Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

75. ESPERANZA ME LLAMO (Nani Canovaca)

No puedo soportar que pretendas siempre acercarte a mí de esa manera tan acosadora e inesperada. Siempre dices que lo que deseas es sorprenderme y arrancarme una sonrisa, pero ya te estás pasando de castaño oscuro. Todos los días con el mismo cuento, el mismo paisaje y la misma banda sonora y lo triste es que sabes que no la soporto. Verdad es que por mucho tiempo fue nuestra canción, pero eso ya pasó. Ahora tenemos vidas opuestas. Vives en Cantabria, muy cerquita del Sendero del Agua. Plantas hortalizas y haces sidra. Yo en Roa  del Duero y cosecho uvas, las piso y obtengo uno de los vinos más espléndidos de esta zona.  Tú participas en ENTC, puntuando y yo, me he quedado mirando la página en blanco hace no sé cuánto. No insistas chico, lo mío por ahora es seguir disfrutando este Duero ahora frío, después de cosechar mi excelente vino. No dudo que tu sidriña y tus paisajes son una belleza, pero mira, me quedo aquí y por favor, no vuelvas a despertarme con la misma. Estoy cansada de soñar contigo, ya no tengo nada que hacer. ¡Mejor esperar y desear, un 2021 de quedadas y sonrisas! ¡Feliz vida!

74. FREE TOUR EN KANSAS (Toribios)

Dorita se puso el traje de la Graduación y salió a la calle. Era extraño, porque todos la miraban como si llevara los vaqueros de siempre y no ese vestido azul celeste de falda acampanada. ¿Que por qué había hecho eso así de pronto? Nadie lo sabe. De hecho se especuló mucho con ello años después, cuando lo del tornado. Dorita siguió andando y se internó en un bosque umbroso y lleno de misterios. Lejos de sentir miedo, le surgió de la garganta una tonada que hablaba de un camino de baldosas amarillas. Sin embargo la senda seguía siendo estrecha y pedregosa. Pensó entonces en un hombre de hojalata, y en un león cobarde, pero solo encontró un conejo que tamborileaba sobre un tocón y un cervatillo patilargo y asustado. Llegó a un claro del bosque donde humeaba la chimenea de una cabaña. Se acercó y llamó tímidamente, pues había empezado a sentir frío. El hombre que le abrió se parecía tremendamente a John Wayne. No quiso entrar por no entrometerse en otra historia y siguió en la espesura. Cuando lo del tornado dicen que apareció de pronto en medio de la plaza. Aquí sigue, como ustedes ven.

 

73. Mar de fondo

Me compré una coqueta casita con vistas al mar ¿Tú sabes lo que es ver el mar cada vez que te asomas por la ventana? Pues eso. Con el tiempo, entre mi casa y el mar construyeron otra magnífica casa con vistas al mismo mar. Ya no veía los barquitos cruzar por el horizonte, pero podía escuchar el romper de las olas sobre las rocas. Después, entre mi casa, la otra magnífica casa y el mar, levantaron otro edificio de cuatrocientas cincuenta y cinco plantas con vistas a nuestro mar ¡¡A nuestro mar!! Entonces dejé de oír el rumor de las olas, pero aún me llegaba, cuando el viento soplaba de poniente, la inconfundible brisa marina, ese aroma entre alga, concha y aleta de sirena. Ahora, entre mi casa y el mar, hay toda una ciudad. Ya no queda rastro de brisas marinas, ni de peces ni de olas, pero dicen, los que viven más cerca de la orilla, que el mar aún sigue allí.

72 Hasta donde se pierde la vista (Mar González)

Hasta donde se pierde la vista, todo es nuestro. Es la frase más repetida en la familia desde tiempos inmemoriales. Tiene su tono, grave con una mezcla de grandeza y responsabilidad, y su gesto, dibujando con el dedo en el aire el perfil del horizonte. Los detalles se fueron perfeccionando de generación en generación. Ya no se habla de algunas muertes poco claras, ni de la guerra, ni del abuelo.

