Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

54. HASTA LOS HUESOS (P. Hidalgo)

La lluvia le espera a la salida de la fábrica donde pone remaches. Con el cuello de la cazadora bien subido empieza a andar. Y a mojarse. El chasquido metálico, lejano, del pedal de la máquina de coser de su madre, las protestas de la albura de la rama de cedro donde su mujer cuelga el columpio al principio de verano, y los balidos de las cabras que cuidaba, le empapan con la primera ola. Con la segunda, el olor a combustible en la lancha que le trajo a Europa, el del puesto del mercado donde compró la maleta, y el tacto de la corteza de los terebintos. Mientras la marea de recuerdos se repliega, dejándole los ojos llenos de sal y la boca llena de arena, le parece, como siempre, ver la sombra distorsionada su hija, su pequeña, en la esquina. Acelera el paso sin prestar atención a los charcos, para llegar pronto a la siguiente, calado hasta los huesos bajo su paraguas.

53. ¿Por qué no estás, papá?

Aquella tarde llovía, siempre llovía por las tardes en ese pequeño pueblo. Jorge, acudía cómo todos los días al trabajo bajo un paraguas raído y desgastado por el tiempo. Al escuchar aquellas voces infantiles, no pudo evitar girarse para ver cómo un grupo de niños se dirigían a la escuela acompañados de sus padres, que charlaban animados contándose novedades, deberes pendientes y comentando alguna anécdota del grupo de whatsupp de la escuela.

Seis meses sin saber nada de Marta. Eso le atormentaba. Últimamente la veía a todas horas. La veía mientras dormía, mientras comía, mientras paseaba cómo ahora. No podía soportar el dolor de saber que su madre había decidido irse a vivir a Tenerife sin contar con él, sin decirle nada, de un día para otro. Bajo el paraguas protector, maldecía en silencio esperando que de un momento a otro,su hija, lo único que le importaba en este mundo, saliera de la esquina de siempre gritando «The floor is lava, Papa»

Esperando el momento del reencuentro, siguió andando por la calle mojada y en algún lugar, muy lejos pero muy cerca, una niña, no muy mayor, no muy pequeña, se escondía en la esquina para sorprender a papá.

De como una tortuga cambió su vida (relato fuera de concurso)

Como por casualidad, le llegó al WhatsApp la convocatoria de un curso intensivo de construcción de personajes. Llevaba tiempo dándole vueltas a la idea de hacer una incursión en el mundo del teatro. Su vida era tan aburrida que se había cansado incluso de escribirla. Lo primero que vió al llegar a la sala fue una tortuga Ninja, que se presentó como Leonardo mientras le tendía una nariz roja.

Desde que se la puso, no ha conseguido quitársela y es curioso porque ha dejado de sentirse tan payasa. Y es que ahora, está segura de que las casualidades no existen.

51. En busca de la fama

Christian continuó con su paseo bajo el paraguas pidiéndole por última vez que no insistiera, que aún era muy joven. La ingenua sombra infantil se equivocó al pensar que podría acompañarlo en ese nublado día sin sombras y conseguir su sueño de ser famosa, así que finalmente tuvo que marcharse por la pared opuesta de la esquina sin entender por qué ella no podía ser una de las 50 sombras de Grey.

50. VIDAS CRUZADAS (Javier Puchades)

Una mañana de lluvia de un día cualquiera. Unos padres. Una llamada a la puerta. Unas palabras acuchillando el instante. Un grito sordo. Un dolor irrespirable. Sollozos que adormecen el silencio. Un ¿cómo?, un ¿cuándo?, un ¿dónde?, un ¿por qué? Un millón de preguntas con pocas respuestas. Vidas que el azar cruza y el destino convierte en recuerdo imborrable.

Él sigue mirando hacia atrás cada vez que pasa, huyendo de nuevo, escapando como aquel día, cuando bajo brumas de alcohol y lluvia aceleró lejos de allí. Dejó enterradas en aquella esquina muchas vidas: la de la niña, la de los padres y la suya.

