Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

17. Entre los escombros

Los gritos de mi compañero me sacaron del shock. Confuso, miré a mi alrededor. La agobiante cavidad medía poco más de un metro cuadrado. Debía quedarnos muy poco aire. Empezamos a mover los escombros, con urgencia y sin control. Tras unos minutos, unos dedos fríos e inertes surgieron de entre las piedras. “Aquí hay un muerto”, dije. “Y aquí otro”, contestó. Seguimos moviendo rocas, intentando abrir un túnel, mientras los dos cadáveres quedaban cada vez más expuestos. Entonces, en la muñeca del primer cuerpo vi el tatuaje que me había hecho a los quince años. Carpe diem, rezaba a modo de funesto presagio. Comprendí, y me detuve. “Para, es inútil”, le dije. pero no me escuchó. Hasta que se percató de que los calcetines del segundo muerto eran los que él se había puesto esa mañana. Y por fin lo entendió.

Nos miramos, buscando inútilmente un poco de consuelo, mientras asumíamos que la bomba se había activado antes de tiempo, enterrando nuestros cuerpos bajo una tonelada de culpa y condenando a nuestras almas a vivir para siempre en este asfixiante y merecido infierno.

16. DUELO DE MIRADAS (Ana María Abad)

Crisis. Reestructuración. Odiadas palabras. Por suerte, me toca la papeleta de recolocado y no la de despedido, y mi destino en una nueva oficina se revela prometedor desde el primer día, cuando te encuentro sentada en el puesto contiguo al mío. Saludos corteses entre murmullos, breves cabeceos, algún que otro rubor.

Y aquí andamos los dos, enterrando las miradas en las macetas que adornan las ventanas o dejándolas volar con el viento helado de la mañana o incluso prendiéndolas en el sombrero de ese transeúnte que camina apresurado por la calle. Cualquier cosa para evitar que se crucen nuestros ojos y brote prematuramente esa llama que aguarda, latente y soterrada, durante toda la jornada laboral, para abrasarnos nada más trasponer el umbral de mi apartamento.

Hoy, tras reducirnos a cenizas el uno al otro, me confiesas que vuelas hacia otro nido en busca de una mejora salarial que reconozco legítima pero que me sabe amarga porque te aleja de mi lado. Tu puesto lo ocupa ahora un becario con pelusilla en el bigote: no sé cuánto cobra, pero su mirada miope no logra incendiar la mía que, triste, te añora.

15. En el fondo del ojo

Me pediste que escribiera sobre mi episodio, ahora que ha pasado cierto tiempo. Que contara cómo llegué hasta el destello plateado que brotó en el interior de mi cabeza. De cómo logré entrar allí, asirme a él y flotar. Y sentirme libre de dolores. Libre de voces. Libre de daño. Preso de inexistencia.

En flashes deshilvanados te sentí indagando dentro de esa maraña mía, más allá del fondo de mi ojo. Me miraste tan de cerca que conociste a todas mis rumiaciones, voces malévolas, visiones ponzoñosas,… y un largo etcétera de inquilinos indeseables.

Lloraba sin límite, como un bebé, cuando las palabras se me esfumaban. Tú me dejabas espacio y me explicabas que, por dentro era todo como un cubo de Rubik, lleno de colores desteñidos y desordenados, que tenían que recuadrarse y repintarse.

Entonces no entendía nada. Mi cerebro seguía deslizándose libre, obnubilado con la estela de plata.

Pero me miraste y te miré. Más allá del fondo de nuestros ojos. Y confié en ti y en el proceso.

Y salí de allí, de donde solo regresan unos pocos.

Todavía hoy no sé ponerle nombre. Aunque, como me dijiste el primer día, no hay prisa.

14. MIRADA / PARTIDA

Mano fría y mano caliente, enlazadas, como nuestras profundas miradas.

El silencio que corta la guadaña, una luz mortecina, tu última lágrima, tu último aliento.

Ahora ya no miras.

Te suelto la mano, te cierro los ojos, y lloro.

13. Aclimatados

Severino, sentado en una roca y cerca de su hijo, vigila el horizonte. Hace meses que la escena se repite cada tarde al tiempo que el Sol cae sobre los cerros secos, sobre el triste campo amarillo. La charca donde saciaban su sed las cabras está seca y, a lo lejos, pueden verse todavía los restos del bosque calcinado. Treinta años había tardado en crecer aquel hayedo.

