Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

48. EL ESTÍO (J.A. Iglesias)

El ocaso despide a la primavera y empuja al alba el verano. Atrás queda otra etapa de lluvias que da vida, mientras el calor se mete en las entrañas del soleado estío.

Por el trigo saltan los saltamontes verdes y pintan los limones de verde a amarillo. Se visten de gala con sus chalecos negros, para cantar alegres, los grillos. Las puertas del campanario abre sus postigos y en su torre una cigüeña otea a los niños que subidos en la higuera cogen higos. Bajo un vestido de púas los chumbos enrojecen bajo las pencas y por la arena caliente las pequeñas serpientes bailan, dibujando zigzagueantes ondas.

El sol menos perezoso, sobre el horizonte,madruga antes y se acuesta más tarde. Todo el día de excursión entre el mar y el monte, dibuja siluetas negras, unas en movimiento y otras quietas. Juega a tirarle a los niños bolitas de rayos tostándoles la piel.

Así el estío va llegando a su fin, hace ya las maletas para seguir viajando y dar paso al otoño. Al despedirlo, los castaños lloran hojas amarillas.

47. TRAMPA

Adela tiene ganas. Entra a un bar, se sienta en la barra, pide una cerveza y espera. Extrae de la cartera un espejito y simula que se retoca el pintalabios; pero solo es un pretexto para observar a los tipos que ese día beben y matan el tiempo, para evitar llegar temprano a sus casas y satisfacer a sus parejas: “para algunos, después de cierto tiempo de casados, cogerse a sus esposas resulta ser un trabajo”. Cuando el alcohol le gana la carrera a la sangre uno de ellos se anima y la invita a un trago y como no se anda con remilgos acepta la galantería. Intuye que esa será otra noche en la que ella sugerirá el hotel: le gusta el que tiene habitaciones en diferentes colores. Ya ha estado en la roja y la verde, hoy le apetece el cuarto de paredes amarillas. Se revolcaran entre sábanas blancas y, como acostumbra, mientras él duerme ella se irá. Al despertar, probablemente, no la recordará; pasa siempre. Ningún borracho se acuerda, cuando se tira a una mujer fea.

46. SECAS RAÍCES EN TIERRA FÉRTIL

Los únicos supervivientes materiales de aquella huida obligada fueron una caja de lápices de colores y un cuaderno con las tapas ajadas. Le encantaba dibujar, sobre todo, “soles “de un intenso amarillo (¡así se notaba bien la luz del astro!) que le recordaban a esas mañanas de verano cuando el rey de la luz golpeaba la ventana adueñándose de su habitación y sentía cómo los rayos díscolos jugaban con su retina.
Aún lo recuerda pese a que el tiempo había devorado cinco décadas de su existencia. Se preguntaba qué quedaba de aquel niño al que le extirparon sus raíces. Su dolor, mitigado, pero no olvidado. Su ira, somnolienta. Su supervivencia, aliada a su fortaleza.
Ahora, enseña a su nieta a dibujar un mundo con la policromía del arcoíris, para que le ayude a encontrar, en cada uno de sus colores, razones para compartir su nuevo mundo desde la ternura, el entendimiento (a veces, incomprensible) sin hostilidad. Aunque recordando siempre los trazos de su pasado, imperecederos en este noviembre que declina.

45. Autenticidad

Hace tiempo que casi todo el mundo perdió la capacidad de llorar. Los pocos que la conservan permanecen anónimos y aunque se rumorea que todavía quedan plañideras de verdad, nadie parece haberlas visto nunca. De la noche a la mañana surgieron libros con instrucciones para el llanto que avergonzarían a Cortázar y poco tiempo después el precio de las cebollas se puso por las nubes. Hoy son un lujo. Las más baratas son las amarillas y aún así solo se compran en ocasiones especiales, como en Navidad, una época en la que está mal visto no expresar consternación ante los problemas que acucian a la humanidad. El resultado a duras penas se acerca al original. La cebolla amarilla es suave y produce un sollozo liviano, casi postizo, incluso poco fiable, como el del cocodrilo que llora sobre su presa antes de devorarla.
En casa no alcanza el dinero para cebollas así que en Nochebuena cenamos la sopa que cocinaba mi madre por esas fechas. Nada más le llega el aroma, mi padre comienza a llorar de forma espontánea y genuina. El secreto está en el sabor. Las lágrimas de cebolla son saladas, las de mi padre, en cambio, son amargas.

