Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

WABI SABI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta cuarta propuesta es el concepto japonés del WABI SABI. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE JUNIO

Relatos

63. Ausencia

Te envío la foto; así podrás cerciorarte tú misma de lo que hablamos. Han pasado muchos años y ya es tiempo de cerrar la herida. Por mi parte, he hecho lo que me pareció adecuado y no me arrepiento de nada. Mamá se encargó de disfrazar la realidad, nos dio su versión y hemos vivido a gusto con ella. Pero ¿qué quieres te diga? A mí, no me basta. Tenemos derecho a saber la verdad. La imagen como muy bien puedes comprobar en el reverso, es de los setenta. Así que papá no murió como ella nos había contado. ¡Y pensar que hemos tenido el retrato toda la vida delante de nuestras narices! Siempre me fijé en el payaso triste, hasta se me ocurrió recorrer los circos de Europa para ver si lo encontrábamos. ¡Quién iba a decir que nuestro padre era el hombre de la izquierda. A saber por qué lo echó de casa! Son muchas preguntas. Y de momento solo nos tenemos a nosotras. Y a papá, que estará en algún sitio y que quizá también nos ande buscando.

62. Alivio (Patxi Hinojosa)

Hoy he vuelto a fracasar, me doy por vencido. Dicen que no se puede ganar siempre; matizaría que hacerlo, aunque fuera una sola vez, no estaría de más.

Estoy cansado, necesito un café cargado antes de regresar a casa solo. La cafetería tiene buena pinta. Entro. Me dirijo a una mesa libre que incluye prensa. Mientras espero al camarero, echo una ojeada al mostrador y en ese instante se me para el corazón. Consigo reiniciarlo tosiendo con violencia y me concentro en la escena. Estás ahí, en esa concurrida barra, con la mirada perdida de costado. Veo tu cara en blanco y negro en contraste con tu figura, enfundada en ese disfraz multicolor. Eres tú, un par de decepciones mayor, y unas lágrimas que creía extinguidas aparecen por mi rostro yendo a mojar el periódico. Lo cojo y me parapeto detrás de él esperanzado; al contemplarte me sumerjo en tu tristeza, que siempre será la mía, porque hacer reír nunca garantizó felicidad, ¿no es cierto?

Entonces suspiro hondo, aliviado al fin, pues tu mirada carece ahora de aquella carga de soberbia con que te dirigiste a nosotros cuando juraste desaparecer para siempre y no seguir jamás mi vocación de payaso.

61. Diver<>gente (Mel)

No quiero volver al mundo de los muertos. Nunca. Aunque eso suponga que nadie aprecie mi sonrisa ni entiendan que un rombo es un cuadrado bailarín, no algo prohibido. No quiero estar siempre quieto, anclado a un trabajo gris y a la moda en blanco y negro. Quiero ser el arlequín que esconde mi corazón. Nunca más ser el borrego que come pavo cuando toca dar gracias, a Dios o al diablo, ni beber Coca Cola, la droga que nos pega al sueño americano. Es que no quiero ser de aquí ni de allí, quiero ser yo, y mirarle a la cámara de la vida de frente, saboreando lo que me ofrezca cada mañana y sabiendo que mi piel y mi alma tienen colores, aunque muchos me vean en negativo. Sé que hay más como yo y sé que esto es estar vivo.

60. El espectáculo debe continuar (Antonio Javier Álvarez)

La obligación del verdadero artista es dar un paso más allá, fijarse en los detalles y no repetir demasiado los números. En tres ocasiones me satisfizo la función especial para niños. En otras dos, gocé ante público anciano. Una vez, reconozco que fui ritual y aburrido.  La camarera sirve el café con sonrisa labiodental. Pensé: “Podría amarte”, y ella dijo: “¿Solo o con leche?”. Muevo la cuchara y rostros comunes se revuelven en los espejos frente a la barra, como mutilados en serie. Hundo el azucarillo y un codo frío de mujer se clava y me empuja hacia adelante.

El remolino del café me arrastra a un cero en espiral, al objetivo del fotógrafo, al cañón de la pistola guardada en mi costado. Extrañamente excitado, he vertido ocho gotas de café en mis pantalones estampados. Una vez que el fotógrafo pulse el botón, comenzará el espectáculo.