—Treinta años, se dice pronto—piensa el viejo mientras se limpia el rostro con un pañuelo tan retorcido como las venas de sus manos. Igual que todo el mundo, saben que fue provocado y Severino, que siente muy cerca la rabia impotente del muchacho, le da palmadas suaves en el hombro para infundirle calma.

A veces, se cruzan las miradas y se interrogan resentidas: Acaso hubiera sido mejor marcharse. Acaso debió dejar que se marchara. Luego, tras un gesto de cabeza y un ademán de impaciencia por parte del hijo, entrarán en la casa a ver qué dice el parte y, entre cristales polvorientos, mirarán al cielo y esperarán con ansiedad a esa lluvia que no llega, porque saben bien que “el que en abril no riega, en mayo no siega”.

12. RESPUESTAS

–¿Qué haces que no estás preparando la cena? Si no está lista en ya y menos, me largo a comer fuera ¿Me has oído? –.
–Nada, ni caso.Tú sigue perdiendo el tiempo afilando cuchillos precisamente ahora, que te vas a enterar. Cortan perfectamente y tú estás para que te encierren…–.
–Vaaale, vaaale, muy bien. Yo me largo, pero prepárate para cuando vuelva, porque no aprendes. Ah, y ¡Toma! Esta hostia como adelanto, por inútil –.
–¿Y qué?¿Hoy ya ni contestas?‐‐ ¡Qué estarás tramando…!
Recibió una fría mirada que contenía todas las respuestas.
–¡Uyyyyy, qué mieeeedo! –…Y se marchó riendo.
Una certera cuchillada fue el saludo de bienvenida que se encontró al volver. Palmó allí mismo, en la puerta de entrada.
“Los cuchillos, siempre muy bien afilados –le decía su abuela–, para que no ocurra una desgracia”.

11. INTERMITENCIAS (Ángel Saiz Mora)

Nuestras soledades coincidieron en Barcelona, durante una excursión. Nada sabíamos uno del otro, pero no nos hizo falta escuchar las biografías para congeniar. Besos infinitos aparte, las bocas apenas se abrieron, salvo para comer y beber juntos. De regreso, volvimos a nuestras vidas separadas.

Fue suficiente un solo wasap tuyo, escueto, para establecer fecha y lugar de la siguiente escapada pocos meses después.

Durante años, en cumplimiento de un contrato no escrito y a tiempo parcial, el vínculo se interrumpe tras cada viaje, para retomarlo en el siguiente. Nos entendimos sin casi articular palabra en Budapest, Berlín, Bahamas o Bagdad.

Aquel mensaje fue extenso. Hablabas de presiones familiares y normalización.

Caí bien a tus padres, tú también a los míos. Nunca habíamos conversado tanto entre nosotros, no nos hizo falta hasta entonces. Los preparativos, sin embargo, fueron motivo de agrias discusiones.

Vestida de blanco, guardabas silencio ante la pregunta del sacerdote, cuya respuesta se daba por hecha. Cuando me miraste llena de complicidad, pedí a los invitados, de forma telegráfica, que respetasen nuestra relación diferente, alternativa, que denominé plan B. Cancelar la boda, para asombro y enfado de todos, no impidió que partiésemos de luna de miel a Bali.

10. Flechazo (Susana Revuelta)

Nadie es perfecto y esta noche, sin duda, Cupido el que menos. Ahora mismo está que no sabe dónde meterse, le está cayendo una bronca de primera. Sabía perfectamente que no hacía falta que viniera a la pedida de mano, que su intervención entre Bosco y Lucrecia había culminado con éxito, que la cena a la luz de las velas a base de flores de alcachofa, chupitos de calabacín y lonchas de ibérico estaba yendo como la seda.

Pero quiso ser testigo, por una vez, de tanto amor, disfrutar del trabajo bien hecho y se escondió debajo de la mesa. Y cuando estaba Bosco con una rodilla casi clavada en el suelo, a punto de ponerle el anillo de diamantes a Lucrecia, se dio cuenta de que la oía sin escucharla, que sus dedos entrelazados no le estremecían, que su melena ya no le olía a jazmín ni sus labios le parecían lujuria, volcán, fuego. Y que aunque intentase mirarla ya no la veía, pues sus pupilas se habían albergado para siempre en los ojos color violeta de Melissa, la sommelier, que en ese momento, con las manos temblorosas, derramaba sin querer un poco de champán sobre el mantel.

