Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

63. El impostor (Anna López Artiaga)

Últimamente voy de sorpresa en sorpresa. Ayer llegué a casa y me encontré leyendo en mi sillón con los pies sobre la mesilla. Mi otro yo no me esperaba tan temprano y pareció algo incómodo, así que volví a marcharme y no regresé hasta pasadas las siete para no estorbar.
Por la noche, me quedé viendo una película antigua en televisión. Acabó pasada la una. Bebí un vaso de agua y me cepillé los dientes, pero cuando llegué a la cama, mi hueco estaba ocupado y Ángela dormía acurrucada en mis brazos. Me supo mal despertarme, así que me acosté en el sofá.

Hoy no ha sonado el despertador. Al llegar al trabajo —azorado—, el encargado me ha dicho que no me preocupase, que ya estaba en mi puesto desde primera hora y que mi actitud había mejorado mucho. Me he espiado desde el ventanal, trabajando con diligencia, y he regresado a casa cabizbajo.
Ahora no sé qué hacer: podría preparar la cena para cuando vuelva, podría espiar mis redes sociales para saber a qué atenerme… o podría adelantarme, comprar un ramo de flores para Ángela e ir a recogerla a la oficina.
¡Menuda sorpresa me voy a llevar!

62. SED (Carmen Cano)

Hacía apenas unas semanas que mi mujer me había abandonado sin discusiones previas, sin explicación alguna, cuando me ingresaron en el hospital aquejado de una grave neumonía. En las tardes macilentas y solitarias de mi habitación rememoraba los días en que fuimos felices. Cuando me subía la fiebre creía ver sus ojos grises y sus cabellos ondulados cayendo como una cascada que podía apagar mi sed.
En mi lenta recuperación obró el milagro la doctora, su acierto en el tratamiento y la cascada luminosa de su voz, sus altos pómulos caucásicos y las bromas con que me obsequiaba.
Meses después ha querido el azar que escuchara su risa en una mesa vecina del restaurante en donde cenaba. Me he levantado emocionado a saludarla. Sonreía con la alegría de siempre. Estaba acompañada de otra mujer. Al acercarme he visto que la tenía cogida de la mano en inequívoca actitud de enamorada. Cuando he pronunciado el nombre de mi neumóloga, una melena ha ondulado el aire con un leve movimiento de rotación y unos ojos grises se han cruzado con los míos en una doble mirada atónita.

61. Últimas voluntades (Nieves Torres)

En el funeral de la abuela Don Ramón destacaba, entre las virtudes de la finada, el apoyo económico a las familias necesitadas de la parroquia. Mi madre negaba con la cabeza, convencida de la equivocación del señor cura. La abuela era una mujer sencilla con una pensión modesta que le alcanzaba apenas para lo básico. Don Ramón agradecía sus cuantiosas aportaciones a causas benéficas. Mi madre murmuraba: «Que no, que no». Y el párroco, «que le debían la restauración del retablo y el nuevo tejado. Y que gracias a eso el Señor le habría perdonado algunas de sus ocupaciones más mundanas».

Aquí mamá ya estuvo a punto de interrumpir la homilía y sacarlo del error, pero finalmente su prudencia pudo más que su enfado.

Con el disgusto aún en el cuerpo, nos presentamos ante el notario. Nos recibió en una sala llena de gente: abogados, agentes literarios y representantes de oenegés esperaban, para nuestro asombro, la apertura del testamento de la abuela, quien había dispuesto, detalladamente, cómo se repartirían los derechos de autor de la exitosa colección de novela erótica que firmaba bajo el seudónimo de Miss Lolitta.

60. Espectadores (Rafael Loscertales)

Al mediodía, todos se paran y miran al cielo. Esperan con la boca abierta a que hoy, de nuevo, pase el hombre que vuela. Y lo hace: hoy vuelve a pasar. Nadie parpadea. Se dan codazos y, atónitos, señalan hacia arriba. Siguen la trayectoria con sus índices y dibujan el vuelo. De pronto, escuchan un disparo y el hombre que vuela es el hombre que cae. Los dedos le acompañan en la caída, cruzan el horizonte y, al final, apuntan al suelo. Se acercan y, sin dejar de señalarlo, se congregan alrededor del hombre que gime. Desde su pequeño cráter de asfalto, el hombre que agoniza los mira y pide ayuda. Nadie mueve un dedo hasta que el hombre que muere deja de respirar. Es entonces cuando todos se giran y guardan las manos en los bolsillos mientras se alejan del hombre olvidado.

