Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
2
0
horas
0
6
minutos
5
2
Segundos
1
3
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

90. MUÑECAS (Siigonis)

Vanesa se detiene frente a la puerta y toca el timbre. Apenas puede disimular su entusiasmo. Lleva meses soñando con esta visita. Encontró la clínica buscando en Internet; de las mejores que había. Inmediatamente supo qué se iba a hacer: unos morritos espectaculares y una nariz perfecta.
Nada más entrar, un escalofrío le recorre la columna. Es la emoción, se dice. No hay nadie para recibirla. El vestíbulo está lleno de maniquíes de cera que muestran a la clientela el resultado de su inversión. Impresionada, saca el móvil de su bolso y envía una fotografía del lugar a Paula. La interrumpe amablemente un hombre joven, bastante atractivo, vestido con una bata blanca. Después de rellenar un formulario y esperar unos minutos más, ambos entran a la sala de cirugía.
Pocas semanas después, Paula se detiene entusiasmada frente a la puerta y toca el timbre. Entra y espera en el vestíbulo. Admira boquiabierta los maniquíes que adornan la habitación. Le llama la atención una figura que presenta un rostro melancólico. Es curioso. Le recuerda en cierto modo a su amiga Vanesa. Pero no puede ser. Vanesa no tiene unos morritos tan espectaculares ni una nariz perfecta.

89. LA ESPERA

Nació con un don y, seguramente, con un propósito.
Ya al abrir los ojos al mundo se estrenó con la más inaudita sonrisa que jamás se hubiera visto.
Esperó.
A partir de ahí consiguió lo que deseaba. Su absoluto dominio de las expresiones faciales le hacía dominarlo todo por completo. Imposible resistirse a su inenarrable encanto.
Esperaba.
Su fama traspasó fronteras. Era requerida por los más altos dignatarios, empresarios, políticos, nobles, para aprender su arte. Cobraba fortunas por proporcionarles mínimos retazos de su saber.
Cuando tocaron a la puerta se limitó a contestar: “Te estaba esperando”.
El Maligno entró y fue derecho al grano: “Sabes los que quiero”.
“Sí -dijo ella-, tu inmortalidad por mi don”.
Para el Demonio aquello era extremadamente sencillo. Lo había perpetrado millones de veces. Engañaba al incauto de turno, robaba su tesoro y desaparecía.
Pero al ver su rostro, Dios de los Avernos quedó absolutamente derrotado por aquella increíble mezcla de ternura, timidez, arrobamiento, dulzura, desamparo.
Destrozado, le entregó su inmortalidad, sin recibir nada a cambio.
Rió victoriosa.
Lucifer huyó despavorido comprendiendo el inmenso error cometido, que suponía su fin.
Ella sonrió ampliamente disponiéndose a disfrutar de una eternidad.
O de varias.

88. Demagogia (un caso real)

El presidente del gobierno, en el día internacional de la mujer, afirmó que «las mujeres no sois iguales a nosotros. Sois mejores, más listas, más ordenadas, más…¡guapas!».

La ovación retumbó en la sala, las felicitaciones le llovieron a cientos. Él, por su parte, repartió decenas de besos y abrazos entre las asistentes.

Cuando abandonó la sala, alguien le recordó que  la ausencia de mujeres en altos cargos de su Comunidad era notoria. Ni en Justicia, ni en Sanidad, ni en Educación, ni en Consejos Asesores… Tampoco abundaban en cargos directivos de empresas. ¿Qué medidas concretas proponía, además, para una conciliación efectiva?

Él afirmó, muy serio, que se hacía la cama todos los días y preparaba la cena en casa.

87. No da el perfil (La Marca Amarilla)

Mi madre puso aquella expresión lastimera, aquella mueca de candor irresistible, como siempre que hacía algo mal, esperando que no la regañara, que no me enfadara con ella, la noche en que terminó otra vez con la vida de sus nietos y sus bisnietos.
Unas semanas antes mamá vio la foto de Herminia en la pantalla de mi móvil y me preguntó por esa jovencita. Le conté que apenas habíamos hablado, pero que creía que podría llegar a ser tan buena madre de mis hijos como lo era ella. Mamá me pidió que la invitara a cenar porque se notaba en mis despistes y balbuceos que estaba enamorado.
Herminia acabó en el jardín, cerca del limonero, junto a las otras, a dos metros bajo tierra. Cuando mamá terminó de enterrarla, me miró con aquella expresión lastimera, aquella mueca de candor irresistible esperando el perdón, pero a mí lo que me fastidiaba es que yo ni siquiera había besado a Herminia.

