Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

94. ¿ROSA O AZUL? (M.Carme Marí)

Nunca me ha gustado el color rosa. Quizá por eso, al quedarme embarazada, tenía preferencia por un niño. Porque, aunque a una niña yo no le compraría ropita rosa, seguro que los demás sí. Y la primera, mi madre.

Hoy teníamos la ecografía del tercer mes, donde quizá veríamos si es niño o niña. Como en la visita anterior, Santi la grababa con el móvil. ¡La de veces que hemos visto en casa esas primeras imágenes! Nos sorprende cómo se puede oir el latir de su corazón a pesar de ser del tamaño de un garbanzo. Es muy emocionante.

En el consultorio, la pantalla nos mostraba un embrión más formado esta vez, se distinguían la cabeza, los bracitos y piernas. Resulta increíble poder verlo así. Pero no había sonido. Ningún latido. La doctora le ha dicho a Santi que dejara de grabar…

Ahora, acabados de llegar a casa, mi madre nos trae un regalo: “¡Mira que patucos más monos! Estoy segura de que llevas una niña, ¿verdad?”. Son rosa.

93. FELIZ DESCANSO

Mientras delibera indecisa si pedirlo o no otra vez, la niña cierra los ojos, toma aire y se dispone a soplar las once velas de la tarta. Papá siempre responde a su llamada el día de su cumpleaños. Desde el terrible accidente no ha dejado de visitarla una sola vez. Se introduce por el filo de la ventana cuando todos duermen, le da un beso en la nuca –un aliento frío y dulcísimo estremece a la niña de emoción– y, tras depositar un ramillete de flores rosas en un vaso que ella ha colocado a escondidas en el alféizar, desaparece otros doce meses.

Este año, la niña no ha querido ya que le regalen más muñecas ni braguitas de Hello Kitty. De pronto, al contemplar las velas derretirse lentamente sobre la tarta, le llueven imágenes de lo fatigado, de lo cada vez más frágil que parece papá cuando regresa. Entonces abre los ojos y, con una punzada desgarrándole el estómago, desea esta vez que tenga un feliz descanso para siempre, al tiempo que apaga la última vela.

92. PIRUETAS (María Jesús Briones Arreba)

-Cuando seas niña te regalarán una osita de peluche con un lazo rosa chicle como enseña.
-Cuando tú te conviertas en niño, cambiaremos cromos; te vendarán los ojos y latirá tu corazón con mil besos sin saber de quién.
-Cuando ya no seamos ni niñas ni niños, ceñidos a un tutú rosado, con nuestras piruetas, hipnotizáremos al mundo en una única danza, sin distinción de hombres y mujeres, regulando así, sin presencia de guerras mortíferas, el excedente humano.

91. RECUERDOS DORMIDOS (Javier Puchades – fuera de concurso)

Añoro las tardes otoñales de tormenta. Cuando la lluvia comenzaba sus juegos golpeando los cristales, deslizándose poco a poco, de la misma manera que mi mano acariciaba tu piel. Embriagada por ese aroma a tierra mojada, me quedaba atónita mirando al más allá, pensando en ti.

Viene a mi memoria aquella rebeca rosa que me ponía cuando comenzaba a refrescar y salía a tu encuentro. Entonces, solo deseaba sentir tus besos mientras nuestros cuerpos se empapaban de caricias.

Ahora, todo son recuerdos que mi mente va borrando, incluso tu nombre y el mío. Solo regresan al estallar ese trueno, que me despierta y me devuelve de nuevo a ti.