59. Epifanía (Virtudes Torres)

Con la moda del turismo dark gente morbosa acude al castillo esperando ver un supuesto fantasma, cosa que nunca ocurre. 

Cuando todos se marchan, el viejo lord, último inquilino del lugar, se dispone a degustar su jerez favorito, mientras recuerda cómo fue su regreso acaecido cuando uno de esos turistas rompió una valiosa botella de edición limitada.

Un estallido de colores cobre y oro devolvieron la luz a sus ojos vacíos. 

El sonido de cristales al chocar contra el suelo modularon ondas sonoras en sus oídos faltos de sensibilidad.

Sus neuronas olfativas se llenaron de un olor dulce, apetecible con recuerdos pretéritos ya olvidados.

Su esencia se iba configurando, vista, oído, olfato, lo iban dotando de una energía primigenia.

Tras muchos ensayos logró dominar el tacto.

Recuerda con placer cuando se sirvió una copa de Gran Reserva que, apenas rozó sus labios, hizo reaccionar su paladar dotando a todo su cuerpo de pura energía. 

 

58. El día del Juicio

El apocalipsis, con su bestia escarlata, sus jinetes y sus siete ángeles derramando siete plagas desde siete copas, me sorprendió con un dedo de raya blanca en el pelo y las uñas descascarilladas. Enseguida comprendí que no podía unirme a la fila de la derecha, donde se alineaban los impolutos bienaventurados, dispuestos a alcanzar la gloria. Tampoco me veía en la otra, en la que se apelotonaban los repugnantes condenados. Al fin, uno de los ángeles trompeteros vino a resolver mis dudas:
-¡Usted, al limbo!
Estuve a punto de reclamar, decir que ese lugar ya no existía, que el Papa lo había suprimido. ¡Qué equivocada estaba! Desde entonces sigo aquí, en el limbo, como si nada: llevo los niños al colegio, hago las faenas de la casa, echo un polvo los sábados con Julián, y todos los viernes voy a la peluquería y a la manicura. Por si hubiese otra oportunidad.

57. Espiral (Toti Vollmer)

Cuando nos ven en la fila de la sopa cambian de acera y nos miran con asco, pero sepan que cualquiera puede quedarse así, en la calle. Un día tienes trabajo y el otro lo pierdes porque te acusan de hablar solo, la familia te da la espalda porque ¡hasta cuándo!, los acreedores reclaman la nevera y el televisor, no hay dinero para las medicinas, se te acumula la deuda del alquiler, te botan a patadas aunque hayan menores, y eso que se supone que la ley los ampara, pero aquí no hay ley ni amparo. Amparo es la morena que ocupa el otro banco de la plaza, la que no sabe cómo quedó sin techo, solo que un día tenía trabajo y al otro lo perdió por estar hablando sola, la familia le dio la espalda porque ¡hasta cuándo!, los acreedores le reclamaron la nevera y el televisor, no había dinero para las medicinas, se le acumuló la deuda del alquiler, la sacaron a patadas, le quitaron a sus hijas,  y así… Pobre Amparo. Odia la sopa.

56. Efecto bumerán (Pilar Alejos)

Suena el despertador. Aunque mi cuerpo se niega a ponerse en pie, me levanto un día más. A pesar del calor, llevo ropa amplia, de manga larga. Prefiero eludir preguntas incómodas que no deseo contestar. Me despido de mi madre con un beso, como siempre. No la quiero preocupar. Salgo a la calle arrastrando los pasos. Cuando llego al colegio, el corazón se acelera, me falta el aliento, la frente, empapada de sudor y las piernas empiezan a temblar al traspasar la puerta. Allí están ellos, esperándome a la entrada, intimidándome. Sus miradas de odio anticipan lo que me espera. Sé que me lloverán los golpes, los insultos y las amenazas, que amordazan para que no hable. Aun así, mi intención es ignorarles y pasar desapercibido. Intento escabullirme aprovechando el bullicio de los demás, pero no tengo ninguna posibilidad de escapatoria. Me persiguen por los pasillos hasta lograr acorralarme en el baño.

