Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

78. Ora et labora (Raquel Lozano)

Con una parsimonia ceremoniosa ascienden las escaleras que conducen a sus habitaciones. Celdas, las llaman las veteranas.

Casi idénticas, transitan uniformadas con falda de tablas, camisa blanca impecable, chaqueta de mohair en azul marino y mocasín cerrado.

La mayoría canturrea canciones de misa y alguna otra de corro y comba. Las más osadas intentan mirar hacia el foso, donde dicen que se encuentran las rebeldes, pero enseguida una mano severa,  inexorable y áspera les enseña que deben alzar la vista.

-Todo lo bueno está en dirección al cielo, asevera Sor Concepción, aunque el bullicio y la alegría sea evidente que allí emana de las llamas.

77. Mirar hacia otro lado (Josep Maria Arnau)

Me encontraba extrañamente bien con mi vestido negro, con chaqueta y zapatos del mismo color. Detrás de mis gafas oscuras me sentía protegida. Después del entierro, nadie me hizo preguntas. Todos sabían de los gritos y las amenazas. Hacía tiempo que muchos se habían dado cuenta de los moratones bajo el maquillaje, aunque nunca rompieron su silencio. Yo no lo había denunciado nunca, seguía en casa por los chicos. Pero sin alma. Cuando él se puso la mano en el pecho y se desplomó a mi lado, mis ojos no lo vieron y mis oídos no oyeron como pedía ayuda. Mi cerebro tampoco hubiera recordado dónde estaban las pastillas. Ni como llamar a la ambulancia.

76. Muñecas de papel.

Todavía recuerdo a mi hermana jugando con sus recortables en la mesa de camilla mientras yo leía.

Solamente nos llevamos dos años de diferencia, y por aquel entonces éramos aún unos críos.

Ella invadía prácticamente todo el espacio del gran círculo con sus manualidades, respetándome un pequeño lugar para colocar mi atril de madera que tanto me gustaba utilizar para mis lecturas. Eran nuestros pasatiempos preferidos, en aquellas crudas tardes de invierno que hacían que te quedases encerrado en casa.

Mi hermana María poseía una gran imaginación y destreza para trabajar con las manos. ¡Era increíble lo que era capaz de hacer con unas hojas de papel, unas tijeras y unas pinturas!

Tenía como bien más preciado un cuaderno de dibujo de hojas blancas donde plasmaba todas sus ideas: diseños, colores, patrones…, que luego utilizaría para vestir a sus muñecas de papel con mil y un modelos.

Hacía diferenciar los vestidos entre los de invierno y los de verano, a los cuales acompañaba con bonitos complementos y accesorios. Su ingenio se desbordaba cuando convertía a su personaje en una princesa con trajes largos y me podía decir que su muñeca era una novia que vestía a la moda.

75 Siempre te recortaré

Cocó Ríos pasa las tardes diseñando prêtàporters de esos con estilo y cuando los termina se los hace probar a sus modelos Naomi, Claudia, Kate. Así va viendo y ajustando de aquí y allá y para todo no necesita más que de un lapicerito y, para el supremo arte del corte, unas simples tijeritas.
Cuando llega el mágico momento de la prueba allá va entonces y, tomando con cariño interminable el flamante vestido entre sus dedos finísimos, se lo ajusta con dulzura a la afortunada clienta adaptando con minuciosidad de orfebre las pequeñas pestañitas de papel, dos a los hombros, dos a la cintura, si es haute couture puede necesitar dos más a media falda. Comprueba que la señora está cómoda, que se siente hermosa, que no le tira de sisa, esa media sonrisa puede parecer inexpresiva, acaso acartonada, pero así son la elegancia y el savoir faire de los inigualables recortables de Madame Rivière, modas de París.
Emociona entonces mirar a Cocó contemplar su obra completada y distinguir una punzada de orgullo al tiempo que derrama algún melancólico suspiro recordando a su madre que no tuvo su suerte en los salones de antaño y anda por ahí vistiendo santos.

