Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

37. Helados (Juana Mª Igarreta)

En la familia de Iván el frío era uno más. Aunque el padre durante el invierno achicaba la cocina con un murete de tablas para recoger mejor el calor de la lumbre, el resto de la casa era un témpano. Al niño, acostumbrado a las bajas temperaturas y llevado por el empuje de una incipiente curiosidad, la calle se le antojaba cálida en todas las estaciones. El primer helado que saboreó fue de agua congelada de la fuente. Le supo a gloria. Notar cómo se anestesia tu boca es todo un descubrimiento sensorial. Preso de este encantamiento lo repetía muchas veces, hasta que su tierna garganta se convertía en un rusiente terreno de juego cuyo dominio se disputaban a menudo entre unas irritadas amígdalas y unas inflamadas adenoides, momento en el que se requería la urgente intervención del doctor Simón para dar por finalizado el partido.

Fue en una de aquellas visitas cuando un hermoso carámbano, acuciado por un persistente abrazo de sol, se desprendió del alero del tejado impactando letalmente sobre la sesuda cabeza del joven galeno. Se quedaron helados. Sobre todo el corazón de Andrea, hermana mayor de Iván, que apenas unos momentos antes latía enardecido

36. Autopsia de un comienzo

Ahora reposan en la cámara de esta morgue con sus alientos intercambiados. Un lúgubre camión frigorífico los ha traído hasta aquí. Encontraron sus cuerpos entrelazados muy cerca del glaciar. El alud sepultó los últimos abrazos bajo la nieve. Perdidos en besos y caricias, la ventisca los desorientó. Un aire gélido acompañó sus juegos de seducción. Huyeron juntos de la frialdad de aquel congreso. Ambos percibieron el final del invierno en sus corazones. A ella le enamoró el azul ártico de su mirada; a él, la frescura de su sonrisa. Ella sintió un escalofrío cuando rozó su piel. Él susurró algo a su oído para romper el hielo. Temblando, se había acercado a ella.

35. Al pie del Teide (Paloma Hidalgo)

Me he vuelto trasnochador. Netflix me ayuda mucho con eso. Pero tengo más novedades, por fin te has salido con la tuya, ya no fumo. Ni uno. Tampoco de los otros, te lo juro sobre la biblia que robaste en Filadelfia. Voy a clases de taichí, y a un taller, que me ha regalado tu hermana, tan maja, a hacer esa desesperante papiroflexia que me encanta. A la niña, se lo merecía hace tiempo, esta semana le han ascendido. Otras cosas siguen como siempre. Continúo mordiéndome las uñas de los meñiques cuando escribo en el diario. Aún llevo gafas, he aceptado que las lentillas y yo nunca seremos amigos. El niño continúa invitándome a comer a su casa los sábados, le salen de vicio los canelones y las manzanas asadas. Y cuando abro cualquier álbum de fotos, empiezo a hablar contigo igual que cuando me destinaban lejos, como si estuvieras al otro lado del teléfono. También sigo sin controlar el temblor de mi cuerpo al recordarte contándome que en la ducha te habías encontrado un bultito en la axila. Y sin soportar el frío que hace en tu lado de la cama. Por cierto, en Tenerife, estabas preciosa.

34. Finales. (Nuria Rodríguez)

Se sienta frente a mí y pide un café cortado. Tenemos cita con el abogado a las cinco de la tarde, en poco más de media hora, todo habrá terminado.

Al mirarle a los ojos y no reconocer en ellos al chico del que me enamoré, me invade una extraña sensación de pérdida.

Le hablo de cosas triviales, como el trabajo y en lo loco que está el tiempo. Es abril y sin embargo yo, estoy helada. Él me habla de su último proyecto, pero ya no le escucho.

Me he trasladado hasta el portal de mi casa treinta años atrás donde nos dimos el primer beso, aún puedo notar como las mariposas martillean mi estómago. Me escucho diciendo un “si quiero” con tanta emoción que apenas me salen las palabras. Le veo acunando a Lucía, nuestra hija y siento tanto amor que llego a temer que mi corazón explote.

Su voz diciéndome que ya es la hora, me devuelve a la realidad.

Apurada, me bebo un café ya frío y a pesar de que lleva bastante azúcar, me resulta el trago más amargo de mi vida.