Sin embargo, desconocen que hoy el miedo cambiará de bando. Sus caras desencajadas por un gesto amenazante adquieren una mueca de sorpresa cuando mis balas tiñen de cólera su silencio.

55. Encuentros

En el silencio de la noche el traqueteo de la camioneta que recorría el pueblo sonaba como el mordisqueo de una rata. «Guárdalo por si me pasa algo», me dijo al oír el chirrido de los frenos frente a la puerta. Entre lágrimas, tumbada en la cama del hospital, mi abuela me contó esta historia y me pasó el testigo de su infructuosa búsqueda: un pequeño botón nacarado. Hoy frente a la excavación lo recordaba con dolor y esperaba cerrar este capítulo de nuestra familia. Mi madre no quería saber nada: «Bastante tuve con ser la huérfanita roja» decía. Era una de las muchas historias que siempre han sobrevolado por los pueblos de la zona como un buitre hambriento. En torno al hoyo un grupo de habitantes de los alrededores aguardábamos en silencio para identificar los restos. Cuando me llegó el turno bajé. Entre aquel amasijo de huesos no tardé en identificar el cadáver que conservaba la camisa cuyos botones confirmaban que era mi abuelo. Entonces oí un llanto desgarrador a mi espalda y al mirar descubrí sorprendido una mujer muy parecida a mi madre. Con precaución alargaba su mano en mi dirección mostrándome un botón exactamente igual al mío.

54. ACTA EST FABULA (La Marca Amarilla)

Tras una jornada agotadora de trabajo (de aquellas que algunos comerciales conocen, siempre de aquí para allá, de una ciudad a otra, con el coche como segunda, tercera, o cuarta residencia…) lo que menos le apetecía era llegar a casa y encontrarse en el sofá a su mujer… y a su suegra.

 

Se quedó petrificado cuando las vio charlando tan animadas, su mujer reaccionó sirviéndole un güiski de su marca preferida, y su suegra sonrió sorprendida, siempre pensó que él no bebía alcohol.

 

De la conversación que mantuvieron recuerda muy poco, su mujer dijo estar sorprendida porque él nunca le había dicho que tenía una tía lejana, y su suegra comentó que estaba asombrada por la casa tan bonita que tenían y por esos dos niños preciosos a los que no conocía.

 

Él no salía del pasmo ante aquella situación digna de cualquier vodevil sobre la vida de un torpe bígamo, a pocos días de dejar de serlo.

53. Solo tú sabes de mi enfermiza cobardía

Se conocían como si se hubieran parido el uno al otro. No en un día cualquiera sino en alguno de esos de Luna de sangre, o, si el tiempo no fuera más que una mentira, en el preciso momento en que Osgood le dice a Jerry “Bueno, nadie es perfecto”.

Los miércoles eran sagrados en el bar de Lucio. Llegaron a acudir recién operados de varices o el día en que una de sus parejas había dicho que tenían que hablar imperiosamente.

Una tarde, uno de ellos le entregó al otro un sobre lacrado con la condición de que no lo abriera hasta que se hubiera escapado de este mundo definitivamente.

El interrogatorio del receptor llegó hasta donde comprendió que su amigo era una muralla infranqueable. Más cerveza.

Se despidieron con el achuchón de siempre, sin que el dador pidiera ninguna promesa innecesaria.

Cuando Patricio rompió el sello, pudo leer: No te apenes por lo hecho, soy yo quien te ha utilizado y debo pedirte perdón. Solo yo conozco tú frenopática pulsión por descifrar enigmas más allá de cualquier otra cosa, llámese amor, amistad o cualquier otro sentimiento idolatrado.

Adoro tu locura y espero hagas lo mismo con la mía.

 

52. Sorpresa, sorpresa

En cuanto retiraron el panel, nos fundimos en un emotivo abrazo, incapaces de contener las lágrimas entre los entregados aplausos del público. Aquella no era la novia de mi adolescencia a la que hacia décadas que no veía. Estoy completamente seguro porque no existe. La inventé en la carta que escribí a aquel programa de televisión. De ahí mi cara de asombro cuando descubrí que había alguien al otro lado, alguien tan solo como yo.

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