86. Lady Macbeth (Cani Vidal)

-¡No puedo vivir así!

-¡Esto es lo que hay!

-¡Pero es hijo tuyo!

-¡Corten!, ¡Corten!

Terminado el capítulo 758 de su enésima y absurda telenovela, la vieja actriz Basilia Mirtha Ibarra Collado, la mejor  “Lady Macbeth” nunca vista en el Teatro Nacional de La Habana, se lamentó amargamente de que su gran rival en la escena le hubiera hecho vudú a su  carrera. No era otra que Acracia Mata, la que compitió sin éxito con ella durante años en el escenario, quien finalmente la destronó, sin que nadie sospechara  jamás de los medios empleados para conseguir su propósito, la cara más oscura de la Santería.

Ahora, endiosada y reina de la escena cubana, Acracia se regodeaba en su éxito sin mérito. Pero desde lo  más profundo de la vieja isla, donde habitan los antiguos dioses que vinieron de África, el orisha Obbatalá, señor de la justicia y la pureza, se dispuso a devolver el orden de las cosas. Y  para destruirla le envió, el peor de los temores para  una actriz.

Aquella mañana, en los ensayos,  apareció ante la vista  de la aterrorizada Acracia, la mejor y más joven de las Ofelias.

 

 

85. Sincronías

A Martina la primera sangre le vino el día en que se produjo el terremoto. Como siempre había sido una niña especial e hipersensible sus padres comentaron esa coincidencia sin prestarle mayor atención. Sin embargo, cuando a partir de entonces empezó a sangrar con puntualidad invariable y al mismo tiempo que sucesivamente tuvieron lugar, mes tras mes, la erupción del volcán, las inundaciones, el incendio, el huracán y el impacto del asteroide, se sintieron más inquietos. Consultaron al pediatra, que restó importancia a sus temores y alivió la conciencia de una compungida Martina. Dijo que esas sincronías eran algo habitual, propio de su naturaleza femenina, que si contase las que había visto en la sanidad privada nunca lo creerían, que se tranquilizasen y dejaran de preocuparse.

Aunque… quizá no sean capaces ni puedan evitar un creciente desasosiego cuando:

Cinco días antes de que llegue su siguiente periodo un compañero de clase le tire de las trenzas y la llame «Fea».

Cuatro días antes llore sin consuelo durante toda la noche.

Tres días antes le sacuda un fortísimo dolor en el vientre.

Dos días antes la fiebre le suba a 40º.

Un día antes su cuerpo comience a sufrir convulsiones. Incontrolables.

 

84. ¿Y ahora qué?

La vida no devuelve los comodines que has gastado. Me ha costado llegar hasta el final del juego para descubrirlo pero ya solo me queda guardar las cartas. Aquí los naipes no se recogen de forma ordenada en una caja más o menos conservada por el paso del tiempo. Las reglas, al parecer, son muy distintas.

Llevo un discurso aprendido que, aun siendo fiel a mis propias convicciones, no sé si seré capaz de reproducir en voz alta, aunque lo repito una y otra vez a medida que me acerco a lo que hoy solo me parece una casa de papel, tristemente ennegrecida por el humo de un incendio provocado de forma voluntaria por ti.

Y ahora, al abrir la puerta, una única realidad quema un suelo que soy incapaz de pisar. Siento cómo me invade el olor animal de tu piel y, al ver la sombra de tu silueta reflejada en la alcoba, es cuando dudo: reír o llorar, hablar o callar. Una y mil preguntas se disipan en mi mente, pero un «qué» taladra mi voluntad.

En este momento debería barajar y elegir entre: roja, quedarme y abrazarte o negra, dejar las llaves y salir corriendo.

 

83. Llorar por no reír (Mónica Rei)

Acudió al velatorio como el resto de sus compañeras de la fábrica: animada por sus jefes. Cuando ella llegó la fila de afligidos daba la vuelta a la manzana, todo muy sobrecogedor, muy dramático. Según se acercaba al ataúd donde el Almirantísimo descansaba, por fin, de cuerpo presente, decidió darlo todo y, deteniéndose delante de la caja un segundo más de lo que estaba permitido, se plantó con solemnidad, luego comprimió con fuerza todos los músculos de la cara y por último armó uno de sus mejores pucheros, el que le había copiado a Manolito. Lo intentó con todas sus fuerzas, pero lo de la lágrima, pensó, era para profesionales.

