Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

97. NUBES Y CLAROS (M.Carme Marí)

Ha decidido que odia el amarillo. Se ha dado cuenta de que su día a día es girar como un girasol, que ella es una flor más en esos campos inmensos cubiertos por aquel color hasta donde alcanza la vista. Porque siendo un girasol, no se ve nada más y solo se puede seguir al sol. Aunque en la vida cada flor tiene el suyo. Cuando aparece, todo lo demás no importa: sigue sus designios, sus deseos, sin alternativas y bajando la cabeza si él lo pide. Y ella va girando a su son según pasan las horas, hasta que se duerme tras las últimas órdenes del día. “¡Pues claro que quiero, cariño!”.

Pero por fin ha visto que su supuesto astro rey es en realidad una nube gris, que su idolatrado amor le coarta el poder de acción o decisión, que sus opiniones han dejado de contar. Hoy ha reunido fuerzas para convertir las raíces en alas y volar, abandonando esa alfombra amarilla. Y allá va, surcando el cielo, hasta que otra vez aparece su sol, con esos rayos que le dicen cosas bonitas mezcladas con imperativos y que derriten sus alas dejándola de nuevo anclada al suelo.

96. EL DORADO (versión libre) Virtudes Torres

Su cuerpo casi perfecto relucía bajo el sol del atardecer. Yo no debía mirarlo, se me negaba esta opción; al igual que mi pueblo todos debíamos permanecer con la mirada baja o de espaldas a tan esplendoroso espectáculo.

Decidí ocultarme tras unos helechos que me proporcionaban ver sin ser vista.

Mi corazón gozaba y mi pulso se aceleraba de tal forma que creí que iba a ser escuchado en toda la selva.

La barca seguía su pausado avance; en medio de la laguna mi ídolo se despojaba de la capa que lo cubría, los sacerdotes seguían untando el polvo de oro sobre su piel. Yo maldecía no ser uno de ellos. 

Después mi deidad se sumergía en las aguas color esmeralda para aparecer más brillante aún, despojado del oro.

Aquella imagen me obsesionaba, jamás podría estar a mi alcance. Por fin encontré la solución. Hoy, bajo estas aguas rebosantes de piedras preciosas y de oro, he esperado su baño y me he unido a mi gran amor.

Ahora aquí, en el fondo, por fin somos uno.

95. La cita

Él colocó con cierta torpeza el narciso en su ojal, como habían acordado antes de su encuentro, al que se dirigió lentamente. A pesar de la inquietud, consiguió saborear cada instante del camino, con la ilusión dibujada en el rostro.

Ella enlazó su escasa coleta casi albina con una cinta amarilla y también se dirigió a la cita, hecha un manojo de nervios, con pasos cortos e inseguros. 

Tras semanas de miradas de soslayo y tímidos roces ya no podían esconderlo más, necesitaban hacer público el amor que se tenían, sin importar la desaprobación de todos por su edad.

Y así, cada uno desde un lado del recinto, sorteó ejércitos cruzados y rayuelas hasta llegar al otro, al fin, en el centro del recreo. 

 

 

94. ¡ATENCIÓN! IMSERSO ROJOS- MSERSO AMARILLOS (Asunción Buendía)

En esta etapa de mi vida que alegre y orgulloso me propongo comenzar, la de  mi jubilosa jubilación, he decidido hacer un merecido dispendio.

Un crucero.

Del IMSERSO, eso sí.

Rellené ufano la instancia para pedirlo en la agencia, poniendo cuidado en coger la correcta . Unos cuantos impresos con preguntas chocantes que me llevan a pensar que visitaremos países selváticos con algún que otro simio. Incluían fotos, exóticos, pero en exceso peludos y amarillos.

Nunca fue el amarillo uno de mis colores preferidos. Sin embargo desde que puedo recordar, por un defectillo visual,  mi mundo cromático se reduce prácticamente a esa azafranada gama, sin ocasionarme jamás confusión o molestia.

Aunque en mi armario la mayoría de prendas tienen ese tono y también el resto de enseres de mi hogar, nunca vi fundamento para la preocupación. Siempre he sido un hombre práctico y no faltándome prendas o mobiliario, todo solucionado.

En estas importantes y enjundiosas disertaciones me hallaba, cuando sonó el teléfono. Seguro que sería para confirmar mi plaza en el crucero.

— Ha sido usted aceptado como instructor de MSERSO

— Cuánto honor, cuánta dicha. ¡Aceptado e instructor!

