Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

34. Último acto

Desprendía una belleza serena allí tendido sobre el lecho acolchado. Lo besó con dulzura en la frente, en los párpados cerrados, en sus frías mejillas. Pero cuando llegó a la boca, a esos labios carnosos, se vio dominada por un deseo irrefrenable que la empujó a abalanzarse sobre él mientras sus manos se perdían ansiosas bajo la camisa, bajo el pantalón. Su cuerpo ardía de pasión. Sentía como un fuego intenso la consumía por dentro. Amor, amor, repetía extasiada. Tal era el frenesí que no advirtió como el féretro se cerraba. Cuando descubrió las llamas devorando la madera ya era demasiado tarde. Sus gritos de horror se estrellaron en las paredes de aquel horno crematorio.

33. Impar

Subida a horcajadas, el vaivén pausado de las caderas se asemeja a la borrachera de un barco de vapor. De la cadencia sinuosa pasa a los embates. Se imagina en un rodeo, montada en las hechuras de una res, jaleada por el público, empeñada en seguir sentada asida a las correas. Ronronea, relincha. Se desquita; los alaridos y jadeos rebotan en las paredes del patio de luces buscando ansiosos la ventana abierta de algún vecino. Se regodea en los insultos, conminándolo a poseerla con más enjundia. Pero al final es ella la que se regala de nuevo un espasmo detrás de otro, el goce desenfrenado hasta caer rendida. Reposa después a su lado, saciada, atiborrada de placer, con el deseo amansado. Dormita. Despierta más tarde entre las luces melifluas de la tarde. Le da un empellón. Él pasará la noche en el suelo, inerte. Por la mañana lo devolverá a la caja para meterlo en el armario, no sin antes dedicar al muñeco que tantas delicias le procura una mirada lasciva.

31 YESTERDEY (Mercedes Marín del Valle)

El foco iluminaba directamente su pelo y sobre él, y en círculos, se reflejaban  los colores del arcoíris. El sonido incitaba a cerrar los ojos y abandonarse, pero no podía dejar de mirarla. Ella sí disfrutaba plenamente, ajena a la pasión que despertaba en mí, arrebatadora y brutal a la vez que tierna, rayando en lo cursi. En un momento en que  la música sonaba casi atronadora para mis oídos, grité que la deseaba, con la esperanza de que mi voz se perdiera en el tumulto de aquellos miles que, con los brazos elevados y las lágrimas en los ojos, coreaban el estribillo como posesos. Inesperadamente su rostro se volvió hacia mí y recordé que sabía leer los labios. Sus ojos desprendieron chispas ardientes y su boca se anudó vertiginosamente a la mía. Un silencio absoluto lo inundó todo y, de nuestros corazones,  salieron alas, que nos elevaron  misteriosamente sobre el auditorio. Transformado por mi liberación me mostré tal cual era, desnudo. Nuestras risas cargadas de electricidad fundieron los focos del escenario o eso pensamos porque, de pronto, se encendieron un número incontable de velas cuya luz oscilaba, acompañando el latir de nuestros cuerpos sudorosos. Comfortably numb, llegó para quedarse.

30 La culpa (Marisa Martínez Arce)

 

El tacto de su piel me proporcionaba un placer indescriptible. El hecho de estar frente a él y no poder tenerlo me dolía, producía tal desasosiego en mi interior que por las noches, oraba sin cesar en mi celda, aspirando a expiar mi culpa e intentando paliar mi sufrimiento. Pocos me entenderían, pero podía ser pecado desear tener aquello en lo que había trabajado durante cinco años de mi vida. Quererlo solo para mí.

29. PASIÓN REALISTA (A. BARCELÓ)

¿Cómo no quedar hipnotizado de sus ojos castaños, ni cautivo de ese gesto sutil de morderse el labio inferior dejando entrever unos dientes inmaculadamente blancos y perfectos? Recorro uno a uno el trazado de los hilos áureos que bordan su melena y desciendo hasta llegar al cuello para recrearme en la tersura de su piel. ¿Que desnude sus pechos? No, prefiero dejarlos como están: cubiertos con el fino encaje blanco del sujetador, desbordando erotismo. Avanzo por la llanura perfecta de su vientre sin prisa, seguro de cada movimiento de mi adiestrada mano, con la calma que proporciona la experiencia. El sexo tampoco lo desnudaré, mejor oculto también, adornado por la fina lencería ligeramente humedecida, insinuándose y emanando una calidez imposible de captar para cualquiera que no posea una técnica tan depurada como la mía. Sería ingenuo pensar que la joven estudiante de Bellas Artes que ha pedido posar para mí sienta el mínimo deseo por el anciano que tiene delante. Me conformo con observar la admiración en su mirada a cada trazo que mi pincel realiza para reproducir su proporcionada y sensual anatomía. Me basta con la pasión que le hace sentir mi arte.

