventaba. La más divertida fue cuando cambió su coche nuevo por uno igual al mío. Según nos explicó, se lo habían robado y la policía lo encontró totalmente calcinado.

El día en el que mi mujer les anunció que había sufrido un accidente y estaba ingresado en el hospital, con pronóstico grave, mi vecino se quedó totalmente desconcertado. Regresé a las pocas semanas, en silla de ruedas. Durante un tiempo no quise ver a nadie. Me pasaba los días sentado frente a la ventana, espiando su vida perfecta escondido tras los visillos: llevaba a sus hijos a la escuela en su flamante coche, salía a cenar con su mujer, invitaba a sus amigos a una barbacoa…

Debo reconocer que me sentí ofendido, defraudado, parecía que sus ganas por imitarme habían desaparecido y yo seguía hundido en mi pena y mi desgracia. Así que decidí hacer algo al respecto. Cogí de nuevo el coche, lo adaptamos y me manejaba con soltura con los nuevos mandos. Escogí la hora adecuada, calculé la distancia y velocidad necesarias y, tras verlo atravesar la calle para tirar la basura, aceleré.

58. PRIMEROS CELOS

Murmura mientras duerme. A su lado ella ha pasado la noche en vela, mirándolo inquieta, sintiendo un extraño cosquilleo en el estómago que confunde con hambre cada vez que oye ese nombre entre jadeos y suspiros. Pero «qué sabrá ella que siempre ha tenido al alcance de su mano todo lo que ha deseado» rumia desconcertada. Nunca antes había hablado durante el sueño. Cuando él se despierta ella no se atreve a preguntarle aunque lo nota raro. Ella se pasa todo el día comiendo pero no logra llenar esa sensación de vacío y solo siente la barriga llena de piedras chocando. Por primera vez él se aleja para estar solo y se siente abandonada. Disimuladamente lo espía y lo ve acariciarse el costado, justo al lado de esa cicatriz que nunca le ha querido contar cómo se hizo. No sabe en quién confiar ni a quién preguntar. Quiere averiguar qué le pasa, así que no lo duda y en cuanto se la ofrecen, Eva muerde la manzana y por fin abandona el paraíso aunque las rocas seguirán bailando en su barriga hinchada.

57. Colisión de sentimientos (Salvador Esteve)

Cuando nació creyó escuchar en la distancia el lloro de otro niño.  Los truenos acompasaban sus llantos, los rayos tejían a fuego una amistad indestructible. La tormenta de aquel verano de 1912 entrelazó sus vidas.  Pero el tiempo incorporó un sentimiento más poderoso, cruel a veces, y el amor por la misma mujer los separó.  Abrazó la pasión y perdió a un hermano.

 

La maldita guerra penetró a codazos en su universo, y los días iban cayendo como fichas de dominó hacia su destino.

Tras una batalla de sangre y barro deambula desorientado.  A lo lejos, cruza la mirada con un soldado enemigo, los fusiles están desamparados de munición, pero las bayonetas claman muerte.  Al aproximarse, su rostro muestra al amigo de antaño. Tras un instante de duda, arrojan las armas fundiéndose en un abrazo.  Llora y da gracias al tiempo por haber aplacado su pesar, por haber adormecido su resentimiento.  Pero nota el puñal en sus entrañas y siente rugir su alma.

—Puedo perdonar una guerra, pero María fue siempre mía.

Y mientras sus lágrimas se convierten en sangre y se abandona a la tierra,  recuerda a su mujer y piensa que vale la pena morir por ella.

56. MADUREZ (Nieves Torres)

Pongo dormita sobre la alfombra frente a la chimenea. Fuera oscurece y la ventana, por la que se deslizan perezosas algunas gotas de lluvia, te devuelve el reflejo de una mujer de mirada serena. La observas detenidamente. Te gusta tu pelo completamente blanco, tu cara sin maquillar. Sonríes, pero no siempre ha sido así.

Ya de niña la felicidad tenía para ti nombre propio: era la bicicleta de Alfred la que tú querías, las notas de Annie, el novio de Maggie. Siempre codiciando los logros de los demás, hasta que perdiste el norte.

En el sanatorio descubriste que no era un abrigo de piel de dálmata lo que en realidad anhelabas, sino la vida perfecta de Roger y Anita. Te explicaron que como no podías robar su felicidad, intentaste destruirla.

Han pasado muchos años desde entonces y aquella señora De Vil es ahora solo un recuerdo. Pero esta noche, al acariciar la piel moteada de Pongo, tan suave, tu mirada se ha perdido entre sus manchas y has notado un cosquilleo extrañamente familiar en el estómago.