— Si por su puesto, Macacos Sociables Establecidos y Recogidos SOlidariamente, le dan la bienvenida.

 

93. Soledad (Santi Martín)

Venancio paseaba su mirada serena por el sembrado de cebada. Junio, un pueblo de Salamanca; el sempiterno sol abrasador de cada verano invitaba a dejarse purificar por una rubia en el único bar que quedaba, burlando a la despoblación. Él, sin embrago, prefería abandonarse al ondulante mecer de sus espigas -olas de un mar que nunca conoció-, cada atardecer, vigilante cuando el sol volvía a dormir, dejando el rastro de su halo de eternidad. Jamás había leído un verso, pero se sumergía inconscientemente en la poesía que sublima lo cotidiano, desde su sabia y ancestral manera de entender el paso del tiempo.

Le encontraron la noche de San Juan -a él, que recelaba del fuego, furia arrasadora y amenazante-, quemando las naves de un pasado que no conoció, en un viaje sin retorno; perdida su mirada y tal vez el juicio. Cada llama imprimía un eco de tristeza en sus pupilas, pero una vida nueva asomaba por su rostro ajado. Hasta entonces, nadie le había visto llorar. Nunca. Y, callado como siempre, garabateó torpemente su nombre en la primera hoja, casi ocre ya, de aquel cuaderno que siempre –ahora, por fin, lo sabía- le había estado esperando.

92. El poeta del post-it

Tenía la costumbre de escribirme versos en un post-it y dejarlos sobre el tetrabrik de leche de avena en la nevera. << Si a tu Ozo quieres volver a ver, por las baldosas tendrás que correr>>. No era muy romántico ni sofisticado, pero su particular imaginación, entretenía. Así que deshojé margaritas por él al menos durante 3 veranos, mientras viajábamos literariamente a la luna en abejas peludas y visitábamos platanetariamente los semáforos de todas las encrucijadas en forma de asterisco.

A veces me preguntaba si aquello tenía futuro. Incluso si tenía sentido más allá de mantenerme en un estado de éxtasis perpetuo. Si, cuando consiguiera rascar más allá de esa pelambrera rubia, sólo encontraría un cascarón de huevo roto, con una yemita temblorosa e incapaz de articular una frase con algo de sentido… terrestre. Y que se escondía de manera brillante y artificiosa detrás de aquella suerte de confianza engalanada, con los temblores pintados con girándulas y excesos.

Pero una mañana al abrir la nevera el post-it yacía sobre un limón. Habrá volado al cerrarla, pensé yo mientras leía: <<Tu cuerpo como un trigal, ya no hace al mío vibral>>. Pues sí, había volado.

91. Golpe de calor (María José Escudero)

Cuando me vi obligado a cerrar el negocio de paquetería por la galopante competencia amarilla, me sentí fracasado y prometí que nunca  pisaría “un chino”. Entonces no conocía a Suyin y el azar eligió la ocasión.

Una tarde de calor asfixiante entré en el bazar del barrio para comprar hielo y, mientras el arcoíris gravitaba alrededor de los estantes abarrotados, surgieron de la trastienda unos ojos interrogantes y rasgados que me cautivaron al momento. Después, un trozo de felicidad, que anidaba en el pelo lacio de la joven, me hizo señas y, aficionado como soy a las historias irreales, comencé a viajar sin moverme del sitio.

Suyin era muy lista, por eso siempre guardaba silencio,  y en su callada compañía llegué lejos y apacigüé mi ira. Junto a ella aprendí a canalizar mis emociones y descubrí la suerte que tuve cuando tuve mala suerte.

Fueron catorce segundos, el tiempo que tardó en entregarme la bolsa de cubitos, pero, al regresar de aquel viaje relámpago, no volví a ser el mismo. Y aunque tropecé de golpe con la realidad y desperté sobre las baldosas desvaídas, me consolé al evocar un alentador proverbio oriental: “Las torres más altas empiezan en el suelo”.

90. Ardió el Sol (Mar González)

Hoy lo veo todo amarillo. Desde que recibí esa llamada de teléfono, he limpiado mis gafas mil veces y me he frotado los ojos. Pero nada. He ido andando en modo autómata de un sitio a otro hasta llegar a ti.

No es lugar para vernos, he repetido demasiado. A ti, la primera. Que mira que citarnos aquí… Y, después, a muchos de los que han ido llegando. Algunos conocidos y otros cuyos nombres no me dicen nada. Eso sí, a todos los veo teñidos de amarillo.

