Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

35. LUZ DE VIDA (Mercedes Marín del Valle)

Aquella hoja sintió cosquillas cuando el sol, invadiendo su intimidad, y con un toque mágico, partió una molécula de agua por la mitad. Comenzó entonces un proceso irreversible que la llenó de energía. Sus fotosistemas, excitados, propulsaron las partículas electrónicas que, en caída libre, pasaron por distintas estaciones, cambiando alocadamente la señalización closed/open. Después de aquella carrera imparable, de una yema axilar brotó un retoño florido. El sol, incrédulo y eufórico, fusionó sus átomos de hidrógeno creando solitarias partículas de Helio, mientras, sin saber cómo, lo iluminó todo.
Después, exhausto, pero ufano, envuelto en su túnica anaranjada se retiró del horizonte, no sin antes, despedirse de sus admiradores.
Las plantas, incansables, aún tenían que nutrirse y acicalarse para que, a su salida, el astro rey, jugara con ellas de nuevo La maquinaria no dependiente de la luz iba a destajo, y, con el azúcar sintetizado, inventaban toda clase de recetas: aceites para su lubricación y flexibilidad, ceras para impermeabilizarse y pigmentos con los que aparecer más coloridas. El sol no sabía por qué estaban siempre tan bonitas, exquisitas, jugosas y resplandecientes, pero ellas conocían bien el secreto de su belleza y de su supervivencia. Luz del sol. Luz de vida.

34. CONTANDO CON LUCES (A. BARCELÓ)

Luces anaranjadas que bailan haciendo círculos; luces blancas que pasan a toda velocidad como líneas discontinuas de una carretera puesta al revés; una potentísima luz que se derrama a chorros sobre mi cuerpo; ausencia de luz; una luz indescriptible que produce una paz infinita; la luz de un nuevo amanecer entrando por la ventana y la luz de tu mirada.

33. La piedra

Cuando la Catedral empezó a temblar, a estremecerse como si quisiera aliviar su fatiga o sacudir sus quejas, una comisión de expertos estudió a fondo el templo y su informe fue demoledor. Los muros, columnas, bóvedas, arcos y vidrieras se encontraban desgastados por tantas plegarias y latines como habían oído durante siglos. Las paredes, apuntaladas en multitud de ocasiones con humo y recelos, odio y hogueras, mentiras e intolerancia, no podrían aguantar en pie más tiempo. Además, por las grietas que entre los sillares dejaba la falta de vocaciones, se introducían la fe de circunstancias de muchos feligreses y los pecados que se susurraban en los confesionarios; y de la misma forma que el agua congelada logra romper la roca donde se ha infiltrado, esas muestras tan frías de fe, esos pecados endurecidos por la indiferencia de la vida moderna —ya se sabe que no hay peor cuña que la del propio árbol— también amenazaban con resquebrajar la piedra que sostenía la iglesia.

Las autoridades eclesiásticas, desdeñando la erosión, todavía tratan de apagar la sombra del derrumbe con el brillo cegador de innumerables velas, cada vez más luminosas, y de silenciar los crujidos con rezos interminables, cada vez más ensordecedores.

32. Atracción

Sentía que la luz mortecina del atardecer tamizada por el viejo visillo del salón la llamaba, y decidió ir a buscarla. Quiso levantarse, superar el encierro del antiguo sillón de orejeras, de sus piernas cansadas y torpes, de las voces insistentes con que su familia le mandaba sosiego. Intentó cruzar el pasillo y seguir la estela para llegar a su destino, pero se quedó sentada, incapaz, obediente, mientras su marido le daba paciente la papilla y sus pastillas.

31. Antes del alto el fuego (Josep Maria Arnau)

Levantó la vista. De madrugada, el último obús había impactado de lleno en el piso de arriba de la casa. La luz que penetraba por el gran boquete lastimó sus ojos cansados, pero no apartó la mirada.

De lo que había quedado del techo colgaba la mesa donde dibujaba la pequeña. Por un momento le pareció oírla antes de meterse en la cama: “Lo acabaré mañana, abuela”.