49. BIOGRAFÍA DE UN PARAGUAS (Esperanza Temprano)

Siempre he caminado con paraguas, desde niño. Así ha sido más fácil soportar los chaparrones. Gracias a él conseguí atravesar intensos aguaceros, como la última vez que vi a mi padre con la maleta en la puerta de casa diciendo “no puedo quedarme, hay otra, lo siento, Marieta” o como esa palabra maldita que resonó como un trueno y me arrebató a mi madre un año después: “metástasis”. También escondió mis lágrimas en el patio de aquel orfanato cuando Paez me recordó que era un secreto entre él y yo sus visitas nocturnas a mi cama. Mi paraguas está mal herido por los vendavales y tormentas pasadas, pero ahí sigue, a mi lado, como la sombra de aquel niño que fui, que quiere huir de lo vivido pero que no puede dejar de mirarme.

48. UN RAYO DE SOL (Pilar Alejos Martínez)

Al finalizar su jornada, tras soportar los inconvenientes de una larga noche de lluvia, regresa a casa bajo el paraguas por una estrecha y empinada calle, esquivando los charcos acumulados en el empedrado para evitar mojarse los zapatos. Las últimas gotas golpean sobre la tela, rítmicamente, entonando una agónica letanía.

En medio del sepulcral silencio, retumban escalofriantes sus pasos transformándose en un sonido siniestro.

De pronto, escucha el repiqueteo de unas pisadas rápidas que se acercan por su espalda. Instintivamente, se vuelve para ver quién se aproxima con tanta prisa. A lo largo de toda la calle no hay ni un alma, está completamente vacía. No puede ser. Habría jurado que alguien venía a toda velocidad. La inquietud y el nerviosismo se apoderan de él. Su rostro empalidece y se le eriza la piel. Presiente que algo va mal, debe escapar sin mirar atrás.

Por un momento, entre un claro de nubes, un destello de sol proyecta sobre la pared la sombra de una niña. Parece abatida, su cabeza vuelta del revés mientras el tronco huye. Ha reconocido su repugnante olor. Espera agazapada hasta que la descubran, a que rescaten su cuerpo del interior de esta sucia y fría alcantarilla.

47. Little nail

Solo necesitas aire para poner una tienda de ventanas. Blanco, blanco, blanco, negro. Cuarenta años ya y muy pocas certezas. Si no llevo paraguas me mojo, y un folio solo se puede doblar ocho veces sobre sí mismo. Las cosas que antes ocurrían no eran tan de repente, creo recordar. Eres hasta el último segundo, y ya no eres. No hay un espacio en el que estés y no estés. O te has ido o no. Blanco, blanco, negro.

El agua cae sin hacer charcos, y la papiroflexia no sirve cuando no crees en los reyes magos. Yo llevo mucho tiempo sin dejar vasos de leche en la ventana. Desde que se me escapó el caracol, ganándome a la carrera. Se arrastra cada noche en mis sueños. Y me da las mismas patadas que durante nueve meses dio a su mamá. Blanco, negro.

A veces me hace un guiño en las esquinas, y me paro a saludar. Yo le puse nombre, aunque no vi su rostro. A la de una, a la de dos… y sigo adelante, apagando la sonrisa, por un rastro de baba. Negro.

46. Días sin luz

La felicidad efímera de aquellos días traía cosida la trampa del pasado. Cuando el presente echó el telón sin previo aviso, se transformó en un recuerdo intangible, en un vacío anclado a la garganta. El futuro no es esperanzador y necesito agarrarme a alguna anécdota que oculte mi permanente desilusión, que ahuyente mi angustia unos instantes; pero solo encuentro sombras. Deambulo por las calles con la certeza de que la muerte me espera en cada esquina y, aunque aprieto el paso ignorando su presencia, siempre vuelve la cabeza y me susurra que la siga. Si no la temiera tanto, me perdería con ella en las tinieblas para librarme del dolor que me provocan las agujas del ayer; sin embargo, sigo mi camino atado a una tristeza crónica que nunca deja de gritar; cargado con el lastre de tu inmensa ausencia; viviendo eternamente días con sabor a lunes lluvioso.