A ti estas cosas no te pasan. Tú no te olvidas de nadie. Siempre atenta a los detalles, arrimando el hombro, siempre con una sonrisa en los labios y dejando una estela brillante.

Antes no la veía. Hoy la he visto en cada persona que se ha acercado con un abrazo, en cada historia que me han contado, en cada gesto, en cada lágrima.

Alguien ha parafraseado a Nicolás Guillén, “ardió el sol en sus manos, que es mucho decir; y lo repartió, que es mucho decir”. Y yo me he quedado sin palabras, viendo todo amarillo, y sabiendo que, aunque se apague el sol, nos queda su luz.

89. OBSOLESCENCIA PROGRAMADA (Sandra Sánchez)

Escondí su cadáver debajo del sofá. Sí, el de flores del Ikea que compramos hace dos años. Sabía que se estaba muriendo, pero fue esta mañana en el desayuno, cuando ni siquiera me miraste, cuando me di cuenta de que, por fin, su corazón había dejado de latir. Ya pensaremos qué hacer con él; bueno, como siempre, lo pensaré yo sola… Podemos enterrarlo en el jardín debajo del sauce llorón, me parece muy apropiado; claro que si quieres, también podemos dejarlo caer por aquel acantilado en el que me pediste que me casara contigo… Con lo sonrosado que estaba y el buen color que tenía y ahora míralo ahí, tan muerto, amarilleando como las fotos antiguas, como esas hojas secas del otoño que crujen cuando las pisamos. También podemos hacer eso, pisarlo, pisotearlo un poco más… quizás se deshaga y quede hecho polvo, como estoy yo ahora mismo. Qué más da, nada tiene importancia, tal vez no merezca la pena molestarse en hacer nada. Creo que voy a dejarlo ahí, a ver si el olor a podredumbre te levanta del sofá.
“Para toda la vida” me decías…

88. ALQUIMIA (María Jesús Briones Arreba)

Aquel alquimista vendió al campesinado su secreto para producir oro.

Trigales y maizales fueron arrancados y convertidos en campos auríferos.

Todos los habitantes murieron por inanición con un resplandor aúreo en la boca.

87. El niño más bonito de Occidente (Alberto Jesús Vargas)

Juan Rondeño, buhonero, viajaba por los pueblos en su viejo carromato. Una túnica amarilla bordada de dragones era su ropa de trabajo y se hacía llamar Chino Huang. Con su rostro de aceituna maquillado de azafrán y el contorno de los ojos alargados a pincel, ocultaba un pasado bandolero y distorsionando su acento andaluz, pregonaba maravillas traídas, decía, del oriente lejano.  Lo mismo un pai pai con frescos aires del Yangtsé, que las doradas hojas del té que devolvía esplendor de juventud o el curioso bisoñé de pelo tan natural que crecía en la cabeza del que lo llevara, cualquier cosa podía salir de su baúl. Y aunque convencido de que cargaba una maldición que le condenaba a la soledad, un buen día encontró su mirada con la de una moza trigueña fascinada por aquel exotismo ambulante y sin dudarlo, le regaló su anillo de falso topacio imperial. Juntos desde entonces, siguieron haciendo camino y a la segunda primavera, la vida les premió con el pequeño Huanguito, un niño especial, de pelo amarillo y rasgados ojitos orientales. Sin duda,para ellos, el niño más bonito de Occidente.

86. Porque somos diferentes

De pronto perdió el compás en la guajira -el alumno más brillante del maestro Montoya acababa de equivocarse-. ¿Y qué? Solo podía fijarse en Lola. En sus brazos estilizados que agitaban el pericón amarillo como si fuera el aleteo de una cigüeña. Pensó en las cañas de después, en el pañuelo de seda que guardaba en la funda de la guitarra y en que la llevaría a un lado del bar para decírselo. Claro que se iba a atrever. ¡Qué se habían creído los colegas del barrio!

Cuando terminó la clase, bajaron todos juntos -las bailaoras y los chicos de Montoya-. La apartó del grupo y le entregó primero su regalo de cumpleaños. Sabía que le iba a gustar. Lo había elegido por el color. Porque el fondo amarillo del pañuelo hacía juego con su abanico.

—Los lirios de Van Gogh— dijo Lola nada más desempaquetarlo.

Él escondió la mirada entre las servilletas de papel que infestaban el suelo. Le dio la espalda y buscó un hueco al otro lado de la barra.

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