Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

45. 179091

Un día llegó el frío y se quedó para siempre. Desde entonces, la leña no ha vuelto a arder, salimos de la ducha castañeando los dientes y una sopa templada es una quimera. Pero no fue solo un frío como el que arrastra consigo el invierno, sino uno más profundo, omnipresente. Un frío que agrietó las almas. Nadie recuerda la última vez que vio un gesto cordial y cualquier mirada pone la piel de gallina. Las sonrisas hielan la sangre. Incluso las vestimentas hacen gala de una inflexible frialdad. Los colores cálidos se perdieron en el recuerdo; ahora nos confundimos todos, indistinguibles, en una niebla de azul y gris.
Una vez más espero de pie, inmóvil, después de una jornada de trabajo repleta de silencios y ojos agachados. Los fríos números del recuento se hacen eternos. Diecisiete, dieciocho, diecinueve… ¿Es el uno más frío que el siete? ¿El siete más que el nueve? ¿O lo es el cero, la encarnación del vacío infinito? Veinte, veintiuno… Me fallan las piernas y caigo de rodillas. Una patada furiosa es suficiente para recordarme que los números más fríos son aquellos que el odio te graba en la piel.

44. Algo inesperado (Gemma Llauradó)

Calla, no grites. Soy yo. ¿No me reconoces? ¿Por qué me miras como si no me conocieras? Acaso no me recuerdas. ¿Sabes quién soy? Soy tu hijo Gabriel… He regresado de Argentina. Mamá, ¿qué te pasa? ¿Por qué no me hablas? No, no grites. Mírame. Sigo siendo yo. Tú hijo. Estoy aquí mamá. ¿Qué te sucede?

Hubo un silencio ahogado, ligeramente prolongado mientras él la observaba desconcertado. Algo en su interior le decía que algo no iba bien.

De repente, unas lágrimas escurridizas se deslizaron por las mejillas de ella, unas palabras desordenadas se atropellaban unas tras otras bajo una voz asfixiada. No, por favor, mamá. Háblame despacio. No llores. Dime, ¿cómo puedo ayudarte? ¿Qué puedo hacer? No te entiendo mamá. Habla más despacio. Su mano tocó la suya, pero ella la retiró como si fuera a quemarse. Pero ¿qué te sucede? Mamá, soy yo…

Unos segundos más tarde entró Sara en el salón. Llevaba consigo dos tazas de té negro, el preferido de Gabriel. Viendo la escena, le habló a su hermano.

El médico le había diagnosticado Alzheimer y estos eran los comienzos de la enfermedad. Tenía días buenos, otros no tanto. Aquel era uno de esos días.

43. RESPIRA (Rosalía Guerrero Jordán)

El agua está fría pero mis piernas no lo saben. Solo cuanto me sumerjo en la piscina y ella me abraza siento las pequeñas agujas de hielo clavándose con furia.

Comienzo a bracear con desesperación, como si temiera ahogarme. Esos metros que tantas veces recorrí ahora se antojan infinitos. Alguien coloca mis piernas en horizontal, y el ritmo de mis brazos se vuelve constante. Un, dos, tres, respira; un, dos, tres, respira.

Con cada brazada la sal de mis lágrimas se diluye en el rectángulo azulado.

Recuerdo el estruendo de vidrio y metal; después, el silencio, tan parecido a la muerte; el llanto quedo silenciado por las sirenas; el despertar en el hospital y el dolor lacerante de saber que solo yo había sobrevivido.

Siento la torpeza de mis piernas, ahora convertidas en ruedas. Y el abrazo de la silla que nunca creí que pudiera necesitar.

Al salir a la calle noto el frío en mi cabello, todavía húmedo. También el sol que acaricia mi rostro.

Mientras pienso en todo lo que dejo atrás mis manos hacen girar las ruedas. Y entiendo que este es el principio de mi nueva vida.

42. VIVIR (María Jesús Briones Arreba)

Al grito de: -«La sopa está fría»; un golpe en la mesa; más improperios y una nueva bofetada con la sentencia de siempre:

-Buscaré calor en un trago
Retumba el portazo. Ana confunde sus lágrimas con la presión del agua sobre los platos que lava.
La niña despierta sollozando. Ana con besos suaves tranquiliza a su hija. Promete denunciar aquello que no debió tolerar desde el principio.

Hoy, siente el vacío de la ausencia en las noches solitarias. Le obsesiona la pulsera que los separa y desea arrancarla de la muñeca de su marido para seguir viviendo.

