Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

87. Desvelo

Cierras los ojos antes de alcanzar el orgasmo. Quizá los músculos en tensión de los brazos del joven Fernando cuando está sobre ti o, tal vez, las caricias de Marcelo entre tus piernas ocupan tu mente en este instante. Aún así, tu esposo, conocedor de tus encuentros furtivos, se sigue esforzando en buscar tu mirada en vano, complaciéndote con dedicación. 

Pero llega el día en el que te despiertas encendida de madrugada. Él recorre tus pechos con su lengua cálida mientras tu cuerpo se vuelve pasión. Te posee con la fogosidad de una primera vez que se hace esperar. Te vuelve loca de amor. Y, esa noche, con las pupilas dilatadas en la penumbra titilante, sí que buscas la complicidad en sus ojos mientras alcanzas el clímax, aunque tan solo te encuentras con sus párpados sellados.

 

86. Balidos de amor (La Marca Amarilla)

Si fuera un humano diría que estoy como una cabra, pero como soy una cabra tendré que decir que padezco como un humano.

Reconozco que le amo, que le veo por el prado y me vuelvo loco de deseo. Y lo peor es que las demás cabras no tienen ni idea, no intuyen mi pasión, ni escuchan mi corazón excitado; ellas, por lógica, adivinan que todo es puro instinto, que mi sentimiento es la de un animal que simplemente desea tener contacto carnal, aparearme sin más.

Y no.

Lo mío es amor. Estoy como una cabra, pero de amor.

Ella ni se percata, por supuesto, me ignora sin piedad, y es en esos momentos cuando echo en falta poder escribir un bello poema de amor, y que lo leyera, dibujarle un bello amanecer donde nos veamos ella y yo en el prado, y que lo apreciase, o regalarle un precioso ramo de flores sin que se lo comiera.

Pero no puedo, soy una cabra, con sentimientos, pero una cabra.

Ustedes sí que lo tienen fácil.

85. Experiencia Bonnie and Clyde

Salimos del banco disparando al aire. Cuando llegamos a nuestro escondite esparcimos los billetes por todas partes; la adrenalina del atraco excita nuestros cuerpos y lo hacemos allí mismo, sin importarte que aquello no sea muy higiénico. Cuando acabamos, te levantas y caminas totalmente desnuda y desinhibida hacia el baño. Yo te observo embelesado, pero en la parte inferior derecha de mis gafas aparece el símbolo de batería baja. Una vez volvemos a nuestra realidad, coges el bote de lejía y lo limpias todo. Por si acaso, me dices, mientras te abrigas con tu vieja bata de estar por casa.

84. Sin amor

Nos conocimos (sin querer) en las fiestas de Buñol. No me dio tiempo a sentir ese cosquilleo de mariposas en el estómago del que todo el mundo habla. Se quedó un poco más abajo, sin pasar de la cintura, en esa parte donde nacen y mueren (sin querer) todos las pasiones disfrazadas de amor para dignificar los instintos que nos uncen. Sin embargo, poco antes de quedarme ciego, uno de los efectos secundarios de esos conocidos cosquilleos, pude ver (sin querer) sus curvas de vértigo, sus labios de pecado, sus pechos desafiantes en permanente inspiración, su camiseta empapada fundida con su piel, su sonrisa inconsciente y temeraria. Fue muy rápido, milésimas de segundo, donde la bisoñez de mi albedrío quiso hacer frente a lo inevitable, millonésimas de segundo y su cuerpo se sumergió (sin querer) en un río incontinente de amapolas. Reventaron (sin querer) aquellos dos volcanes enhiestos y turgentes que me apuntaban con descaro. Se encendieron (sin querer) sus ojos, como un atardecer incendiando el horizonte de la sabana africana. Un nanosegundo. Después se rasgaron (sin querer) los velos del templo y ocurrió lo inevitable, lo que impuso el  destino (sin disfraces, sin querer).

