Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

7. ¿Pero qué me dices..? (Iñaki FERRERAS)

Mi amiga Serena era una ávida lectora de literatura policíaca y se había creído todos los capítulos que, durante varios meses, yo le había contado sobre un supuesto caso de vigilancia policial hacia mi persona, a raíz de dos desafortunadas y alcohólicas llamadas telefónicas a líneas eróticas. La segunda había sido interceptada y en ella yo hablaba de traficar con droga y, como consecuencia, mi vida era un puro estrés porque se había convertido en un Gran Hermano cuyo público eran la pasma.

Pobre Serena, había sido utilizada como conejillo de indias por mí, su mejor amigo. Pero cuando supo la verdad, solo me espetó “¡¿ Pero qué me dices..!?” Y desapareció…

Una mañana, sonó mi portero: Era la Policía. Por rastreo telefónico, habían interceptado nuestras conversaciones y me citaban a declarar. Estando declarando frente a un agente que todo inventiva para un libro, repentinamente oí el nombre de mi amiga en un televisor. ¡Había escrito su propia novela con mi historia y ganado un premio! En acto reflejo, juré al policía que sí era una historia real de un amigo mío. Necesitaba escribir mi propia novela y vengarme de mi amiga. Mi obra sería doblemente mejor que la suya…

 

06. MÔMO

Mi vida se había hundido al quedarme sin trabajo, además de por dos cretinos y un imbécil.

Para escaparme buscaba eventos psicoastrometafilosóficos. Una página de internet muy extraña remitía a un château templario en la Auvernia.

Ya allí me asombró ver a Thor charlando amistosamente con Buda. En otro grupo reconocí a Gandhi, Freud, Pericles, Newton y Michelangelo riendo alegremente las chanzas de Marx.

En las ponencias Elon Musk narró su expedición a Andrómeda, Shakespeare y Homero nos enseñaron a utilizar correctamente las comas y Einstein intentó aclararnos sin éxito su eigualaemecéalcuadrado.

Compartí extasiada las pausas con Don Quijote y Sancho, Odín, Julio Verne, Maquiavello, Leónidas y los 300 espartanos, Orfeo, Luther King. Fascinantes definiría a Alejandro Magno y Nikola Tesla.

La mayor sorpresa fue cuando Carlos Arguiñano nos preparó sus huevos rotos.

Hasta que de pronto entro él. Me quedé extasiada. Riendo, bromeando con todos. Me miró. Me dijeron que era Mômo, Dios de la Alegría, expulsado del Olimpo por esconder su rayo a Zeus.

Aquí me tenéis, con él. Además de hacerme inmensamente feliz me ha regalado la inmortalidad. Vamos por los 12 hijos y esperamos tener otros 12 en el próximo milenio. Preciosos retoños de divertidos dioses.

05. FARSANTES (J. L. Chaparro)

Los artistas de circo siempre me dieron pánico. Sobre todo los magos a los que consideraba unos farsantes. En eso pensaba cuando el tipo al que perseguía por haberme robado la cartera entraba en la carpa. No era momento de echarse atrás y lo seguí saltando por las gradas vacías, que serían ocupadas durante la próxima función. Corrió al centro de la pista, donde un foco iluminaba el típico baúl que hace desaparecer a las personas, y se metió dentro. Ya te tengo. Si será idiota… pensé mientras, ya más tranquilo, recorría los últimos metros. La sonrisa con la que levanté la tapa desapareció con la sorpresa: en el interior solo había una paloma asustada. Palpaba el fondo en busca de una trampilla cuando trastabillé, caí dentro del baúl y la tapa se cerró. No volvió a abrirse hasta una hora después. Ante el asombro del mago, una paloma alzó el vuelo y otra la siguió.

04. UN TRAYECTO DIFERENTE

No fue un señor mayor, ni una mujer, sino un adolescente el que esa mañana alzó un momento su mirada del móvil, se quitó uno de sus auriculares y, sonriéndome, se levantó y me ofreció su asiento con un amable “siéntese, señora”.

Yo, mayor, cansada y ya acostumbrada a entrar cada día en vagones llenos de islotes humanos, absortos en sus dispositivos sin percatarse de lo que ocurre a su alrededor, acepté con inmenso agradecimiento su invitación, bastante inaudita en estos últimos tiempos.

A la sorpresa inicial por ver a un chaval tan joven observando algo más allá de su ombligo, le siguió el asombro de recibir su increíble sonrisa a la vez que su asiento.

