Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

66. DEPREDADOR

Me levanto temprano, tengo náuseas y una bola en el estómago que me recuerda lo amarga que es mi vida. No tengo ganas de nada, el hastío inunda cada vez más mi día a día .

Voy caminando al trabajo, cabizbajo, gris, invisible. Decido comprar un café para llevar, ni imagino que está decisión lo cambiará todo.

Nada más verla lo sé, es ella, la he estado esperando toda mi vida. Me pregunta que voy a tomar, estoy tan nervioso que ni las palabras me salen. Tartamudeando le pido un expreso con caramelo, me sonríe y me ruborizo.

Mi cabeza y corazón van a mil por hora, necesito saber todo de ella, mi vida cobra un nuevo sentido, soy feliz.

Llamo al trabajo con la excusa de que estoy enfermo, necesito pensar, planificar.

Empiezo a notar una tremenda erección, el deseo me nubla la vista y la mente.

Corro a casa, necesito estar solo.

Empiezo a imaginarme con ella, arrancándole la ropa, haciéndole el amor. Me pregunto si llorará y gritara pidiendo auxilio, y solo con pensar que si lo hará, exploto en un placer indescriptible.

65. Empalagado (Mónica Posth)

 

He vuelto a despertar enmerengado por Lola. Desde que la vi a través del cristal de la panadería de mi barrio, no he podido soñar con otra canela: anoche le mordisqueaba una oreja y ella crujía hasta volverse quebradiza; se deshacía en suspiros y con sus delicadas yemas, únicas como la huella dactilar de las almendras, tanteaba mi centro aturronado. Glaseado y con la cabeza hecha un rollo intentaba atravesar sus milhojas; pero a Lola le quemaban mis tentativas y, aunque destilaba almíbar, todo quedaba en natillas.

De vuelta a la realidad, camino hasta su vitrina con el corazón humeante, dispuesto a pedir aunque sea un beso para llevar, pero al verla se me aflanan las rodillas por el cremoso vaivén de sus buñuelos y el vigoroso batido de su cuerpo; así que me encojo de hombros y sigo a fuego lento con este pastel, esperanzado en que algún día por fin me atreva a poner la guinda, mientras ella, sin levantar la vista, sigue concentrada en lo único que deseo: amasar.

 

 

64. Turbación (Paloma Hidalgo)

Al introducir la tarjeta en el cajero le tiemblan las manos, no es la primera vez que lo hace, pero esta es especial por la edad del chico. Dieciocho otoños dice en el anuncio. Se da cuenta de que podría ser libra, o mejor aún, sagitario, que son más imaginativos. Tras guardar la pequeña fortuna que le va a costar comprobar si el cuerpo de Elián es puro fuego, se encamina, toda excitación, hacia casa pensando si ponerse el vestido escarlata, o la bata de seda azul para esperar a ese capricho que quizás no estudie ingeniería como asegura, y cuyos ojos casi con seguridad serán pardos y no verde selva, sin sospechar el calibre del estremecimiento que va recorrer el cuerpo de ambos cuando abra la puerta envuelta en perfume y deseo, y encuentre, efectivamente, a un futuro graduado en tecnologías industriales, que tiene ya los diecinueve y es escorpio. Que se llama Antonio, como su abuelo, y necesita más dinero del que consigue dando clases a los niños de su barrio para pagarse sus nuevos y caros vicios. Y que no mentía sobre el color de ojos, heredado de ella misma.

63. Romero y Julieta (Jonathan Ruádez Naanouh)

«¡Ajo, carajo!», digo frente a la casa de Julieta, que con esa canela fina me tiene clavado de olor. Trepo las paredes de adobo y la encuentro en su cocina, aliñada como siempre, aunque un tanto ajedreada meneando el cucharón. Se me abre el apetito y me acerco en cilantro, con el ají empimentado, y la enebro por detrás. «¡Romero, eres tú!», me menta eneldecida, entorna su par de hinojos y deja que le mosque la nuez. Cuando empiezo a desenvainillar, se desazona y me aplaca: «Epazote, epazote, que si te alborotas y me albahacas, hacemos estragones por todo el piso, se me desperejila la estancia y ya casi llega papá». «Pasaba a dejarte un regaliz», le susurro menos caldeado y le muestro el tomillo de oro que coseché en mi sueño de laurel. Con lágrimas de jengibre, acepta y jura escapar conmigo, mañana a la medianoche, sin importarle un comino lo que piensen los demás. «Ahora, ¡sal! Y vuelve a tu alcaravea que, si te encuentra, nadie te salvia». Antes de partir, le doy un beso anisado que la deja encalendulada y le prometo que, de luna de miel, la llevaré a perpetuar la especia en un Chile mexicano.

