Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

66. Belladona

Se levantó más temprano de lo habitual. Era su aniversario de boda y siempre le gustaba celebrarlo. Se cambió la bata de franela por un vestido de seda negro, el algodón por encaje, y las zapatillas de casa por tacones. Con un toque de maquillaje disimuló todo el despecho acumulado. Se sentía bien. Y, mientras él se iba despertando, le preparó su último café. Expreso y con doble azucarillo, tal y como se lo preparaba la nueva vecina.

65. Cuestión de gustos (Javier Puchades)

Mi negocio ha cambiado, pero he sabido adaptarme a los tiempos. Todo se reduce a una atención personalizada con cada cliente. Debo decidir cómo estará más elegante, si con una camisa oscura o clara. Qué traje será el correcto, si el pantalón le irá bien y hará juego con la chaqueta. Qué zapatos serán los más adecuados, marrones o negros. O si la corbata debe ser azul o fucsia. Saber escoger bien cada detalle es muy importante.

En ocasiones, surgen problemas, como por ejemplo hoy, que ha ocurrido algo inusual. Acompañando a D. Mariano, estaban presentes su mujer y su amante. Ambas querían imponer su criterio. Se han vivido momentos de tensión. Faltándose al respeto, casi han llegado a las manos.  Al final, han logrado un acuerdo. Para que no hubiese lugar a dudas, lo han plasmado por escrito. Luego, han dejado el documento sobre mi mesa. Para cumplir lo pactado me he dirigido al almacén a recoger la indumentaria elegida. A continuación, he entrado en el vestidor donde me esperaba D. Mariano. Entonces, lo he ataviado con pulcritud y esmero. Al acabar, he cerrado con cuidado, de nuevo, la tapa de su ataúd.

64. NO ME CORTO (Fernando Antolín Morales)

Solo era un descosido. Apenas un pespunte en falso. Nada más que un par de hilos sueltos, pero la costura cedía ligeramente a la altura de la cadera y podría dar lugar a alguna indeseada sorpresa durante la noche. Quedaban escasamente tres horas para la fiesta de graduación y la niña no podía llegar así. Tenía que cambiarse, aunque no fuese tan elegante. No existía otra opción.

Kristína entró deslumbrante por la puerta de la carpa con su traje de chaqueta. Se le notaba cómoda. Era ella misma, en su propia piel. Durante sus cinco años de estudio en aquel instituto centroeuropeo había visualizado ese momento con frecuencia. Exactamente así. «¿No ibas a venir con vestido?». «Cambio de planes». Se hizo un selfie con Paula y metió la mano en el bolsillo de la americana para guardar el móvil con sumo cuidado. No quería cortarse con el cúter que escondía dentro.

63. Agitar la miseria- Calamanda Nevado

Intento añadir tul rosa y  rojo al escote, pero dudo.  Quito el hilván,  los hilos flojos, plancho las costuras y antes de llegar a un callejón sin salida dejo  la prenda como está. Vuelvo a probármelo; puede  pasar por nuevo. Con este vestido rojo en otros tiempos   llamaba la atención paseando de esquina en esquina; unos parpadeos, apenas imperceptibles, me  creaban clientes. Sabía  que    mi juventud no era inagotable, “intolerantemente breve”, decía  mi madre con infinita picardía, y me dejé   amar de muchas formas, y a la vez.  Me contaron las historias de cada casa. Cerraba la mente y miraba al techo; incluso  toqué la armónica para no sentir el peso de otro ni sus aullidos de lobo apurando hasta el fondo.

A veces   las amigas   actualizábamos el vestuario pasado de moda intercambiando ideas.  Así  comencé a bocetar  en tela muñecotes y caligrafías y   estamparlas en   la ropa. Idee  caras de animales para zapatos  y zapatillas  de niños y  llegaron los primeros encargos, y más y más pedidos. Encordé paquetes y envié infinidad de bultos por el mundo. Ahora que  empiezo a levantar cabeza   un antiguo cliente me denuncia. Quiere arrastrarnos a mi hijo y a mí  a la penuria.