59. Flores en la papelera

Se me cayó la sonrisa al suelo… y el ramo… las flores… las arrojé a la papelera… Ni me reconocieron al pasar junto a mí… Juntos… Salían juntos de nuestra casa… La tomaba de la cintura como si él fuera yo y acabáramos de celebrar nuestro quinto aniversario entre las sábanas… Me sentí el marido payaso más ridículo del mundo…

Conseguido que mi compañero aceptara cubrirme un par de horas, había corrido para ponerme el disfraz y pasar por la floristería directamente para ganar tiempo… Después de darle la sorpresa y arrancarle unas risas vestido de esta guisa, quería que pudiéramos disfrutar juntos un aquí te pillo aquí te mato matinal… como los de antes… cuando me llamaba al trabajo cada dos por tres inventando urgencias para que acudiera a casa de inmediato. “Cuestión de vida o muerte…”, susurraba (que en nuestro código era algo así como ven corriendo a romperle las bragas a tu mujercita y hazla tuya)… “Hazme tuya…”, me decía al colgar…

Es lo que le dije para que se volviese antes de entrar en el coche, comisario. Después… le disparé a él…

Con el arma reglamentaria… sí… En la papelera, junto a las rosas…

58. Tierra de sueños y libertades


Cuando escapamos de Varsovia creímos llegar al paraíso pero, después de cinco meses aquí, nos sentimos como gusanos en una gran manzana. Las miradas de soslayo acompañadas de murmullos a nuestro paso muestran que seguimos siendo forasteros del mundo. Para evitar las inclemencias de las normas establecidas, Yair, más señalado que yo, decidió recurrir al camuflaje. Desde entonces, cada mañana nos tomamos una taza de café en el bar de Sam, donde prefiero pasar desapercibido al fondo de la barra. Sin embargo, a Yair le gusta el bullicio y se mezcla entre los demás clientes para sentirse ignorado, mas si lo vieran sin alguno de sus estrafalarios disfraces tras los que se oculta, llamarían a un agente para que lo detuviera o ellos mismos lo echarían a patadas. Antes de irnos se mete en el lavabo más grande para retocarse la pintura de las manos y no perder el color que tanto le cuesta conseguir. Luego, nos despedimos y seguimos nuestro camino: yo me dirijo a la sinagoga mientras él se va a contemplar la ciudad desde los autobuses que la recorren, aspirando bocanadas de una fugaz libertad, sin tener que sentarse en los oscuros asientos de la parte trasera.

57. Charly revelado

Cuando lo del incendio yo no trabajaba aquí, pero se lo he escuchado contar al dueño muchas veces. A mí me contrató después de reconstruir el dinner y ya el primer día me advirtió que ese taburete, el que siempre había ocupado Charly, debería permanecer vacío como homenaje a su recuerdo. Charly era un payaso triste que se ganaba malamente la vida en fiestas infantiles después de que cerraran el Gran Circo Americano. Al jefe le debía de dar lástima y se le ocurrió que actuara en el cumpleaños de su hijo para la familia y los amigos del chaval. Ese fue el día de la desgracia. Un cortacircuitos en la instalación eléctrica provocó las llamas que enseguida se extendieron por todo el local. Todos corrieron hacia la calle para escapar del fuego menos el niño, que quedó atrapado. Fue Charly el primero que se dio cuenta de que faltaba y sin pensárselo dos veces, entró a rescatarle. Consiguió sacarle con vida, pero las quemaduras que sufrió, acabaron con la suya en el hospital.

Claro que puede tomar una foto señor, resultará curiosa con un asiento vacío en medio del local abarrotado.

56. ¿QUÉ ESTÁS MIRANDO? (Javier Puchades)

¿Qué miras? ¡Imbécil! ¿No hay más gente en toda la barra? Ya tengo que aguantar el codito de la tía esta de aquí al lado y ahora me faltabas tú.

¡Qué te he dicho que dejes de observarme! ¿Tengo monos en la cara o qué?

¿Qué no has visto nunca un payaso? Medía hora de descanso entre función y función y ni un café tranquilo me puedo tomar.

¡Pero bueno! ¡Gilipollas! La vamos a tener. Y encima escribiendo ¿no será sobre mí?  ¡Capullo!

Se acabó ¡Idiota! ¡¡¡Zas!!!… Y ni una palabra más.