62. LA PASIÓN Y EL DESEO ( J.A. Iglesias)

La pasión la excitaba, el deseo la devoraba. Lo practicaba varias veces al día, largos ratos de suspiros, quejidos, posturas aprendidas, otras improvisadas, estiramientos y genuflexiones, húmeda y sudorosa.

Unas veces con uno, otras veces con otro, u otra, a veces sola.

Pasado el tiempo sin dejar de practicarlo todos los días, logro alcanzar el clímax, ganó la medalla de oro de gimnasia rítmica.

60. Deseo sin fin

Esto es amor, quien lo probó lo sabe.
(Lope de Vega)

Impertérrito, a mi pesar, observo el Paseo de Recoletos con su incesante ir y venir de culos prietos en pantalones ajustados, piernas infinitas asomando de faldas mínimas, escotes generosos, pezones insinuándose bajo camisas transparentes, hombros desnudos, melenas al viento, labios carnosos…

Insólito efecto, sin embargo, el que tan turbadora exhibición de sensuales cuerpos opera en mi persona. Siglos ha, tales situaciones hubiesen sin duda derivado en un incontrolado aumento de la turgencia en cierta parte de mi anatomía, mas en la actualidad me provocan un reblandecimiento general, igualmente incontrolable. Tanto es así que, de no ser por la extraordinaria fijación que el marmolista, sabedor seguro de mis impulsos y debilidades, empleó para adherirme al pedestal, habríame abandonado ya a semejante ablandamiento, continuando el paso en que estoy suspendido, para descender la escalinata, seducir a la más bella de estas mancebas y entregarnos al placer hasta sentir nuevamente la bien conocida y añorada tumescencia.

59- Sinfonía de piel (Manuel Menéndez)

La ginebra fue la obertura. Tras algún travieso pizzicato en el ascensor, al llegar a mi piso iniciamos un accelerando a due al que siguió un crescendo en el que su liguero voló tras el compás de mi camisa. Ya desnudos por completo, nos fundimos en una alternancia de movimientos. A un delicioso allegreto siguió un atronador presto agitato y, con sumo esfuerzo, un sostenuto final. Quizás el resultado final hubiera mejorado ejecutando un ritardando, intercalado entre el vivace y el molto vivace, pero juraría que mi compañera alcanzó varios vibratos previos al adagio e incluso me pareció distinguir un trémolo. En fin, no quiero jactarme de ser un virtuoso, pero creo que el tempo fue más que correcto, incluso brillante en algunos pasajes. Sin embargo, al amanecer, la última nota se había desvanecido con ella. Y yo vuelvo a ser solista otra vez.

58. IN FRAGANTI

Le agradezco con otra sonrisa su mentira piadosa.
Pero se me queda congelada cuando veo que Manuel, mi marido, aparece por la izquierda.
Fernando se queda petrificado y al sentirse descubierto, le lanza una mirada asesina.
Entramos los tres en casa y me excuso diciendo que voy a preparar café.
Sin que ellos lo sepan, me quedo escuchando.
Manuel le dice: “¿A que vienen esas miradas?”, por favor, ¿dime que está pasando?.
Fernando responde: “¿Estás loco? Cuando te vayas con Virginia, avísame. Así podré cubrirte. Cuando has llegado le estaba diciendo a tu mujer que tenías una reunión. O sea que invéntate algo para no dejarme quedar mal. Esa pasión vergonzosa que sientes por tu alumna adolescente va a acabar mal.
Entonces, aparezco sin café y con una gran sonrisa…

57. HUERFANITOS

Huerfanitos

Sus deseos de comprarlo todo en Marte, nacieron a raíz de la pregunta de un niño sirio, huérfano de padres, que vivía en un refugio en el Líbano. Él era testigo de la hambruna y de la muerte de muchas personas.

