Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

61. Atracción

Huyó con la barba al viento en su vieja Harley. Asfalto y gasolina era todo lo que necesitaba para olvidar el pasado y empezar una nueva vida lejos de aquellos animales. Sin rumbo fijo, recordó al único amigo de la infancia y fue a su casa con la esperanza de que aún viviera allí. Al encontrarlo, se emocionó cuando éste la llamó por su nombre, el de verdad, sin burlarse como todos lo hacían al salir a la pista.

60. Inauguración (Blanca Oteiza)

Faltan pocas horas para que la puerta de la galería abra. Toda la vida soñando con el momento en el que mis obras puedan ser contempladas por distintos ojos expertos y también curiosos. Me paseo entre los cuadros coloridos comprobando que todo esté en su sitio. Los aperitivos del cóctel de bienvenida preparados y los folletos donde describen cada pintura y una breve biografía mía, ordenados en la mesita de la entrada.

Camino a casa, no dejo de imaginarme el momento en el que tenga que saludar y dirigir unas palabras a la audiencia que asista esta tarde a la sala de exposiciones. Los nervios me acechan cuando pienso que podría ser un fracaso: no asistir el público, que tartamudee en el discurso inaugural o que los canapés se enfríen antes de tiempo. Y lo peor sería que mi colección pasara sin color, como la bruma en esos días grises de invierno.

59. La jubilación

He vivido como una larva obediente, oculta en mi minúsculo espacio tejiendo día tras día mi futuro con tesón. Ansiosa de finalizar mi estado de crisálida, hoy me han confirmado que mis alas de mariposa se extenderán y me permitirán surcar los cielos. Cuarenta años he esperado para este momento, convencida de que iba a ser libre. Por fin, voy a disfrutar de la vida haciendo lo que realmente me gusta. Contemplar el mundo desde arriba, sin ataduras ni responsabilidades. Perderme en la selva tropical y posarme sobre el hocico de un rinoceronte. Juguetear con los elefantes en el remanso que dejan las cascadas y burlarme de los cocodrilos. Hasta voy a ser capaz de rozar el rostro de la luna y acariciar las estrellas. Perdida en semejante júbilo de mi vuelo libertador, ni me he dado cuenta del cazamariposas que se me ha venido encima. Un anciano barbudo me ha escudriñado un buen rato con su lupa de científico extendiéndome las alas y tocándome la tripa. Parece que mi fisionomía le ha cautivado de tal manera que, sin pedirme permiso, me ha crucificado con dos agujas para la eternidad.

58. ATAME EPI

Estaba la semana pasada de rodríguez y siempre había oído hablar del bondage y tenía unas ganas locas de probarlo y aprovechando mi soltería pasajera me decidí, busqué en la página de contactos del periódico y solicité un servicio en mi domicilio de una profesional del ramo.
Por teléfono ya me encandiló, que si era muy malo, que si me iba a castigar, que me iba a enterar de lo que vale un pene, perdón, un peine. Tuve que sujetar el aparato con el hombro, pues no tenía manos para tantas cosas, en fin, que la cosa prometía.
Me tomé el menú del rodríguez, fabada litoral grande con dos vermús y dos latas de cerveza. De postre, restos de helados de varias clases, uno de ellos al rato, me di cuenta de que era un puré de zanahorias.
La espera se me hizo larga y me duché para estar limpio y sería por el jabón o por la de pasadas que me di, que me puse como un verraco y tuve que aliviarme.
Me tomé dos whiskys cargaditos que me pusieron de buen humor y encendí el equipo con música chill out de temas eróticos.
No me enteré del timbre.

57. REALIDAD MEDIATA

La ilusión por lo vivido el año anterior perturbaba mis pensamientos.

Cuando volví un año después a aquel lugar, en mi memoria surgieron imágenes inquietas de la misma arena que pisaron nuestros pies, de la pasión de sus noches, de aquellas simpáticas e interesantes conversaciones en la coctelería del puerto y de aquellos atardeceres que nos acompañaron en unos inolvidables días bajo la calidez de aquella familiar isla.

La serenidad y la afectuosidad propias de su carácter complementaron el entusiasmo de aquella furtiva escapada que daba lugar al olvido de toda preocupación.

