Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

97. Diálogo con su difunta madre (Alberto BF)

-Mamá, quiero verte, hace mucho que no me visitas.

Me tienen abandonada. Una señora uniformada, no muy agradable, ha entrado en mi habitación diciendo que iba a limpiarla, pero sé que ha sido una excusa. Desde que salió por la puerta no he vuelto a ver la medalla de Santa Gema que me regalaste de moza y siempre llevo conmigo.

-¿Cuándo llegas?, ¿dónde andas?

Hace un rato se ha marchado una chica amable, pero feúcha. Me estuvo dando conversación, no muy interesante, y dijo ser mi hija. Venía con un señor calvo y gordo, bastante serio, que no paraba de mirarme y no sabía qué decir. Empujaban un carrito.

-¿Te has olvidado de mí?, ¿ya no me quieres?

He preguntado a esa chica si te conocía, y la embustera me dijo que habías muerto hace años. Me ha hecho sentir intranquila y desorientada, pero al acercarme al carrito he notado tu energía. Dentro estabas tú, con tu sonrisa de siempre, con esa mirada con la que curas todos mis males. Con tu magia. Con tu paz. Con mi calma.

-Creo que ya lo he entendido. Prefieres que vaya yo a buscarte, ¿verdad?

96. «No somos Brujos»

Se oye un eco lejano, como un lamento colectivo susurrado por el viento:

 

Otra vez han encendido las hogueras, están acabando con nosotros.

 

El mismo eco que transmite este mensaje:

 

Si nos conocierais sabríais que nacemos para servir a la Luz, somos sus mejores alquimistas.

Nuestra habilidad es delicada, la unión del Cielo y la Tierra que logramos transformando los elementos más esenciales: agua de lluvia, aire, materia en descomposición, tierra y Luz del Sol, para elaborar un elixir exquisito, Vida que Nutre.

 Eligiendo cuidadosamente cada hebra sintetizamos su color que os ofrecemos a través de nuestros productos, deliciosos frutos.

Rojo: ardor, pasión

Naranja: sabiduría

Amarillo: luz de vida

Verde: naturaleza y esplendor

Azul: carisma, comunicación y discernimiento

Añil: capacidad de trascender

Violeta: intuición y espiritualidad

 

Amamos este planeta y nuestra vida en él junto al resto de mortales,

Respiramos para vosotros,

Bendecimos vuestros paseos en nuestro Reino,

Observamos los ciclos naturales con respeto y admiración y

Labraremos y sembraremos, mientras estemos vivos, enriqueciendo a nuestra Madre Tierra

 

Lo ignoráis

¡Ojala lo supierais!

Alimentaos de Luz si queréis dejar atrás las tinieblas.

95. SEXTO SENTIDO (GINETTE GILART)

El viejo monasterio estaba rodeado por castaños centenarios; al dirigirme a la iglesia abacial me llamó la atención uno de ellos, más viejo, más grande, casi muerto; de sus ramas bajas colgaban objetos variados: pulseras de plástico de colores chillones, collares de cuentas, algunos dibujos que pretendían ser de algún santo, todo un cutrerío que me produjo cierto rechazo. En todo el recinto no se oía ruido alguno, ni el crujir de una hoja, ni el sonido de un pájaro, un silencio ensordecedor lo invadía todo. Estaba caminando por la galería cubierta del claustro cuando un escalofrío me recorrió la espalda. No insistí y me encaminé hacia la salida; en la puerta el encargado del recinto me preguntó por la visita; cuando le dije que había percibido unas extrañas vibraciones, mirándome por encima de sus gafas me contestó:
—No es usted la primera en comentarlo.
Al darse la vuelta para regresar a su caseta, del faldón de su americana creí ver asomar una cola bífida como la de las Arpías que había visto en los capiteles del claustro.

94. VISITAS NOCTURNAS

Como todas las noches sacudió la almohada con cuidado antes de aplastar el cogujón hasta la sábana bajera, un gesto repetido desde la infancia para mitigar su temor diario y secreto. Ni siquiera su mujer se había dado cuenta y él no tenía prisa por contárselo, para brindarle un argumento más que pudiera añadir a la retahíla de reproches cotidianos.

Quizá debería acudir a un especialista. Era plenamente consciente de su trastorno con un origen tan claro, el día de la caída de su primer diente. El desasosiego porque un roedor rondara tan cerca de su oreja se hacía ya insoportable y a su edad, sabedor de lo imaginario del ratoncito Pérez, la desazón muchas veces le impedía pegar ojo.

