Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

87. HOSTIAS (Mødes)

Nieva.

Nieva sin pausa sobre las deshilachadas vértebras del pueblo, y el paisaje que contemplan mis ojos al salir a la calle, se asemeja a una postal navideña.

Camino con dificultad sobre esta tundra castellana y el sonido de la nieve virgen, bajo mis pies, me recuerda al turrón almendrado.

Y minutos, o quizá siglos más tarde, llego a casa del feligrés moribundo.

Su bella mujer, preñada de lágrimas, abre la puerta y me lleva hasta el dormitorio conyugal, donde agoniza el enfermo.

Entonces me acerco a la cama, cojo su mano, le doy la extremaunción y, minutos después, exhala su último aliento.

Y ya van tres.

Todos los que ayer comulgaron.

86. Una noche de verano

En el campo el cric-cric de los grillos se confunde con el lamento de los cárabos, el ulular del autillo o el croar de las ranas de una charca.

La tranquilidad se respira en esta noche de agosto. Un cielo despejado exhibe orgulloso sus constelaciones. En una calle cualquiera de un pueblo manchego, los vecinos tras la cena, lo contemplan dormitando en sus hamacas.

Un avión surca la negra bóveda celeste. Dentro acoge decepciones, ilusiones, sueños de encuentros o comienzos de una nueva vida.

A cientos de kilómetros, bajo ese mismo cielo, dos enamorados refrescan sus cuerpos en un inmenso mar. Acariciados por la espuma, con besos de sal, danzan entre las olas al son de una melodía de sirenas.

El calor es sofocante; un bebé llora, la madre primeriza, aún no sabe si llora por hambre, porque está mojado o porque el calor no deja que concilie el sueño. Lo acerca a su pecho, el silencio vuelve a reinar.

Mientras, en un pueblo cualquiera, están celebrando las fiestas patronales. Música, luces, risas…

…en la carretera acecha el peligro: gritos, llantos… en Urgencias luchan por retener una vida.

En el cielo cruza una estrella fugaz.

85. El navegante (María Rojas)

Indefenso a su suerte, y bramándole el alma, el mulato Candelario, navega aguas abajo.
La espuma desborda su boca, el cuerpo se tambalea en blandura y los ojos amarrados a la ribera se niegan a ahogarse.
Los arbustos lo engarzan a la orilla invitándolo a volver, pero la corriente, terca, lo empuja a su cauce. Una pez, transparente, le advierte que el agua esta helada, que le puede hacer daño, que deje el acoquine y se salga del río.
Él, desobediente, se deja ir entre sones de infancia, hasta donde el cielo pierde la luz.

84 Oveja negra (La Marca Amarilla)

Sin derecho a jubilación, a mi edad, estar en una azotea reparando aparatos de climatización no es lo más indicado, y menos en un día lluvioso como este. La torpeza que producen los años hace que golpee sin querer mi “Pepsi Litio” derramando su contenido, ahora todo mi refresco se perderá en el suelo como lágrimas en la lluvia. Al otro lado de la terraza dos personas se pelean, pero finalmente, uno parece decaído y suelta al aire una paloma blanca que tenía sujeta, menos mal que son artificiales y no cagan; antes estropeaban en demasía los aparatos de climatización. Aparece ahora un spinner de la policía y aterriza a mi lado, el oficial -al verme- me da una figurita de origami que representa una oveja negra… ¿Sabrá este individuo que deseo tener una oveja eléctrica? ¿Y cómo sabe que me gustaría negra? Continuo con mi tarea planificada y pasado un momento retiran el cadáver, es entonces cuando los policías se marchan, inexpresivos, fríos, desafectos, sin lugar a duda son humanos en peligro de extinción.