09. EL DÍA DEL ECLIPSE (IsidrøMorenø)

Casi a diario coincidían en el mismo ascensor del edificio de oficinas. Dos almas cercanas en un diminuto espacio. Un “buenos días”, un cruce de miradas mustias y unas forzadas sonrisas con intento de disimular esa amarga soledad que, a veces, es capaz de unir incluso a extraños.

El día del eclipse, sin rasgar el silencio aún, los mismos ojos emitían miradas diferentes a las de mañanas anteriores.

Una semana después del eclipse, tras un amanecer dorado, las extrañas almas del ascensor se fusionaron en un cálido y sentido abrazo de siete pisos de duración.

Tres meses después de aquel día, se siguen viendo en el hall del edificio, se buscan con la mirada, esperan para poder subir solos, se hablan con los ojos, se adentran, se cierran las puertas, se abren los corazones, no hay beso, no hay sexo, solo el desgarrador deseo de abrazar y ser abrazado hasta la planta veintidós y bajada a la séptima.

Hace unos días, ambos han interrumpido su medicación de ansiolíticos por depresión y abatimiento y, aunque no creen en la magia del eclipse, sí creen en el lenguaje de la mirada y ahora perciben que sus ojos parecen más grandes. Incluso brillan.

08. LA PARTIDA (Paloma Casado)

El tren al que subirá Miguel acaba de entrar en la estación, los altavoces anuncian el reinicio de la marcha dentro de diez minutos. Junto a él, la madre llora humedeciendo un pañuelo manoseado mientras le reprocha que se vaya abandonando -y utiliza esa palabra dura- a su familia. Su hermano defiende que un muchacho prefiera ampliar horizontes y vivir la vida, él mismo lo haría si no hubiera conocido a Aurora y estuvieran a punto de ser padres, dice mientras la atrae hacia sí con la fuerza de su brazo. Cada uno piensa en sus posibles motivos, solo Ella los sabe. Miguel, después de abrazarlos, sube las escaleras con un temblor en el mentón y desde la ventanilla los despide con la mano tragándose las lágrimas. Posa su mirada en la madre, el hermano y después en Aurora. Mantiene los ojos fijos en los de ella mientras avanza el tren y sin apenas darse cuenta recorre su cuerpo hasta posarlos en el vientre abultado donde crece su hijo.

07. El intruso (Fernando García del Carrizo)

No había generado ningún problema, pero su presencia rompía un equilibrio estable de muchos años. Aislados en una remota aldea de montaña habíamos compartido toda la vida en soledad. La llegada del nieto del Emeterio nos cogió por sorpresa. Nos explicó su hartazgo de la ciudad y sus planes de reconstruir la casa de su abuelo. Soltó algunas palabras incomprensibles; autosuficiente, ecología, holístico. La conclusión es que se mudaba allí.

Nos miramos mudos, perplejos y desconcertados. Tras unos segundos mi marido me hizo un guiño y se ofreció para ayudar en la reparación del tejado. Las vigas, pesadas, pero a la vez frágiles por el paso del tiempo, podrían generar terribles accidentes.

06. CARAMELOS DE MALVAVISCO

Los  fines de semana que pasábamos con la abuela  era todo  fiesta. Reblandecer en el paladar los caramelos de malvavisco que venían en una cajita de latón. Retorcer con los dedos los flecos de su chal mientras nos contaba cómo consiguió, pese a la época y los reproches de su padre, entrar en la universidad. Jugar a las cartas. Esconder objetos por la casa y buscarlos. Pasear por el jardín aunque lloviera. Ir al pueblo cogidas de su mano, por el camino de los abedules, recibiendo lecciones de plantas y árboles. Llenar la despensa de chocolate y bollos. Después de la cena escuchar sus discos de John Coltrane.

Las dos pensábamos que no había mejor abuela en el mundo.

Tal vez por eso, el día de su funeral, mi hermana y yo, sentadas en la primera fila junto a nuestras respectivas parejas e hijos, al sonar un saxo melancólico nos miramos, buscamos en nuestros bolsillos y se mezclaron nuestras lágrimas con el sabor dulce de un par de caramelos.

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