Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
8
horas
1
2
minutos
2
8
Segundos
4
9
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

67. AMOR FANTÁSTICO

Empecé a sospechar cuando me dijo que me querría durante toda la eternidad. Ese abrigo largo, esa sonrisa perfecta, que solo pudiera quedar conmigo cuando ya oscurecía —el trabajo, ya, ya, a otra con ese cuento—, me hicieron decantarme con facilidad: Luis era un vampiro.

Pero pronto me asaltaron las dudas. Tardó apenas dos semanas más de encuentros esporádicos en decirme que me quería por mí cerebro. Ah, no, eso sí que no. Amante inmortal de vampiro tenía un pase, acabar con la cabeza sorbida por un zombie tenía mucho menos atractivo. Lo observé con atención y recapitulé: ese andar errático —con apenas dos cervezas—, esas bolsas en los ojos y esa sonrisa bobalicona cuando me miraba. Ay, ay, Antonia, que se acerca peligrosamente también al no-muerto.

Al fin me invitó a su casa y chica, yo es que ya estoy harta del imaginario fantástico y creo que voy a volver al mundo real. Ahí se disiparon las dudas. Le vi desnudo y ¡madre mía, cuánto pelo!, tenía la casa hecha una cochiquera y no veas que aullidos en el clímax. Por la mañana recogí mis cosas y le dije que los hombres-lobo no eran mi tipo.

66. Humanum est errare

En mi profesión, si tienes un error, estás muerto. Miserias de ser un asesino a sueldo. Y resultó que ese día lo había cometido, había menospreciado a mi víctima, un bravucón de poca monta, que me encañonó con su pistola y me disparó a bocajarro…

Tras el fogonazo del disparo, el tiempo se congeló y un ente de luz desvió la bala, momento que aproveché para descerrajarle un disparo entre los atónitos ojos al matón. Miré al extraño ser y le sonreí. Él me devolvió una franca y luminosa sonrisa. Desde ese día, Daniel -así decidí llamarle- y yo, fuimos inseparables. Nunca me pidió nada, ni siquiera hablaba, sencillamente existía y desviaba balas. En menos de seis meses me convertí en el asesino a sueldo más cotizado de toda la ciudad. Todos sabían de mi fama y me rehuían atemorizados, por eso me extrañó tanto ver a aquel tipo caminando directamente hacia mí, con un resplandor a sus espaldas. Vi el destello y me giré hacia Daniel con una sonrisa cómplice que se me congeló al contemplar su rictus de terror al ser desintegrado. Qué lamentable error pensar que él era el único de su especie en el Universo.

65. Danza número cinco (Patricia Collazo)

Durante los bombardeos Don Pedro tocaba el acordeón. Tiempo después supe que la melodía alegre y cautivadora que ejecutaba era la Danza húngara número cinco de Brahms.

Don Pedro era vecino del barrio aunque nadie sabía muy bien dónde vivía. Aparecía cuando las sirenas alertaban del peligro y corríamos a los refugios.

Allí esperábamos en la penumbra a que todo acabase. Y él, con su acordeón, entre apretujones, amenizaba la espera. Los niños dejábamos de llorar escuchándolo.

Luego, la señal indicaba que el peligro había cesado y un frágil alivio circulaba entre la gente. Don Pedro y su acordeón se mezclaban entre quienes pugnaban por salir a las calles de Madrid.

Años después, cuando preguntaba a mis padres si habían vuelto a saber de Don Pedro, ambos aseguraban que no había ningún Don Pedro. Que durante nuestras reclusiones forzadas, nadie tocaba el acordeón. Que lo habría soñado o imaginado.

Hace tiempo que ellos no están. Ya nadie puede negar su existencia.

Hoy lo he visto deambulando cerca del Retiro cargando su acordeón. Estaba como entonces. Desde mis ochenta y seis años, levanté la mano en gesto de saludo. Podría jurar que esbozó una sonrisa antes de desaparecer.

64. AMISTADES PELIGROSAS

Tengo nuevos amigos que invaden mi cama y mi espejo, me susurran por las mañanas y se despiden con un mordisco de buenas noches. Parecen divertirse colgándome cadenas, embadurnándome de gris marengo y cubriéndome con capas caídas. Me disfrazan para que me asemeje a ellos, pero yo me hago la despistada y trato de huir del escondite al que me tienen sometida sus juegos.

Busco en mi armario ropa color cielo de media mañana, abro los libros donde dejé escondido el hechizo de la vida, sobre todo de antes de que llegaran estos juguetones seres huérfanos de compasión; pero me pesan los párpados, y las ojeras apenas si soportan ya tanta carga. Necesito dormir en una sola dirección. Sin retorno. Me agotan. ¿Dónde habré puesto los cascabeles? ¿Cómo se llegaba a los jardines poblados de plumas que, ansiosas por ser eternas, escribían sin cesar? Ya ni la melancolía ni los sueños me visitan.

Lo veo todo muy lejano y estoy tan cansada que ni ponerme de puntillas puedo para alcanzar a ver lo que tengo por delante. No quiero sucumbir a sus malditos juegos, pero se me antoja difícil quedarme sola, sin amigos con quien jugar.