74 Sofocos

En otoño de 1979, el tío Luis vino de la capital por las fiestas de Nuestra Señora de Contrueces. Apareció con una camisa de color amarillo chillón bajo el traje. La abuela tardó media jornada en cerrar la boca y parpadear. “Soltero a los cincuenta por maricón, claro”, refunfuñó el abuelo, y no lo miró más. Ni le hizo falta. Ya lo miraban lo suficiente todas las mujeres que revoloteaban a su alrededor, a las que tenía que empujar yo para bailar con él en la romería. A mí me gustaba mucho el tío Luis porque me hacía caso. Y porque era muy divertido. Era moderno. 

Tras él, mi padre, como todos los demás, empezó a usar camisas fucsias, estampadas o bermellón, dejando aparcadas las blancas y azules para bodas, bautizos y funerales. Con los años comprendí el concepto de moda, pero no en aquellos tiempos. Pensaba que debía de ser algo vergonzoso que él se vistiera con tantos colores porque veía a mi madre roja como un tomate, resoplando tras abanicos improvisados de cualquier material.

 

73 Hábitos

Me pongo sin pensar los pantalones de cuero y las botas negras de combate. Pero dudo entre la camiseta de Iron Maiden y la de Judas Priest. La segunda, decido, que tiene las mangas más cortas y deja ver mayor cantidad de tatuajes. Atuso mi barba, me suelto la melena y salgo de la habitación. En el comedor todos esperan sentados a la mesa, si bien entro sin mostrar prisa, con los auriculares puestos y mascullando un saludo. Noto al sentarme el malestar de mis padres. El semblante de rechazo de mis tíos. La admiración boquiabierta de mis primitos. Únicamente mi prima Lorena, ocupando la cabecera opuesta, parece indiferente a mi llegada. Quizá más adelante, durante la comida, nuestras miradas se crucen de forma deliberada. Puede que incluso intercambiemos alguna sonrisa. Pero ahí quedará todo, o casi todo. Fuera de aquí nuestros mundos tienen poco en común. Aunque sí lo bastante para que exista entre ambos cierta complicidad. Sólo yo sé, por ejemplo, que sus diversiones no van a juego con su uniforme del colegio mayor católico. Nadie salvo ella sabe que posiblemente yo ahora esté escuchando a Mecano.

72 LA ELEGANCIA (fuera de concurso)

Las mujeres de mi familia siempre han ido bien vestidas.

Nadie sacaba tanto partido a un delantal como mi abuela cuando preparaba las rebanadas de pan frito para el desayuno. En ninguna revista de moda he podido encontrar una famosa que luciera mejor un vestido negro que ella, sentada en la mecedora con su biznaga adornando la solapa.

Mi madre heredó esa habilidad para elegir la indumentaria más adecuada en cada ocasión. Un traje sastre para misa, el conjunto de seda en las bodas y la bata de guatiné rosa para estar por casa, a juego con los guantes de fregar los platos.

Desde pequeña lo intentaron también conmigo. Faldas de cuadros escoceses para el colegio y blusas de popelín los domingos. Hasta que mi armario se llenó de vaqueros desteñidos que usaba tanto para ir a conciertos como para salir de fiesta y ellas tiraron la toalla.

Desde hace semanas llevo mis mejores galas a trabajar. El pijama blanco con un tenue aroma a lejía, la mascarilla quirúrgica tapándome la cara y un mono impermeable cubriéndolo todo. Me pregunto qué dirían ellas si me vieran. Y qué se pondrían para asomarse a las ocho al balcón .

 

71.Corte y confección (Montesinadas)

Hacía tiempo que se miraban cada día al atardecer, aunque sólo unos minutos. El patio interior era muy estrecho y apenas dejaba pasar la luz, pero se iluminaba, si ella se acercaba a la ventana a coser, o se asomaba para colgar alguna prenda de sus clientas. La moda era algo que le quedaba grande, y a las mujeres del barrio también, pero ponía cremalleras, encogía mangas y realizaba otros arreglos de costura a buen precio.

Al principio se observaban con disimulo, con timidez, pero de un tiempo a esta parte se miran con ojos de enamorados. Ella se entristece cuando lo ve afligido, sabe que sólo tiene un traje, adivina si ha comido algo en todo el día, o si está pensando volver al pueblo, rendido ante el fracaso de no encontrar trabajo. Él también sabe que a ella, las cosas no le van bien últimamente, cada vez se hacen menos vestidos a medida y el maniquí de pruebas casi siempre estaba desnudo. En los peores días y para darse fuerzas pegan los labios al cristal y se besan. Estaba decidido, cruzaría la barrera, no dejaría pasar otro día y con unas tijeras se rompió el bajo del pantalón.

