Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

39. Islandia

El horizonte es azufre y el ocre se posa en las astas de los renos. Hay nieve, líquenes y lava. El viaje se le ocurrió a ella; a ver si la aurora boreal les regalaba un lapislázuli que se les había extraviado en la inercia de los días. Le busca las manos, las caricias de antaño. Pero él hace fotografías. Ella vomita el desayuno cada mañana desde hace una semana. Él comenta que no será nada grave, que en los coches siempre se marea. A ella le gustaría decírselo al lado del géiser; usar la fuerza del agua hirviendo que brota del suelo helado, gritárselo sin hablar y alegrarse juntos. Vuelve a dejar atrás el momento. Él también la esquiva porque sabe que cuando se encuentren con la mirada no conseguirá amordazar la infidelidad de los últimos meses. Llega una nueva noche polar y el frío les lleva hasta la habitación estéril del hotel. Con dos camas separadas.

38 Docencia y decencia (Diego Cano-Lasso Pintos)

Si te miran amenazantes sigue y entra, me dijo mi mujer.

Como a diario, acudí a la facultad en mi bicicleta Macario de los años sesenta que conservo en buen estado; y ahí estaban sosteniendo una pancarta que decía: “Huelga por el ecosistema”.

Habían prendido fuego a barricadas para obstaculizar el tráfico. El paisaje era dantesco.

Entré en clase porque es mi obligación, aunque recibí insultos y silbidos.

Considero que estudiar y no malgastar es útil y la única salida para evitar más degradación, pero como había una atmósfera irrespirable por el humo del caucho me volví pedaleando a casa para disfrutar de los pájaros en los pocos metros cuadrados que puedo controlar.

Soy Sebastián Martínez, profesor de Ciencias del Medio Ambiente.

37. UN LUGAR EN EL CORAZÓN

Yo solo quería que cumpliera su promesa: hacerme un sitio en su corazón. Pero, pese a mis intentos por ocupar el lugar que era mío, no conseguí entrar en él. Allí había demasiada gente: sus padres, sus hermanos, sus tías acompañadas de unos niños llorones, unos amigos tomando cervezas y en el centro, el lugar más confortable, una rubia ligera de ropa cómodamente instalada.

Así que me quedé por allí, esperando.

Los días de invierno fueron los más duros, pero la esperanza de que en primavera el corazón se dilatase, me animaron a resistir. Pasaba los días paseando de aurícula en aurícula, ejercitaba mi cuerpo haciendo footing del ventrículo izquierdo al derecho, incluso me aventuré a visitar los pulmones que resultaron ser un lugar inhóspito y ventoso, así que volví a rondar el que debería ser mi sitio.

La primavera no trajo cambios. La rubia siguió llenando aquel privilegiado espacio, que además llenó de flores. La decepción contrajo mi cuerpo y rodé sin rumbo. Terminé taponando una arteria. No vi ni luz ni túnel, solo escuché un “te quiero” que tal vez no era para mí, pues venía de allá, del centro mismo.

36. NATURALEZA MUERTA

Desde lo alto, nuestro pueblo era muy distinto a como se veía desde abajo o desde dentro, heroico, supersticioso, inmutable, temeroso del cambio, pero eso no lo supimos hasta que, retirando un exuberante bodegón, se expuso un polémico cuadro, un lienzo blanco con una línea negra horizontal que lo atravesaba por la mitad, y a ambos lados de la misma, unos puntos del mismo color:

—Es la carretera con las casas, decían unos.

—No, es el río, añadían otros.

—Tal vez es el horizonte, se atrevían a proponer los más osados.

—Este cuadro no tiene vida ni color, que pongan ahí el que estaba antes, dijo una voz que encontró el aplauso inmediato.

El cuadro, olvidado y despreciado, fue malvendido a un turista que, según parece, lo expuso con gran éxito y fortuna por todo el mundo.

En una llanura tan anchurosa y monocroma, para hacerse una idea acertada de la realidad del pueblo, había que tomar altura, y para alcanzar ciertas cotas había que buscar muy lejos algún promontorio, tan lejos que había que marcharse más allá de donde se perdía la raya negra que cruzaba el paisaje.

35. Y ASÍ SE LO HEMOS CONTADO (Isidro Moreno)

El viento arrastra una nube de arena de desierto. Apenas se distingue a la humilde pareja que marcha con su caballería y las escasas pertenencias ante la estoica mirada de unas montañas peladas. El árido panorama y un frío in crescendo no presagian el asombroso acontecimiento por venir.

