Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

44. Pérez

Las ratas husmean el aire. Buscan, hambrientas. Asaltan la despensa y arrasan con todo. Caen, con estrépito, los platos de la alacena.

Sorprenden a los padres durmiendo. Los atacan. Los gritos desde la habitación de matrimonio se confunden con los del chiquillo, que acaba de recibir un bocado feroz en el cuello. El pequeño se incorpora del lecho y trata, en vano, de frenar la hemorragia llevándose la mano a la herida. Las sábanas se tiñen de sangre. El animal se ensaña con el niño, araña y muerde brazos y piernas, hunde el hocico en la carne blanda del abdomen, recién abierta. Desgarra músculos y órganos, avanza implacablemente buscando una salida. Los alaridos se van atenuando. Ahora son sólo gemidos. La resistencia es cada vez menos enérgica. Inexistente, al fin.

Asoma la bestia por la boca entreabierta del cadáver y consigue salir. Baja por la pata y se detiene ante algo que brilla al pie del camastro. Por pura curiosidad. Olisquea con prevención el dientecito que el niño había escondido debajo de la almohada y que, durante el forcejeo, ha caído al suelo. No le ofrece mayor interés y abandona el cuarto a la carrera.

43 . Herencia

Todo en aquella casa me hablaba de su ausencia y de los momentos que ya no viviríamos nunca. Paseaba entre aquellas paredes como alma en pena y no acababa de reunir el valor para entrar en el despacho y acercarme a su ordenador, a sus borradores y a esos cuentos infantiles con los que se había ganado la vida y que habían impregnado, como no podía ser de otro modo, todos nuestros días juntos.

Pasados unos días, procedente de aquel lugar en el que aún no me había atrevido a entrar, creí oír algunos sonidos, asomé con miedo la cabeza y descubrí, incrédulo, una especie de hada minúscula, transparente y luminosa que, acariciando los objetos que yo aún no había osado tocar, lloraba desconsoladamente.

Fue así como nos conocimos, hace unos meses ya y… ¡maldita la hora! ¿Alguien sabe cómo hacer callar a una musa y que deje de susurrarme en el oído?

42. Cuéntame otro

Mami hace magia sin usar varita. Cuando esos hombres malos tiran bombas desde los aviones, nos lleva a mi hermanito y a mí a un escondite secreto. Debemos bajar muchas escaleras y está oscuro, pero allí nos sentimos a salvo. Según dice, lo máximo que se oye es el eco sordo de las explosiones.
Si algún día la encuentro llorando porque recuerda a papá, enseguida seca sus lágrimas, me colma de besos y jugamos a nuestro juego favorito: piedra, papel o tijera.
A veces, después de escucharla hablar en la escalera con los vecinos, trae dos platos de sopa para que comamos caliente.

Aunque hace poco viajó al Cielo a reunirse con papi, por las noches me cuenta cuentos preciosos. El señor de bata blanca del hospicio dice que todo es fruto de mi desbordante imaginación. Mentira… Yo solamente anoto en la libreta las cosas que mamita me dicta.

El tiempo pasa. Ahora mismo estoy firmando ejemplares de la colección de cuentos que escribí en la niñez. Un éxito de ventas. Dani (mi hermano pequeño) acaba de confesar que, tras marcharse mamá, una bolita luminosa entraba cada madrugada en aquel frío dormitorio mientras descansábamos. ¿Acaso no existen las hadas madrinas?

41. Madame Dubois. Un ser mágico en el segundo izquierda (Montesinadas)

El despertador da las instrucciones: abrir los ojos, aunque los dos llevan un buen rato desvelados. Girarse ambos para adoptar la postura de la cucharita, una forma más de estimular el cariño y la ternura, porque poco más puede hacerse un martes a las siete de la mañana. Dar un suspiro, largo y profundo, que cesa con la alarma cuarto milenio.

El despertador, incluso apagado, sigue marcando los tiempos. Ella se levanta, más enérgica, él con movimientos aún soporíferos, de hecho, si de él dependiera, ni se movería de la cama.

Ya en la puerta, la vuelve a besar, pero sin mirarla a los ojos, le da vergüenza. A los niños los dejará en el colegio y promete no acabar en el bar con el resto de los compañeros despedidos.

Ella, acelera, sube las camas plegables, esconde los muñecos de peluche, cubre las paredes con un mural de papel que cae del techo con pirámides y constelaciones, enciende el incienso, coloca la mesa lejos de la ventana, en la penumbra, y la bola de cristal en el centro. El timbre suena a las nueve en punto, entonces, se ajusta la túnica, el falso ojo de cristal y abre la consulta.

