Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

72. Nuestra casa

Después del entierro del papá he vuelto a nuestra casa, donde ha vivido él, solo, desde que murió la mamá. En el piso destacan las baldosas de Nolla, diseñadas por el bisabuelo, que trabajaba allí. A la derecha, la que fue mi habitación durante tantos años. A la izquierda, el dormitorio de matrimonio, con su gran lámpara de techo, regalo de mi tío, dueño de una  fábrica en Manises. El cuarto interior era el que ocupaba mi abuelo. De niño, me refugiaba bajo la cama, impregnada de su olor a viejo, muerto de miedo por los truenos, que me daban auténtico pavor.  La televisión de la salita me recuerda  la primera que compramos, el año que llegó el hombre a la Luna: mi padre y yo lo vimos en directo. La cocina, que ahora me parece pequeña, en aquellos años, con mi madre trajinando, era como una gran sala de operaciones donde pasaba la mayor parte de su tiempo. En el patio de atrás tuvimos que cortar el limonero  para construir el garaje donde guardábamos el Seiscientos.  En fin, recojo cuatro papeles y algunos libros y dejo la casa, lista para su venta.

71. SIGNOS (Rafa Olivares)

La encontré mientras ordenaba una vieja estantería, entre las hojas de un libro de poesía. La fotografía, que ya amarilleaba, tenía más de treinta años y en ella estábamos los cuatro juntos una tarde de otoño. Probablemente una de las últimas veces. Sentados en un prado, Javito, mi hermano pequeño, con el mohín de disgusto típico de los Tauro, intentaba apartarme del arrullo cariñoso de mamá para ocuparlo él. Yo, genuina Piscis, le dedicaba una mirada desafiante y de fastidio. Papá la observaba con esa mezcla de fervor y melancolía propia de los Acuario. Ella, en actitud tierna, con su nueva melena que le quedaba tan bien, parecía tratar de alejar una sombra de temor. Cáncer era el de mamá.

69. AMOR SIN BARRERAS (IsidroMoreno)

Ya desde mi infancia tuve desengaños amorosos, quizás fuera mi físico poco agraciado o tal vez mi falta de tacto con ellas, el caso es que mi corazón aún no ha encallecido por los mil desaires.  Luego, me hice militar, fui de duro por la vida y así me mostraba ante mi única novia, mi gran amor al que sigo añorando y que me abandonó por la maestra del pueblo.

Algunas noches, abatido por la nostalgia y la prolongada soledad, lloro en silencio, con vergüenza y temor de ser descubierto por mis compañeros de cuartel.

Hoy será mi última noche triste. No estoy dispuesto a perder a mi nuevo amor. Aun en la oscuridad la reconozco; agarro su mano y huimos. Su peso liviano me facilita tirar de ella. Como buen novio y buen legionario, he planificado esta fuga nocturna tratando de evitar tapias y grandes obstáculos, por lo que he dejado la verja entornada.  Antes de abandonar el recinto, la abrazo y observo que en la carrera, sorteando cruces y tumbas, ha perdido algunos huesos, sin embargo su otra mano sigue aferrada a la guadaña, y bajo la negra capucha percibo su mirada profunda y su perenne sonrisa.

68. ARTISTAS DE RUA

El guerrero huno soportaba impávido las miradas curiosas de los niños, sólo las fotos parecían incomodarle. Hacía la estatua en una calle poco concurrida cerca de la plaza del Comercio. De su robusto cuello colgaba una tablilla con una inscripción, decía que le habían maldecido a mendigar durante siglos por profanar un templo romano en Tracia. Estirándose, me dijo que permanecer inmóvil era lo más duro para un nómada. Con ojos húmedos, recordó cuando galopaba libre por la estepa, arrasando poblados y rebanando pescuezos, cosas de hunos. La maldición estaba a punto de acabar y necesitaba un caballo, porque en su tierra, un hombre nada vale sin su montura. Sólo así podría llegar a las verdes praderas del más allá, donde le esperaban sus feroces antepasados. Divertido con la imaginación de los lisboetas, dejé una moneda en su yelmo y le deseé suerte. Cuando, días después, volví a pasar por su calle, había en su lugar un Mozart de peluca empolvada ensimismado con su partitura. En una terraza del Chiado vi la noticia en el periódico. Un friki a punta de lanza había robado el mejor pura sangre de Portugal. La policía no tenía pistas.

