Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

21. CONVENTO DE LAS CLARISAS, TOLEDO – EPI

La vida de las damianitas fuera de las murallas es de clausura, oración, pobreza, frio, abstinencia, castidad y silencio. En Toledo, la peste negra.
La abadesa Sancha Alfonso las dirige con mano de hierro.
Pero lo peor del cenobio es el frío que te cala los huesos.
En la Iglesia, la oración se acompaña de un castañeteo de los dientes y un temblor involuntario del cuerpo.
En el Claustro, se producen vendavales de aguanieve y la piedra parece que rezuma agua.
A la hora de dormir, la celda se antoja un féretro de hielo. Inés intenta arroparse con la manta raquítica que tiene y no para de tiritar.
Cómo novicia que es, su vida no es tan dura como la de las monjas y corretea por el convento con bastante libertad. En el huerto, ha entablado conversación con un gañán y aunque no es muy agraciado, le encanta estar a su lado. Nota su calor.
Es lo que le lleva a abrazarse a él. Inés piensa todo el día en esos ratos de calor.
Hace una semana notó una buba en su sobaco y hoy, ha supurado.
La peste bubónica ha roto la clausura.

20. EL FRÍO, EL COMIENZO (jesús Alfonso Redondo Lavín)

Aquel año dijeron que el cambio climático era ya un hecho. La primavera, aunque húmeda, fue excesivamente cálida; la temperatura se mantuvo más o menos en los treinta y seis  grados centígrados, óptimos para la floración y la maduración.

El verano fue muy generoso, la fruta entró en sazón y no la atacaron ni los insectos ni los hongos y se afirmó que aquel estío fue uno de los más frescos de los señalados en los registros históricos. En ningún momento el termómetro superó los treinta y siete grados.

El viento no se sintió en otoño. Contra lo habitual, ni secó las fuentes ni se llevó los puentes y en cuanto a la temperatura, pasó lo mismo: termómetro plano, como en las dos estaciones anteriores.

Aquello no era normal, no podía predecir nada bueno. Y claro, al inicio del invierno todo cambió. El pertinaz anticiclón fue desplazado, se juntaron las isobaras; el espacio empezó a contraerse hasta el ahogo y bajó la temperatura de golpe. No obstante afirmaron que aquello era normal.

Al fin y al cabo es la sensación de frio la que provoca el primer lloro que llena de aire los pulmones en el comienzo de la vida.

19. ROJO Y BLANCO (Carmen Cano)

Se arrastra por la nieve campo a través. Al cojear, va marcando unas huellas irregulares. Lleva la pierna vendada y el dolor persiste.
Ha abandonado las trincheras, en donde ha visto el rostro gélido de la muerte. Una colina más y llegará a su destino. Solo anhela el refugio cálido del vientre abultado de la esposa.
Mientras el aire frío llena por primera vez los pulmones del niño, la bala en la nuca deja un rastro de sangre sobre el hielo.

17. Nuevas tecnologías (Piel de Retales)

Descubrimos las excelentes prestaciones que podía ofrecer una impresora 3D en un curso para mujeres desempleadas que nos ofertó el Ayuntamiento.

Empezamos por objetos sencillos: Una espumadera, una olla a presión y una pistola semiautomática con la que secuestramos al monitor para poder así producir cosas que realmente nos interesaran.

La mayor de todas las compañeras, un poco beata ella, decidió que podíamos rizar el rizo y diseñar una persona a escala real usando como patrón una de las estampitas que llevaba en la cartera. La verdad es que el aspecto físico lo conseguimos clonar a la perfección. El problema fue cuando nuestro prototipo cobró vida y nos lo llevamos a cenar a Telepizza.  Se sintió inquieto con nosotras doce, pero la sorpresa fue mayúscula cuando elevó la pizza con sus brazos y nos dijo «tomad y comed».

16. FRÍOS Y COMIENZOS (Mariángeles Abelli Bonardi)

Nunca ha vivido una «Blanca Navidad»: lo piensa y camina a la par del quitanieves que poco a poco, parsimoniosamente, va limpiando la calle.

Recién ahora, después de un mes, puede prescindir del mapa: el «super», la playa, el centro, el consulado… Todo le sabe a novedad y a aprendizaje.

Se arrebuja en el abrigo y llega a casa con las compras: besa a su novio, ordenan todo, se sientan y, mates de por medio, planifican el menú de Nochebuena.

Es un tiempo agridulce para ellos: tan lejano a la familia y tan cercano a los sueños…

«El show debe continuar», se dicen, subiéndose el ánimo: el mundo es su carpa de circo, y artistas al fin, a él se deben.

15. VIVIENDO Y APRENDIENDO (Mercedes Marín del Valle)

Nunca supieron como habían llegado hasta allí, pero los comienzos no fueron nada fáciles dentro del agua hirviente y burbujeante que alguien llamó sopa de Oparin. Tampoco era agradable pensar que el sol, tan necesario, podía lanzar rayos odio sin control poniendo sus vidas en peligro. Una de las formas más respetables y primitivas dijo saber a ciencia cierta que todo en el exterior olía a humo contaminado con sulfuros y metano y que los volcanes y los sismos eran tan potentes y frecuentes que, sin dudarlo, el ambiente acuático en el que se desarrollaban era lo mejor para estar a salvo.

En un momento cualquiera de un día cualquiera, eso no importa porque aún no habían venido los hombres y sus reglas, un pequeño organismo puso a funcionar su maquinaria recién estrenada y para asombro de todos comenzó a expeler oxígeno, además con esa acción tan natural no necesitaba alimentarse. Animados, otros coleguitas microscópicos imitaron su comportamiento y, como resultado, un sinfín de burbujas oxigenadas  se extendió formando una capa que cambió sustancialmente su modo de respirar y amplió su horizonte.