Ha sido la abuela la que ha mantenido la familia y la tradición. Vestida de negro, nunca la conocí de otra manera, nos sigue juntando en la terraza de la casona. Su mano tiembla cada vez más al señalar el horizonte y su voz es casi imperceptible, pero todos tenemos grabado a fuego cada palabra. Hasta donde se pierde la vista, todo es nuestro.

Después, nos deja allí conversando mientras baja en solitario a la cocina. Con esfuerzo, empuja el falso fondo de la despensa. Cierra tras de sí. Se sienta en la destartalada cama y repasa con ojos llorosos las cuatro cercanas paredes y una foto en sepia en la que está con el abuelo. Muy jóvenes. Muy vivos. Hasta donde se pierde la vista, todo es solo suyo.

71. Todos en la luna

Este hombre que solloza lleno de amargura mirando la imagen no es otro que Archibald Fakemoon, acreditado fotógrafo encargado de componer la inmortal instantánea de la huella de la bota sobre la luna tras meses de preparación en los estudios Carlington, junto a Cabo Cañaveral. Con toda clase de técnicas paisajísticas logró reproducir lo que se pensaba que pudiera ser la superficie lunar.
El resultado es una imagen de gran belleza que el mundo entero tomó por real. Un cielo de intensísimo negro dibuja un horizonte irregular quebrado por ondulaciones y picos y un manto de arena gris poblado de cráteres, rocas y polvo hasta donde alcanza la vista. Todo presidido por el globo terráqueo, azul y luminoso que se recorta en el lado izquierdo. Y justo en el centro, la huella del zapato lunar del oficial de fontanería Leonard X., elegido al azar para tan delicada misión.
El llanto le ha sobrevenido cuando, al poder de la lupa, ha distinguido en la huella del zapato lunar restos inequívocos de myrtylla orensis, esa flor fragrante e inconfundible que solo crece en el jardín del propio Archibald al amoroso cuidado de su mujer, vieja amiga del fontanero Leonard por otra parte.

70 JUBILACIÓN (Belén Sáenz)

—Ahora ya solo queda hacer las maletas. —dijo Ella con gesto ilusionado abriendo la espita. Él seguía cabizbajo, acariciando la paloma muerta, tibia aún entre sus manos. —Hemos hecho un buen trabajo aquí, a pesar de todo. —quiso consolarse. Sorprendidos por sentir tan pronto la nostalgia, incluso por sentirla, no pudieron evitar asomarse al confín de la Tierra para contemplar cómo las aguas iban reconquistando sus dominios. Fluían alrededor de sus pies con la sentencia de una cuenta atrás. Cubrían mansamente ciudades, derretían la altura de los árboles como azúcar cande y pugnaban entre sí por embeber las cumbres más altas. En su avance iban dando líquida sepultura a todos los seres de la creación. La luz del ingrato planeta azuleaba en una intermitencia agónica. —Dicen que en Venus han encontrado indicios de vida… —propuso Él. —No. Es hora de que descansemos, marido; el Jardín del Edén nos espera. Vio Dios que era bueno, y juntos partieron sin mirar atrás cuando despuntó el Sol en la mañana del octavo día. 

69. Que viene el lobo (Aurora Rapún Mombiela)

Alicia no sabía cómo había amanecido en aquel lugar. Recordaba que la noche anterior había salido a tomar algo con una amiga y que unos chicos las habían invitado a un trago. Su madre le tenía dicho que prefería darle más dinero a que aceptara nada de nadie, pero es que esas sonrisas tan perfectas no podían ocultar nada malo.

Estaba confundida, pero se encontraba divinamente, como flotando en medio de un montón de hojas otoñales. Se dejó llevar y se internó en el bosque dando saltitos. Y a cada paso olvidó un poco y un poco más y más y se perdió en la espesura hasta desaparecer.

Cuando su amiga despertó aterrorizada en la cama del hospital y preguntó a los médicos por ella, no necesitó escuchar la respuesta. Cerró los ojos y deseó que allá donde estuviese, no sintiera ese dolor ronco e indescriptible.

68. Redacción tema: mi casa (Patricia Collazo)

Mi casa es grande y tiene muchas ventanas. Antes, cuando llegábamos del cole, olía a magdalenas. Pero desde que Paulina no llega conmigo, huele a quemado.