 

 

 

 

67. INERTE

Despierta, flotan los sentidos en el aire. Grita con todas sus fuerzas, nadie le oye, ni siquiera él se oye. Quizá sea una horrible pesadilla.

Cayó súbitamente en la inconsciencia. Una muerte clínica, el oxigeno se negó a irrigar su cerebro, mas la cuchilla de muerte, no fue del todo certera.

Despierta, oye susurros ahogados en lamentos. Mira, ve en los rostros de los seres queridos, pánico mal disimulado. Manotea, patalea, ningún musculo obedece.

Mente, vista, oído, el resto del ser, quieto, eternamente quieto.

El trigo de sus cabellos se torna gris ceniza, la silueta de su esqueleto va ganando terreno.

Su esposa, su dulce rosa, lo cuida. En casi once años, ni una sola llaga. Lo acaricia, lo besa tiernamente, él la sigue con la mirada, solo puede sentir su aroma. ¡Joder,  lo que daría por sentir sus manos, aunque sea solo un minuto, poder decirle —cuanto te amo — Los pétalos de su rosa amada, también se marchita con él.

Finalmente, la guadaña lo visita. No es ella quien lo atrapa, es él quien a ella se aferra.

Por fin escapa del miedo, de la tristeza, de la melancolía.

Vuela, vuela, vuela, ya tu alma es libre, eternamente libre.

 

 

66. El correo

 

Otro día más baja por el sendero a paso lento, el pelo recogido, las manos cruzadas bajo el pecho, con su abrigo largo y las botas altas llenas de barro. Esta semana la niebla no ha dado tregua. Como siempre se para delante del buzón. Ahí se queda mirando al infinito con sus grandes y tristes ojos, recordando voces, risas, suspiros y hasta olores. Con suavidad acaricia la oxidada superficie que el tiempo ha maltratado igual que a ella. Vuelve a casa sin abrir el buzón, no sabe si podrá hacerlo, sabe que hoy hay algo. Ha visto las nítidas e inconfundibles huellas marcadas en el barro. Creía querer saber, pero ahora no está segura, al menos antes le quedaba la incertidumbre, la esperanza.
Ahora tendrá que empezar de cero, cerrar el capítulo y perdonarse como madre, por no haberlo sabido hacer mejor, pero hoy no. No tiene fuerzas, solo quiere llorar como la niebla y diluirse en ella.

65. Despedida

Cuando escuché en alguna parte que aquel hombre había muerto de nostalgia, no fue exactamente dolor lo que sentí. Más bien fue esa tristeza exigua, casi intangible, que trae consigo el fallecimiento prematuro de alguien a quien has conocido en persona, aunque no hayas tenido mucho trato con él.
Siempre se mostró atento y respetuoso. Si me veía sentada junto a la puerta del supermercado, me saludaba con una tímida sonrisa y, al salir, me daba comida o algo de dinero. Incluso hubo un día, cuando se acercaba el invierno, en que me trajo un abrigo usado. «Ya nadie lo utiliza», me dijo. «Tú lo podrás aprovechar, te queda como un guante».
Recuerdo muy bien la última vez que lo vi porque ahora, de algún modo, creo que aquel encuentro resultó premonitorio. Caminaba con la prisa de los que huyen de algo, o de alguien, y su mirada era distinta. Sus ojos, mustios, parecían decirme adiós mientras tiraba de la mano de su hijo y la voz del pequeño se reducía a un susurro, cada vez más lejano, que dejaba entrever la palabra «mamá».

64. FONDO DE NOSTALGIA (Mercedes Marín del Valle)

Siempre tuve mi propia idea sobre el significado de la expresión, fondo de armario.  Un baúl enorme, de buena madera y herrajes metálicos. Porteado por hombres robustos y diligentes. Baúles envueltos en un mágico halo de misterio, contenedores de prendas de sedoso paño y extraordinario calzado. Anchos, profundos, infinitos.