40. Ranoir (Javier Ximens)

A la charca de las ranas ya no acuden príncipes melancólicos y tímidos que añoran a una joven hermosa a la que alguna bruja maligna haya embrujado. Tampoco se acercan los empleados municipales a limpiar residuos atrapados por la belleza reflejada. A nadie le interesan ya ni príncipes ni barrenderos. Solo las estrellas y la luna siguen tremolando en la superficie. Sin embargo, las ranas están más felices. Ahora que pueden nadar sin tanto temor a ser besuqueadas, ni a quedar presas en las redes, se dedican a decorar con flores, bacterias, algas, hojas y ramitas —como cuadros impresionistas en lienzos de cielo espejeado— los sueños de los desempleados que deambulan por el parque, saben que en ellos está la esperanza, aunque ellas tengan que volver a esconderse.

39. Aparición entre humos pestilentes

Cuando te citan a las ocho de la mañana para pasar la ITV te cagas en todo, pero luego te alegras de haber salido de la cama a tiempo para encontrarte con los auténticos madrugadores. En los paseos y caminos acondicionados para los deportes aeróbicos —que serpentean entre humos surrealistas y pestilentes— caminan en grupo o en solitario sin medidores de pulsaciones ni ropa deportiva high intensity. Van con lo primero que han pillado —las últimas Nike Running del 45 de un nieto mimado, unas mallas de cuando una pesaba diez kilos menos… — y andan como alumnos aplicados en las luces de una mañana borrosa. Los observo. De repente, en una curva del carril bici aparece otra deportista. Lleva un abrigo de paño gris con cuello de piel sintética, unas medias de nailon color carne y unos zapatos de medio tacón recién lustrados. Sujeta el bolso como si lo llevara a pasear, como si antes de ir a misa o al ambulatorio a por unas recetas hubiese decidido sacarlo a «hacer un pis». Entonces me doy cuenta de que mi comparación es una mierda de comparación: lo que de verdad lleva la mujer en la mano es la Antorcha Olímpica.

 

38. MÁS MAGIA, CUÁNTO MÁS CERCA (EPI)

Llevaba tiempo buscando inspiración para el tema actual y nada.
Ha sido estar una noche en un box de urgencias del Hospital Puerta de Hierro con una neumonía y empezar a ver y sentir una multitud de seres de diferente pelaje, unos verdosos como con antenas en el cuello, otros azulados, amarillentos, blancuzcos .….
Me recordó el frenesí de un hormiguero en su deambular, cada uno con su misión, sin descanso, dando palabras de aliento a los que allí estábamos, con las vergüenzas al aire, en filas, como si fuéramos larvas. Hacía muchos años de mi vida hospitalaria, no están pagados.
En cuanto pude y ya de alta, leí con fruición los últimos relatos de Blanca, Manoli y Marcel, de otros seres, los entecianos, también mágicos, que te acompañan en muchos momentos.
Dejo para el final las que viven en mi casa, mis tres hadas, mi mujer Luz y mis hijas Lucía y Sara, que por una concatenación de casualidades y una alineación de planetas están a mi lado. Son las que más sufren de mis enfermedades, mal humor y mi enfado con el mundo y saben cómo variar mi ánimo.
Duelos y quebrantos, me quedo con lo último.

37. OTTO

Reconozco su retrato y su mirada me vomita al pasado. A una cálida noche de verano, donde era aún más inocente que niño, cuando aún jugaba con la idea de que las piedras susurran historias al rozar tu piel y guardar el silencio que todo contador de relatos se merece.

Nos encontrábamos de nuevo.

Otto Vlan Dengge (1856-1899) conde holandés que triunfó en el siglo XIX por Europa con su circo de las maravillas y de los seres que ya no viven. Maestro de la magia y del azar e impulsor de los llamados juegos de ingenio y artificio para grandes grupos. Fundador del movimiento “El juego del azar y la magia de la vida” que recorría hospitales y ciudades en busca de una sonrisa. Casado en 1887 con Aurora, fallecida de forma extraña en 1895. Suceso  que provocó su muerte y desaparición cuatro años después…

Rememora la carta de Otto que leyó ese verano:

Encontrarme con Aurora es recuperar el sueño de tocar su piel y besar su alma. Ayudadme a lograrlo”.

Era el primer verano del siglo XXI, sólo tenía once años. Entre todos, conseguimos que Otto volviera a besar el alma de Aurora.

Y sonreímos de nuevo.