Ahora, después de mucho tiempo, nos volveríamos a ver.

El día del reencuentro llegó acompañado de la misma euforia del año anterior.

Estaba esperando con entusiasmo su llegada en el aeropuerto cuando la triste frase que leí en su mensaje provocó en mí una nostalgia que aún sigo arrastrando.

56. El corazón, Salustiano, el corazón

¡Jijijijiii! Sí, ya sé lo que quieres decir, Salustiano: que te estás acordando de nuestras bodas de platino, cuando nos vieron surfear sobre tiburones, ¿a que sí? ¡Ay, qué tontos son, mira que pensar que moriríamos! Yo, justo ahora que el avión coge altura, he recordado nuestro salto desde la Torre Eiffel sin paracaídas. ¡Vaya cara se les quedó a todos cuando vieron que una bandada de grullas nos rescataba, jijijijiiii! ¿Lo recuerdas?, ¿recuerdas esa postal con recochineo que les enviamos después desde Escandinavia?

¿Qué? No te entiendo, Salustiano, pero venga, sujétate bien la cánula y prepárate, que ya hay que saltar. Míralos, cuando se han enterado de que íbamos a hacer vuelo libre en pijama de franela les ha faltado tiempo para acudir. Están todos abajo: hijos, nietos, abogados… Llevan la palabra HERENCIA escrita en la frente. Pobres ingenuos, ni se imaginan que, justo cuando me beses en medio de las nubes, mientras las mariposas salen de nuestro estómago y se colocan para remolcarnos hasta Hawái, les tendremos tan cerca que nos escucharán haciéndoles una pedorreta, ¡jijijijiiii!

¿Qué?, ¿qué dices?, ¿que qué dedo tenemos que enseñarles?

55. Fallo jurídico

Los números validaban de manera irrefutable la coartada de mi defendido. Según mis cálculos, resultaba imposible haber cometido el crimen y hallarse veinte minutos después donde varios testigos lo situaban. Entregué mi informe al magistrado sin reprimir un hondo suspiro de satisfacción y, aprovechando que este hacía las verificaciones oportunas, paseé ufano la mirada por la sala. Se podía leer la aprobación en el rostro de los miembros del jurado, la contrariedad en el de la acusación, la curiosidad expectante en el de los demás asistentes. El dibujante de tribunales se afanaba en plasmar el momento decisivo de un caso destinado a ocupar portada en los principales diarios del país. Le ofrecí mi mejor perfil, al tiempo que enviaba a mi cliente un guiño cómplice que, para mi extrañeza, era correspondido con un desenfrenado tic de ojos. Junto a mí, el juez detenía su grueso y concienzudo índice debajo de una multiplicación y, meneando la cabeza, procedía a practicarle la prueba del nueve.

54. Insaciable (Jesús Navarro Lahera)

Siempre había buscado mis víctimas en casas o bloques de viviendas, pero nunca en un hotel. Puede que fuera la noche sin luna, o simplemente que deseaba probar algo nuevo. El caso es que ahí estaba yo, entre la ventana y las cortinas de aquella habitación.

Debo admitir que mi cuerpo me pedía sangre a gritos, así que no es de extrañar que me relamiera ante la escena que tenía lugar encima de la cama. Una mujer morena de poco más de treinta años y un hombre calvo, que calculé tendría su misma edad, retozaban desnudos entre jadeos, suspiros y risas.

Durante unos segundos, dudé si lanzarme primero sobre ella, que gemía subida a horcajadas sobre el tipo sin pelo, o hacerlo sobre él, que resoplaba como si fuera a darle un infarto. Finalmente, me fijé en la forma en que a la chica le palpitaban las venas del cuello y, sin pensarlo, abandoné mi escondite. Ninguno me oyó llegar, ni tampoco se enteraron de cuando los mordí. Y luego, ya con el estómago lleno, salí volando en busca de más humanos a los que clavar mi probóscide.

53. La clínica veterinaria (Rosy Val)

Querido Daniel… esta carta es para decirte que a mi corazón no le queda ya mucho tiempo. Pero no te pongas triste, estoy tranquila, sé que mi alma seguirá contigo. Y como no hay nada en el mundo que me haga más feliz, voy a disponerlo todo para que cumplas tu sueño.  