33. Plano secuencia

El frío de la culpa encoge a la joven solitaria en su asiento. Sobre las rodillas, el bolso donde guarda el revólver que utilizó hace unas horas. Al detenerse el tren, sus dos vecinos de compartimiento se levantan y van hacia la salida. El exceso de rouge provoca un aspecto vulgar en la mujer madura. Su acompañante, un anciano, camina arrastrando la pierna. “¿Crees que ahora estamos a salvo?” —pregunta ella al bajar al andén—. El viejo saca un cigarrillo  abandonado en el bolsillo de su arrugada chaqueta. “El patrón tiene ojos en todas partes. Quién sabe” —contesta— y se acerca a un hombre que contempla alejarse al convoy. “¿Tiene fuego?”. El hombre le entrega un encendedor, pero se marcha sin esperar a recuperarlo. Llega al parking y entra en un vehículo. Conduce por una carretera salpicada de casas aisladas. Suena el manos libres. “Cariño, ¿vienes en el tren? —dice una voz femenina—. Cariño…” El hombre apaga el móvil, para en el arcén y llora. En la casa más cercana hay una luz encendida que muestra el interior de la habitación. Ahí estás tú, lector o lectora, y comienzas in medias res tu propia historia. Fundido en blanco.

32. MASCARADA (Manuel Menéndez)

Fuera hace frío. Mucho. Todo lo que me rodea es gélido, carente de vida, monótono. Desearía tener fuerzas para salir de aquí, para derretir el hielo que ha cristalizado a mi alrededor, pero mi interior también está congelado. En algún lugar, mi corazón sigue trabajando en medio de este frío glacial, porque noto sus latidos desbocarse, mientras mi estómago se escarcha formando carámbanos de ansiedad. Entonces me arrebujo más en mi manta, abrazo mis rodillas contra el pecho y dejo que el tiempo pase en posición fetal, protegido del exterior, del mundo, de la vida.

La oigo dar vueltas por la casa. Es muy tarde. En cualquier momento gritará que nuestros hijos están a punto de llegar. No quiero verlos. Sobre todo, no quiero que me vean. Soy su padre. La roca. Su puntal. No pueden saber que estoy hecho de arena y lágrimas. Que no tengo respuestas. Que solo me quedan preguntas, después de tantos años. Pero lo haré. Una vez más arrastraré mi cuerpo entre la cellisca hasta ponerme en pie. Una vez más respiraré hondo antes de colocarme la máscara de payaso. Y, una vez más, sufriré con una sonrisa cada momento vivido fuera de mi refugio.

31. De auténtica piel

Su última colección sería el comienzo de su merecida fama como el más grande de los diseñadores. Redondez para el blanco casi transparente por el que traslucían vetas violáceas, asimetría para el negro azabache del África profunda, ondulados para el dorado mediterráneo, corte evasé para el diseño atópico tintado de manchas rosáceas y desiguales con las que había logrado un inigualable efecto selvático… muy superior al manido animal print: materia prima extraída con precisión quirúrgica, corte único para cada diseño. 

      Pero lo que realmente marcaría la diferencia de sus bolsos era el tacto: suave y aterciopelado, sin arrugas, granos o estrías que arruinasen la necesidad de acariciar esos cueros, tan extraños y familiares a la vez. 

 

30. El silencio y la nieve (María José Escudero)

Sentado a la entrada de su hogar prefabricado y al tiempo que mastica una brizna de hierba, Hanson observa, severo y sereno, el manto helado que cubre la pradera. A pesar de que en su larga y amarrada cabellera ya se reflejan destellos de luna menguante, aún distingue con sus ojos de rastreador las huellas de los jóvenes que huyen de las montañas nevadas de Wyoming. También su hija pequeña y más amada, la que fue un regalo del otoño, ha querido escapar de aquella reclusión blanca y ahora no le queda nadie con quien intercambiar miradas.

El recuerdo del pasado le consuela y evoca, agradecido, los días en los que disfrutaba del favor de la naturaleza. Pero el infierno del alcohol le impide escuchar la llamada de la vida y su espíritu nómada se dispone a emprender un nuevo camino: Desnudo y perfumado, buscará un claro en medio del bosque y se dejará envolver por el abrazo eterno del silencio. Y mientras el águila calva sobrevuela los límites de la reserva y vigila el gran encuentro, Hanson descansará sobre la tierra removida junto a sus amuletos, su penacho de plumas y un atado de salvia escarchada.