Se sentó ante los restos de las ventanas y vio como la gente del pueblo huía: se escurrían entre las ruinas, cargando fardos y maletas. ¿Dónde estás, madre?, ¿dónde estás?, habían gritado un buen rato sus hijos. Pero el escondite había funcionado. ¡Ella se quedaba!

Miró el dibujo que tenía entre las manos. Algunos edificios aún seguían en pie. Cuando llegara la noche volverían los fuegos artificiales. Su corazón intuía que empezarían dentro de poco. ¡Esta vez se la llevarían!

30. LUCES Y SOMBRAS

Crecer juntos en el mismo útero no te da derecho a la igualdad. Eso lo aprendí desde muy pequeña. Cuando éramos niños a él le leían cuentos de héroes que ganaban todas las batallas y a mí de princesas que solo anhelaban que un príncipe las rescatara del dragón. El día de Reyes, los robots que hablaban y se movían por toda la casa eran para él. Juntos a mis zapatos dejaban muñecas estáticas que no tenían nada que decir.

En la facultad de económicas mis notas eran mejores que las suyas, con diferencia. Pero tras licenciarnos, él ocupó el puesto de gerente en la empresa familiar y yo soy la secretaria de dirección. En su despacho disfruta de unas vistas espectaculares de la ciudad con la luz del sol entrando a raudales por el ventanal, mientras yo trabajo a su sombra, redactando los informes que él firma sin entender.

Papá me sienta a su lado en todas las reuniones del consejo de administración y dice que soy su mano derecha, pero nunca reconocerá que a mi hermano le ha regalado un futuro brillante y a mí solo un techo de cristal.

29. Luces apagadas (Miguel Á. Moreno)

Después de despedir a los últimos comensales, suspiró profundamente y recogió esos dos cubiertos, los de la mesa 13, que habían quedado sin usar. ¡Qué curioso! Con cuidado, los introdujo en el aparador y echó otro vistazo a la sala, cerciorándose de que allí no quedaba nadie.

Apagó las luces y se dirigió a la cocina. Julio Alberto, el cocinero, aguardaba la orden para marcharse. Así lo hizo, no sin antes abrazarle. “Gracias, jefe, gracias por todo”, repitió varias veces antes de traspasar la salida. El restaurante quedó completamente a oscuras.

Ya en la calle, cruzó a la otra acera y contempló por enésima vez la fachada. “Necesita una mano de pintura y darle un toque más moderno“, se dijo, sin reparar en que había traspasado el negocio a una casa de apuestas.

28. Nada

Cuando Andrea atraviesa la puerta del Nautilus es como si entrara en un acuario con luces de colores cambiantes. Al llegar a la barra el ruso siempre le sirve una copa. Con ensayado contoneo, camina hasta la pista donde los focos vuelven su vestido fluorescente. Ella, entonces, se transforma en una diosa de piernas infinitas a la que los clientes regalan los oídos con palabras obscenas. Después está la otra, la que arrebata su cuerpo. ¿O es al revés? Se llama Remedios Pérez. Huyó de las manos lascivas de su padre  protegida por la oscuridad. Y vive entre tinieblas mientras barre cada atardecer la biblioteca pública ya vacía. De allí sacó su nombre, de la protagonista de un libro titulado “Nada”.  Me llamo Andrea—dijo el primer día—, y al ruso le gustó. Hoy Andrea ha bebido de más. Lo suficiente para atreverse a hacerlo. Remedios duerme cuando Andrea llega a la pensión. La zarandea y la obliga a levantarse. Remedios, de piernas largas y torpes, se deja arrastrar hasta el balcón. No ha amanecido y el cuerpo de Remedios se precipita contra las sombras. Tan despacio que Andrea aún tiene tiempo de pensar en las luces del Nautilus.