Fue realmente un trayecto diferente el que disfruté ese día.

2. Miau (Francisco Javier Igarreta)

Pese a lo reiterativo de su conducta, siempre me sorprende. Apostado en el descansillo de arriba, el gato de la vecina, que sin duda me controla, suelta un bufido. Me recuerda a “Brisa” la gata persa de la abuela Catalina. ¡Qué pareja tan enigmática! Encerradas en sí mismas vagaban por la casa, como buscando el latido de los ausentes. Procurábamos pasar de puntillas frente a su alcoba. A veces, poniendo la oreja en la puerta, oíamos lo que bullía en nuestras cabezas. En más de una ocasión, la gata nos sorprendió de esa guisa. Durante una de sus esporádicas ausencias se produjo el fatal decaimiento de la abuela. Tras su muerte, aumentó la agresividad de “Brisa”, desbordando la soterrada ailurofobia del abuelo, tan poco sentimental como proclive a salirse de madre. La gata desapareció sin dejar rastro.  Meses después, hallándose en el umbral del sueño, el abuelo percibió un maullido lastimero. Su instintiva exclamación de sorpresa se acopló al fantasmagórico lamento en un dúo estremecedor. Subyugado por tan extraña armonía, él que nunca había creído en supercherías, fue incapaz de discernir qué voz había salido de su garganta. Desde entonces, unas veces ronca y otras ronronea.

01. SEGUNDAS INTENCIONES

Mientras juega con Rex me dice que el dueño es guapo pero que el perro lo es más si cabe… Me siento cómodo entre sus adulaciones y le agradezco con una sonrisa su mentira piadosa hacia un «pobre ciego». Respondo que su voz sugiere que ella sí que debe ser preciosa. Enseguida coge confianza y se sienta junto a mí en el banco. Comienza a describirse como “una morena de ojos verdes normalita”, ignorando que tras las gafas negras la observo de arriba a abajo. En realidad es una adolescente fea, chata, algo esmirriada y con el pelo rapado.

Acepta mi invitación para ayudarme a llevar la compra y yo le prometo que, a cambio, le enseñaré algo que estoy convencido que va a gustarle, que lo pasaremos bien. En casa, después de colocar todo en su sitio, entro al baño y comienzo a desnudarme. La llamo para cumplir mi palabra pero no contesta. Salgo al salón y descubro que ella y Rex no están. La tele de plasma tampoco.

88. Una de terror

El día que la guerra llegó al pueblo, Marta convenció a sus hijos de que los ruidos de las explosiones eran provocados por los especialistas de una película del oeste que filmaban por los alrededores. También les comentó que su padre había sido contratado como extra y que volvería pronto. En el momento en el que empezaba de nuevo un bombardeo, les pedía que se escondieran en la despensa para escuchar mejor, y ellos imaginaban al séptimo de caballería persiguiendo a los indios. Así fue hasta que una noche llamaron a la puerta, le dieron un fusil a Enrique, el mayor, y desapareció. A la semana siguiente le tocó a Manuel y a la otra a Miguel. Cuando la guerra terminó y regresaron, Marta apenas reconoció sus rostros tras aquellas expresiones de horror. Les mintió otra vez al decirles que a su padre lo habían contratado para nuevas películas y estaría ausente mucho tiempo. Por no avergonzarla, no quisieron contarle que ellos mismos lo habían enterrado en lo alto de un cerro después de la última batalla. Se quitaron sus uniformes y los quemaron. No hablaron nunca más. Se escondieron en la despensa y allí viven desde entonces. Mudos. Temblando.

87. Sala de muñecas (María Rojas)

Madame Alhelí se adentraba en la sala de las muñecas de porcelana. Ellas con los ojos rasgados, la piel nacarada y las boquitas casi violáceas la esperaban. Algunas cargaban sobre la falda a otra muñequita envuelta en telas de finos brocados. Madame Alhelí iba dejando en sus regazos monedas mientras las miraba a los ojos con firmeza. Deseaba vislumbrar en el fondo de esas pupilas algo de comprensión. Pero los ojos y las boquitas permanecieron siempre cerrados.
Madame Alhelí abatida saltó al abismo por la puerta de detrás del espejo.
Las muñecas soltaron unas lagrimitas dulzonas. Tenían claro que el único que podía haberla salvado era un tal Flaubert.