 

55. INTERSECCIONES (Amparo Martínez Alonso)

“¿Por qué me miras como si fuera yo la que se ha escapado de un circo?
¿Qué te pasa? ¿No está bueno el café? ¡Quéjate a la camarera!, pero deja de mirarme a mí. ¡Mamarracho!”

Ahora, Clara se siente mejor, más animada (de pequeña practicaba con sus muñecas de porcelana). Humillar al prójimo (mentalmente, a gritos) le hace sentirse importante. Se atusa el mechón que le baila sobre la frente. Con desgana, saca de su viejo chaquetón el monedero que le regaló ese joven tan agradable (el nieto de la difunta casera; el que trajo regalos junto con las “encuestas” que deben rellenar cada uno de los cinco inquilinos; el que pasará a recogerlas el próximo jueves… ¡poca gente es tan amable hoy en día!). Sin dejar propina, abandona el local.

La camarera se acerca a la mesa. Frunce el ceño. “¡Señoritinga de pega!… Si yo hablara”, refunfuña mientras pasa la bayeta húmeda sobre los cercos de café y retira el servicio.

El payaso baja la mirada a su taza medio vacía. Gracias a la carpa del circo tendrá un techo donde dormir, pero qué será de la señorita Clara, de don Anselmo y del viejo matrimonio del principal.

54. ¿Cómo están ustedes? (La Marca Amarilla)

Joe es un tipo que se toma la vida tal como le viene. Sabe que es un perdedor de nacimiento, por eso todo lo que tiene lo disfruta y lo comparte con sus amigos, no vaya a ser que algún desgraciado como su padre se lo lleve todo un mal día.
Cuando aceptó el trabajo de payaso a domicilio pensó en que le pagarían por hacer reír a niños que seguramente de adultos le escupirían si le vieran sin disfraz, pero la satisfacción era poder donar una pequeña cantidad de dólares a los niños necesitados del distrito.
Hoy, antes de ir a otro estúpido cumpleaños, se pidió un café en aquel antro de oficinistas sumisos donde casi nadie, ni los camareros, le miraron, sólo el limpiabotas.
El ambiente le era familiar de una triste época en que pensaba que el mundo era un atractivo circo y decidió, a pesar de que el brebaje ardía, tomárselo rápido; no podía aguantar más en ese museo de autómatas.

53. LA ÚLTIMA CAMPANADA (Sandra Sánchez (Pulgacroft) )

Después de toda la noche de agitación y ruido, necesito respirar aire fresco, salir de mi caravana, despegarme de él. Mi aspecto estrafalario no desentona mucho del de los borrachos que a estas horas de la mañana, un uno de enero, aún deambulan por la calle. Me meto en una cafetería abarrotada y me señalan riéndose. Como siempre. Siempre se ríen. Soy el payaso del que se ríe todo el mundo. Los niños se ríen, los mayores se ríen,  sin importarle a nadie las humillaciones dentro y fuera de la pista de ese clown de tres al cuarto que siempre se ha reído de mí.
Pido un chocolate y sigo oyendo las carcajadas del listo, del guapo que nunca se mancha la cara de merengue, del que se liga a todas…  Tiene gracia, el muy cabrón se había tatuado el nombre de la trapecista en el pecho después de que yo le dijera que la quería. Más carcajadas.
Año nuevo, vida nueva – dicen-  (No para todos). Le di el último hachazo justo con la última campanada.
Termino este chocolate con churros y me voy a darles el desayuno a las fieras. Hoy, ración extra.

52. Payaso callejero

Aparece casi a diario a media mañana, le sirvo su taza de café y lo dejo ensimismado, con los ojos vacíos y la mirada perdida. Siempre acude maquillado, con su traje de rombos y su sombrero. Cuando despertó, el circo ya no estaba allí. O eso dicen, aunque se desconoce en qué momento llegó, dónde vive, ni quién es en realidad. Desde la cafetería, justo enfrente, puedo ver la parada de autobuses donde se esfuerza por conseguir unas monedas o algo de comer. No es un espectáculo al uso, mira fijamente a la gente sin disimulo, con una expresión carente de emociones, a la vez divertida e incómoda, seductora y repulsiva. No hay un solo día en que no caiga en la tentación de observarle, y sin embargo, si me devuelve la mirada finjo interesarme de nuevo en cualquier otra cosa. Nadie sabe si está vivo o muerto. A veces nos hace reír.

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