Refugiados en un mísero cobertizo a las afueras del poblado, se resignan a pasar la noche. Ella anuncia que el parto de su hijo es inminente. Él dispone el pesebre de las bestias como cuna y, para atenuar el frío, sitúa en derredor del improvisado lecho al asno y a la escuálida vaca aparecida en el cobertizo. Allí nace el niño al que llaman Jesús.

Ella, aún virgen, se peina entre cortina y cortina. Sus cabellos ahora son de oro y el peine es de plata fina. También surge un río donde, además, los peces beben y beben reiteradamente porque han visto nacer al niño. Una estrella guía a tres monarcas eméritos que, a trote de camello, llegan hasta el cobertizo para ofrecer unos regalos a Jesús. María lava pañales y los tiende en el romero.  “Dime niño, ¿de quién eres?”, pregunta el pobre José, mientras los ratones le roen los calzones.

34. El bosque sagrado (María José Escudero)

Nunca había entrado allí. Estaba prohibido. Pero después de dos años de férreo adiestramiento, había sido elegida. Al principio, deambuló sin rumbo en busca del lugar indicado, hasta que el murmullo de una cascada y los colores del bosque le mostraron el camino. Atendiendo a consignas aprendidas, ignoró el aullido alargado de los lobos y contempló con fervor la luz temblorosa que se colaba entre las ramas y rompía la oscuridad de aquel monte vedado. Luego, recostada sobre la hojarasca, esperó. Los buitres negros, con sus inmensas alas, se movían inquietos por el hayal, pero su mirada se rendía y sólo notaba el cosquilleo de las moscas sobre sus párpados y permitía que las hormigas de fuego hicieran su trabajo.

En sus reuniones secretas el Ángel Custodio la había animado —con letanías y promesas— a explorar la magia de su cuerpo y la había preparado para el ritual. Él mismo le había otorgado la droga liberadora para enfrentar su nuevo y divino destino.

El suelo vibraba cuando hallaron sus restos esparcidos entre las raíces de los árboles. Muy cerca y aún intactos, permanecían los zapatos de su graduación: La Norma de La Comunidad le exigía entrar descalza en el paraíso.

33. Bosque de interior (Susana Revuelta)

Al encender la luz de la mesilla, cientos de estrellas se ponían a girar proyectándose en el techo del cuarto de Nina, que se dormía mirándolas mientras su madre le leía un cuento. Solía improvisar, y cada noche inventaba un personaje para que su pequeña fuese un hada, una ninfa o una princesa de ensueño.

La habitación misma recreaba la casita de un duende. Pero un verano las florecillas de la moqueta empezaron a marchitarse y los peluches de la cama —osos, cervatillos, conejos— fueron confinados al fondo del ropero. De los árboles del papel de la pared quedaron solo ramas peladas, parecían esqueletos. La lamparilla dejó de funcionar y el cielo azul celeste se fue cubriendo de nubarrones negros. Hasta el nido de guata y algodón que habían hecho juntas cayó del alféizar de la ventana, desparramándose por el suelo.

La noche de finales de agosto en que Nina regresó a las tantas, descendió de una moto y permaneció largo rato colgada del cuello del conductor, comiéndoselo a besos, las últimas perdices que aún quedaban por allí emprendieron raudas el vuelo.

32. La rutina (Jerónimo Hernández de Castro)

Como cada jornada, el cálido amanecer naranja hizo visibles las almenas del castillo y el brillo de mármol de sus muros. Un giro repentino mostró la panorámica de torres esculpidas sobre la cordillera nevada, antes del picado vertiginoso hacia el precipicio. Cuando el impacto parecía inminente, la oquedad oculta entre riscos y plantas trepadoras le permitió adentrarse en la caverna que cubría un mar de aguas encrespadas cuyos habitantes, amparados por la arquitectura multicolor de los corales, le rodeaban sin inmutarse. El viaje continuaba, pero otro cambio de rumbo le condujo a través de un cráter hasta la luz cegadora del exterior, en una verticalidad trepidante acompañada de lava incandescente.

Y todo se esfumó. El leve desplazamiento del ratón en la alfombrilla había activado el fondo gris bajo los iconos desordenados de su escritorio, sumiéndolo de nuevo en una monotonía que ya solo atenúa su salvapantallas.