83. No hay Retiro (montesinadas)

Volcada sobre la espalda del barquillero muerto se escucha la persistente carraca de su ruleta. La manecilla gira más rápido si le impacta la bala de algún francotirador, oculto entre los árboles, próximo a la Casa de Fieras. Las barcas del lago flotan, sin rumbo, sobre miles de peces que se amontonan en la superficie, con los ojos y las tripas abiertas por las granadas. No hay parejas abrazadas en los bancos, ni amantes ocultos en el secreto de sus besos. Solo la nada, el vacío; y pese al sol radiante, inunda el Parque la oscuridad de una fosa común, un agujero negro sin medidas para formular el espacio/tiempo. Sombreros arrastrados por el viento con orificios de entrada y salida; cochecitos de bebé que ruedan sin control por el Paseo de las Estatuas, alguno arrastra del uniforme a la pobre niñera, como una marioneta ensangrentada. Los perros, huérfanos, olisquean los cuerpos, que aún no han sido recogidos, en busca del olor de sus dueños. Otros muchos, se amontonan ya en los camiones quizás, entre ellos, alguno con vida. Las sirenas lanzan, otra vez, su desgarrador sonido y salimos a la carrera para alcanzar a empujones los túneles del metro.

82. Viaje con nosotros

Mi madre insistió tanto que accedí a salir con Frank. Solo una vez, le advertí. Es educado y tampoco tan feo, aunque mejoraría si vistiera diferente y llevara otro peinado. Ya hemos llegado, anuncia. Abre la puerta del camarote del tren y me ayuda a subir. Nos sentamos junto a la ventanilla y contemplamos la Torre Eiffel de París y Montmatre al fondo. Me pregunta si disfruto del paisaje e intenta cogerme de la mano, pero simulo necesitar algo de mi bolso. Volvemos a pasar por la Torre Eiffel y el tren se detiene. Hago el amago de levantarme pero Frank me dice que siga sentada, que comprará otro viaje, que a dónde quiero ir. A Roma, me vale Roma. Unos instantes después regresa. La moviola vuelve a encenderse y ahora es el Coliseo el que vemos pasar. Me enterneció su insistencia por acudir a este parque de atracciones vintage. Seré amable cuando me acompañe de regreso a casa y le daré las gracias, aunque sin beso de despedida. Entraré y, antes de llegar a la cama, ya estaré soñando con el sudoroso y forzudo feriante que, montado en su bicicleta, hace girar la moviola para recorrer el mundo.

81. Ese monstruo de ojos verdes

A los veintidós años ya era considerado un prodigio de las tablas. Deslumbraba con sus performances, obras, carnavales, intervenciones, rituales y monólogos. El Otelo de la compañía se sentía amenazado por su arte, por cómo lo miraba su Desdémona, pero sobre todo, porque manaba algo animal y magnético que le hacía cuestionar su propia sexualidad. Según la prensa, el letal incidente de la ballesta que devino en baño de sangre sobre el escenario fue accidental, sin embargo en el libreto no aparecía arma alguna.

80. LA FUGA

Aquel jueves de febrero el río se salió de madre. Anegó los campos aledaños, las huertas, la calzada principal.

– ¡Al percherón del Gregorio se lo lleva la corriente! –grita un mozo asustado.

El pueblo entero se congrega para observar la tragedia. El carro embarrancado en mitad del lodo, las bridas rotas, el viejo que lucha por sujetar al rocín. Al final, las aguas impetuosas ganan la partida y se cobran su presa de un tirón.

– ¡La jodía que lo parió! –maldice el Gregorio al verlo alejarse.

Tan solo Lira, la niña que habla con los animales, entiende lo sucedido. Sin ser vista se escabulle de la muchedumbre, echa a correr cauce abajo, hasta dejar el pueblo tras de sí. Se detiene junto a un meandro y silba tres veces. Una explosión de burbujas anticipa la emersión.

– ¿Viste con que sutileza roí las riendas? –relincha el potrillo.

–Para quitarse el sombrero –responde Lira.

Sin más se lanza a las aguas turbias y se sube a su grupa.

Llevaban mucho tiempo planeando esta fuga.