Autótrofos, heterótrofos, aerobios y anaerobios hicieron la ola en las olas. La tierra prometida tenía una pinta estupenda.

14. Entrega

Acostados unos junto a otros, adocenados pero cómodos, anhelamos el momento de abandonar la oscuridad y cumplir nuestra misión. Dentro, aprovechamos la espera haciéndonos fuertes, endureciéndonos, cavilando cómo satisfaremos deseos ajenos, mientras nos afirmamos en nuestro deseo de ser útiles. Una vez en el exterior, nos fundiremos como amantes, sumergidos en sueños gaseosos o coloridos, que antes, en nuestro encierro, intentábamos adivinar inútilmente. Somos modestos, nadie repara en nosotros hasta que faltamos, arruinando la copa, el refresco del niño picado por el sol o la bolsa que alivia una frente resacosa. Somos seres entregados, poco reconocidos, a los que les gusta desaparecer lentamente, abrazados los unos a los otros, dándolo todo, abrasados de calor ajeno o lamiendo un dedo juguetón que nos monta en un carrusel trasparente al ritmo de una conversación banal. La próxima vez que abras el congelador, pregúntate un instante si moriremos cumpliendo nuestros propios sueños.

13. Tú, por siempre (Anna Jorba Ricart)

En la gélida mañana subo al pueblo por la enrevesada carretera con el pavimento desgastado lleno de baches como mi vida. Al bajar del coche en mis ojos reverbera el sol por el blanco de la nieve. Abro el portón y allí siguen indiferentes el capazo de esparto con leña, la azada, el escardillo y las tijeras de podar sobre tus guantes, junto al bastón de almez de mi padre. Las paredes de piedra retumban en el vacío. El frio es intenso. Enciendo la lumbre. Por los cristales empañados se deslizan gotas de humedad al igual que en mis mejillas la tristeza. Me siento frente a la chimenea con un café recién hecho. La leña prende y sus llamas me muestran un devaneo galante que distrae mi pensamiento y los troncos crujen al quemarse, es entonces que me parece oir el eco de nuestras risas de antaño en atardeceres felices. En la soledad de nuestro refugio, tan frío como el paisaje, necesito templarme al calor de tu recuerdo y es cuando te veo junto a nuestra foto en blanco y negro, en la repisa, y siento que hasta en cenizas me cautivas.

12. Algor mortis

Los dientes les castañeaban mientras engullían los helados con sabor a naranja. Sus labios estaban más púrpura que rosados y las yemas de los dedos como garbanzos, pero no tenían frío sino una prisa enorme por zambullirse de nuevo en el agua.

La misma premura con la que años después corrían para resguardarse de la lluvia y comerse a besos bajo la marquesina de la parada de autobús. En esta ocasión las manos les temblaban, aunque tampoco por el frío más bien era la urgencia por quitarse la ropa empapada.

Así, con su celeridad de siempre, sortearon las bajas temperaturas de toda una vida juntos hasta el día en que sintieron el roce del frío eterno. Entonces no tardaron en refugiarse bajo las sábanas y darse su calor.

Fue en la cama donde los encontraron fundidos en un abrazo. Una muerte lenta con claros indicios de hipotermia, concluyó el forense.

11. CRÓNICA JOCOSA DE UN ENFRIAMIENTO (Edita)

La primavera disparaba dardos edulcorados y nosotros pasábamos por allí con la sangre alterada. Éramos el blanco perfecto. Así empezó todo, a lo tonto. No hubo dudas, los síntomas fueron claros: sonrisas perennes e inclinación al rosa cursi. Tan embobados estábamos que inauguramos el verano en pleno mayo. Sol y pasión. Repetimos estación durante algunos años. Pero nos fuimos chamuscando sin apenas darnos cuenta. Nuestros sentimientos, hasta entonces a flor de piel, adquirieron poco a poco tonalidades otoñales. Luego, inspiramos al mismo Sabina: “El otoño duró lo que tarda en llegar el invierno”. Con él, apareció el frío insoportable, cubriendo de escarcha los corazones. Y viéndote ya medio congelado, ni te imaginas cuánto tengo que controlarme a veces para no empujarte hacia el fondo del arcón grande, entre el pulpo de la ría y los filetes de ternera gallega.

10. LA MEMORIA DE LOS CIPRESES (Belén Mateos)

Quizá fuera enero o marzo, no lo recuerdo. Tampoco la nieve y los almendros. Quizá fuera febrero o mayo, con sus heladas y los cerezos en flor.

 

Apenas tengo alguna reminiscencia del comienzo de una aventura al estilo de Thelma y Louise, con mi mejor amiga y su furgoneta. El mapa, la servilleta del último bar en el que desayunamos las mejores tortitas con sirope y caramelo del mundo, o eso pensamos por la adrenalina que expelía de nuestro cuerpo.

 

Creo que pusimos gasolina y limpiamos el parabrisas o nos duchamos en la estación. No lo recuerdo. Quizá fuera el comienzo de mi decadencia por el golpe de ese coche en la puerta derecha del nuestro, por la sangre arañada en mis oídos.

 

Rebosa en mí el gotero, el mar de los calmantes, la sombra de la lluvia tras el cristal.

 

Respiro oxígeno, la sonda me duele. Comienzo una palabra que termina en silencio.

 

 

Intuyo que Thelma ya no es consciente de la razón de nuestra huida.

 

Hoy un estallido regresa, me dicen las enfermeras que su monitor comienza a latir y yo, ya no siento frio, solo el abandono en nuestra memoria.

 

 

 

 

Los cipreses comienzan un nuevo viaje.

 

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