Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

7. Etxemina, herrimina (nostalgia del caserío y del pueblo) (JESÚS ALFONSO REDONDO LAVÍN)

Yo, que me hicieron madrileño del 49 en la pila bautismal de Santa María de la Cabeza, tuve la fortuna de pasar cinco años de mi niñez en Lezama, ese pueblo vizcaíno del valle del Txorierri. Mi padre, funcionario desplazado y mi abuelo maestro recuperado de la represalia rehicieron allí sus vidas.

Cuando miro y me ensimismo en los cuadros de José Arrue me lleno de nostalgia y en cada escena pintada me vienen a la mente estampas de mi niñez. Yo he estado allí correteando entre faldas en las romerías en la campa de Sondika. Allí pintado está mi primer txacolí con nueces bajo la parra del portón del caserío. Está Águeda, la etxekoandre a quien yo robaba habas de su huerta y que me llenaba de leche la olluca blanca de mis primeros recados. Y me veo, orgulloso, de la mano de mi abuelo por el camino de Aretxalde, cada 10 de Junio, acarreando, sostenida en mi codo, la cesta de rosquillas de anís, hechas por mi abuela con las que él tenía por costumbre obsequiar a sus alumnos.

Yo he visto esa bolera, ese frontón, ese cura con bonete y he calzado abarcas de goma con calcetines blancos acordonados.

06. SEHNSUCHT – EPI

Llueve a mares y hace mucho frío, en mi alma y en mis manos.
Las gotas se estrellan contra el cristal, algunas se quedan en el sitio, pero otras inician un río que confluyen con otros y se aceleran. Llevo una hora mirando y ahora que se acerca mi final, no soy capaz de pensar en mi pasado, lo que hice mal, hecho está y lo que no fue perdonado, nunca lo será.
Mi mente está como vacía, pienso en cosas intangibles de un futuro incierto pero inmarcesibles, eternas, imperecederas, como la familia, la amistad, el no saber que será de ellos, de su salud, de mis nietos no nacidos.
Cuantos sitios he dejado por conocer, cuantas cenas de amigos de toda la vida y otros que hubiera merecido tratar.
Apoyo mi cabeza en la ventana, cierro los ojos y no veo nada de mi pasado, es mentira eso que dicen que lo ves pasar en un instante.
Como romántico que soy, añoro lo que me voy a perder, ese vermut, con su cáscara de mandarina, al lado de la mujer que amo.

05. THE BLUES (Mariángeles Abelli Bonardi)

Aprecia el atardecer de fuego con que termina el año y, sin embargo, algo se condensa húmedo en sus ojos… Pensaba que el primero de enero lograría desprenderla pero no, sigue ahí, como un viejo suéter que cuelga de sus hombros, tenaz, agazapada, lista para tomarla por sorpresa cuando cree que ha logrado deshacerse de ella, ella, que se basta a sí misma y siempre es dos: la de lo que ya no podrá vivir y la de lo que aún no ha vivido; la de esos estados intermedios en los que no sabe qué es lo que echa de menos…

El mundo aún brinda en todos los idiomas y ella abre el botiquín del baño: la felicidad, que tan fácilmente gorjea en el pecho de los otros, se disuelve en su lengua siendo lo que es: para ella, ni más ni menos que una pequeña pastilla.

04.El hueco monocolor

 

Decías que cuando estaba traviesa me gustaba ver el mundo en dos colores. Y era cierto que, haciendo de abogada de Lucifer, te arrastraba del blanco al negro, y viceversa, saltándome  todos los grises. Ahora cactus después alga, comulguemos con manzanas y pequemos con el pan, miremos como un pájaro y como un reptil, seamos valle y también montaña.

Me observabas divertido, a veces escandalizado, adaptando a mis atajos tu flexibilidad: me regalabas una sonrisa, o una lágrima, para hacerme sentir normal y distinta. Pero sobre todo viva.

El mundo sin ti no tiene  blancos, ni grises. Carece de luz. Transito cobarde por las horas, rehén de lo más oscuro, sin batalla que me inspire, sin tu latido vital, huérfana mi mano en el camino. Anonadada ante el vacío y el silencio que se construyen al disolverse la magia. Cactus, pan, reptil y valle. Incapaz de conjurarte, con un grito mudo horadándome el pecho.