Mi casa es blanca y en las paredes hay muchas fotografías colgadas. De cuando Paulina y yo éramos pequeñas y papá compraba churros. A mí me gusta la foto en que estamos los cuatro sentados en la cocina bebiendo chocolate.

El sitio de mi casa que más me gusta es mi cuarto. Y al que más me gustaría poder entrar es al de Paulina. Pero está cerrado con llave.

En mi casa tenemos siempre las persianas bajadas. Desde lo del accidente, a mamá le duele la cabeza. Y a mí la barriga cuando la escucho llorar. Aunque ella dice que no llora y no echa de menos a papá. Porque está donde merece estar.

Yo no le pregunto, pero sé que sí echa de menos a Paulina. Porque a veces la pillo llorando abrazada a su chaqueta. La que no llevaba cuando papá se salió de la curva. Sin embargo, nunca llora sobre el abrigo que papá sí llevaba puesto y que, colgado en el perchero de la entrada, aún huele a alcohol.

67. En algún lugar (Concha García Ros)

Volví esta mañana, después de tres años fuera de casa, lejos del pueblo. Estoy sentado en mi cama y no puedo dejar de mirarlo, tal y como me pasaba antes. Cuando me fui tenía dieciocho y creía que ya era mayor para tonterías, que era necesario dejar atrás esas imaginaciones mías. Pero ahora espero que aún funcione. Reconozco que me cuesta más que antes dejar la mente en blanco, me esfuerzo por no pestañear, aunque mis ojos lagrimean.  Poco a poco el marco va desapareciendo, el sendero del cuadro está más cerca. Noto en mi cara la humedad del bosque desdibujado, puedo oler el romero. Veo en el fondo del lienzo la luz de su ventana y ya no estoy en mi cuarto, he saltado, corro por el camino de óleo, hacia las pinceladas rojizas y anaranjadas del atardecer, convertido en sombra que toca a su puerta.

66 Postal de verano

Bajo el enorme tilo del jardín, mecida por cancioncillas infantiles y el murmullo del riachuelo, la abuela duerme sentada en la hamaca. Sobre su tripa, los brazos cruzados elevan unos inmensos pechos en los que reposan una papada colosal, la barbilla arrugada y sus antiguos sueños. De vez en cuando, tal vez avisada por algún pájaro, abre un ojo inquisidor, siempre el mismo, para comprobar que todas sus niñas están jugando, y lo vuelve a cerrar muy despacio mientras sonríe satisfecha. Sin descruzar los brazos, con dos o tres movimientos de sus carnes, acomoda de nuevo las posaderas y vuelve a estar lista para continuar su siestecilla.

65. Plenitud (Alberto Jesús Vargas)

La mañana era luminosa y aquel paisaje lucía a todo color. El verde claro de la pradera se oscurecía en la copa de los árboles que ascendían por las laderas hasta acariciar la azul inmensidad del cielo. Abajo, el pequeño río se deslizaba por el valle pintando reflejos solares y trayendo desde las lejanas cumbres el cristalino frescor del deshielo. La primavera llenaba de vida todo cuanto alcanzaban a ver y ellos dos, cogidos de la mano, se sintieron tan contagiados de aquella plenitud que en un gesto simultáneo intentaron fundirse en un beso. El golpe seco de las carcasas de sus gafas de realidad virtual les hizo recordar que aquel mundo fascinante dejó de existir hacía mucho tiempo. Manteniendo el deseo y la intención de unir sus labios, se despojaron mutuamente de aquellos artilugios y regresaron al gris presente. Al otro lado de la ventana, la ciudad sobrevivía a duras penas envuelta en su niebla tóxica, mientras los transeúntes caminaban hacia un futuro incierto con sus rostros ocultos tras las máscaras antigás.

64. POMPEYA (Jesús Alcañiz)

El vertedero terminó por cubrir toda la ciudad con un alud de basura. A medida que la montaña de desechos los aplastaba, los vecinos tuvieron tiempo de reconocer cartas, colchones, espejos, fotos, cunas,  muñecas… —¿Cómo pudimos desprendernos de todo esto? —se quejaban, antes de morir rebozados en el polvo de su nostalgia.

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