En un rincón del techo, oculta por una telaraña que la hacía invisible, una diminuta criatura lo observaba con tristeza a la espera de ser descubierta después de tantas décadas. Ni siquiera el abandono de su escondrijo revoloteando por la habitación, ni el brillo plateado de su cuerpecito de hada habían llamado la atención del ineficaz durmiente, que aferrado a su almohada era incapaz de levantar la vista y escucharla.

93. MÓNICA

Ella era especial, toda ternura. ¿Se la imaginan? con esos ojitos achinados, su carita sonriente, su naricita pequeña, sus orejas de soplillo y esas manos regordetas de dedos cortos, que tanto me gusta acariciar.
Una gran parte de mi vida, ha estado esperando que me dieran un hijo en adopción (no me llegaba). Reclamación tras reclamación. por fin me llamaron, ofreciéndome un niño de esos, de los que casi no se adoptan «nadie los reclama». Mónica, era especial. Llevaba cuatro años viajando de orfanato en orfanato, no la acogía ninguna familia, era mucha la responsabilidad y poca la recompensa. Cuando por primera vez la vi, sentí ver el cielo en su mirada.
Cada mañana la llevo al colegio, adonde van esos niños, que son todo inocencia.Ella ha cambiado mi vida. Nos hemos vestido, para ir al circo, quiero que disfrute con la actuación de los payasos, también hay un mago, el clásico mago que saca un conejo de una chistera. Todos le aplauden, pero para mí, eso no es magia. Mágica es Mónica, mi hija.

92. SIno

En el principio de todo, odiaba la magia, pero os divertía el número del conejo y la chistera. Después me presionasteis para cambiar pescados por monedas y volvernos ricos. Por conciencia, curé enfermos, usé con vehemencia mis dotes para ayudar al prójimo. Ahora me invitan a fiestas a las que no quiero ir y me fustigan con entrevistas en horario de audiencia. Escogería el olvido, convertir mis obras en mera leyenda.

Pero, ¿cómo disimular lo de los panes y los peces?

91. ORO, INCIENSO Y… ¡MIRA! (La Marca Amarilla)

Que los reyes magos son los padres es algo que todo niño asume tarde o temprano, aunque aquellos hermanos se negaron a reconocerlo en su momento.
Antes de hacerlo idearon un plan.
Sabían, porque tontos no eran, que las cosas entre papá y mamá no funcionaban muy bien; la madre lloraba en la cocina cuando creía que nadie le veía y el padre dormía muchas veces en el sofá después de una bronca, cada vez más a menudo.
Entonces decidieron coger los ahorros que tenían y comprarle a mamá la colonia que tanto gustaba a papá, y un libro de esa autora que siempre hubiera deseado ser. Al padre le compraron un disco de vinilo de su grupo preferido, porque siempre decía que con aquella música conquistó a mamá.
Y llegó la noche de reyes. Como de costumbre, cuando marcharon a dormir, los padres aprovecharon para colocar los paquetes junto al árbol de navidad. Al acabar, los niños se levantaron y pusieron los regalos de sus padres junto a los demás. Después volvieron a la cama satisfechos, ignorando todavía el alcance mágico que conseguiría su iniciativa, y demostrando que los verdaderos reyes magos de una casa siempre son los hijos.

90. Pálpito refrenado (Calamanda Nevado)

Nevaba en aquella  siesta  sin chicharra cuando vestimos el Árbol de Navidad. Los niños reían a mí alrededor, nerviosos y bullangueros como payasos,  hasta que asomó el sueño y la madrugada se hizo dueña de aquel tesoro infantil; luego se acurrucaron en sus camas y  el silencio vivo y mágico de sus caras inocentes me hizo envidiar su descanso,   y el secreto de cómo  instalarme en su reino.   Entraba en él cuando el vivo reflejo de las luces navideñas del abeto me solicitó   huir de la cama y  navegar  hasta el pasillo. La copa  en el suelo,  en el aire las raíces, y las hojas revoloteando indicaba que el pino se había dado la vuelta. Las ramas,  increíblemente desnudas, vertían sus detalles navideños; los Papa Noel y  enanitos  de baquelita dorada y roja que las adornaban me miraban, y yo a ellos, mientras  trasportaban     continúas cargas de  vistosos  juguetes.  Las estrellas se sembraron en el techo entre carcajadas, las esferas nevadas, y de cristal, agigantadas por las sombras, rodaban con estrépito. Una  me hizo girar la cabeza y estremecerme cuando murmuró: -Ven,  soy Fantasía; lo decoraremos otra vez-. Busqué  la   caja, y arrebolado  guardé el árbol y sus atropellados  adornos.

