Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

3. El taller de costura (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Hace cien años, por los años veinte, los mozos de Trasmiera comentaban en el ambigú del Salón la Estrella de Orejo, la apretura de carnes de las chicas del pueblo. No sólo por aquellos talles de avispa, sino por la rigidez que al tacto notaban en sus espaldas en los lances del baile.

Siempre se le dio bien la aguja a mi bisabuela. Aquella pequeña y pizpireta mujer que desató a la familia de siglos en Cevico Navero para instalar en Valladolid un taller de costura. Poco a poco llegó a coger fama.

─¿Es aquí el taller de la “señá” Simona?, apelaba una nueva clienta.

─Diga usted mejor de Madame Simone, respondía mi bisabuela.

Cuando hacía las entregas llevaba siempre una perrita de cuyo nombre, “Propina”, se servía para salvar la dignidad.

Al taller llegó una aprendiza, Lola, y a sus amores, el hijo de la Simona, mi abuelo Dionisio, el que sería y fue maestro de Orejo.

Pues con Doña Lola y sus saberes costureros se montó en Orejo, en casa del maestro, un concurrido taller de fajas de ballena.

Todavía, yo, con cinco años de edad, hacía arcos y flechas con las varillas que quedaron de aquellos tiempos.

2. ESTILOS Y CIRCUNSTANCIAS (Ángel Saiz Mora -EdH 2020-)

La primera vez que entró en clase enmudecimos. Al silencio le siguieron cuchicheos de admiración y envidia.
Tomó asiento en primera fila, donde estuvo todo el curso, algo coherente con una estudiante ejemplar.
Alejada de toda vestimenta formal mediante prendas básicas, su sobria elegancia despuntaba entre el rosario de marcas exclusivas, una ostentación propia de nuestra universidad privada.
Muchas trataron de imitarla, pero no sabían lucir con igual soltura zapatillas deportivas graciosamente ajadas, ni unos pantalones rotos.
A pesar de ser muy cordial, al término de las clases siempre se marchaba deprisa para estudiar. Nunca pisó la cafetería ni hizo ningún gasto. Ese halo misterioso incrementaba su leyenda.
Un sábado, camino de la pista de tenis, se reventó una rueda de mi deportivo al lado de un mercadillo ambulante. Sin el hombre que tuvo la amabilidad de ayudarme con la de repuesto no habría podido seguir. Extrovertido, me contó que no le pesaba trabajar de sol a sol para ofrecer lo mejor a su familia.
Me acerqué a su puesto de melones, para comprar alguno como agradecimiento. En un cartón, bajo una fotografía de mi compañera, pude leer: «A prueba y a cala, mi hija será abogada».

1. DRAG-QUEEN

Sentarse en un banco del parque, vestido de drag-queen, y echarle migas de pan a las palomas.

Ese era el sueño secreto de mi padre para cuando pudiera jubilarse. Tenía un trabajo tan anodino y aburrido que, tras toda una vida dedicándose a lo mismo, ya empezaba a pensar que estaba volviéndose medio loco.

Cuando pudo al fin liberarse y se dirigía con una gran sonrisa, vestido con las mejores galas del ropero de su madre, a su banco favorito del parque, dió un fatal traspiés con sus tacones, se cayó y se partió el cráneo.

Murió en el acto, pero las palomas pudieron darse un festín con el pan de la bolsa rota que encontraron a su lado.

Sólo a medias, pero pudo cumplir su sueño.

110. SILENCIOS ELOCUENTES (M.Carme Marí)

Natalia puede describir su relación con Alberto como una colección de silencios.

Los primeros fueron de adolescentes azorados, cuando otros descubrían sus miradas de complicidad sin todavía dirigirse palabra alguna. En los inicios de la juventud no se oían sus voces, pues sus manos todo lo decían. Con el tiempo se mudaron a compartir piso y sus labios tomaron el relevo, al recorrer sus cuerpos dejando mensajes de amor sobre la piel.