79. Conquistadores

Ya no queda una gota de agua allí. Aquí tenemos reservas suficientes bajo las raíces de las nuevas selvas que ellos mismos están construyendo. Es una suerte que acepten sangrar, sudar y llorar: los humanos son unos seres misteriosos. A veces elegimos al azar a unos cuantos y les permitimos que procreen. Se lo merecen, nos están dejando Marte precioso.

 

78. Efectos secundarios de la psicología del color

Concentración y creatividad. Según el artículo sobre psicología del color, favorecía ambas. Desesperada tras meses de bloqueo, no dudé en pintar así mi estudio, en contra de los designios del interiorismo más actual. Incluso puse una alfombra a tono para potenciar el efecto.
Sorprendentemente, funcionó. Las palabras empezaron a derramarse sobre el teclado, primero como gotas de sangre que brotan de una punzada, después con todo el ímpetu de un torrente sanguíneo. Bajo el sol que filtraba la muselina del estor, escribía mientras el resto del cuarto se iba abismando en sombra. Las páginas se multiplicaban en los archivos, pero, aunque los textos no habían cambiado de forma sustancial, percibía entre líneas un latido húmedo y viscoso. Pronto llegaron las visiones: fogonazos de metales que se hunden en la carne; regueros de fluidos densos, calientes; prendas salpicadas de rojo arterial; el ruido sordo de cuerpos que se desploman sobre la tierra.
La tarde en la que un griterío como de turba parecía atronar mis oídos, exigiendo mutilaciones post-mortem, el color por fin cristalizó sus mensajes y, en medio del estudio pintado de amarillo albero, apareció el primer toro muerto.

77. Flores de interior

Tumbada en su lado de la cama, en la penumbra creada por el neón del hotel al otro lado de la calle, observa la grieta de la pared. Cuando se mudaron, frente a la ventana solo había campo y las flores del papel pintado brillaban bajo el sol.
Gonzalo no le da importancia, todas las casas tienen grietas, dice. Igual que ignoró las flores marchitas cuando construyeron el rascacielos. Ella, sin embargo, con las flores como referencia cada noche calibra su avance. De repente, de la grieta comienza a emanar un airecillo hediondo. En vano, trata de despertar a Gonzalo. Presa del pánico, abre el armario y mete en una maleta mudas descoloridas, faldas anticuadas, blusas de puños rozados, reproches y decepciones. No encuentra los vestidos de fiesta, ni las risas y las caricias. Tampoco busca demasiado.
Huye por el pasillo, pero el aire de la grieta, trocado en huracán furioso, la succiona, y la maleta, cada vez más pesada, dificulta el avance. Incapaz de abrir la puerta de entrada, abandona la maleta para tirar del picaporte con ambas manos hasta entornarla lo justo para, por fin, colarse en la noche de fragantes jazmines, resplandecientes bajo el neón del hotel.

76. Krampus

Desde las casitas de Hallstatt, todas con contraventanas de madera y balcones floridos, se escuchan escalofriantes lamentos que llegan desde las montañas. El enorme macho cabrío descarga su furia con las cadenas que penden de su cuello, formando un terrible ruido que resuena entre los recovecos de las cuevas laderas abajo, hasta hacer temblar el lago ante el que se contonea el pueblo. Sin embargo, con esos golpes, la bestia desprende la sal de las grutas de la que viven los lugareños, facilitando su recogida durante todo el año. Pero, cada diciembre, desde hace siglos, han de pagar un tributo. 

Cuando los hombres descansan exhaustos, las madres velan los sueños de sus hijos hasta perder la consciencia. Algunas cuentan que, tras sentir su larga lengua por el cuello, por los pechos y entre los muslos, se despiertan encendidas. A cambio el niño duerme tranquilo en su cama. Pero a otras, que preferirían mil abrazos de la bestia antes que perder a su hijo, solo les queda llorar. Y lloran tanto que forman enormes charcos que se unen a los arroyos; y estos al río que nace en las montañas, elevando así, cada Navidad, sus depósitos de sal.

 

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