28. El vuelo de la Mosca

«Poned pasión en todo lo que hagáis», decía doña Purificación, nuestra profesora de literatura de cuarto de bachiller. La Mosca, la llamábamos. Dar con el mote apropiado había resultado fácil. Las gruesas gafas de culo de botella en su cara menuda de tez clara nos habían ahorrado muchas disquisiciones. Resultaba imposible no reírse de sus faldas largas y grises, sus mocasines de tres colores (lo más atrevido de su indumentaria) y las blusas abotonadas hasta la asfixia. Igualmente nos asombrábamos de que aquella solterona conociera la palabra pasión y se atreviera a pronunciarla. Para nosotros pasión era sinónimo de sexo y la palabra sexo era —con esa hermosa X en su segunda sílaba— tan turbadora como las costuras negras de las medias de cristal de las busconas. Así las llamaban nuestras madres.

No éramos más que una panda de pajilleros mancos y descerebrados, y nunca supimos ver volar a la Mosca. Sin embargo eso ocurría cada vez que sacaba un libro de la cartera. Acariciaba su lomo y nos pedía silencio. Luego cerraba los ojos y cogía aire antes de dejar que el libro se abriera solo, por donde quisiera él, para empezar a leer. Con los ojos cerrados. Siempre.

 

 

27. EL PECADO (Mødes)

Nuestro amor olía a dátil, especias y simún.

Y, cada noche, un oasis de fluidos y placer nacía en nuestra cama, convirtiéndonos en dos tigres flamígeros que sólo ansiaban devorar sus propios cuerpos.

Pero el cáncer de la intransigencia siempre tuvo los colmillos afilados, y un maldito día reptó bajo la puerta y desgarró nuestras entrañas.

Y ahora somos átomos enamorados, flotando en libertad como polvo en el desierto.

Y ya no nos importa el qué dirán.

Ni haber sido lapidadas por cien bestias con turbante.

26 -VEHEMENCIA – EPI

Faltan dos días para estar con él.
Es un ritual, solo los sábados después de comer.
Durante la semana el deseo va aumentando. A veces me sorprendo apretando los muslos, entonces me ayudo con la mano.
Suelo cocinar platos especiales. Algo de marisco, ostras, percebes y luego una buena carne, casi cruda, sangrante. Albariño primero y después un Ribera.
Cocino desnuda, con un delantal y de vez en cuando me pego a la encimera y me froto. Con frecuencia he tenido varios orgasmos antes de que esté presente.
Es pasión lo que siento por él, pero creo que el deseo porque me posea es mayor.
Esta noche, al acostarme he colocado una almohada entre mis piernas y me mezo al compás de la música, ardo en deseo.
En mi ensueño, rememoro cuando con mis dos manos lo llevo hacia mi boca y se derrama en mí. El Pacharán me está esperando en el salón.

25. Dosificados (Aurora Rapún Mombiela)

Hace tiempo que los dos deseaban que llegara este momento. Anhelaban sentir el calor de los cuerpos piel contra piel, la humedad de los besos, recorrer laberintos de sensaciones en la intimidad envolvente. Culmina al fin el sinuoso sendero de roces efímeros, de miradas cruzadas, de relojes inclementes sin tiempo para el encuentro, de intenciones y de intentos. Las sábanas calientes acarician sus movimientos en la escalada hasta lo más alto y coronan la cima juntos, justo a tiempo, en el preciso momento en que se escucha el sonido de las llaves que los obliga a descender a toda prisa, casi sin aliento…

—¡Mamáá, papáá, ya estamos en casaaaaaa!

24 Virgen extra

Llevaba un tiempo medio enamorándome de la hija de la dueña de la freiduría. Era una chiquilla con cara de ángel que debía de tener unos dos años menos que yo y ayudaba a despachar por las tardes. A menudo me paseaba despacio por delante del puesto y, algunos días, para disimular, entraba a comprar cien gramos de cualquier cosa.

Una tarde que ella no estaba, su madre me hizo pasar a un almacenito que olía a harina y matarratas. Era una mujer de unos cuarenta y tantos, con hechuras de actriz de Cinemascope.

Pensé que querría conocer mis intenciones pero me pidió que oliera la garrafa del adobo. Su cuerpo estaba barnizado de un sudor dulzón, perfumado.

—¿Huele bien? —me preguntó.

Yo asentí.

Vertió aceite de oliva en un plato y mojó un dedo que acercó a mi boca.

—Mira qué denso —susurró, haciendo que se lo lamiera—. Virgen extra.

—Pica un poco —dije.

Derramó el resto sobre su pecho y acercó mi cabeza. Lamí todo lo que pude, apresurado, torpe, mientras ella se encargaba de lo demás.

Y durante un tiempo, todo me olió a orégano y a pimentón. A jabón verde. A acedías y a culpa requemadas.

23. EL LABERINTO DE ARIADNA

Recostada sobre la arena, Ariadna dormita en la orilla, arrullada por las olas. Acorralado detrás de una pared, el hombre tiembla de terror ante los bramidos furiosos del animal. Debería hacerle frente como el héroe que dice ser, pero su brazo se encoge como el de un cobarde.
Ajena a las súplicas, a los alaridos, a los golpes de mortales embestidas, Ariadna se da la vuelta hacia la escollera, donde el barco se balancea anclado. Sueña con el castigo del embaucador a manos de su monstruoso cómplice. Por esta vez, con la certeza de no haberse dejado engañar por el tipo que amó y que le había jurado que nunca la abandonaría.

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