90. El color rosa te va a quedar divino, reina

Cuando su peluquera de toda la vida le anunció que en unos meses se iba a jubilar, se alegró por ella; a base de cortar, teñir y confesar, se habían convertido en amigas. El tamaño de su cintura se había duplicado, al igual que el grosor de sus pantorrillas, y su sonrisa era imperceptible a estas alturas del matrimonio. Pero su peinado siempre había sido el mismo. A Juan no le gustaba que cambiara. Por primera vez pisó la calle sin saber qué rumbo coger. Vio escaparates nuevos, rostros desconocidos, letreros en otros idiomas y olores de otras culturas; antaño también la suya fue una intrusa. Unas risas llamaron su atención, procedían de un pequeño local lleno de mujeres latinas. Rulos, revistas, niños y ruido, mucho ruido. Titubeó un instante frente a la puerta, pero un torbellino de energía la acogió y la sentó frente a un espejo gastado. Aquello no le hubiera gustado a su marido, pero ya no podía opinar. Le había parecido escuchar sirenas, ya no iban a tardar, y el autobús salía en dos horas. Tiempo suficiente para que el tinte subiera y ella, desapareciera.

89. Liberación (Rosy Val)

Se levanta rara, contradictoria. Cuando se acerca al espejo, observa cierto brote de conformismo durmiendo en sus ojos. Se detiene en su boca y descubre miríadas de besos y caricias por estrenar. Toma aire, lentamente, y como por arte de magia se desvanece la autómata que la tenía secuestrada. Después, apiña los sermones de su madre; los mandamientos de su padre; los malos humos de ambos y el repintado rosa chicle de su habitación —que lleva padeciendo desde su séptimo cumpleaños—, y tira de la cadena. Se borra de su grupo del wasap «Las parranderas». Pasa de sufrirlas cada finde tiradas en la calle y de sus botellones —que le están costando un ojo de la cara ya que solo bebe cocacola—. Queda con Fidel. Se lo dice sin tapujos. Que no le molan nada los ramos de rosas, que ella es más de macetas al sol, con su tierra y su aire. Que está harta de aparentar y fingir orgasmos. Que se muere de ganas por entrar en el bar de su calle; dirigirse a la barra. Y sorteando los dimes y diretes del personal llegar hasta Soraya, finalmente entregarle un corazón abrazado a los colores del arcoíris.

88. Un color en la memoria

El señor Amor recoge los pinceles. Guarda el lienzo en un saco de tela y se cuelga el caballete a la espalda, como si fuera la mochila de un excursionista. Abandona el parque calle abajo con aire cansino. Arrastra los pies por el peso y la fatiga. Piensa en luces y colores mientras atraviesa la ciudad hasta su casa. Hoy se le ha hecho de noche. Quería tantear de qué manera incidía el púrpura del ocaso en unas Grandiflora recién plantadas por los jardineros del Ayuntamiento. Comprueba la tonalidad recién plasmada a la luz de las bombillas. Niega con la cabeza, contundente; tendrá que esperar hasta mañana para ver el verdadero resultado. Una cena ligera y se acuesta a descansar. Los años no perdonan. No dejará sin embargo de soñar con el rubor encendido en sus mejillas, con aquel colorete que pintó su primer beso, verdadero, espontáneo, imprevisto, en los labios aún inexplorados de Susana. Se levanta temprano y escudriña aceites y tinturas, trementinas y barnices a la luz debutante de la aurora. Y se marcha a recorrer otros parques, a buscar Polyanthas o Floribundas, Portland o Musgosas, hoy que todavía recuerda los caminos, para ganarle al olvido la partida.

87. Sálvame (Miguel Ibáñez)

Organiza reuniones de suicidas cada tarde alrededor de una mesa camilla y sirve café frío para uno. El solo hecho de acudir ya lo convierte en esquirol. Si se dan las condiciones idóneas de soledad, los recuerdos se ven en el horizonte de la memoria como una Fata Morgana que los estiliza hasta transformarlos en castillos de hadas donde habitan los fantasmas de su pasado. Llegados a un punto, las convenciones sociales se van atenuando. En silencio, una lluvia fina va calando el pueblo. Imagina un cadáver abandonado en algún lugar, a la intemperie, despojado de la necesidad de guarecerse. Se va empapando lentamente. No imagina otra forma mayor de libertad que la de ignorar aquello que te cubre y te humedece. No tener que huir, ni esconderse. A Manolo el agua lo inunda desde dentro. No hay paraguas, ni rama a la que agarrarse para evitar que la corriente lo arrastre con los troncos y el barro que bajan de los cerros, cada tarde, hasta que empieza su programa favorito.