Derrotada, muerta por dentro, pétrea por fuera. Me atraviesa tu imagen querida, tu rostro ausente, tu boca quieta, tus ojos helados. Sin una palabra más, desgarro mi ser al girar para alejarme hacia el destierro: ese lugar donde sobreviviré con tu recuerdo apuñalando eternamente mi alegría.

03. SENSACIONES (Ángel Saiz Mora)

Onofre y yo hemos despistado a la muerte, pero el tiempo siempre se cobra un precio. A mí me ha dejado sin oído, quizá por eso vivo de añoranzas, que afloran en cuanto pueden. Esta joven me recuerda a mí muchos años atrás. Tuve su mismo oficio. Han debido de advertirle que es inútil decirme nada. Si fuera posible, conversaríamos. Creo que se limita a sonreír, aunque no pueda ver su boca. Con los ojos le transmito que me cambiaría por ella, a pesar de que la protagonista parece que soy yo.
Noto cómo se ríen todos. Onofre ya habrá soltado alguna de las suyas cuando hay chicas delante. No se le puede reprochar y nunca tiene mala intención. Seguro que a él también le vino a la cabeza la enfermera que una vez tuvo que curarle un brazo y con la que ha cumplido bodas de platino.
Mi carne flácida apenas nota la aguja. Hay pinchazos peores. Por un momento me entristezco. Los recuerdos son armas de doble filo: Félix, Pilar, Eugenio, Carmen, Mercedes, Tomás, Santiago, Antonio y Angelines.
Flashes de cámaras, batir de palmas y titulares:
«Adela, la primera vacunada de la residencia y de la región».

02. Siempre quedará París (Jesús Garabato)

A mi lado, sobre la mesilla de noche, reposa París; eternamente enclaustrado en cristal. A pesar de ello, y aunque la distancia y el paso del tiempo hayan diluido ya el amor, no he dejado de admirarlo cada día. Incluso ahora que solo me restan las  fuerzas precisas para, con un gesto, dejar caer el vaso, tu carta y también París, nuestro París, cubierto para siempre de lágrimas y nieve.

01. MANCHITA, LA ARDILLA

Nos detenemos en una calle con árboles en las aceras. Mi nueva mamá -no recuerdo su nombre, Alicia o Amelia, creo- me dice que hemos llegado. Antonio, que ahora será mi papá, me coge la mano y me pide que cierre los ojos como si fuera un “juego de sorpresas”. Cruzamos un jardín. Subimos unos escalones. Avanzamos por un pasillo largo y, al fin, entramos en mi habitación. Papá me suelta la mano y me dice que ya puedo abrir los ojos. Es preciosa. Colores luminosos y dibujos en las paredes. Hay una jirafa de peluche junto a la cama, una mesa fucsia con un bloc nuevo y cajas de pinturas, y una lámpara que llena de estrellitas el techo cuando es de noche. Pero si pienso en la oscuridad, sé que la echaré de menos. Con su cabecita graciosa como la de cualquier ardilla, su cola larga, sus manitas, y esa agilidad juguetona para esconderse cuando encendían la luz. Aunque para los demás niños solo fuese otra mancha más de humedad en el muro.

92. BILLETES

Te duelen las manos por el frío, ¿qué esperabas en una estación de autobuses en Burgos en diciembre? Menos mal que te has puesto dos camisetas por debajo, que tienes un calefactor viejo y que con el lío que hay de gente tienes que estar concentrada para no confundir los billetes. Estos de ahora van al pueblo pero los dos anteriores iban hasta Madrid para después volar a Sídney. Ya te gustaría a ti viajar a Australia, a ver los canguros y el palacio ese de la ópera. O lo que sea. Te conformas con ir a Málaga como los cuatro chavales del bus de las nueve. De Málaga sabes poco pero te imaginas tomando una cervecita en una terraza disfrutando del paisaje… Uno para Donostia, en el bus de las tres y media. El golpe en la ventanilla te ha sacado de tu ensimismamiento andaluz pero ya te has ido a la playa de la Concha. Y allí te quedas un rato, hasta que te pidan el próximo billete, disfrutando del olor a sal que te llega del mar aunque desde tu ventanilla solo se vean autobuses, humo de tubo de escape y gente con maletas.

91. Punta de pincel

Ya estaba enjuto de carnes y con articulaciones crepitantes, por eso al alba ya ascendía la pequeña colina para estar dispuesto ante la luz deseada. Aunque exhausto y con su viejo corazón acelerado, lo consiguió. Y fue tras darse un inevitable descanso cuando buscó el ángulo idóneo donde colocar el caballete y el lienzo.