86. El verano en el que fui rubia

Aquellas vacaciones en el pueblo todos se interesaron por mí como si fuera la primera vez. He de reconocer que, al principio, disfruté de ese inesperado protagonismo, junto con el calor seco y las tardes en la plaza, donde se realizaba el cortejo a las recién llegadas. Enrique seguía enamorado de su compañera de clase, tan rubia natural. Percatándose de mi inesperado potencial, me pidió ayudarlo en un juego inocente, un pequeño engaño. Así que, cogidos de la mano, pasamos junto a ella como si fuéramos novios. Una vez culminada la misión, estaba eufórico. ¿Has visto cómo nos miraba?, te invito a un refresco. Ojalá hubiera desaparecido en ese instante como los cubitos de hielo entre las burbujas.

El primer día de otoño recibí una carta suya con una foto de él y su rubita. La rompí en mil pedazos, a sabiendas de que era un acto inútil y totalmente irracional. Cogí algo de dinero y salí de casa, decidida a comprar un tinte castaño 5.0 y, en el camino, pensar qué responder a la carta del primo Enrique.

85. De lunes a viernes (Josep Casals)

Ella sube dos paradas después y baja una antes. Entra siempre por la primera puerta del segundo vagón y, si puede sentarse, saca un libro del bolso, retira el punto y lee un par de páginas, esto es lo que dura su trayecto. Si tiene que quedarse de pie, conecta unos auriculares al móvil, se agarra a la barra y mira a ninguna parte. En más de una ocasión he pensado que podría seguirla para saber a dónde va, qué hace, pero no me he atrevido. Ni siquiera he osado a acercarme más.

Hoy no ha bajado en su parada. El convoy ha reiniciado la marcha y ella seguía allí sentada, leyendo. Mientras trataba de buscarle una explicación, ha llegado mi estación y la inercia cotidiana me ha empujado a salir del vagón. Ha sido cuando me dejaba subir por la escalera mecánica que he sentido unos ojos clavados en mi nuca. Instintivamente me he girado y entonces he visto que ella, unos escalones abajo, no apartaba la mirada.

84. SARA

Con Sara todo era más fácil. A él me cuesta más entenderlo. Cuando Sara volvía llorando del colegio intentaba descubrir lo que le preocupaba hablando mientras tomábamos el té con sus muñecas aunque las odiara. ¡Como me gusta decir su nombre! Sara, Sara, Sara, no me canso de decirlo, lo gritaría ahora si pudiera. Pero él es más callado. Se encierra en su cuarto nada más llegar del instituto y cualquier intento de conversación acaba en monosílabos y un portazo. Ahora viste camisetas holgadas y chaquetas con capucha. Y esa actitud tan desdeñosa que en ocasiones me avergüenza no puedo soportarla. Será una etapa, algo normal que ocurre con la edad me dicen, pero noto que no nos entienden. Ahora parece que hablamos idiomas distintos. Siendo Sara nos entenderíamos, seguro. No me hago a la idea que ya no esté con nosotros y que sea otro quien ocupe su lugar. No tengo tan claro que la terapia nos ayude a superarlo. Espero que el psicólogo tenga razón cuando nos garantiza que todo mejorará cuando aceptemos que nuestra Sara ahora es un chico y que se llama… todavía me cuesta decir su nombre.

83. Formas de mantener la compostura (Miguel Ibáñez)

Antes de que la muerte se pueda filtrar por cualquiera de las palabras que van después del siguiente punto, diremos, que si bien nuestro protagonista está postrado en la cama de un hospital, sin poder respirar, y alumbrado por una luz amarillenta y cruel, no es esta una historia de pérdida. Porque de recordar están hechas las formas más ciertas de vivir. Y a eso se dedica este hombre, si está consciente, poniendo todo su empeño en las tardes que pasaba con María en la bodega de sus tíos cuando iba por las fiestas, de joven; en unos pechos blancos, un olor, una manera de gemir, como la de un ratoncito, el ruido de pies descalzos corriendo hacia la cama, llevándole desnudez y un cuerpo recién duchado. Cierra los ojos, justo cuando la visitas se van, como en trance, sin que nada pueda distraerlo de su tarea, ni siquiera ese bip tan molesto y constante de la máquina, y aunque no siempre lo consigue, el revoltijo de recuerdos que le golpea corriéndole por la sangre, levanta a veces su ánimo, lo justo para mantener la dignidad, mientras la enfermera le cambia la sonda.

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