Adorado silencio cuando por fin el bebé dormía, y acababan ellos también en brazos de Morfeo, rendidos. Luego añoraban los silencios con las peleas de los pequeños y, en cambio, les sobraban al contemplar la cuenta corriente tras la llegada de las facturas. Y, cómo no, calló Alberto acerca del dinero perdido en casas de apuestas. La verdad salió a la luz. “¿Somos nosotros un juego para ti?”, le preguntó Natalia, con lágrimas en los ojos, esperando una respuesta. Pero ese doloroso silencio resultó más locuaz que cientos de palabras.

El último, cerrando la colección, fue el que llenó el aire de espesura cuando ella pasó a recoger sus cosas por el piso. Esa invisible densidad quedó flotando allí como única compañía de Alberto.

109. Recuerdos

Recuerdo tiempos pasados en los que coleccionaba objetos inútiles. Álbumes de sellos, carpetas de monedas, postales de las vacaciones en la playa y tantas cosas más que hoy, además de inservibles, me hacen pensar que perdí el tiempo en ellas de una manera poco inteligente. Quizás fueron buena idea los libros que guardé en las estanterías, repetía títulos en diferentes ediciones e idiomas, idea estúpida pues nunca llegue a aprender otro idioma, pero tampoco. Ahora pienso que me hubiera gustado recopilar con más entendimiento, pero lo que guardé y que sigo acumulando a mi alrededor, no tiene más sentido que rodearme de recuerdos del pasado y de lo vivido. Tus fotos que inundan los muebles de la casa, la ropa que conservo en tu armario que aún huele a ti, los muebles de nuestra alcoba, el rayo de sol que ilumina tu lado de la cama todos los días y los papeles que tengo pegados por toda la casa con tu nombre escrito son mi última colección para que cuando la memoria se borre y no tenga nada que almacenar en ella, al menos tú estés siempre presente en el resto de mi vida.

108. Colecciono olas

Cuando era pequeña pasábamos los veranos en la playa. Lo que más me gustaba era construir una barca con muros de arena cerca de la orilla del agua. Era una barca redonda. Mis hermanos y yo nos metíamos dentro esperando que la marea subiera.

Contábamos olas.

—¡Ahí viene una! ¡Aguantad! —gritaba mi hermano el mayor, con toda su alma.

—¡Otra! ¡No paréis!

Alguna quería llegar, pero se alejaba, hasta que se acercaban las más altas que rompían con fuerza. Se hacían boquetes en los muros de arena mojada y con calderos de plástico quitábamos el agua.

—¡Qué se hunde! ¡Más arena! ¡Al abordaje! —Gritábamos todos a una.

Hasta que el mar se tragaba la barca y corríamos a bañarnos.

Ahora en los días de verano, al atardecer voy a la playa a sentarme en la orilla del mar. Me cubro los pies con arena. Mientras la marea va subiendo voy contando olas. Pierdo la cuenta, hasta que la espuma toca mis dedos, moja la toalla y veo una ola, que se despide marcha atrás acariciando la arena, cuando a lo lejos en el horizonte asoma la cabeza de mi hermano pidiendo socorro.

107. El monstruo

Hecho un gran ovillo sobre su peculiar “patchwork” de lunares, rayas y dibujos bajo la cama, piensa en la prejubilación, a la vuelta de la esquina. La ha pedido a la desesperada. Perderá cierto nivel adquisitivo pero no le importa, no puede más. Lo que quiere es dormir del tirón, a pata suelta. Ahora, pocos días antes de partir, en su memoria se amontonan los sustos con nostalgia; incluso sonríe al recordar con cariño cómo logró aquella colección sobre la que ahora descansa plácidamente, calcetín a calcetín. 

 

106. Miniaturas

Al pelirrojo le hacía trencitas, el moreno quedaba relamido con la brillantina del tupé, pero su favorito era el calvo. Lo acunaba y le abrillantaba la cabeza hasta dejarlo reluciente. Gustaba sacarlos del armario por la tarde cuando su padre dormía la siesta. Los sentaba encima de su cama y se reía mucho cuando se soltaban a hablar; veía cómo se desgañitaban aunque ella era incapaz de entender de qué iba aquel griterío. La hija de Gulliver observaba divertida las venas hinchadas y los gestos de enfado de aquellos hombrecillos e ilusionada imaginaba que si los alimentaba bien y conseguían crecer podría hacer muchas cosas con ellos.