31. CELOS

El lobo observa a la chica escondido tras unos zarzales. Viene sola por el camino que cruza el bosque, cuajado de árboles, arbustos, flores y advertencias. Y baila, como si fuese una mariposa de alas azules y blancas pululando entre margaritas. El lobo sale del zarzal y se pone tras el tronco de un árbol de corteza cubierta de musgo y barro en las raíces. Ahí espera a la bailarina.

Escucha una voz familiar y sus patas tiemblan. La voz habla con la chica del vestido blanco y azul. En unos instantes, el ambiente del bosque se llena de olor a sangre fresca y silencio. El lobo cierra los ojos. Al abrirlos ella está ante él, con su capa roja y una guadaña manchada de sangre entre las manos.

—Te la puedes comer, si quieres —dice la chica. Aparta unos matorrales con la guadaña—. ¿Qué pensabas? ¿Qué no me enteraría de su presencia?

Suelta una carcajada y se va tatareando una canción infantil.

El lobo se sienta junto al tronco del árbol. Atardece y las nubes bajan de las montañas.

—No quería comérmela. Solo quería hablar… hablar con alguien que no sea ella. Solo hablar…

Entonces comienza a llover.

30. O SOLE MÍO (Rafa Olivares)

Ella siempre tuvo la ilusión de visitar Venecia. Navegar por sus canales disfrutando de la belleza de la ciudad e imaginando sus épocas de esplendor. Apreciar las impresionantes muestras de arte bizantino, gótico y barroco que pespuntan la ciudad. Hoy parece que verá realizados sus sueños. Dispuesta a disfrutar del tan ansiado paseo fluvial, alza la vista ávida de sensaciones. Pero en la orilla no divisa los nobles palacetes ni las majestuosas iglesias esperadas, ni siquiera algún león alado, emblema de la ciudad. Las aguas no pasan bajo puentes de piedra ni son las siempre alegres de Venecia, sino las de una mansa laguna, y la embarcación en nada se parece a las que tantas veces ha visto en imágenes de películas y tarjetas postales. Además, el silente remero ni canta canciones románticas ni viste fajín ni canotier ni pañuelo rojo al cuello. Una mezcla de confusión y curiosidad la anima a preguntarle:

–Disculpe, ¿es esto una góndola y usted gondolero?

–No, señorita. Esta es mi barca y me llamo Caronte.

29. EL SÉPTIMO DÍA (Fernando Antolín Morales)

Le recomendaron que fuese preciso y honesto, que se detuviese en los detalles que volviesen real el espacio, que imaginase a la perfección cada resquicio del escenario donde tendría lugar la acción para que los personajes pudiesen desarrollarse ellos mismos en un ambiente tan rico. Dedicó cinco días y medio a lo primero y tan solo una tarde a dar forma a los protagonistas de su obra. Tiempo después, la crítica sigue encontrando matices exquisitos e insospechados en la creación de su universo, pero el autor se arrepiente con frecuencia de no haber puesto algo más de empeño al concebir a sus pobladores. Es cierto que sus defectos hacen de ellos sujetos sumamente interesantes, pero quizá si los hubiese dotado de un poco más de inteligencia las tramas resultarían algo menos repetitivas. Si al menos pudiesen aprender de sus errores.

28. NADA ES VERDAD, TODO ES MENTIRA (Mercedes Marín del Valle)

En el escenario de la investigación, centenares de folios garabateados, se apilaban sin orden ni concierto. Después de examinarlos minuciosamente, concluyó que había un orden desconcertante. Los textos, sin paginar, adquirían sentido en el transcurso de la lectura. El investigador, impresionado por la excelencia y magnitud de la obra, empleó su tiempo en aquel caso, sin llegar a conclusión alguna.

Por sus facciones, el desaparecido no parecía un hombre cultivado. Sus rasgos primitivos y sus ojos opacos, escondidos tras las gafas, le animaron a volver al escenario.  Lápices y cuadernillos atiborrados de palabras le instaron a acomodarse para iniciar de nuevo la lectura. Enfundado en el pijama del sujeto y con las gafas que halló sobre el escritorio, se encontraba en su elemento cuando, de pronto, se vio encaramado al pretil del puente. Al saltar, las gafas volaron en caída libre hacía el asfalto y chocaron estrepitosamente contra el suelo, en el mismo instante en que las que había tomado prestadas, se hacían mil añicos que, como pequeños proyectiles, penetraron en su cuerpo.

Cuando empapado y aterido de frío, el escritor entró en su casa, lo encontró sobre el sofá. La tinta roja fluía inagotable, dibujando palabras sobre su cuerpo.

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