 

 

62. La Novia (Marisa Martínez Arce)

 

«¡No pienso ponerme ese vestido!» La maldita frase que llevaba repitiendo desde niña volvió a sonar haciendo eco por toda la habitación. Esto sucedía cada vez que le compraban uno nuevo. Lo hacía de manera sistemática, aunque en el fondo le gustara. Su madre decía que era por llamar la atención. Su padre que lo hacía para llevar la contraria. La familia porque estaba muy mimada, pues era hija única y se lo consentían todo. Sus amigas que tenía muchos complejos. El psicólogo que su problema era de autoestima. Por otro lado, la psiquiatra le insistía en que no hiciera caso a nadie, que todo era debido a un trastorno obsesivo compulsivo y a un exceso de egocentrismo. Ella no obstante y pese a todo procuraba ir a la última moda. Pero, lo de hoy… Lo de hoy superaba  todo lo anterior. Estaba en su habitación, de pie delante del espejo, llevaba su vestido de novia. Con la misma cara enfurruñada que ponía de niña y estirándolo, repetía: «No, no y no. ¡Me hace gorda!» «¡Pues lo has elegido tú! –gritaba su madre desesperada-. Además ¿cómo no va ha hacerte gorda? ¡Estás embarazada!»

61. Actor de método (Pablo Núñez)

El clima, el trabajo y los días son nuestros asesores de imagen. Los festivos cepillamos algo más nuestras chaquetas raídas, mientras los laborables nos las ponemos tal como salen del ropero. A pesar de todo, sabemos apreciar como el mejor crítico un dobladillo generoso en las faldas de las mozas que pasean su lozanía al llegar la primavera y el verano. La moda de la falda corta la trajo Carmencita, la costurera, después de asistir a unos cursillos en la capital. Ella quería ser modista de alta costura y se enamoró de las hechuras de un actor ambulante que iba a debutar en la gran pantalla. Imaginó entonces un sinfín de posibilidades en las que desplegar su arte y comenzó a diseñar trajes de galanes y aventureros en su mente. Al poco de casarse, a Sebastián le salieron algunos papeles, pero Carmencita no tuvo qué coser. Él nunca le había especificado el género de cine en el que se movía y cuando ella lo supo el anillo de boda ya estaba en su dedo. Aun así, no se la ve triste y, desde que pasaron una de sus películas por el canal local, es la más envidiada de la comarca.

60. Contorno de cadera: 77 centímetros

Todas las niñas del barrio se apuntaban a clases de corte y confección. Mi madre insistía en que yo también debía aprender, que me iba a resultar muy útil en un futuro. Accedí, aunque en realidad lo hacía por Susana. Mi madre me compró un costurero nuevo completo. Jamás la vi tan contenta, como si fuera ella la que estrenara el abrigo por el que llevaba ahorrando dos temporadas. Susana era tímida, pero pronto nos hicimos amigas. Quedábamos por las tardes para practicar y crear nuestros propios diseños y patrones. Soñábamos con ser Carolina Herrera o la mismísima Coco Chanel. Recorría sus curvas con mi cinta métrica y me abstraía de nuestro pequeño mundo, para alcanzar aquel otro en el que no tuviera que disimular tomándole las medidas.

59. Escarba más adentro

Vapuleo los botones del mando a distancia la enésima vez, buscando algo interesante que ver hoy en televisión y recalo en una serie de criminólogos. Siempre me han parecido entretenidas estas ficciones por lo que tienen de aprendizaje de la conducta humana.

En el cine suelen ganar los buenos…pero me asaltan dudas cuando retratan personalidades basándose en detalles como la indumentaria, tan trivial a veces aunque tan interesante otras.

De verdad, ¿alguien piensa que puede conocerme por mi forma de vestir? Siento defraudarles porque pueden intuir que soy una persona preocupada por la estética en tanto en cuanto elijo lo que creo favorecedor, el vestidito recto y pelín holgado con el que me siento cómoda; sin embargo, mi yo más íntimo se muere por ponerse unos tacones altos y unos vaqueros superajustados  a los que se oponen mis castigados pies con juanetes y mis kilitos de más…

Sonrío imaginando uno de esos viajes astrales  viendo mi cuerpo estudiado por una cohorte de científicos forenses que dibujan un perfil de ama de casa rechonchita cuando lo que tienen delante es una estilizada mujer joven con unos tacones color nude y un precioso vestido corto estampado que acabó perdiéndose en el tiempo.

58. EL EMPERADOR NO VEÍA EL TRAJE (La Marca Amarilla)

Mamá siempre iba a la moda, tan coqueta ella. Papá en cambio no lo reconocía, tan hombre como era, pero también cuidaba su aspecto, y dos pares de buenos trajes sí que tenía.