29. BAJO CERO

Enero llegó con ganas, escarchando los campos, como si quisiera dejarle claro al mes siguiente quién era el más invernal de los dos, aunque eso ya al sentenciado le importaba poco, pues aquella sería la última mañana de su larga vida. «Siempre hay un primer día para para todo, incluso para morir. Bueno, yo ya he muerto varias veces», le decía el reo al joven fusilero, que, a juzgar por su mirada tirante, se enfrentaba a su primer paredón. El condenado, mucho más experto que su verdugo, quiso ser benévolo con el principiante y dejó de escrutarlo con la mirada, poniendo sus ojos en el gélido horizonte y asumiendo que no tendría una segunda oportunidad sobre la tierra y que esa cencellada moribunda sería la postrera imagen que tendría de este mundo. Por su parte, el soldado trataba de concentrarse como podía en su misión recordando aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

28. En el principio era el Caos

Dicen que del barro primigenio surgió Gea, quien engendró a Urano, gracias a la intervención de Eros, que ya andaba por ahí preparada para convertirse en la piedra angular que marcaría la evolución de los seres humanos y de todas las especies. Otros contradicen esa historia y cuentan que al principio era el verbo. Quizás ambos relatos estén hablando de lo mismo y Eros utilizó la palabra para organizar más tarde, con mi compañera Eva, esas relaciones que han creado el entramado de amores y odios, fidelidades y traiciones, felicidad y desgracia, que es el sustento y la razón de ser de la historia de la humanidad.

Podría haber sido distinto si yo no hubiera aceptado la manzana, que lo pensé, pero me dejé llevar y no hice nada porque ya estaba escrito el guion.

27. El corredor (Susana Revuelta)

Suena el timbre mientras está viendo un programa de maratones olímpicas en streaming: es un repartidor que trae las zapatillas de running que compró ayer por Internet. Entre las diez más vendidas eran las más caras, casi trescientos euros, pero es que tienen de todo: espuma reactiva, memory foam, placa de fibra de carbono, suela con diferentes ángulos de tracción, amortiguación adicional… y además son súper ligeras y transpirables.

Abre la caja y se las pone, para que se vayan haciendo al pie, para que el día que empiece a correr no le salgan ampollas y le dé por desanimarse. Ha acertado con el número, un 42 y 2/3, como indicaba la tabla de tallas según la longitud del talón al dedo. Tirando de una lengüeta que ofrece una fijación uniforme se las ajusta a la perfección; es una compra de diez.

Se levanta, recorre al trote el pasillo, va a la cocina. «Me las dejo puestas, son más cómodas que las pantuflas», se dice complacido. Regresa con otra lata de cerveza y más patatas fritas al salón, se repantinga en el sofá, agarra el mando y da al Play justo cuando un africano descalzo atraviesa la meta proclamándose ganador.

 

26. Nieves (Alberto Jesús Vargas)

Nieves, que fue la chica más guapa del instituto, acabó convirtiéndose en el pibón del barrio. Era alta y rubia como las nórdicas y había quien afirmaba que tenía un cierto aire esquimal y por eso era tan fría. Porque a fría no le ganaba nadie. Puede que la cosa le viniera de familia, pensábamos, dado que sus padres eran dueños del principal comercio de congelados de la zona y de hecho ella, quizás por pura vocación, al terminar la secundaria se hizo cargo gustosa del negocio familiar. Volcada en él, despachaba su gélida mercancía y enfriaba las aspiraciones de cuantos pretendientes allí se le acercaban.  Se comentaba que no quería complicarse la vida, que iba de su casa al trabajo y que guardaba el corazón en alguna de sus neveras.

Es probable que la culpa la tuviera el temporal que aquella mañana cubrió de blanco la ciudad, lo cierto es que cuando Candela, desafiando al mal tiempo y buscando filetes de merluza, apareció por primera vez frente al mostrador de Nieves,  ambas se miraron a los ojos y una aurora boreal pareció iluminarlas justo en el momento en que saltaba el cuadro eléctrico del local.

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