41. ALMAS ENCENDIDAS

La tarde se encontraba iluminada por una tenue luz que procedía del faro que protegía la isla.
Aquel día, frío y desangelado, apenas había gente en las calles del pueblo canadiense, aunque estaban acostumbrados a las gélidas temperaturas.
Solo se veía a un grupo de muchachos de alrededor de los 17 años que estaban haciendo botellón cerca de la plaza y charlando animadamente.
De repente la charla comenzó a avivarse y aumentó el tono de sus voces. Al parecer Albert había gastado una pesada broma a Frank, uno de los jóvenes más apocados del pueblo, que había protestado.
Las voces se convirtieron en gritos, y finalmente los dos se enzarzaron en una pelea.
Los muchachos acabaron en el suelo nevado, lanzándose improperios mientras se propinaban puñetazos y patadas.
La mala suerte quiso que Albert, tras el último empujón, acabara estrellándose sobre el bordillo de la acera.
Un golpe seco tiñó de sangre la nieve, y nada pudo hacerse para salvarle.
La marea roja, incesante, anunciaba lo que todos se negaban a creer, su atroz muerte debida a una discusión intranscendente, una rabia juvenil imparable y a un amor propio equivocado.

40. Trasplantado

Abrí con ansia el primer paquete de mis padres. Podía verse la mano de papá en el derroche de cinta adhesiva; la de mamá en la cuidada caligrafía de la dirección. Dentro había un poco de todo. La abuela me mandaba un sobre con dinero, mi hermana, algo de ropa y cintas de música, y el resto lo componían embutidos y conservas caseras, además de algunos enseres, diversas cosas que yo les había pedido y, por último, una “misteriosa” bolsa de tela. En una etiqueta adherida a esta, decía: «Semillas de trébol».

Había muchas. Decidí sembrar un puñado en las macetas del balcón, y regalé luego parte de ellas a doña Carmen, la casera, que me trataba como a un hijo, y a Juan, el panadero, que me regalaba un bollito cada mañana. Reservé también una buena cantidad que al día siguiente fui esparciendo por los parques y jardines que encontraba en mi ruta hasta el campus de la universidad. Allí sacudí en el césped las que quedaban. Añoraba lo indecible mi vida en el pueblo. Y más todavía a mi familia. Pero, si el clima y la suerte me eran propicios, pronto empezaría a echar raíces en la ciudad.

39. AÑO NUEVO (J. A. Iglesias)

El concierto de año nuevo envuelve la estancia, las notas del «Bello Danubio Azul» flotan por el salón, mientras los últimos rescoldos de ascuas, de la noche anterior, chisporrotean en la chimenea.

A través de la ventana, el paisaje gélido transmuta, las briznas de hierva cambian su verde por el blanco helado, de la ramas del abeto se descuelgan finos hilos de cristal en forma de caireles.

El sol comienza a repartir, generoso, sus rayos de calor y como en una coctelera se agitan, mezclando colores y sensaciones: una buena cantidad de escarcha helada, algo de tristeza, brillo sobre la superficie, alegría contenida, ocres, blancos y amarillos, muchos recuerdos de un pasado año agridulce, quizá se fue la mano con la añoranza y un buen puñado de esperanza.

La «Marcha Radetzky» suena poderosa, dando lugar a un nuevo año y, con él, a nuevos comienzos.

38. TIRITOS

Comienza un nuevo día. Quizás el mismo, ausente solo por esa pertinaz querencia que tiene a las antípodas. Las horas volverán a sonar en el viejo reloj de la torre. Serán las mismas, incapaces de abandonar su vórtice. Hace muchísimo frío. Un álamo tiembla junto a una pared acribillada.

Despierta don Vito. De lejos, el murmullo de las olas con su juego eterno de caricias y desdenes. Despunta el sol. La luz dibuja un ventanuco en el suelo. Don Vito lo mira, lo mira, lo ve desplazarse. Espera.

Espera.

Espera el déjà vu que lo atormenta.

Tirita de frío. La celda tiene una puerta, una gatera, una escudilla mugrienta de peltre a la que no alcanzan sus manos temblorosas. Pan duro, cebolla rancia.

Volverán más tarde a buscarlo, cuando acaben las prácticas de tiro. Lo arrastrarán hasta el paredón de los mil agujeros, junto al álamo temblón. Las piernas embutidas en un cubo de cemento. No quiere el sargento marrar otra vez con el blanco.

Don Vito comenzará a temblar con muchísima fuerza. Por ahuyentar el frio, por espantar el miedo.