Algunas tardes, mi hermana y yo jugábamos a vestirnos y maquillarnos como ellos, y no parábamos de reírnos viendo nuestras transformaciones en desfiles improvisados. Papá reía menos, sobre todo cuando yo me ponía la ropa de mamá y me pintaba los labios; yo notaba el cabreo en su ceño e intentaba no vestirme de mujer, y mira que a mí me divertía. En cambio, cuando vestía su ropa y me pintaba un bigote, solía mirar orgulloso y alabar lo bien que aparentaba un señor con traje. Mamá y yo siempre creímos que mi hermana lucía mejor la ropa de papá y tenía más gracia al andar que yo, que parecía un pato con aquellos zapatones lustrosos. Mi padre también se asombraba cuando ella se mostraba terriblemente atractiva con sus corbatas y sonreía divertido, tan sólo comentaba que una señorita no debía ponerse pantalones.

Muchas veces recuerdo aquellas tardes cuando voy a visitar a mi hermana y su mujer.

57. MAMÁ ES, ART DECÓ (Nani Canovaca)

Mamá es muy mayor y a veces ni nos reconoce, pero sí rememora su infancia y juventud, como algo arraigado en su ser que se niega a dejarla. Últimamente repite el deseo de colocarse su vestido sin talle, las plumas de marabú y su collar largo de  perlas. A pesar de haber parido muchas veces, siempre procuró guardar la línea para poder llevar en los acontecimientos, su traje art decó. Lo que la desespera es no encontrar la pipa en la que aspiró los primeros cigarrillos, pero esta la hicimos desaparecer porque le perjudicaba. Desde pasados los primeros años, sabía que ya no estaba de moda, aunque la identificaba y siempre le hizo feliz recordar que con ese atuendo conoció a papá, el amor de su vida.  Por eso creo que a pesar de estar ya muy deteriorada su memoria, su personalidad no desiste, ni la dejará marchar como a ella le gusta. Por eso y por lo que pueda pasar, quiere estar preparada para el momento decisivo, sabe que él va a salir a su encuentro en cualquier momento.

56. PROMESAS

Sandra adoraba la moda, la llevaba prendida en cada poro de su piel.
Desde niña le gustaba jugar a las modelos.
Mientras otras chicas se entretenían con la pelota o el escondite, ella optaba por encerrarse con llave en la habitación de su hermana mayor.
Durante horas no se escuchaba ningún ruido. Eso producía en su familia una mezcla de preocupación y curiosidad.
Querían descubrir que hacía allí, sola, dentro de aquel cuarto.
Su hermana y su prima se propusieron averiguarlo. Después de que pasara la llave, se asomaron silenciosas por la ventana, y lo que vieron, las dejó boquiabiertas.
Enfrente del espejo estaba la pequeña Sandra, subida a unos zapatos de tacón rojos, de unos 20 centímetros, y con su frágil cuerpecillo cubierto por un minivestido negro, aderezado con un largo collar y unos hermosos pendientes.
Su cara, que desprendía una sonrisa de infinita felicidad, emergía de entre un estrafalario conjunto conformado por los tonos encarnados del carmín, el negro intenso del rímmel, el azul nacarado de la sombra de ojos y el suave rosado del colorete.
En esos momentos, Sandra se sentía sublime, lanzada hacia un futuro prometedor, en el que solo tenía cabida el maravilloso glamour de las pasarelas.

55 – Lo que nunca fue (Patricia Collazo)

Marilyn. Así la llamo en secreto. Cada noche, cuando apagan las luces del escaparate, dormimos casi codo con codo. Ella acurrucada sobre sus cartones sucios, yo de pie.

Su ropa, a diferencia de los cartones, siempre está limpia. Tiene dos o tres camisetas y un par de pantalones de chándal que va alternando debajo de un abrigo largo al que le sobran varias tallas. Un estilo único, que ningún escaparatista podría conseguir.

En verano, el abrigo se amalgama con su almohada. Un complemento de temporada, como las gafas de sol que me ponen en junio, o el foulard que me enroscan al cuello con estudiado descuido al llegar el otoño.

Al principio, ella me ignoraba. Pero al cabo de un tiempo, empezó a responder cuando le deseo buenas noches, y al despertar se queda mirándome arrebolada, antes de recoger sus cosas y difuminarse en el amanecer.

Tiene un andar elegante, de modelo de pasarela, y yo quisiera seguirla para averiguar qué hace cuando no está conmigo. No son celos. Sé que a medianoche regresará. Que apoyará su mano cálida sobre el cristal y me dedicará una de esas sonrisas irresistibles que iluminan su rostro cuando evoca aquello que nunca fue.

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