27. Sous le ciel de París

Deseo cumplido. Por fin estoy aquí, en París.
Paseando por «la plaza de los pintores» en Montmartre, cierro los ojos e imagino, entre el olor a aguarrás y el bullicio, a pintores famosos que revolucionaron el mundo del arte. ¿Quién sabe si los que hoy están aquí formarán algún día parte también de la historia?
Entorno los ojos tratando de imaginarme que los coches son más antiguos, los rostros y los trajes de antaño, tantas veces representados en los lienzos.
Me siento en una terraza de una de las muchas creperías y pido un café y un croissant. Me deleito con su aroma a recién hecho, a mantequilla. Sonrío, parece un chiste de humor negro, venir a la «Ciudad de la Luz» donde se apaga la mía sin remedio.
El tiempo parece haberse detenido cuando escucho una canción de Edith Piaf.

«Sous le ciel de París.
S’envoile une chanson.
Elle est née d’aujourd’hui.
Dans le coeur d’un garçon.
Sous le ciel de París.

Marchent des amoureaux».

Aún sigo aquí… a lo lejos se escucha un trueno, la tormenta está de camino, pero aún no ha llegado…

«Sous le ciel de París…»

 

26. Luces de Pirómano

Luces de Pirómano

Desgraciadamente, en este anochecer, me quedo atónita al observar que la franja de bosque, que rodea el pueblo, está ardiendo. Las anaranjadas llamas ocultan el brillo de las estrellas y solapan las luces de neón. Dantesco espectáculo en las obscuras sombras de un día de verano.
Mi mirada sigue clavada en el horror. No hay tregua.
El viento empuja, sin piedad, y hace que farolas, fuego y arboleda se fundan en un abrazo mortal.
Las ardientes luces iluminan el cielo y la impotencia acompaña a la rabia.
Coches de bomberos y ambulancias inundan la noche con el parpadeo de sus luces giratorias y el sonido de sirenas.
Una vez más, la montaña rusa de la vida me sorprende desbaratando mis planes de descanso.
¡Amanece! En la radio escucho las noticias; la policía sospecha de dos jóvenes que, en su Inconsciencia, y sólo por pura diversión, queman papeles entre la seca maleza.
El fuego se les va de las manos y huyen atemorizados.
Están identificados y sus fotos aparecen, pixeladas, en todos los canales de televisión.
Lo triste es que pertenecen a familias, aparentemente, estructuradas.
Son muchachos “normales”.

25. Una mañana de esas

Esta mañana ha sido una mañana de esas en las que apetece tomarse un café en Praga, pedirle prestada la estola negra con broche de insecto a Elsa Schiaparelli y pasar a saludar a Kafka. Porque la luz invitaba a la fuga y a la fantasía, y ahí estaba yo, convertida en el muñequito de Google Maps pegando zancadas por el casco antiguo y dándomelas de intelectual y sofisticada, cuando en realidad estaba sentada en el jardín administrándome un chute generoso de vitamina D, embobada viva con la luz, sí, esa luz especial que tienen algunos días que hace que te vayas a donde quieras… aunque siempre no pasa esto, eh, que tienen que darse las condiciones idóneas; que todos los días no lucen igual, ni la luz, por mucho sol que haya, te invita a irte a Praga a tomar café. Son cosas especiales que surgen, así, espontáneas, una alineación entre los astros y el cerebro, que os creéis que todo es tan sencillo y no, no lo es, si no estaríamos todo el día por ahí y ya veis que no pasa. Pero hoy sí, definitivamente ha sido una mañana de esas.

24. Demiurgo (Jesús Garabato)

 

Aprovechando la ausencia del autor, alrededor del cuaderno azul deambula el personaje, inquieto ante lo que el maldito azar hizo y hace de él: estar a punto de morir aplastado por una cornisa derribada a su paso, verse de improviso  encerrado  –quién sabe si para siempre– en una diminuta habitación soterrada y perdida en el tiempo, torcer a la izquierda para, tras recular, inmediatamente seguir por la derecha y de nuevo retroceder…  Está harto y, por una vez, toma una decisión.

Ya con las piernas fuera de la ventana, admira extasiado las luces de Manhattan. Sí, lo hará: al fin será libre. Pero con lo que no contaba era con que el escritor lo haría de nuevo: antes incluso de saltar, su cuerpo ya estaba levitando sobre el puente de Brooklyn, manejado por las cuerdas invisibles de la imaginación de Paul Auster.

 

 

 

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