El enfermero que los atendía, era aficionado a la astronomía, y por las noches les contaba a los pequeñitos historias de la luna, los planetas y el universo. Cuando les mencionó que los robots habían llegado a Marte para ver si había vida, Jorgito preguntó:

—¿Y en Marte también se pasa hambre?

               —Ahí no hay vida, querido. Pero imagínate que un gordo, de 150 kilos se va a vivir a marte, ¿sabes cuánto pesaría allá?

               —¿Dos mil kilos? —trató de adivinar el niño.

—¡Nopo! —exclamó el enfermero, haciéndose el gracioso, mientras se mesaba los cabellos y movía la cabeza. En Marte, él pesaría 57 kilos, porque la gravedad de allá, es diferente. Lo cual quiere decir, que si pudiéramos comprar comida en Marte, nos rendiría el triple.

Los niños guardaron silencio, y se voltearon a ver unos a otros. Lucy, alzó su dedito índice y dijo:

—Avíseles que todavía que estoy viva, y que aquí los espero. Gracias.

 

              

56. VÉRTIGO OTOÑAL (Domingo Jiménez Lacaci)

Ella cruzó el despacho, se situó tras el sillón de cuero y aflojó su corbata. Sus uñas bajaron arañándole el pecho con una lentitud exquisita. Notó sus labios rozarle la oreja susurrando unas procacidades deliciosas. Sus dientes le mordieron el cuello con la presión exacta. Después, aquellos dedos algo artríticos bajaron a explorar tras su cremallera. Estaba tan excitado que boqueaba buscando aire. El contacto con su precaria rigidez le hizo arquear la espalda. Cerró los ojos y levantó su cabeza plateada. Tras la puerta, a pocos centímetros, se escuchaba el mundo proseguir su marcha. Pasos, teléfonos, conversaciones. Era una maldición: ya solo era capaz de sentir deseo así. Y allí.

—No has echado el pestillo, ¿verdad? —preguntó él.

—Nunca cierro, mi amor. Ya sabes, podría entrar cualquiera.

—Cualquiera, sí —aquello fue la espoleta—. No pares.

Su cuerpo frágil y gastado se tensó con un pequeño estertor y luego cayó desmadejado sobre el cuero. Ella pasó al baño mientras él se recomponía. Volvió, le besó y abrió la puerta.

—No llegues tarde que hoy vienen los nietos a comer —le dijo mientras varios administrativos pasaban por detrás.

—Tranquila, firmo estas sentencias y voy para casa —contestó quitándose la toga.

גברים–Hombre (Salvador Esteve).55

He luchado contra la tentación, he orado, te he pedido ayuda, Padre, pero el deseo me consume.  Nací hombre, con sus miserias y grandezas, con sus pasiones.  Sé que mañana todo acabará, acogeré sin miedo mi sacrificio, mi dolor, será el principio de tu legado.  Pero hoy siento su delicada mano sobre mi piel, sus labios me llaman, sus ojos me suplican.  Mi alma tiembla y, temeroso, me entrego al placer.

54. Rectas paralelas (José R. Codina)

Don Pablo y sus certeros proyectiles con aroma a coñac que bien le valieron el apelativo de Carapija; don Julián, el Marmota, y sus cabezaditas en plena lectura del Quijote; don Regino, el filósofo y sus cejas cargadas de hipótesis; don Manuel, fumador impenitente, apodado el Chimenea. Y luego estabas tú, la sustituta. Helena. Digna de un rapto mítico. Qué fácilmente cambiaste mis preferencias académicas. Culpable de que un alumno de letras, más inútil que teta de monja en ciencias, desarrollara una repentina obsesión por las matemáticas. Culpable de que el resto de mi infancia se volatilizara bajo el pantalón.  Durante años soñé contigo, día y noche; con los subconjuntos de tus glúteos; con descifrar quizá la insólita geometría de sus senos. Culpable de que cada noche afilara las manos bajo el pijama perdido en la hipótesis de tu bisectriz. «Somos rectas paralelas condenadas a no juntarnos, Martín», respondiste con un poético axioma recordándome nuestra diferencia de edad. Pero yo sigo soñando con detener el tiempo, tu tiempo, con la esperanza de converger, quizá un día, en algún lugar, en algún punto.

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