Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

10. El muro (Jesús Garabato)

Tras tantos días esperando el momento, ha llegado la hora. Vais a intentarlo. Tienes miedo. Siempre lo has  tenido. A pesar de todo lo que cuentan sobre lo que os encontraréis al otro lado. O de las maravillas  que en ocasiones veías en el televisor de tu abuela. «Ya», dice alguien. Os incorporáis. Corréis.  Trepáis. Gritáis.

Atrás quedan vuestras familias, vuestros amigos menos valientes, vuestros antiguos temores… A los pies del muro, rebajada por la blancura de tu inocencia, tu sangre fluyendo. Y en lo alto, la luna.

09. MÍNIMA NOVELA ROSA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Mujercitas así veían todo a través de una lente sonrosada, por eso, cuando El lector del tren de las 6:27 le dijo “Me encontrarás en el fin del mundo”, ella le creyó. Hacia allí se dirigió, sin conseguirlo: el Atardecer en París y La forma del agua perdieron todo su atractivo…

Cuando El peso del corazón ya era demasiado, El café de los pequeños milagros la recibió: íntimo y suave, en labios de un nuevo amor, vibró El haiku de las palabras perdidas.

08. Novela rosa

Al llegar, el suave perfume de los rosales en flor me cautivó, dándome todo vueltas hasta tropezarme con una mata de azaleas e hibiscus rosados, situada frente al ventanal alumbrado por una farola trastabillándose contra la pared, como una campana avisando de la presencia de un intruso.
Víctima del vértigo al verla asomarse cubriéndose el cabello con su pañuelo de seda rosa, me oculté detrás de un centenario tilo. Necesitaba contemplarla y tal que aquel «Caballero de la rosa» de la ópera de Strauss, entregarle en secreto mi presente.
Sin embargo no tenía ningún salvoconducto, por lo que soporté con inusitado estoicismo aquella espera, elucubrando una sólida estrategia de galán enamorado.
El atronador tubo de escape de una Toyota retumbó en la avenida que accedía a la mansión. La joven observaba al motorista que se dirigía hasta la casa. Se había desprendido del pañuelo para balancearlo en el aire, saludando de aquel modo al tipo con andares de cowboy.
Perplejo, no sabía si quedarme o marcharme, así que para calmar los nervios me bebí un jarabe con agua de rosas y canela. Comprendí que mi amor enfermizo no me permitía reparar en las espinas que ocultaba mi adorada Rosa-lía.

07. PANTONE ROSA (Virtudes Torres)

Nunca acepté que por ser niña tuviera que vestir de rosa. Yo adoraba el azul, el verde y el negro, sobre todo el negro. Solo en las flores soportaba el color rosa en cualquiera de sus tonalidades.
Con el tiempo fui luciendo distintos tonos sonrosados. De pequeña causados por pellizcos “cariñosos” en mis mejillas y, más tarde, cuando estas se ruborizaban ante los comentarios acerca de mi fisonomía, de mis pechos o mis caderas.
Un día apareció mi príncipe azul, ese que tenía mi color favorito y me ofreció un cielo tan claro, tan… celeste.
Como sabía que adoraba el negro, me reglaba cada noche una cúpula llena de puntitos plateados.
Estallaron las tormentas, de verano, de invierno… y el color azul fue tornándose violeta, púrpura, magenta, hasta adquirir un rosa palo que, para no verlo, me ponía mis gafas de sol.
Pero ahí estaba mi príncipe, atento con su ramo de rosas y su promesa de un cielo sin nubes.
Hoy el cielo está precioso y mi príncipe no ha escatimado en flores de todos los rosas imaginables. Por no hacerle un feo, he dejado la negrura de mi fosa para agradecérselo.

Se ha quedado lívido y sin pulso.

06. LOS ÚLTIMOS MOHICANOS (Paloma Casado)

–Cuando yo tenía tus años existían cuatro estaciones diferentes. En invierno…

–Ya empezamos –interrumpe mi nieta con fastidio sin levantar los ojos del videojuego–

Hasta mí llegan los reflejos rosados de la pantalla que reclama todo su interés. Salgo al descansillo de la planta y encuentro a Víctor apoyado en la barandilla. Tiene más o menos mi edad y como yo, añora los viejos tiempos.

–Esta juventud, le digo, siente un desprecio absoluto por el pasado.

– A mí tampoco me escucha nadie, contesta.