70. DESNUDA (Concha García Ros)

No sé cuándo soy menos yo:  si al ponerme esos vestidos imposibles que aprietan por todos lados y resultan ridículos hasta en la pasarela o al dejármelos quitar por el baboso de turno que promete llevarme a lo más alto.

Pero ahora, desnuda frente al espejo, no puedo esconderme más. Mañana vuelvo a casa.

69. Mujer florero (Alberto Jesús Vargas)

Era una Venus surgida de las aguas de un barrio obrero. Antes de ser capaz de reconocerse en el espejo, todos le alababan su carita de ángel, sus ojos de cielo y la dorada gracia de su pelito ondulado. Pensó pues que ejercer de guapa podría abrirle más puertas que los libros de texto.  Amante de la moda y sus brillos, aspirante a modelo y creyéndose actriz, se instaló en la capital del reino. Pronto comprendió que para ser mera figurante en un anuncio de lencería o azafata de concurso mañanero, debía bucear bajo demasiadas mesas de despacho. Por eso, cuando aquel hombre opaco de turbios negocios le ofreció ser la guinda de su ostentosa vida, aceptó el papel de mujer florero que finge ignorar la ciénaga sobre la que se alza su torre de marfil. Pero al descubrir que lujo y felicidad no son sinónimos, quiso tapar el abismo maltratando su figura con bombones y bourbon. Así llegó al momento que hizo temblar su lugar en el mundo, aquel en que su marido, al verla estrenar el vestido amarillo y carísimo elegido para su cena de aniversario, le espetó, con gesto de desaprobación, que estaba empezando a engordar.

68. COMITÉ DE CUENTAS PENDIENTES (Virtudes Torres)

Los comunitarios van aproximándose. Es una especie de desfile en una improvisada pasarela, sin presentador, sin orquesta, sin el glamour que precede los grandes acontecimientos.

Cada vecino tiene una petición, queja o reclamo y muy pocos expresan agradecimientos.

Tras la lectura del acta toman la palabra los que llevan más tiempo en la comunidad. Un anciano exige su pipa pues no cree que el tabaco pueda afectar a sus pulmones ya que lleva mucho tiempo sin toser.

Una mujer que ha perdido algún kilo reclama su ropa vaquera y las minifaldas que sus hijos y esposo han donado al ropero solidario. Elvis, un motero que llegó hace poco, no entiende cómo le han negado la posibilidad de lucir sus chaquetas de flecos.

Es el turno de la chica vestida de novia, su cara es una gama de morados y rojos. Se queja de ir vestida así, pues esa fue la peor decisión que tomó en su vida.

Acaba la reunión con el propósito de fastidiar a los que tomaron esas resoluciones.

La luna se esconde entre las nubes, las sombras de los cipreses se alargan reptando por las paredes, quieren escapar del recinto.

Esta noche algunas almas saldrán con ellas.

67. Amor de madre

Dame, amor, besos sin cuento

Cristóbal de Castillejo

 

Pese a sus gruñidos de protesta y del abrazo con el que él trata de retenerla, la mujer se zafa de los besos y las sábanas en las que están enredados cuando oye llorar desde su cuarto a su hijo recién acostado. Le pide por favor que espere un minuto, que no diga ni haga nada para que el niño se quede tranquilo, y le jura que enseguida volverá a estar entre sus brazos.

El pequeño, en su habitación, le cuenta que ha tenido la misma pesadilla que lo despierta casi todas las noches; ella lo consuela, le acaricia las mejillas y le dice que no se preocupe ni se ponga nervioso, que no le va a pasar nada, que haría cualquier cosa, cualquier cosa, para protegerlo. Antes de irse lo besa, y entonces al niño, por un instante, le parece advertir, en el aliento de su madre, e impregnado en el camisón de encaje que ella siempre utiliza cuando él tiene miedo, el mismo olor fétido que también esa noche ha sentido debajo de la cama.

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