44. RAYAS

En lo alto de las paredes de la celda hay un ventanal diminuto. Me encaramo a él con gran esfuerzo, observo el trocito de cielo hasta que me arden las yemas y me veo obligado a soltarme. Al cabo de unos minutos repito la operación. Una y otra vez, hasta que se me entumecen los dedos, hasta que oscurece del todo.

Hará unos meses, mi hijo pequeño, al que solo conozco por fotografías, me envió una postal con los tigres del zoo. “Seguro que de cachorros eran completamente amarillos”, razonaba. “Y de tanto darles la sombra de los barrotes, les han salido rayas negras”. A mí se me acalambran los músculos de tanto auparme al ventanal. Sin embargo, una y otra vez, me impulso y me asomo al exterior durante breves instantes, y conjuro la temible enfermedad de las rayas negras contemplando el majestuoso baile de las nubes

43. NATIVOS DIGITALES (José Ángel Gozalo)

Recuerdo como si fuera ayer, el día que estrené mi primera bicicleta. Era de color amarillo chillón con pegatinas negras. Fui muy feliz aquellos inocentes años montado sobre dos ruedas.
Durante los veranos, acompañado de mis inseparables amigos, buscábamos la cuesta más empinada para tirarnos por ella, pedaleábamos incansables hasta el río donde nos bañábamos desafiando la corriente y, al atardecer, nos acercábamos hasta la charca de las afueras del pueblo para cazar ranas.

Las rodillas con heridas que nunca llegaban a cicatrizar, espaladas con la piel quemada de ir sin camiseta, e incluso algún que otro diente partido, eran las insignias que daban fe de nuestras aventuras.

Corríamos libres entre de los trigales amarillos y regresábamos por las noches, tumbándonos al raso para admirar en el oscuro firmamento las lluvias de Perseidas.

Cuando el amarillo chillón perdió su brillo devorado por el sol de verano, le pedí a mi padre que pintara la bicicleta y fue como estrenarla de nuevo.

Hoy, le regalé una bicicleta carísima a mi hijo por su cumpleaños y él, indignado, me espetó que esperaba un teléfono móvil. Después, se marchó a su habitación para jugar online a la consola con sus amigos virtuales, ignorándome.

 

42 PRIMERA VEZ

Tímidamente dice: trece. Juega con la manilla de la puerta, haciéndola girar, hasta que una línea de luz se dibuja en los bordes y se filtra por debajo iluminando débilmente su rubor.

Se aproxima de nuevo al umbral, dice: catorce, y abre una rendija, lo suficiente para entrever un instante sus pies descalzos. Sabe que no puede abrir, que no debería haber abierto esos dos dedos. ¡Aún queda tanto tiempo!

Susurra: quince, imagina su belleza desnuda, el aire y la luz que acarician por todas partes su piel, su cuerpo tendido que levita sobre la cama.

Suplica: dieciséis, con una voz casi llorosa. Abre un palmo. Le llegan por la ranura de luz membrillos, limones, pétalos de dientes de león, aromas que se quedan flotando en el aire del deseo.

Y pronuncia: diecisiete, intentando aparentar una seguridad que se le escapa. Ha llegado la edad anhelada. Ella sopla la vela y él entra temeroso por el hilo de humo en la penumbra de la estancia, y se deja guiar por los perfumes amarillos que le alivian un poco su angustia y le ayudan a ganar confianza. Y abraza la luna y se disuelve en el infinito de la consumación.

41. El calor del hogar (Aurora Rapún Mombiela)

Aunque fuera llueve a mares, el café le sabe a verano. El toldo bajo el que se cobijan los turistas en la acera de enfrente, le trae imágenes saladas. Sentados en la terraza de la casa almeriense, sus padres desayunan bajo la sombrilla amarilla. El olor a nostalgia le entra por la nariz y asciende, potente, hasta el cerebro. Los imagina leyendo o tomando el sol. Los recuerda morenos y felices. Contempla el toldo mojado y no siente frío. Su mirada traspasa las gotas en el cristal y viaja hacia tierras cálidas. Ahora, por fin, sabe que va a volver.

40. Mafias

El conductor se detiene cuando los faros de su camión iluminan el control dispuesto en la carretera. Desciende de la cabina acompañado de una retahíla de palabras incomprensibles, y ni siquiera el temor a los uniformes de policía extranjeros lo hace callar, pero enmudece de inmediato al ver cómo forzamos las puertas del tráiler que simula ser un furgón frigorífico.