Hemos compartido muchas conversaciones de crítica y nostalgia desde que la atmósfera se volvió tóxica y crearon este mundo artificial. Al menos, nosotros pudimos sobrevivir. Vemos acercarse a Roberto con gafas oscuras para protegerse de un sol imposible.

–¿Y esa reliquia? Le pregunto.

–Estoy hasta los cojones del omnipresente color. Prefiero verlo todo negro. Pensaron que una atmósfera rosa nos haría más pacíficos, que no habría contestación a su “mundo feliz” y acertaron –responde el viejo cascarrabias–.

–Yo creo que echan algo en el aire para atontarnos, digo.

–Sí, bromuro –bromea Víctor recordando un chiste viejo– ya estoy notando los efectos.

Reímos los tres. Los últimos “mohicanos” de una época perdida.

 

05. LA MAGLIA (Jesús García Caurel)

Corría el otoño de 1942. En la trinchera no hay tiempo para el romanticismo. Nunca sabes cuándo el enemigo va a iniciar el ataque. Los descansos son mínimos. Los silencios, pesados y angustiosos.

Aprovechas uno de esos alto el fuego para sacar un momento la cartera y mirar las fotos. Destaca entre todas ellas la de un hombre fornido sentado encima de una pesada bicicleta de hierro. Recuerdas con nostalgia como los «tifossi» te llamaban «il capo delle cime». Cuándo la carretera se empinaba era tu territorio. Uno a uno ibas descolgando rivales hasta coronar los puertos en solitario. No recuerdas cuantas «maglias rosas» te enfundaste. Todas ellas se las mandabas a Marieta, el amor de tu vida. Todas están guardadas en una habitación,esperando tu regreso. Tu carrera quedó truncada con el inicio de la contienda.

El sonido de los proyectiles te saca de tus ensoñaciones. Es lo que tiene la guerra. No entiende de héroes del pueblo ni de sentimientos. Sólo eres otro engranaje más en la maquinaría de los que mueven los hilos.

04. PAISAJES CAUTIVOS

Sentada en la roca de mi colina favorita, me puse a contemplar el crepúsculo que, muy suavemente, empezaba a abrazar el mar.

Desde el faro, a cuyo pie me encontraba, viendo cómo se combaba el horizonte sobre la espalda de la Tierra, pensé en lo cerca que estaba de eso que llaman el Paraíso.

Aire y agua estallaron de pronto en todas las gradaciones del rosa: Malvas, lilas, morados, violetas…Los ojos se llevaban toda la gloria del paisaje, pero quise que también el resto de mis sentidos participasen de aquél espectáculo incomparable.

Así que, primero, abrí las manos y acaricié muy despacio la piedra rugosa y cubierta de musgo. Luego, alerté a mis oídos y el bronco sonido del mar se adueñó de todo mi cerebro. Después, mi nariz se hizo con los profundos aromas del yodo y las algas y, finalmente, pasé la lengua por mis labios para robarle al océano el sabor que esconde bajo sus aguas.Y degusté erizos espléndidos, almejas reidoras, centollas presumidas y bogavantes de imponentes manos.

Entonces abrí los ojos y me alejé de los barrotes de la celda, mientras decidía qué paisaje soñaría la próxima vez que me asomase al exterior.

03 – DEL ROSA AL AMARILLO – EPI

Fuimos solos al cine de verano, con una bolsa de pipas y dos bocadillos, nos sentamos al final.
Estábamos hartos de la pandilla, se reían de nosotros porque íbamos juntos a todos lados y esa noche nos escapamos al pueblo.
Sentía su cuerpo cálido pegado al mío, en la pantalla, una pareja parecida a la nuestra nos emocionó.
Una noche, como prenda durante un juego, tenía que besar al chico que le gustaba y me eligió.
Mientras miraba absorto la película, su mano se posó en mi muslo, me estremecí y de golpe me vino el recuerdo de los juegos en el mar, de esos roces al cogernos, de esos pechos pequeños pero duros contra mi espalda y como nos demorábamos en separarnos.
Sentí una erección como tantas veces mientras tomaba el sol boca abajo y ella me miraba sin decir nada. Corría hacia el agua como alma perseguida por el diablo.
Creo que ella también lo notó, se volvió y me besó en la boca.
Se acabó el verano, una carta en el otoño, otra en el invierno y terminó 1963.

02. Kintsugi

Más allá del ventanal, una lluvia de poliedros rasga la realidad mientras la noche absorbe la luz de las ilusiones.

