Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

51 El casting (Rosy Val)

No le pilló por sorpresa descubrir que eras candidato a los recortes que se avecinaban en tu empresa. Que le propusieras un cambio de roles con la excusa de que llevabas demasiadas estaciones levantándote antes de que despertase el cielo, sí. No negó que recuperar el puesto de docente —el que tuvo que aparcar cuando nacieron los mellizos—, era su sueño hecho realidad. Y confesó que hacerte entrega de las idas y venidas al instituto, conservatorio, clases de alemán, natación, y «la cartera de nimiedades domésticas», que así llamabas tú a las faenas de lavar, planchar, cocinar…; superó sus expectativas. 

Que tres semanas más tarde aparecieran tus primeros desajustes hormonales, no le consternó, entendió que necesitabas tiempo para aclimatarte. Pero volver del trabajo y sorprender en el porche a dos mujeres confundiéndose entre sus camelias y hortensias, entrar en casa y hallarte con una tercera informándole que la jornada laboral sería de 9 de la mañana a 4 de la tarde, echó por tierra todas tus teorías, alegatos y peroratas, sobre la igualdad.

50 Al filo del Abismo (Antonio Bolant)

Mientras el atolón iba recogiendo los colores que el amanecer esparcía, la superficie del océano primigenio se mecía ligeramente, como una respiración calmada que parecía haber olvidado el oleaje provocado por el impacto reciente de un fotón de energía oscura.

Desde que surgiera la primera vida, la placidez de los paisajes líquidos esconde tragedias invisibles, aunque ninguna como ésta. Un implacable exterminio estaba ocurriendo en el lecho del abismo que se abría junto al atolón. Allá abajo, la fuerza fundamental de una estrella repudiada consiguió enraizar su aliento ancestral y estaba inhalando vorazmente a todos los seres vivos del océano. Nada escapaba de aquella bestia cósmica de entrañas infinitas que había condenado al planeta.

El espacio-tiempo, conocedor de la desigualdad de un duelo tan antiguo como el universo, tomó una decisión desesperada. Se plegó para recuperar la consciencia aún por venir y la repartió entre los seres que todavía seguían vivos. Todos comprendieron y de inmediato asumieron que debían dejarse tragar de una vez, como un solo ser. Quizá saturando a la bestia provocarían su colapso y unos pocos podrían ser regurgitados para que, tal vez, alguno de sus descendientes pueda llegar a escribir este relato.

49 Armarios rusos

Desde su despacho vio que seguía nevando y pensó con tristeza que no podría ir a la cabaña del lago. Sergei Ivanovich dirigía un próspero negocio de explotación de madera, se decía que sus bosques de abedules llegaban hasta el Oder. Para vigilar tan vastas extensiones tenía a su servicio a un guardabosques, un gigante letón con tatuajes de marinero y brazos de leñador, que patinaba en el lago con agilidad sorprendente para su tamaño. Los rumores comenzaron cuando contrató una profesora de francés para sus hijos. Violet era una joven de armas tomar que había llegado a Rusia huyendo de un mal de amores. Del oeste llegaban vientos de cambio y Sergei pasaba horas con ella escuchándola hablar de la vida en París. Sus vestidos y afeites contrastaban con la rotundidad rural de su mujer. Había acondicionado una cabaña con todo lo necesario para el amor. Descubrieron el placer de descubrirse y de escribir sus nombres en los vidrios empañados, hasta se permitieron soñar un futuro juntos. Sergei y el guardabosques se amaban cada día con el ansia de los amores nuevos. Los niños habían progresado mucho con el francés y ya dominaban los verbos.

48 La defensa de Aurora

Podría acecharla un lobo feroz desde uno de esos taxis amarillos, mientras  pasea por la Quinta Avenida. Por supuesto que viven en cualquier parte.  Pero ya no es la niña eterna que se deja manipular. Sus pechos, libres de vendas opresivas, han crecido. Es ella quien traza ahora su camino hasta llegar a la calle 49, donde ha instalado su pastelería. Como siempre, los clientes hacen cola en la puerta. “Le Panier du Petit Chaperon”, destaca en su toldo rojo. Lo sé porque mi tienda de alta costura se encuentra justo al lado. Y no piense que una varita mágica es la artífice de nuestros éxitos. ¡Cuántas horas arañadas al sueño! Le recuerdo que yo comencé hilando con una simple rueca. Menos mal que no desaproveché cien años de mi vida esperando un beso. Si quiero algo, lo busco. Así que, señor juez, termine su interrogatorio. ¿O sigue sin comprender por qué incendié el bosque de monsieur Perrault?