45. ENCANTADO (Amparo Martínez Alonso)

Cuando le dije a Sofí Castelo que no quería ser su novio, me amenazó con un conjuro que hablaba de dientes de dragón. Luego, lanzó cuatro escupitajos al suelo —uno por cada punto cardinal—, girando la cabeza 360 grados. Yo me burlé de sus amenazas: “Sofíaaa, no te tengo miedo ni de noche ni de díaaa”. Aunque no era cierto. Estaba seguro de que Sofí tenía poderes, y uno de ellos era ese: ¡girar la cabeza como la niña de El Exorcista! Molaba cuando jugábamos al escondite inglés, al balón prisionero o al veo-veo, pero en ocasiones como aquella, ¡acojonaba!

Al día siguiente, la familia Castelo murió en un accidente de tráfico. Desde entonces, el recuerdo de Sofí me obsesiona. Su hechizo consiguió que ninguna de mis relaciones amorosas prosperaran… Pasados los años, todavía continúo buscando sus “señales” por la ciudad.

Hoy descubrí su imagen en un grafiti: una sombra gris custodiada por dragones multicolores. ¡Se me aceleró el corazón! Solo tenía que escupir cuatro veces y… ¡adiós maldición! Me acerqué al muro. Sofí giró la cabeza y me miró. ¡Juro que me miró! Acaricié su mejilla descarnada. “Te echo de menos”, susurré. Sofí sonrió. Yo tragué saliva, ¡toda!

44. ALCANTARILLA (ALBERTO M)

La tapa de aquella alcantarilla tenía una cierta holgura. Si la pisabas al pasar, se hundía ligeramente y volvía enseguida a su lugar, dejando escapar una gárgara oscura como un misterio profundo. No era tan fácil darse cuenta, la mayoría de los viandantes ni se enteraban. Pero, si ponías atención, especialmente a la hora del crepúsculo, puede que notases algo extraordinario. Un día me di cuenta de que si la pisaba, y luego miraba hacia atrás queriendo saber qué es lo que estaba pasando, unos dedos de hielo me rozaban el corazón. Pasé varias veces y todas ellas sentí como si hubiese perdido un deseo o una razón para vivir. Entonces probé a pasar sin volver la vista atrás. Ocurrió un prodigio: adiviné, viéndolo sólo en mi interior que la tapa se deslizaba dejando un huequecito oscuro. Fantasmas de niños huérfanos subían la escalerilla, se asomaban con sigilo y dejaban salir sus sombras a vagar por las aceras. Al día siguiente volví al lugar. Pisé, seguí tres o cuatro pasos y me detuve sin volverme. Sentía la silueta de una niña pegada a mi espalda. Seguí caminando lentamente con ella agarrada a la camisa. Nos necesitábamos.

43. Perdida en la ciudad

Piensan que siempre estamos ahí aunque varias veces al día —en la casa, de noche, un día nublado—, desaparecemos; y a veces ya no nos recuperan. Son tan insensibles que no llegan a echarnos de menos y el resultado es que el mundo está lleno de hombres sin sombra y sombras sin dueño.

Cuando perdí a mi dueña, hace ya muchos años, me mantuve escondida un tiempo, procurando no pasar por espacios abiertos en los que el sol pudiera revelar mi presencia, pero pasado un día decidí salir a buscarla, pero nunca la encontré. Anduve por las calles, me crucé con alguna persona que había notado que ya no le acompañaba su imagen, e incluso me topé con un joven que se fijó en mí y se acercó; pero no formábamos una pareja creíble y desistió.

Desde entonces me han visto deambular solitaria, a mí y a otras como yo. Aparecemos en cualquier esquina al atardecer, nos llaman fantasmas.

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