105. EL CORO

Las voces jóvenes de la escolanía comentaban entusiastas las colecciones que habían recopilado en algún momento de su vida.

Eran muy recurrentes las de cromos de: futbolistas, minerales y animales. También las de sellos y monedas.

Una voz femenina habló de sus recortables y comics.

Chapas o cartas de la baraja que salían en las tabletas de chocolate fueron mencionadas, uno amante de los juegos.

Moscas a las que despojaba de las alas y encerraba en un frasco de cristal, el grotesco.

Una voz dañada relató sobre su colección de canicas de colores regaladas a cambio de juegos no deseados, de abusos por aquel director del coro. Esas canicas mutaron a ojos de muñecos, luego de gatos y finalizaron con los iris turquesa de aquel director del coro.

Todas las voces se aunaban en una única garganta. Al igual que sus quince personalidades disociadas, en una misma mente. Una sola persona coleccionaba todo aquello. El siguiente paso recopilar los ojos del psiquiatra abusador.

104. Sisofromatem

 

– Hasta siempre, Samsa.

El corte fue preciso: la cabeza rodó por el suelo y sentí sus mandíbulas sobre mi cuerpo recién estrenado. Tan solo quedó el latido de la cópula que nos había dejado exhaustos. Mi abdomen se había pegado sobre su espalda de madrugada. A la luz de la luna llena, la había abordado tras una baile ceremonial: las caricias sensuales de nuestros miembros, los diálogos fragmentados, alegres pero excitados. Dos horas antes me había colado por el resquicio de su ventana para unirme a ella. Hacia el atardecer nos entendimos inconscientemente con las miradas: me conquistó su gesto piadoso de brazos cruzados, casi virginal. Surgió de la nada, como lo mejor en la vida, una ninfa de ojos grandes entre tonos verdes mañaneros, justo después de ver cumplida mi transformación.

Era el principio de una nueva vida. Por fin, me crecían las alas y había abandonado mi estado larvario. ¡Qué difíciles tiempos fueron aquellos!

-Buenos días- saludé eufórico a la mantis.

103. El reparto (Mar González)

Han sido casi veinte años de relación. El día que descubrimos que compartíamos nuestra pasión, pensamos que sería para toda la vida. Pero no todo es diversión. Y aquí estamos.

No hemos discutido ni por los vinilos de los Beatles (el primero lo compraste tú en la universidad) ni por los peces de colores (nunca les diste de comer). Los libros se quedan con la casa, igual que los tiestos de plástico son meros elementos de decoración.

No hemos tenido hijos, así que no habrá disputas por las visitas. Tampoco hay amigos que repartir. Nadie tendrá que elegir entre uno u otro. No habrá buenos ni malos en esta ruptura. Tan solo volveremos a ser tú y yo en lugar de nosotros.

No hemos recurrido a los abogados. Parece una separación fácil.

El problema está en el sótano. Imposible decidir quién se quedaba con qué. Al final será la suerte. Todo está metido en dos maletas, cuatro cajas y seis tarros. Los trajes aislantes, las herramientas y los ojos. Todos azules.

102. Como una más

El escaparate está lleno de muñecas de colección. Un sinfín de muñecas de todas las formas, tamaños y épocas que cuido con mimo y colmo de atenciones. Arreglo sus vestiditos de seda, retoco sus peinados y las ubico de forma que, dentro de la multitud, cada una parezca distinta, especial.
Veo aparecer a la niña casi a diario. Siempre sola y vistiendo un abrigo raído. Se le van las horas contemplando las muñecas, con la mirada de quien ha descubierto un coro de ángeles que habitan un paraíso inaccesible para los que no son de su condición. A mí me da cada vez más lástima ver sus ojos aferrados a lo que unos días me parece una esperanza y otros una quimera. Algo me dice que no es con tener una muñeca con lo que sueña, que lo que realmente anhela es ser una de ellas.

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