82. Será un paréntesis

Cuando está triste ríe, para parecer contenta. Cuando está alegre llora, para no presumir. Y canta, queda, cuando me coge la mano. Y baila, calma, cuando se acerca a la ventana. Y me besa, lentamente, con labios de polvo tibio. Y me acaricia, largamente, con dedos de pétalo húmedo.

Lo hace desde el día en que llegué. Llegamos.

Y nunca se cansa.

Sabe, solo ella lo sabe, que cuando ríe y llora yo también lloro y río, aunque siga quieto. Si me guiña brinco sin auparme, si me lanza un beso lo atrapo sin manos, si tuerce el gesto la regaño sin hablar. Sabe que me mueve, aunque no me muevo.

Estamos tan estrechamente separados que me duele esta unión. Pero si me rindo nos dolerá más. No sé cómo despertar, cómo abandonar esta cama, cómo pedir que me quiten estos tubos.

Yo, a veces, sí me siento cansado.

81. RETRATOS

Estaban en la parte alta, junto a la pared del fondo del estudio,  esas cajas polvorientas, ocupaban toda la estantería. Ella, llevo hasta allí la escalera con el firme propósito de ver que había en su interior.

Las bajó todas al suelo,  limpió el polvo acumulado en Dios sabe cuántos años. La primera que abrió,  estalla llena de amarillentas fotografías,  ordenadas por años, envueltas en grueso papel y cogidas por gomas. Siempre le dijeron  que su abuelo era muy meticuloso y ordenado.

Año 1928, fotografías en blanco y negro, una señora sentada en una silla, con un niño en brazos, a su izquierda un señor de pie, con aspecto circunspecto y un crespón en el brazo. En otra una joven en un jardín, otra, jovencitas que parecen jugar al corro… Muchas más fotografías, unos serios, otros sonrientes,  cada una con su historia.

Ahora los tiempos son otros, todos los componentes de este grupo están muertos, pero ella lleva sus genes. Miró detenidamente esos retratos buscando un poco de parecido, quizás los ojos, la nariz, la boca, las orejas…

No encontró nada, el alma nunca sale en los retratos, y estaba segura que es lo qué más se hereda.

80. Quieto

Lucía tiene una cita diaria. Antes de que el sol comience a disipar las últimas sombras de la noche, llega a su destino, donde la está esperando su fiel socio. Le pone un bigote postizo, una peluca y un sombrero de copa raído por el paso del tiempo. Tras guiñarle un ojo, se sienta a esperar que la calle se llene de vida para pregonar su desafío: por cada moneda apostada, devolverá cinco a quien haga reír a Gustav. Los transeúntes se sacuden el pudor unos instantes y dibujan sus caras con muecas ridículas, rogando que un pequeño temblor afloje los pómulos de aquel tipo y, de paso, el bolsillo de la chiquilla que les retó con tanto descaro. Sin embargo, nadie atisba el más mínimo movimiento de quien los mira desde una tarima cubierta por sábanas negras, que dan aún más solemnidad a su gesto imperturbable y adusto. Una vez terminada la jornada, Lucía recoge las ganancias, le quita el disfraz y deposita un beso en su mejilla. Luego, observada tan solo por la luna, descubre con cuidado el pedestal donde vive Gustav, en el que se puede leer, bajo unos números romanos: A la memoria del inmortal Mahler.

79. La última… y me voy (Rosy Val)

«¡Bah!, una buena capa todo lo tapa» farfulla Matilde mirándose en el espejo al tiempo que guarda sus lamparones en el abrigo. Pellizca su cara de viernes y se ahueca el pelo. Después, mete la lista de la compra en el monedero junto a dos billetes de cincuenta y unos euros sueltos. Desde el descansillo clama a sus hijos, varias voces después, entran en fila india en el ascensor. A su derecha el carrito. Al otro lado Daniel, el más pequeño, se aferra a la manga de su abrigo. Los mellizos, delante, cuchichean sin parar, saben que en la calle caminarán sin tregua hasta la puerta del colegio. Con un adiós en la mano y prisa mañanera se aleja de ellos. 

Apenas entra en el bar sus ojos avanzan hacia ella —no puede por menos, su música y colores la embelesan—. Tras aparcar el carro entre su voluntad y un paragüero le pide un café bien cargado con un chupito de olvido al camarero. Saca unas monedas…

 

No es hasta el mediodía, cuando entra en casa, que cae en la cuenta. La cartera está limpia, el carrito vacío y su remordimiento por los suelos.

Nuestras publicaciones