83. Vanas maniobras de evasión

Se embadurna las manos de aceite y empieza masajeando sobre una hoja de arce tatuada en la breve cintura de la chica. «Qué bueno el sirope de arce —piensa enseguida—, descubierto según la leyenda por un indígena que observó beberlo a una ardilla. Y qué hermoso país Canadá, con su espectacular naturaleza, su variopinta sociedad, sus dos lenguas oficiales. El chiste de “Torontontero” hace gracia la primera vez, pero luego uno teme mencionar la ciudad por si alguien lo cuenta. Y está aquella película canadiense, “Crazy”, que tanto me gustó». A la chica entonces se le cae el móvil y él lo recoge. Al alargar el brazo para recibirlo, ella muestra uno de sus pechos. «Había también —se apresura a seguir— un tema musical del mismo nombre, aunque era estadounidense, sí, el del videoclip del test de Rorschach; hipnótico, tan bonito como la canción». Y rememora aquellas manchas cambiantes y, muy a su pesar, pronto forman una hoja de arce y, a continuación, una boca sensual, dos pezones, un triángulo de vello púbico… Su excitación alcanza un grado embarazoso. Decide entablar una conversación, seria a ser posible, que le permita sustraerse. Pero solo de le ocurre decir: «¿Conoces Toronto?».

 

82. Entre las sábanas (Jerónimo Hernández de Castro)

La siento muy cerca de mí una vez más. Un tacto inconfundible roza mi piel y mis ojos entreabiertos adivinan su silueta, mientas el frufrú de su atuendo blanco y algo transparente abre de par en par las puertas de mis fantasías. ¡Qué excitante resulta el látex de sus finos dedos! Me da miedo abrasarlos con el ardor de la sangre que parece hervir en todas mis arterias y que ella en un instante volverá a apaciguar.
Luego vendrá el sopor. A través de sus gafas protectoras, no me perderá de vista hasta que el fluido helado que me inyecta haga su efecto. Entonces, adormilado por completo, ignoraré los brazos fuertes de sus colegas de indumentaria, que volverán a izarme en volandas para proporcionarme una postura que aún no he experimentado.

81. CUÁNTO (Concha García Ros)

¿Cuánto me quieres? –solía preguntar.

Cómo medir eso, imposible. Sé que estando cerca sentía cosas diferentes, incluso contrapuestas. Se mezclaban deseo y frustración a partes iguales. Cuando le desabrochaba la blusa la sangre me hervía. Al morder sus labios ya no estaba allí, el chute me había embriagado el cerebro. Cabalgaba encima de mí, con ese movimiento frenético, y yo quería y no quería estallar. Pero justo después inevitablemente llegaba la escisión, volvíamos a ser dos.

¿Qué amaba entonces?

Ahora que no estoy, sí sé cuánto la quiero. Habito en ella cada segundo. Ella no sospecha que soy esa ligera brisa que le produce un escalofrío, ese pensamiento tranquilo que le da las buenas noches.

80. ERUPCIÓN

La primera luz del alba ilumina la caravana y su valioso cargamento de vino emprendiendo el anual viaje a Roma.
• La primera luz del alba ilumina el coche abandonando Roma rumbo al sur.
Desde la terraza de la mansión Livia despide a su marido. Siente detrás la mirada recorriendo su cuerpo desnudo.
En la lejanía, el humo peina la montaña.
Livia se acerca lentamente a la esclava númida, su negra piel brillante húmeda por el deseo.
• Ha llegado al destino. Compra la entrada. Sabe a dónde va.
“Ámame Sfax” le suplica mientras se tumban. Piernas, brazos, bocas y cuerpos se entrelazan en un enjambre de jadeos, suspiros y respiraciones entrecortadas.
• Absorta, contempla las piernas, brazos, bocas y cuerpos entrelazados, fosilizados por la ceniza volcánica.
El estallido es ensordecedor. La tierra tiembla. Llueve fuego y piedras candentes. Impertérritas, dan rienda suelta a la pasión tal y como cada poro de piel les grita.
• Cada poro de su piel le grita la locura de las sábanas de hace tres días. Examinando los cuerpos llama con el teléfono móvil.
El techo incandescente se derrumba sobre ellas.
• Ella descuelga somnolienta. “Te quiero…eternamente” le susurra, observando a sus pies la eternidad del amor.