47. Destino caprichoso

Como cada viernes, me subo al dinosaurio que me lleva a casa.
Viajo en una reliquia que, al transitar sobre unos raíles obsoletos, impide la circulación de trenes de alta velocidad.
Son mis cincuenta minutos semanales seducidos  por el suave ronroneo de las ruedas al golpear el hierro.
A mi lado se sienta un desconocido pasajero pero, un poco más allá, reconozco a una pareja de ancianos.
Ralentizo mi tiempo para disfrutar de la rutina del trayecto y pego mi nariz al cristal de la ventanilla del vagón.
Paso la primera curva, la granja de vacas, el río… y las acacias de flores amarillas que, tras muchos años de crecer salvajes, rozan los vagones con sus ramas.
Agradezco el poco interés de la empresa en la poda de estos árboles, mimetizados ya con el deterioro de los vagones, aunque también deseo una solución práctica que evite la desaparición de la línea.
En unos breves segundos, el destino caprichoso rompe la inercia y la magia se esfuma.
Un fuerte estruendo, frenazos, equipajes por el suelo y algunos, heridos leves, en “shock”.
Me asomo a la vía, el maquinista solloza arrodillado ante el cuerpo inerte de una joven tumbada sobre los raíles.

46. POLVO SOY

En mi primer día aquí he descubierto que una hoja tarda tres segundos en caer del árbol cuando el viento está en calma y que los primeros rayos de sol apuntan directos al corazón que tatuamos en aquel viejo roble hace ya treinta años. He volado prendido en las alas de un hada salpicando esos manantiales que tantas veces recorrimos. Me he pegado a la polaina de un duende y juntos saltamos de rama en rama hasta alcanzar la copa más alta para otear el horizonte. He visto como las lechuzas se preparan para cantar la caída de la tarde y he aprendido a revolotear como una partícula en suspensión que soy. Es una sensación única, Marieta, estoy seguro de que te gustaría. Ha sido un día lleno de sorpresas, como la de verte allí abajo haciendo arrumacos con mi mejor amigo mientras os deshacíais de mi urna funeraria en el contenedor de basura. Menos mal que os quedó un poco de dignidad para vaciarla antes sobre nuestro bosque.

45 MIRADAS SECRETAS

La tía Hermosinda pasea frente a los pastos que antaño habían sido de su familia, ahora cubiertos por las aguas del pantano.
Aunque a veces, cuando hay sequía, todavía puede verse la torre del campanario.
Y entonces, mientras camina y otea las montañas suaves y el valle anegado, añora las tardes de los domingos, de su ya lejana niñez.
Recuerda que en esos días los niños se quedaban jugando, despreocupados, en el atrio de la Iglesia después de la misa dominical.
Esperaban pacientemente a que se retirasen los mayores para comenzar a correr entre los bancos de piedra y para adentrarse en lo prohibido, jugar al escondite entre las tumbas del cementerio.
En medio del jolgorio de gritos y risas, cuando el resto de la chavalería de la aldea no les veían, Tomás, un zagal de apenas 12 años, que le gustaba a rabiar, aprovechaba para robarle un beso, lleno de inexperiencia, ternura y un montón de vergüenza.
Ella respondía con una sonrisa pícara, con ardor en las mejillas y una mirada cómplice.
Después, como si nada hubiera pasado, se dejaban descubrir por aquel que «apandaba» mientras se lanzaban miradas cómplices, que atesoraban dulces secretos, sólo conocidos por ellos.

44. De fines de semana, o sobre los inconcretos movimientos de dos moscas dentro de una flor de cactus

Escena 1, sábado por la mañana: hay dos moscas chocándose contra la cristalera. Yo sé que ya habrás sacado al perro, y estarás deambulando por la cocina. No te oigo ni te observo. Ni siquiera lo pienso. Solo lo sé. Igual que tú sabes que yo ya habré barrido un poco, y que estoy aquí en el balcón, leyendo. No me ves, ni tampoco lo piensas. Simplemente, a fuerza de repetirse, conocemos cada movimiento.

Escena 2, sábado por la tarde: se acaba de abrir una de las flores del cactus y las dos moscas han caído dentro. Las flores de cactus duran un día, pero son preciosas. La vida de una mosca es también corta. Yo estoy terminando una novela que no me gusta, y ahora pondré la radio. Tú estarás viendo la tele. Luego cenaremos.

Escena 3, domingo por la mañana: la flor empieza a mustiarse y supongo que eso hará que las dos moscas tengan menos espacio para moverse. Digo supongo porque no llego a centrar mi atención en ello. Ni en la belleza efímera de la flor, ni en esos movimientos inciertos, de patas y antenas entrelazadas. Ese baile absurdo, que no va a ningún lado.