Dentro hay varias familias con sus escasas pertenencias, las que han podido pagar a las mafias de su país por una promesa, e idénticas a las que hemos interceptado en otras ocasiones. Les ofrecemos agua, aunque me muestro preocupado por que tres bebés, cinco niños y seis chiquillas casi adolescentes que descubro a la luz de la linterna puedan acabar deshidratados. Ordeno que los lleven a nuestros vehículos e indico por señas al conductor que nos siga. Nadie alza la voz. La noche y nuestra autoridad siempre imponen respeto.

En este inmenso negocio de los traslados clandestinos solo podemos actuar, como hoy, evitando complicaciones, si nuestro contacto averigua la ruta. Mientras aceleramos calculo el beneficio que supondrá vender la mercancía conseguida otra vez con unos falsos uniformes. Por el espejo retrovisor el camión se hace más y más pequeño.

39. DEL COLOR DEL FUEGO (Joaquín Collado Sevilla)

Ayer quemaba el sol y hoy arde el Ampurdán.

-Baja ahí, entre los campos de girasoles, junto a las ruinas… he visto a alguien.

Sobrevuelan uno de los pueblos vaciados de Cataluña. De aquéllos que soñaron para adentro.
El aparato desciende sin violentar el seny y se posa en lo que fuera su plaza.

El empuje de su hélice hace volar el cartel de feliz 2041 y detrás, el lazo amarillo que colgaba de las rejas de la casa consistorial, ya desvencijada. Pero, la ayuda no se para. El fuego acosa y corre entre el calor más sofocante.

-Por allí… Sí … allí hay alguien…

Hay un hombre de avanzada edad, un pagès estoico, reacio a visitas y a palabras. Un hombre solitario que, si levantó la cabeza, fue movido por el amarillo de los chalecos reflectantes que le exhortaban.

-Vamos, vamos….tiene que venir con nosotros, no podemos esperar…¿Hay alguien más aquí?… ¿entiende mi idioma?…

-Ets espanyol? No em traureu també de la meva casa…

La prensa contó tres víctimas por el fuego. De una parte exaltó la heroicidad y de la otra la negligencia. Pero, según fuera la página leída, la heroicidad y la negligencia cambiaban de lado.

38. EL RAMO

Fue un gran hombre. A veces un poco excéntrico, pero querido por casi todo el mundo. El día que murió se congregó en su misa de funeral varios cientos de amigos y alguna decena de enemigos: unos iban a llorarle y otros a alegrase. Por expreso deseo del finado, se colocó sobre el ataúd cerrado un ramo de margaritas amarillas. No hubo coronas.

Después de la homilía, varios allegados ensalzaron las virtudes del muerto. Cientos de lágrimas corrieron hasta los pañuelos de hilo o papel.

El último en dirigirse a los congregados fue su hijo. Con gesto serio se acercó al féretro para cumplir con el último deseo de su padre: agarró el ramo, lo besó, se dio la vuelta y lo lanzó a los asistentes. La estampida produjo quince heridos y un muerto.

37. La siembra (Susana Revuelta)

Toca este año cultivo de maíz, pero como si fuese de patatas o remolacha: el pronóstico dice que no caerá una gota de agua, otra cosecha perdida. Pese a todo ahí sigue Desideria, removiendo la tierra, cavando zanjas, quitando caracoles, arrancando zarzas.

Budapest, ¡qué preciosidad! Vio una foto del puente en el escaparate de una agencia de viajes un jueves que bajaba al mercado con sus hortalizas. Incluso a Cáceres se hubiese ido ella de luna de miel. Pero su boda se hizo a toda prisa y luego fue la campaña de la fresa, la de la aceituna y entonces llegó Genaro. Sietemesino, repetía la abuela, pese a los cuatro kilos largos que arrojó la balanza. Uno tras otro fueron naciendo Chelo, Rosaura, Juanillo, Tomasa, Chiqui y Nandín. Y, a lo último, aquellos dos pingajos de piel transparente, que hasta se les veían las venas, y que se le escurrieron entre los muslos mientras tendía la colada. Los enterró bajo la tierra amarilla sin contarle a nadie nada.

Piensa en esto y en acordarse de zurcir unos calcetines mientras se mete en el bolsillo del mandil unos huesecillos que han salido de la tierra con la última palada.

 

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