55. Desdoble

El primer encargo fue sustituirlo en la presentación del libro de un joven novelista. Después ocupé su lugar durante el entierro de un familiar lejano. Más tarde lo suplí asistiendo a una reunión de antiguos compañeros de colegio. Todo iba según lo estipulado hasta que un día mi cliente desapareció. Tuve que asumir todos sus asuntos.

Cuento esto porque ayer mismo, por sorpresa, me anunció su regreso. En casa se me ha ocurrido sugerir que nos marchemos a vivir a otro lugar. El niño dormía entre los brazos de su madre que me ha mirado como si de un desconocido se tratara.

No sé si llamarlo envidia prospectiva o celos sobrevenidos o simplemente falta de profesionalidad, pero he decidido romper nuestro contrato. Solo nos atañe a él y a mí, no hay testigos ni intermediarios que pudieran objetar algo. Si quiero cambiar de vida, es necesario ese sacrificio.

54. El último Cercanías

«Esto de estar muerto es que es para vivirlo», me dice Nicolás. No he conocido a nadie que se queje más que él. Que si los perros no dejan de ladrar a su paso. Que si está harto de tratar sólo con muertos. Que si echa de menos los placeres de la vida. Sube siempre en la parada del cementerio y se sienta a mi lado. Confiesa sentirse mejor desde que sabe que al menos yo puedo verlo. Mira ávido cuanto llevo encima mientras me habla, con excitación contenida cuando descubre algo que le gusta de un modo especial. Como mucho, dice: «Zapatillas nuevas, ¡eh!». A las chicas las observa con discreción y una mezcla de anhelo y tristeza. «No sabes lo que fastidia morirse joven», suelta de pronto. Yo me callo, pero tampoco es que sea un muchacho. O bien: «Yo era un tío elegante, ¿sabes?». Y ahí sí que le doy la razón, porque aún se le ven hechuras. Suele quedarse inmóvil cuando llega el revisor, como inseguro de su invisibilidad. Por su gesto al mirarme pagar el billete, diría que es el único momento en el que no envidia mi condición de vivo.

53. Los amores inconfesables de un zapatero remendón

Al despertar vio en el suelo, a los pies de la cama, un Valentino Garavani, de tacón de aguja y refulgente cuero negro, ribeteado con minúsculos cristales diamantinos. Aunque no esperaba respuesta lo saludó con afecto y cierta extrañeza preguntándose de quién sería, lo acarició, se lo acercó a la cara y notó como las piedrecitas resplandecían pícaras. En ese momento, un suave aroma a Bvulgari le erizó la piel y sintió la cercanía de Carolina, con su mirada altiva y su contoneo insinuante. Recuperada la conciencia, recogió el zapato, lo guardó con cuidado en una bolsa de terciopelo y salió para comenzar la jornada en su pequeño negocio.

Al llevarse Carolina sus tacones, él miró la estantería vacía y se limpió una lágrima delatora. Se fijó entonces en un Saint Lauren, de brillante charol escandalosamente rojo, aguja infinita y banda tobillera punteada en blanco, que había dejado Sofía sobre el mostrador junto a sus ojos profundos y su generoso escote; le puso la horma y, tras guardarlo en una bolsa de terciopelo, le dijo con un guiño pícaro, no te enceles, esta noche vienes conmigo, y la cinta, avergonzada, tornó su color a un tímido rosa de disimulada satisfacción.

52. Ese hombre (Miguel Á. Moreno)

—Te lo juro, Carla, intento olvidarlo. Intento olvidar a ese hombre, la expresión profunda de sus ojos, su sonrisa perenne, su boca dispuesta para darme el primer beso, aquí mismo, degustando un café, sus abrazos que envolvían todo mi cuerpo. Intento olvidar qué sé yo más de él… Hay un montón de escenas que me persiguen día y noche: su silueta desnuda aproximándose entre las sombras del dormitorio. No se me borra la necesidad irrefrenable de recorrer su piel con mis labios o el deseo de hacer el amor en la parte trasera de un coche. Hay noches en las que me despierto empapada en sudor y lo veo alejarse sin volver la mirada. Y me asaltan las mismas preguntas. ¿Por qué me dejó? ¿Fue por cansancio, por despecho, por otra? Entonces lloro desconsolada como un bebé apartado de su madre. Me mortifica tanto la idea de que esté con otra mujer, con otras mujeres, que me da hasta vergüenza. ¿Cuántas habrá conquistado? Las envidio. Te lo juro, Carla, intento olvidarlo, pero no puedo.

—Te comprendo, Irene, de verdad. A mí me sucede lo mismo.

 

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