79. Ritmo y control (María Rojas)

En Veracruz, en el puesto de mariscos, Marién abría las piernas. Su vulva jugosa se columpiaba al viento. El tendero del frente, iba marcando el ritmo con el pie, mientras las ganas se le chorreaban con el palpitar del sexo de la muchacha.
Una tarde un quinto metatarsiano del musiquero no aguantó tanta excitación y saltó hecho añicos.
Marién cerró las piernas. No quiso saber más de un cojo arrítmico.

78. Y líbranos del mal (Alberto BF)

El Padre Daniel estaba preocupado por la Semana de Pasión. En pocos días se acumulaban multitud de actos religiosos que debía oficiar, como máxima representación de la Iglesia en la conocida diócesis a la que le acababan de destinar. Misas, lavatorio de pies, Vía Crucis y vigilia, entre otros, iban a suponer su puesta de largo en el nuevo destino, y esto le producía cierto nerviosismo.

Pablo, joven colaborador y devoto feligrés de su anterior parroquia, conocía bien al Padre. Fue su monaguillo durante años, recibió de él su primera Comunión, y formó parte algo más tarde de los grupos de Confirmación. Con algún pecado que redimir, vino a visitarlo para ganarse el Cielo. Mientras confesaba sus pecados, reclinado en el confesionario, ejerció su penitencia como bien le había enseñado su referente espiritual en los años de catequesis. En una mezcla de sumisión, obediencia, humillación y deseo, el habitáculo de madera acabó tambaleándose hasta casi desmoronarse ante la mirada de desazón de Cristo crucificado.

Satisfechos sus bajos instintos y calmada su divina tensión, el Padre volvió a sentirse con autoridad moral para guiar al rebaño por el buen camino y salvarle de caer en las mundanas tentaciones.

77. AMOR ESCRITO

Me encuentro lleno de tus sensaciones. Soy como un cajón de sastre que ha ido guardándolas llenando gran parte de mi vida. Sigamos los dos más juntos que nunca.
Te puedes imaginar lo que en esos cinco minutos de anoche, solo en tu habitación, pudo correr por mi cabeza. Cuando no estás es cuando más me colman los deseos.
Piensa en que siempre estaré contigo, con tus problemas, pero sobre todo con tus sentimientos, que son de los dos porque formas ya parte de mí, de mi cuerpo; eres mi ser y existir, de la misma manera que quiero ser enteramente tuyo, si aún no lo soy.
Desde aquí tan solo quiero decir, y para lo que deseo no me abandones, haciendo lo propio para mí mismo, que no hay mejor sensación de pasión que la del amor, por eso el nuestro se escribe contigo, con tu nombre.

76. La gran tentación

Yo era su favorito a la hora de elegir entre una variedad de cuerpos atléticos y desnudos. Atraído por mis dotes viriles, el anciano deslizaba los dedos con delicadeza como si temiera que el calor de la mano  marchitara la erección. De rodillas, sorbía el falo sin miedo a que una bandada de pájaros oscuros migrara hacia sus entrañas en ese líquido que se creía transmitía el pecado original. Yo le ofrecía un placer puro y sin mácula que él no estaba dispuesto a compartir con otros hombres. Celoso, mandó a cubrir cualquier virilidad expuesta en la Santa Sede. En mi caso, pusieron la hoja de parra sobre el pubis vacío y liso  para ocultar la mutilación. Bajo la almohada del pontífice, yacía el pene de mármol de Carrara. 

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