63. Tengo la cabeza llena de monstruos (Anna López Artiaga / Relatos de arena)

Solo yo puedo verlos, merodeando en mis sueños o corriendo de puntillas por el pasillo.

A los gigantes los oigo llegar desde lejos: el suelo retumba a cada paso y, aunque sus zancadas son enormes, me da tiempo a subirme a un árbol para que no me aplasten sin querer. Los duendes trabajan sin descanso mientras yo duermo: limpian la casa, preparan el desayuno, lavan mi ropa. Pero las hadas solo piensan en jugar. Abro el cajón de la mesilla y sale una volando Si busco un bolígrafo, oigo sus risitas burlonas (seguro que me lo han robado ellas). Las brujas, en cambio, son honestas. Malvadas, pero honestas. Si haces un trato con ellas, sabes que lo cumplirán. Quizás tendrás que engordar a tu propio hermano para que se lo coman pero, a cambio, obtendrás la fama que deseas.

Sin embargo, desde que te conocí, todo ha cambiado. No como, no duermo, no vivo. Eres la criatura más maravillosa que jamás imaginé y, cuando me miras, siento que debería confesártelo todo: tengo la cabeza llena de monstruos, de magia. Pero, por ti, cambiaré. Buscaré otro oficio.

Y dejaré de escribir estos cuentos que lees cuando crees que no te miro.

62. Saldo positivo

Siempre que me han preguntado si he visto algún dragón o un ángel extraviado yo he respondido que no, aunque nadie sabe que solo he conocido a cuatro hombres buenos que no alcanzaron los treinta y a once mujeres que vendieron a su hijo por un precio razonable. En estos siglos he tenido todas las conversaciones posibles y he comprobado que ellos se muestran confiados si las brasas de una hoguera se reflejan en sus ojos. Ellas, sin embargo, se han ido alejando del fuego, cada vez huelen más a jabón y les encanta que les hable acerca de mi mapa de cicatrices: “ésta es de las cruzadas”, “la firma que me dejó la guillotina” o “de ahí brotaban mis alas”, les confieso ya sin temblor en mi voz.

La verdad es hoy la mejor de las mentiras. Ni siquiera sé ni por qué me esfuerzo en vestirme como ellos. Podría exhibirme tal y como soy. Pero esta tarde aún guardaré las formas, elegiré una camisa verde, pantalones vaqueros, unos zapatos del cuarenta y tres, el punto del parque hacia el que señalan todas las veletas; una madre que primero ría y luego dude.

61. LA MAGIA DE MI VIDA

Desde que nuestros destinos se cruzaron, ya mi mente no concibe la soledad.
Se ha convertido en un remoto recuerdo, casi como si fuera de otra persona que no soy yo.
Al igual que el negativo de una vieja película fotográfica extraviado que, cerrado durante demasiado tiempo sin ser revelado, se corrompe hasta quedar inservible. Así aguardaba mi alma para entregar todo lo bueno que había en mi.
Ella, hundió sus manos en mi pecho y sus dedos fueron la llave que acarició mi corazón liberando todo aquello que encerrado en él, moría poco a poco.
De sus labios nace la vida que me insufla en cada beso y brotan también cálidas palabras de amor. Son bálsamo para mis heridas que me hacen olvidar mis días más oscuros.
Con sus bailes descalza por la casa al son de la música parece flotar en el aire.
Su mayor don, es darlo todo por los que ama sin esperar nada a cambio.
Siempre leal a su corazón, quien guía sus pasos.
Ella, es tormenta que me agita haciéndome sentir vivo, pero a la vez la paz que me embarga al sentirme inmensamente querido.
Alguien así, sólo puede ser un ser mágico.

60. LA VERDADERA Y JAMÁS CONTADA VIDA NOCTURNA DEL HOMBRE INVISIBLE

No sé si soy invisible o que nadie se fija en mí, pero qué más da ya. En mi familia de superhéroes todos salvo yo llevaban vistosos trajes ajustados, y yo no era más que una aberración, un error, una vergüenza familiar.
—¡Quita de ahí, inútil, y ponte algo, que no tropecemos contigo!, me decían, lo que confirmaba que no era más que un mero estorbo indiferente para todos. Al menos podía aprovechar mi invisibilidad para que me dejaran en paz con mi apagada existencia.
Arrinconado por los brillantes triunfos de los míos, tuve malsanas tentaciones y me hice mirón de vestuarios. También atraqué bancos al abrigo de mi transparencia. Sin embargo, lejos de sacarle un partido sucio a esta circunstancia, venciendo la decepción y sin dejarme seducir demasiado por lo prohibido, decidí abrirme camino y hacer el bien, no como mi familia, sino a mi manera. Desde entonces, todas las noches me cuelo en los dormitorios donde hay niños abandonados y, mientras sueñan, les dejo unas monedas a quienes han perdido algún diente de leche.

Aunque tarde, creo que mi vida ha dejado de ser frustrante y desaprovechada.