Ante él se encontraba la montaña rocosa que en su descenso daba paso a un bosque abrupto de coníferas que acababa por besar el musical arroyo. Pasado este se extendía el manto de la pradera que se desplazaba hasta él plagada de una pléyade de flores de variopintos colores.

Preparó la paleta y los pinceles, como un rito amable y minucioso, hasta que decidió que era el momento. Tras la primera pincelada comenzaba el instante mágico en que el blanco deja de serlo. Le sucedieron muchas otras durante las horas que su mirada se alejaba y se acercaba.

Fue llegado el momento, tras el último trazo, cuando contempló de nuevo el autorretrato de un triste y decrepito pintor en blanco y negro. Y levantando la vista, para observar el paisaje, salpicó de rojo su última obra.

90. Cazado

La puerta que abre los recuerdos de la infancia no entiende de generaciones. Al mirar por el hueco de la cerradura, contemplamos las risas intactas de los niños y los mismos juguetes dormidos en los dinteles.
Pero, venid, asomaos. Si observáis a través del oxidado ojo, encontraréis que hoy la chiquillería anda revuelta. Cuatro amigos cumplen castigo en la biblioteca del convento por robar naranjas a los monjes. El prior les ha impuesto la tarea de ordenar alfabéticamente los viejos manuscritos.
Y ahí están, en pleno proceso creativo. El más espabilado ha trasladado un tomo al suelo, debajo de la ventana. Los demás en seguida entienden el juego. Estratégicamente van amontonando libros, e improvisan una escalera hacia su libertad. ¡Mirad cómo corren! Estos gandules nunca aprenderán nada.
Pero… un momento. ¿Qué esconde el pelirrojo bajo la blusa? Un dragón sobre una página debió haber llamado su atención. Con el brillo de la curiosidad en los ojos, espera que nadie sepa que ha tomado prestado el último «escalón».
¿No es increíble presenciar cómo las musas escogen a un futuro escritor?

89. HERMOSAIJE

Se quedó sin palabras.

Al llegar a un alto del camino encontró las primeras sombras de la tarde que el sol dibujaba en la gran estepa. Quedó mudo. Quiso expresar esa idea, ese sentimiento encontrado que le arrebataba el ánimo. Quiso explicar cómo el horizonte encendía su alma.

Y no pudo.

Rebuscó con la punta de los dedos entre los recovecos de los fondos insondables de sus bolsillos. No había nada. En el zurrón descubrió que todas las palabras se le habían escapado, libres, a través de las desgastadas puntadas de las costuras.

Detuvo su caminar un instante.

Entonces encontró una solución de emergencia. Con un lápiz escribió en un trozo de papel olvidado en la chaqueta: “hermosaije”.

-¡Sí, eso es, “hermosaije”!

Y continuó en silencio el camino que serpenteaba a través de la infinita llanura mesetaria. Había perdido todas las palabras que guardó para el viaje, pero ahora, atesoraba la última en el interior de su puño.

Llegaba la noche. Sintió que sus pasos eran cada vez más cortos. Había cansancio y había sed. Su espinazo se doblaba fracasando en la lucha contra la gravedad. Pero continuaba caminando sin ver que tras de sí un frondoso bosque surgía.

88. Tierra de momias (Pablo Cavero)

El Nilo me hizo despertar de mi letargo de momia, renacer de nuevo a la vida, retomar el timón de mi existencia. Esa noche surcando las aguas mansas rodeadas de templos y pirámides, cargadas de historias de faraones y esclavos. El cocodrilo mordió las ataduras de mi sumisión, esas amarras que controlaban mi móvil, mis faldas y el carmín. Las que me cegaban a las evidentes vejaciones disfrazadas bajo el telón del amor. Las que justificaban los golpes, convenciéndome a mí misma de que serían merecidos. Me adapté a subsistir en una atmósfera donde el maltrato era el oxígeno y la humillación era el aliento habitual bajo su tufo a alcohol. Esa embriaguez intentó arrojarme al río. La oscuridad o quizá el espíritu de Nefertiti o de alguna esclava, le hicieron tropezar y caer a él. Por suerte aquel reptil del Nilo me liberó del yugo que me mantenía momificada, y amanecí a ser yo misma.

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