Me la imagino amplia, dotada de todo lo necesario. Y a ti, tan guapo, vestido con ese color azul que tan bien te sienta. Siempre supe que contigo sería diferente. Con tu padre no tuve suerte, siguió los pasos de tu abuelo.

La fotografía que te mando lleva conmigo veinticinco años. Ha llegado el momento de que la tengas tú. Os la hizo tu abuelo la vez que les acompañaste —apenas tenías siete añitos—, y ¡vaya si se empeñaron en que lo hicieras! Me emociona pensar que hoy la mirarás con otros ojos.

Muchos besos para tus peludos.

Te amo infinito.

Tu abuela.

 

P.D.: Igual no te acuerdas, pero yo no he olvidado la cara de tu abuelo cuando al enseñártela le preguntaste, cómo lo había hecho para que ese bambi tan grande que estaba entre tu papá y tú, se pusiera para la foto. 

52. Estremecedor (Josep Maria Arnau)

La última noche no había podido dormir. Después de semanas disfrutando como nadie en los ensayos, había llegado el día del estreno. Con su ilusión y energía había convencido a todo el mundo de cuál era la mejor manera de empezar la exhibición: él mismo, sentado en el centro del escenario, golpearía tres veces en el suelo con la muleta para indicar que se levantara el telón y se encendiera el foco. Esperaría a que las luces del teatro se hubieran apagado del todo y el silencio alcanzara su máximo. En la oscuridad, aquellos tres golpes consiguieron que al público se le cortara la respiración. Al quedar iluminado, el ¡oooh! fue estremecedor. Nadie podía ganarle generando expectativas y superándolas. Un momento de gloria para el “hombre elefante”.

51. Compañera de batalla (Juana María Igarreta)

Al fin ha llegado el día. Desde que recibió la llamada, Bruno es otra persona. Tras sufrir mucho tiempo una esperanza con intermitencias, la alegría de la certeza ilumina su interior y se desborda a menudo en sus ojos.

Antes de marcharse, se asoma una última vez a su habitación. Bajo la funda acolchada se adivina la silueta de la que ha sido su compañera de batalla durante los dos últimos años. Aunque al principio le costó adaptarse a sus exigencias, sin ella no habría podido llegar hasta aquí.

Sentado en el autobús que lo lleva al hospital, siente al mismo tiempo ilusión e incertidumbre ante la nueva vida que le espera. Esta mezcla de emociones deriva de pronto en cierta desazón. Ahora, lejos de la euforia del primer momento, toma conciencia de que su golpe de suerte proviene del infortunio de otro.

Recupera el ánimo al observar a Tomás esperándolo en la puerta del centro médico. Un amago de sonrisa se cuela en sus labios al recordar las palabras de su amigo en la última de sus visitas: “Esta amiga a la que te conectas todas las noches tiene que valer un riñón”.

50 Flechazo en la Estación del Norte

Aquel amor, como las estrellas, nació por azar. Él bajaba de un vagón y ella subía. Él regresaba a su casa y ella abandonaba la suya. Él sujetaba un maletín sin lastre y ella llevaba a la espalda una mochila cargada de dudas. Sin embargo, en aquel descompasado cruce de caminos se produjo un aleteo misterioso y, tras un inevitable parpadeo, se miraron sus miradas. Entonces, de repente, estallaron dos suspiros en el aire, y se mezclaron sus olores, su energía. Luego, cuando ya magnetizados se rozaron con la punta de los dedos, hubo una interacción de cargas, una contracción de nubes y, según me cuentan, hasta se escuchó un silbido en Júpiter. Después, se detuvo el aire y un silencio prodigioso se convirtió en una sucesión de notas, en una melodía armoniosa capaz de serenar el miedo y adormecer la vergüenza. Aunque pueda parecer ficción, todo sucedió en un instante, en un abrir y cerrar de ojos. Y a nadie le pasó inadvertido. Incluso yo, que aún era un deseo distraído que vagaba sin rumbo por los cálidos fluidos de sus cuerpos, a veces, también tengo la audaz sensación de haberlo vivido.

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