Intento contorsionar la mente para mantener la charla. Duele el papel, duele interpretarlo, duele el sinsentido de la necesidad. Gritan las cicatrices: las visibles, que atraviesan mi pecho y descienden como una medusa, y las otras, las oscuras que, cerrando en falso mi abdomen, suturaron mi feminidad.

Aunque esperado, no deja de paralizarme ese brillo peligroso en su mirada que suplica reventar botones y cremalleras. Ése hambre de piel que comparto, esa sed de caricias mutuas. Y tiemblo.

No sé qué eufemismo utilizar, qué cruda verdad escoger.  La inseguridad  estrangula mi garganta como una  gelatina espesa. Me atrinchero en el abrigo. Invento excusas para huir.

Se sorprende. Se entristece. Yo también.

Como último recurso, atrapa mi índice para guiarlo suavemente por los desconocidos queloides de su muñeca. No puedo evitar restañarlos con besos de sal.

Se derrite el miedo, se esfuman tabúes. Se deslizan nuestras prendas al suelo. Apago los ojos y permito que  dibuje dragones dorados sobre las grietas rosas de mi cuerpo roto.

A través del cristal de mis lágrimas de alivio, estallan las aristas de los poliedros.

01. EL EXPOLIO (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Vi el ábside románico de Fuentidueña, pero tú me sorprendiste. Sentí que tu ojo negro me miraba inquisitivo pidiéndome que te rescatara.  Allí estabas, pardo-anaranjado, más galgo que camello, colgado a esa media altura en la que se colocan las imágenes de santos en los templos.

Bajé mi testa avergonzado. Si no hubiese estado en la sala el vigilante del Cloisters Museum de New York, me hubiera arrodillado y clavándome la barbilla en el pecho, esperaría ser flagelado para expiar como patriota español mi pecado, al menos de omisión.

Aquel anticuario, Leone Leví, expulsado de los templos catalanes, hizo su agosto, en tiempos de Maura, en Castilla la Vieja, aprovechándose de las miserias de dieciocho vecinos de Casillas de Berlanga y de las pericias a-legales de un miserable agente de la propiedad de Almazán. Sesentaicinco mil pesetas se repartieron amén, seguro, de las acostumbradas roblas o alboroques.

Dos consuelos me asistieron, uno ruin: había allí también piedras francesas; otro más racional: si el dromedario de la ermita de San Baudelio, esa palmera rosa en piedra, no estuviera en Fort Tryon Park, hoy alguien podría repetir aquello de: Estos, Fabio, ¡ay dolor!,…

─May I take a picture?

─No flash, no problem.

135. Mensajes de amor

La ola arrastró contra mis pies un patito de goma. Exactamente como el tuyo. Instintivamente levanté la cabeza buscándote pero sólo encontré una ola inundada de patitos de goma amarillos. Todos iguales. Como el tuyo. Cerré los ojos para hundirme en la marea amarilla y sentí su abrazo húmedo y congelado acariciando mi corazón.

Ese día llegaron a nuestra playa trescientos ochenta y nueve patitos de goma. En el telediario dijeron que un barco había perdido su carga en el mar. Tú y yo sabemos que eso no es cierto: que cada patito era un beso que me mandaste por cada uno de los trescientos ochenta y nueve días que llevaba sin ti.

134. Una perversa satisfacción.

Te observé con discreción cuando te vi en el funeral. Estabas radiante porque sonreías a menudo, como se sonríe cuando la muerte pasa de largo sin fijarse en ti. Eras el centro de las miradas por tu ausencia de luto y porque llevabas un vestido amarillo, precisamente aquel que acabó en la alfombra de la habitación cuando hicimos el amor por primera vez.

Mirabas al muerto con desprecio, inmóvil en su féretro, ese muerto que hace unos años se  coló entre nosotros dos. El mismo que cambió nuestras vidas cuando te enamoraste de él. Mirabas al muerto con lástima porque la muerte se cruzó contigo pero se detuvo en su cuerpo. La enfermedad llegó sin avisar, se instaló en vuestra casa y ocupó su cuerpo.

Desde entonces te imagino hablando con el enfermo a cierta distancia,  para asegurarte que la enfermedad no iba a escapar de su cuerpo para ocupar el tuyo.

Mientras te observaba en el funeral, sentí una perversa satisfacción al verte feliz con ese vestido amarillo, ese vestido que, posiblemente, nunca te pusiste cuando él vivía.

 

 

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