59. EL ELEGIDO (Petra Acero)

“¡Apaga esa luzzz!”, me gruñe el abuelo. Y su queja arrastra cada sílaba con eco renqueante. Mientras, mi incipiente hombría se esconde debajo de la cama, a toda prisa. ¡Qué ganas de asustarme, joder!

Todo empezó el día en que el repartidor de pizzas llegó a casa con nuestro pedido en una mano y su casco en la otra. “Tío, si me dejas probarme tu casco convenzo a mi madre para que te dé una propina cojonuda”, le propuse impaciente. Y en eso estaba, ajustándome aquel casco, cuando se me cayó la lámpara en la cabeza. No me mató, ni me abrió una brecha como la que luce “el pecas”. Que, ¿por qué le pedí al repartidor su casco sudao? ¡Ni puta idea! Aunque, según mi madre, esa ocurrencia insalubre y fuera de lugar me salvó la vida.
Desde entonces, el abuelo no deja de darme órdenes: “¡Pedro, Pedritooo , apaga esa músicaaa!” “¡Baja la calefacciónnn!” “¡Desenchufa la teleee!”… Mi difunto abuelo está muy concienciado con el ahorro de energía.

Yo me devano los sesos tratando de averiguar por qué, ¡el muy cabrón!, se empeña en contactar conmigo. ¡Si es mi madre quien controla la factura de la luz!

58. Pegasos, lindos pegasos

Brillaban las luces en la noche de feria. Héctor tiró de la mano de su madre hacia el tiovivo. Eligió un caballo con alas y, ebrio de alegría, le pidió que volara muy alto hasta alcanzar las estrellas que ardían en el cielo.

 

Aquella noche lo visitó en sueños:

-Mi nombre es Pegaso. Pertenezco al mismísimo Zeus, pero he caído en desgracia y me tienen atado a esa rueda. Solo tú me has hablado, solo tú estás destinado a liberarme.

 

Al día siguiente Héctor se coló en el recinto ferial y le rompió las cadenas con unas grandes tenazas.

-¡Sube! Volaremos juntos a donde tú desees.

-Al País de los Cuentos.

Pegaso batió las alas y pronto fueron divisando desde el aire el bosque donde se escondía el lobo, la casita de chocolate, dragones y princesas, hadas, ogros y hasta un barco de piratas.

 

Y llegó la hora en que Pegaso debía volver al Olimpo. El niño le acarició la crin y se abrazó a su cuello. Contuvo las lágrimas hasta verlo partir, porque había aprendido que el mejor regalo que le podía ofrecer era la libertad.

 

57. El duende

Se bebe mi whisky. Y lejos de cumplir el código deontológico de los duendes – aquello de pasar desapercibido -, acaba la noche entonando canciones subido a la copa del único árbol del triste jardín. Melopea tras melopea, promete no fallarme de nuevo, que estará fresco y disponible al amanecer, que irá a buscar a la musa y la traerá en ese pato desnutrido que utiliza como transporte.

Amanece y huele a café. La musa no vendrá: ha mandado un correo con la disculpa de siempre, ya ni siquiera se molesta en cambiar una coma del texto cuando lo copia y pega. Hay una hoja en blanco sobre el escritorio. Salgo y voy hacia el árbol para despertar al pitufo holgazán. Huele a resaca. Le acerco la taza de café, lo sorbe sin demasiado garbo y sube a lomos de su ganso escuálido en busca de la esquiva, a ver si la convence. Vuelvo al escritorio y me siento. Campanilla y sus amigas giran alrededor de mi cabeza. Nosecuantas vueltas después, el infeliz regresa solo y lloroso, sirve una ronda de whisky y sale al jardín. No hay forma de acabar este relato sobre los seres mágicos.

56. Monstruos contra espectros

No sé bien cuándo empezó. O cuando terminó. O cuando empezó a terminar. Pero los últimos años he acabado viviendo prácticamente solo. En mi casa suele haber otras personas, pero, en realidad, solo estoy yo.

A pesar de mi edad -apenas soy un niño-, he logrado desenvolverme con bastante solvencia. Hago tareas básicas, como barrer y fregar. Incluso, con frecuencia, otras más complejas como cocinar macarrones o coser dobladillos.

También cuido de mi hermana pequeña, a quien explico las cosas a mi manera. Y eso no es precisamente fácil. Cuando mamá se levanta, pasado el mediodía, pululando ausente con la mirada perdida, le digo que realmente no está, que es un espectro. Ella intenta repetirlo. Dice «epétoro» y ríe y da palmadas.

A papá, por suerte, le vemos menos. Cuando aparece, solo bebe, ronca o grita. Rebusca por los cajones y nos empuja a un lado al cruzarnos en el pasillo. Yo le explico que es un monstruo y ella dice «mottuo», señalándole, con un descaro impropio de su edad. Le chisto con un susurro disimulado, tapando su dedo. Y bajamos a la calle a jugar a monstruos contra espectros. Aunque sea un rato, hasta la hora del baño.

Nuestras publicaciones