Haciendo balance, perdida entre mis vestidos y abalorios, descubrí, atrapada detrás de una balda, una caja que no reconocí de inmediato. La miré unos segundos conteniendo el aliento, mientras trataba de recordar su procedencia.

¡Mis zapatos de color marrón con filigranas talladas, brazalete tobillero y tacones de vértigo!

Me pregunté,  cómo pude olvidarlos si, cuando los vi la primera vez, llenaron mis ojos de lujuria y dotaron a mis pies de ritmo. Sabía con certeza que nunca podría lucirlos como merecían en este lugar de polvo y piedra. Tú, anticipándote a mis deseos, me los compraste sin cuestionar mi manifiesta adicción.

Esa noche los estrenamos, con tu música y mi luz.

Añoré, entonces,  los fondos de baúl de mis sueños adolescentes, los vestidos sedosos y los zapatos de tacón de aguja.

Cuando abriste la puerta, tus ojos se agrandaron.

Sonreí cómplice y susurré: nunca te arrepentirás de entrar en una zapatería.

63. – ¡Qué vengan conmigo!

Todas las familias felices se parecen unas a otras, eso lo sé yo que apenas tengo diez años y lo saben el resto de niños que andan dando vueltas y que, también como yo, no encuentran a la suya. En el lugar donde nos encontramos las familias son menos felices de lo que debieran, bien porque sus días monótonos y sin noche que los interrumpa les hacen estar pálidos, ojerosos, cansados de estar cansados, bien porque la felicidad es un término que no se puede aplicar al estado natural que todos tenemos ahora.

Me dijeron que podía pedir un último deseo y yo, que apenas había tenido tiempo de disfrutar de los míos, que sentía cómo le palpitaba el corazón a mi madre en los dedos que me agarraban fuerte, que escuchaba un leve llanto coral parecido a nada, que adivinaba borrosas las caras del resto de mi familia, lo pedí, bien quedo, para mis adentros, egoísta.

62.- Las dos caras de un cristal

Siempre he creído que una estación es un principio, también un final. Elegí asiento en ventanilla, me fascina ver pasar la carretera.  La lluvia caía fina, gélida. En mis auriculares, Time, de Zimmer. Pegué la frente al frío y enorme cristal y entonces los vi, sentados en un banco al otro lado del patio de maniobras. La madre, cabizbaja, apretaba firmemente contra su pecho la mochila multicolor. A su lado, el niño, de no más de cinco años, sujetaba absorto un pequeño bocadillo al que no prestaba ninguna atención. Y empecé a pensar.  Tal vez esperaban al padre a su vuelta del trabajo. O tal vez ese padre subió hace tiempo a un autobús,  nuca más supieron de él y vuelven aquí cada tarde confiando en su regreso. O quizás…

Cuando aquel autobús arrancó levanté la cabeza y lo vi, alicaído, con la frente pegada al cristal de la ventanilla. Nos miraba, parecía triste y empecé a pensar. Tal vez marchaba a buscar trabajo fuera, o tal vez viajara para reunirse con su familia tras recibir una mala noticia. O quizás…  Animé a mi niño a terminarse el bocadillo. Le encanta merendar viendo cómo llegan y cómo parten los autobuses.

 

61. Ya lo dijo Sócrates

Como protagonista escogí a E.T., lo imaginé convertido en un apuesto cuarentón y con alguna cana ya. Estaba cabizbajo, posiblemente su tristeza se deba a que, sabiendo el avance tecnológico, le pareciera extraño que Elliot ni siquiera hubiera solicitado su amistad, complicado el tema que elegí.

Y así, imaginando a E.T., canoso, aferrado al teléfono y con su dedo iluminado, esta vez señalando a la Tierra, me acordé de que no tiene pelo y que quien tiene canas soy yo. Comprendí entonces que no sé absolutamente nada, mejor que siga leyendo y no escribiendo.

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