36. Oráculo (Manoli VF)

A veces las siento. Suelen acercarse a mí cuando estoy sola. Cada una de forma distinta. Aparecen, cuando hago una pregunta a la nada. Cuando quieren. Afloran, quien sabe si por alguna puerta invisible, esencial, que se abre cuando estoy en silencio. Cuando mi cuerpo y mi mente son silencio. Las reconozco. Una de ellas hace pequeños ruidos, remueve el aire y parece alentar en mi oreja. Otra me roza el pelo, aumentando, con su mano sutil la carga eléctrica de mis cabellos. Algunas penetran en mis sueños, como la pequeña que llora, o la que lleva la blusa de flores violetas. Sé que me habitan. Que se han quedado en mí, después de muertas. Porque soy una y, a la vez, todas las mujeres de mi familia. Y esa es la magia de la vida: ser todas ellas.

35. 12 de agosto (Blanca Oteiza)

Acostado en la cama batallo con la almohada para tomar postura. Espero que el sueño me venza, cuando emerge de la pared una sombra negra. Frotándome los ojos no desaparece, así que decido quedarme quieto para no descubrirme. Los segundos me parecen minutos, inmóvil bajo las sábanas.
Me habla. Su voz suena en la habitación como un susurro que llora. Cuenta que tiempo atrás quedó atrapada entre paredes que la oprimen. Me pregunto si cada noche se pasea asustando a los clientes o ha decidido salir de su cárcel conmigo como huésped. Por mi mente pasan infinidad de pensamientos, aunque ninguno frena para poder agarrarlo. Debí reservar habitación en un hotel moderno. Se sienta en mi regazo. Noto sus lágrimas, aunque no las veo. Me pide que la ayude a salir rumbo a las estrellas.
Una noche de Perseidas cayó y quedó sepultada en los muros del viejo edificio. Si no escapa, deberá esperar un año más para seguir jugando con sus hermanas doradas bajando del Olimpo.
Abro la ventana, lo que era negro comienza a coger brillo. Con un gracias sale a la noche. Pronto pierdo su rastro camuflada entre cientos de lorenzas que lloran en el cielo dorado.

34. EL PESADIELLU (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Estuve en la casa, en San Martín de Vallés, una aldea colgada en la cornisa de la costa asturiana sobre el río Pivierda que unido al Libardón forma en su estuario la playa de Lastres. Es la tierra de  mi apellido “Fresno”, desterrado a los últimos lugares por las leyes patriarcales.

Aquella noche, ya en mi lecho, sacudieron mi conciencia el techo desvencijado; las vigas desmoronadas; las raíces de sabucos rasgando los suelos; los muros  laterales saqueados, apenas sostenidos por las lapas de una hiedra seca y centenaria que los enfundaba; la última sombra del ocaso del tejo milenario sobre los goznes, únicas reliquias de la puerta de la casa. Y aquel chivo de pelo negro acharolado, rígido sobre sus patas bajo el tejo, que giraba el cuello para no apartar su mirada de la mía mientras yo huía electrizado de aquel lugar.

En el sopor del sueño noté algo así como una mano enorme y peluda haciendo tal presión sobre mi pecho que me impedía respirar. Sin duda aquel chivo “pasome” el “pesadiellu”. La abuela me dijo, que su abuela le dijo, que cuando se sintiese ese demonio una oración a la Santina sería suficiente para librarse del mal.

33. LA HERIDA

Dilatar la vida de los hombres es dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes

J.L. BORGES, El Inmortal

Pese a distribuir las velas en forma de números romanos, apenas caben en la tarta. El viejo gallardo y musculoso las sopla con desgana. Aborrece ya el brillo de nieve endurecida tan propia de los inmortales latiéndole en la piel. Considera su cuerpo apolíneo una cartografía insípida, carente de las huellas y marcas singulares que esculpe en los hombres el paso del tiempo. Abre los ojos. Suspira. Agarra un trozo de pastel y lo introduce con cuidado entre los oxidados barrotes. El ave que lleva encerrada varios siglos parece dormitar entre sus propias llamas, inmutable sobre la canela, el nardo y la mirra que conforman su nido. Un graznido crepitante sobresalta al viejo y, al retirar los dedos, se hace un corte con el hierro. El viejo observa la limpia herida, maldice. Echa de menos el fulgor rojizo de la sangre.

En ese momento, decide no beber nunca más el brebaje de cenizas. Abre de par en par los ventanales de su choza, abre después la portezuela de la jaula. El pájaro en llamas huye entre fogosos gorjeos.

–Adiós, Fénix –murmura aliviado el viejo.

Y se sienta a esperar pacientemente a que llegue al fin la dulce tiniebla.

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