Cargadores vacíos, cabeza gacha, moral derrengada. Lo llevarán de nuevo a su celda. A rastras.

 

Esperarán un mejor amanecer.

37. Helados (Juana Mª Igarreta)

En la familia de Iván el frío era uno más. Aunque el padre durante el invierno achicaba la cocina con un murete de tablas para recoger mejor el calor de la lumbre, el resto de la casa era un témpano. Al niño, acostumbrado a las bajas temperaturas y llevado por el empuje de una incipiente curiosidad, la calle se le antojaba cálida en todas las estaciones. El primer helado que saboreó fue de agua congelada de la fuente. Le supo a gloria. Notar cómo se anestesia tu boca es todo un descubrimiento sensorial. Preso de este encantamiento lo repetía muchas veces, hasta que su tierna garganta se convertía en un rusiente terreno de juego cuyo dominio se disputaban a menudo entre unas irritadas amígdalas y unas inflamadas adenoides, momento en el que se requería la urgente intervención del doctor Simón para dar por finalizado el partido.

Fue en una de aquellas visitas cuando un hermoso carámbano, acuciado por un persistente abrazo de sol, se desprendió del alero del tejado impactando letalmente sobre la sesuda cabeza del joven galeno. Se quedaron helados. Sobre todo el corazón de Andrea, hermana mayor de Iván, que apenas unos momentos antes latía enardecido

36. Autopsia de un comienzo

Ahora reposan en la cámara de esta morgue con sus alientos intercambiados. Un lúgubre camión frigorífico los ha traído hasta aquí. Encontraron sus cuerpos entrelazados muy cerca del glaciar. El alud sepultó los últimos abrazos bajo la nieve. Perdidos en besos y caricias, la ventisca los desorientó. Un aire gélido acompañó sus juegos de seducción. Huyeron juntos de la frialdad de aquel congreso. Ambos percibieron el final del invierno en sus corazones. A ella le enamoró el azul ártico de su mirada; a él, la frescura de su sonrisa. Ella sintió un escalofrío cuando rozó su piel. Él susurró algo a su oído para romper el hielo. Temblando, se había acercado a ella.

35. Al pie del Teide (Paloma Hidalgo)

Me he vuelto trasnochador. Netflix me ayuda mucho con eso. Pero tengo más novedades, por fin te has salido con la tuya, ya no fumo. Ni uno. Tampoco de los otros, te lo juro sobre la biblia que robaste en Filadelfia. Voy a clases de taichí, y a un taller, que me ha regalado tu hermana, tan maja, a hacer esa desesperante papiroflexia que me encanta. A la niña, se lo merecía hace tiempo, esta semana le han ascendido. Otras cosas siguen como siempre. Continúo mordiéndome las uñas de los meñiques cuando escribo en el diario. Aún llevo gafas, he aceptado que las lentillas y yo nunca seremos amigos. El niño continúa invitándome a comer a su casa los sábados, le salen de vicio los canelones y las manzanas asadas. Y cuando abro cualquier álbum de fotos, empiezo a hablar contigo igual que cuando me destinaban lejos, como si estuvieras al otro lado del teléfono. También sigo sin controlar el temblor de mi cuerpo al recordarte contándome que en la ducha te habías encontrado un bultito en la axila. Y sin soportar el frío que hace en tu lado de la cama. Por cierto, en Tenerife, estabas preciosa.

34. Finales. (Nuria Rodríguez)

Se sienta frente a mí y pide un café cortado. Tenemos cita con el abogado a las cinco de la tarde, en poco más de media hora, todo habrá terminado.

Al mirarle a los ojos y no reconocer en ellos al chico del que me enamoré, me invade una extraña sensación de pérdida.

Le hablo de cosas triviales, como el trabajo y en lo loco que está el tiempo. Es abril y sin embargo yo, estoy helada. Él me habla de su último proyecto, pero ya no le escucho.

Me he trasladado hasta el portal de mi casa treinta años atrás donde nos dimos el primer beso, aún puedo notar como las mariposas martillean mi estómago. Me escucho diciendo un “si quiero” con tanta emoción que apenas me salen las palabras. Le veo acunando a Lucía, nuestra hija y siento tanto amor que llego a temer que mi corazón explote.

Su voz diciéndome que ya es la hora, me devuelve a la realidad.

Apurada, me bebo un café ya frío y a pesar de que lleva bastante azúcar, me resulta el trago más amargo de mi vida.

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