89. Un amigo muy oportuno (Rosy Val)

Te falta su aroma. A lavanda, a puchero consumiendo brasa en el fogón. De esto hace ya tres meses, los mismos que llevas sin encender la chimenea. No sientes tus manos, tus pies fríos; algo se ha congelado dentro de ti.
Evocas los días sin pan y tu partida, junto a una añosa maleta, para desafiar facturas de agua y luz y acallar penurias. Dentro, envueltos en tu pañuelo de yerbas, el llanto medroso del mayor, los pucheros de las gemelas, el abrazo roto de tu esposa.
Precisamente ahora que no hay recibos devueltos y sí para algún capricho y Navidades en familia…
Dudas, si te compensa seguir.

Tras varios intentos sales a tirar el cubo a la basura. Por fin te deshaces de sus zapatillas de desgastadas suelas y del delantal de su último guiso… ¡Cuántos achaques para desprenderte de sus cosas!
Más solo que nunca entras de nuevo en casa. Escuchas, sobrecogido, algo parecido a un gemido. Te acercas. Un rabito intermitente ondea las faldas de la camilla, en el otro extremo un hocico olisquea tus babuchas. Lo acaricias. Huele a lavanda. Sientes frío; decides encender la chimenea.

88. Norma básica (Relato fuera de concurso)

Atado con cadenas en un tanque lleno de agua, el gran Marotti parecía aguantar la respiración más allá de cualquier límite humano. Era sabido que el suspense formaba parte indispensable del número, que tardaría lo suyo, pues, en abrir aquellos candados y escapar de sus ligaduras, pero que de un modo u otro acabaría haciéndolo. Y aun así resultaba inevitable caer contagiado de su presunta desesperación.

Ese día, sin embargo, alguien le había cambiado las llaves, y Marotti buscó y buscó inútilmente entre ellas, probándolas una por una, mudando pronto la serenidad del principio en un nerviosismo creciente, apreciable en la expresión de sus ojos —tendente al pánico—, en el aspecto de su rostro —cada vez más congestionado—  y, sobre todo, en los movimientos de su cuerpo, que acabaron desembocando en un pataleo y forcejeo tan angustiados como estériles, hasta quedar inerte y pálido —y con el aire de sus pulmones subiendo a la superficie— ante el espanto general.

«Un buen mago jamás desvela a nadie sus mejores trucos», escribiría en sus memorias años después.

87. Amelia (Asunción Buendía)

A mi madre me la robó una triste enfermedad y a mi padre me lo quitaron los ganadores de una guerra. Estos dos acontecimientos tan crueles, segaron mi infancia con el mismo golpe seco con que se cortaba el trigo en las llanuras áridas de mi pueblo. Madre acompañándome con su ausencia vacía y padre con su infierno, se llevaron mi niñez desdibujando mi vida entera.

Sin embargo nunca estuve sola. Mi hermano, un ser mágico y puro me regaló toda la fantasía que una niña puede necesitar y más tarde fue la mano segura que nunca soltó la mía.

Aunque algo se había roto para siempre en mí, dejándome inválida para las emociones y yerma para los sentimientos, los pude vivir a través de él.

Supe lo que era el amor porque él encontró el más verdadero y fui madre a través de sus hijos. En ellos me apoyé, cuando sin quererlo también cruzó al otro lado.

Hoy, cansada de una vida que se hace demasiado larga ya, pienso que la balanza está casi equilibrada y lo estará del todo cuando la mano conocida, que intuyo cada vez más cerca, me apriete con fuerza esta vez para siempre

86. Les protejo con amor (Yashira)

Un pequeño gusano se disponía a comer su jugosa hoja cuando cae violentamente al río, navega corriente abajo sobre el improvisado barco, sin rumbo, hasta chocar contra una roca y termina sumergido en las frías aguas, tembloroso y asustado. De pronto nota calor, un calor reconfortante y una luz brillante que sale de unos ojos azules como el cielo. Alguien le sonríe, lo posa sobre una rama y desaparece.

En ese mismo instante varios conejos huyen despavoridos. Uno dice a su madre que corra más deprisa, tienen que huir. Pero la madre yace en el suelo, el gazapo al tocarla se tiñe de rojo. Ella, apagándose poco a poco, rendida, apoya su hocico en la tierra. De repente, la herida va cerrando y unos ojos claros le dan sosiego y calor, un calor placentero, agradable.

Pocos metros más atrás, un cazador se queja, maldice la rama que cayó clavándose en su hombro y disparando la escopeta que espantó a los conejos. Sangra abundantemente. Aturdido ve la figura de una mujer con grandes ojos azules que le transmite frío. El frío sale de ese ser, no la distingue bien, parece una criatura alada. “¡Mejor me largo!”, refunfuña, mientras recoge sus trastos.

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