43. HIJO DE UN CARPINTERO

Transcurridas varias jornadas la estrella todavía permanece suspendida sobre el pequeño establo de Belén.

En el interior del pesebre un buey y una mula procuran calor suficiente al recién nacido.

Belén se convirtió en un hervidero de pastores, no cesa el trasiego de visitas llegadas desde ciudades lejanas, y es cierta la afluencia de monarcas que viajan con urgencia desde reinos lejanos, allí donde otros pregonan a los cuatro vientos el nacimiento de un nuevo Mesías.

Los curiosos se arremolinan ante las puertas de la cuadra y pugnan por mantenerse el mayor tiempo posible cerca del bebé, en su intento por depositar presentes a los pies del que, aseveran, nació para redimir a la humanidad.

Mientras José se desvive en atenciones hacia tres reyes que permanecen postrados frente al pesebre, colmándolo con cofres a rebosar de oro, incienso y mirra, su esposa, María, se aferra al vientre y se ruboriza al ver cómo el joven aprendiz de carpintero lucha con denuedo por hacerse un hueco entre el tumulto y así poder ver de cerca al niño, para comprobar que sus ojos, como afirman todos, son idénticos a los de él.

 

42.- Destino (Adrián Pérez)

Cansada de dar vueltas y vueltas durante años, la bailarina deja caer sus brazos y, tomando impulso, salta fuera de la caja de música. Ha oído hablar maravillas de su ciudad ­­–dicen que incluso hay un tren que va por debajo de la tierra­–, pero nunca ha visto más allá de estas cuatro paredes. Sin embargo, ahora está saliendo de la habitación, cruzando el salón, encontrando un resquicio junto a la puerta principal, atravesando el jardín y colándose entre los barrotes de la verja que da a la calle. Mientras camina, se ve en mitad de un gran escenario, junto a otras bailarinas­­ –siempre tuvo ese anhelo–, y siente el clamor de un público que la hace brillar como la joya más preciada de todas las que custodió bajos sus pies. Es en medio de sus ensoñaciones cuando se encuentra con la señal de metro recortando el cielo y, bajo ella, el seis, su número de la suerte. Siente una corazonada. Baja corriendo las escaleras que la llevarán hasta el tren que tantas veces imaginó. Lo que aún no sabe es que el seis, además de ser su número favorito, es también el número de la línea circular.

41 El viejo magnolio (Juana Mª Igarreta)

La casa de Lucía está situada en un sitio envidiable, así lo comentan siempre sus amigas. El ventanal del salón da a la calle principal de la ciudad, donde bulle la vida desde las primeras horas del día. Sin embargo, su mirador preferido está en la parte trasera del edificio: una pequeña terraza que asoma a una recoleta plaza presidida por un majestuoso magnolio. El ejemplar supera con creces los setenta años de ella. Sentada en su mecedora de mimbre, que exhala gemidos con cada balanceo, posa a menudo sus ojos en el viejo árbol, al tiempo que siente reverdecer sus recuerdos. Qué acertado estuvo su ya fallecido Francisco construyendo ese firme alcorque para proteger la base del tronco y sus raíces. Desde entonces, por fuerte que sea la tormenta y el viento huracanado agite inclemente la frondosa copa del magnolio, no hay riesgo de que la tierra que lo sustenta se remueva en demasía. Esa tierra en la que los pies de Mateo, el gemelo de su marido, tantas veces dejaron huella. Dos hermanos idénticos hasta en el gusto por las mujeres.

40. El gran escenario (Gemma Llauradó)

La vida es el escenario más inmenso en el que nos encontraremos jamás… Un teatro donde los paisajes no son de atrezzo. Un decorado que varía a cada minuto, que se llena de actitudes, gestos, retos, palabras, silencios, lágrimas, sonrisas, sueños, sentimientos y esfuerzo… En definitiva, de un sin fin de ingredientes que ornamentan y potencian el desarrollo de toda nuestra obra.

Un lugar en el que nada está inventado y todo queda por descubrir. Dónde siempre hay cabida para nuevos diálogos, donde el guión puede sufrir reiteradas modificaciones y los actores pueden ser reemplazados. Allí donde las ideas y las palabras se acompañan de gestos y miradas, donde la luz se enciende y se apaga, donde la música es el acompañamiento.

Y allí, delante de ese colosal escenario, está toda la gente que forma parte nuestro entorno, de nuestro día a día, aquella que estimula capacidad sentir, despierta nuestra sonrisa y activa nuestra felicidad. Toda esa gente que son nuestros espectadores, aquellos dispuestos a pagar la entrada que da acceso al gran escenario de nuestra vida.

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