86. La mujer pantera

Cada vez que ella intentaba enfadarse, él se reía y la llamaba dulce gatita, y le decía que nadie podría tomar nunca en serio aquellos ronroneos cascarrabias. Pero ya se había cansado de ser tan deliciosamente inofensiva. De esperarlo siempre, con la sonrisa y el cuerpo preparados, por si su marido decidía hacerle caso. Ahora había encontrado las cartas que él ni se había molestado en esconder. Primero el cortejo, luego la evocación detallada de sus encuentros. Finalmente, las burlas hacia la gatita fiel de quien no había que preocuparse.

Había decidido dejar de ronronear para siempre. Tenía ganas de rugir, de dar zarpazos confundida con la noche. Un chamán le vendió el conjuro que la convertiría en aquella pantera negra que contemplaba sus paseos por el zoo. Frente a la jaula empezó el ritual, siguiendo punto por punto las instrucciones. Pero no se dio cuenta de que en el momento preciso alguien cruzó por delante devorando un pastelito rosa.

85. Lo eterno y lo perecedero

Nunca falta una rosa en la mesita de noche de esa mujer. La razón es lo de menos, aniversarios, muestras de amor o regalos sorpresa hacen posible que la flor siempre tenga su reemplazo. Un día el hombre le compra una rosa que no se marchita. Es hermosa y colorida, pero ella echa de menos las otras rosas, las que la hacían estar pendiente cada día hasta que se les secaba el último aliento. Al mismo tiempo, no quiere que le regale más, pues no podría soportar ver como se estropean al lado de una rosa eterna. El amor de alguien que quiere y no quiere que le regalen rosas es un amor imposible. El hombre se abandona a la melancolía y pasa los días sin ser nadie, malgastando su existencia, incapaz de entender que como ocurre con las rosas, lo que le da valor a la vida es saber que con el tiempo se nos marchita.

84. Las vueltas del camino

Esperaba sentada en un banco con el libro en el regazo. Qué hacía allí. Mientras su mano rugosa acariciaba el pelo recién lavado el perfume de jazmín la serenó. Resonaron en sus oídos las bromas de los compañeros sobre una misteriosa cita. Quizá el otoño avanzaba y pronto oscurecería. Se imaginó a su madre advirtiéndole que no regresara tarde. Pasaba las hojas sin apenas mirarlas hasta que vio aparecer a una niña con un algodón de azúcar. La seguiría. Estaba segura de que esa nube ligeramente rosa la iba a guiar hasta su morada.

83. UN RAMITO DE FLORES POR PRIMAVERA

Son sus flores favoritas; le gustan las rosa palo. Y ÉL lo sabe. En otra época, su aroma, su belleza, su corto tiempo de vida, a ella le habían hecho sentir muy dichosa. Su abuela las había cultivado y siempre adornaron sus primaveras.

Nada que ver con el rosa intenso de sus mejillas.

La tarde callada y fría. El reloj de pared señalaba las 5. También él sintió miedo: esta vez su ira había ido demasiado lejos. Era como un torbellino que no le dejaba parar, que le giraba una y otra vez sin retorno. ¿Por qué se empeñaba en sacar lo peor de ÉL? ÉL la quería ; no podía vivir sin ella. Sintió miedo. Ya había encargado el ramo de flores que tanto le gustaba y todo volvería a la “normalidad”. Como otras veces.

Desde algún lugar lejano, ella siente que esta será su última primavera invernal. Pero piensa en aquella mujer que cuidó su infancia, que veló su adolescencia y que nunca se rindió. Y desde ese laberinto de la inconsciencia encuentra las fuerzas suficientes para escapar de su asfixiante existencia y distinguir una flor abriéndose camino entre las malas hierbas que pueblan su corazón ajado.

 

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