Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

16. PASOS DE CINE (PURIFICACIÓN RODRÍGUEZ DÍAZ)

¿Sabes, Henry? Caminar con personalidad es difícil. Más aún en el cine, donde adoramos o detestamos a los actores por su aspecto físico, por su timbre de voz, por su naturalidad al interpretar los guiones y hasta por el tipo de protagonista que deben conseguir recrear en cada película. Casi nunca los juzgamos por su manera de caminar por un plano.

Yo me fijo en su forma de moverse y en cómo se deslizan a través de una escena. Y los adoro o los detesto, ante todo, por eso. Cuando vienen a mi memoria, son sus pasos al andar lo primero que evoco y lo que me hace identificarlos de inmediato, mucho antes que sus caras, sus voces o sus personajes de ficción. Sus pies los determinan y definen.

¿Recuerdas al desenvuelto Chaplin, al dubitativo Keaton, a la calculadora y displicente Bette Davis, a la tímida e insegura Joan Fontaine, al desgarbado y rudo John Wayne, a la terrenal y provocadora Ava Gardner o al sólido y cadencioso Paul Newman?

Dime dónde puedo encontrar, hoy, esos pasos únicos que logren, no ya enamorarme pero sí, al menos, sorprenderme. Porque nadie podrá superar tu pausado y elegante caminar, Henry Fonda.

15. EL CUADRO IMPOSIBLE (María José Sánchez)

Todo comenzó con una foto hallada en un cajón medio descolgado. ¿Casualidad o capricho del destino…?

Gabriela ejercía como pintora aficionada. Cierto día, muy a su pesar, la despidieron de la correduría de seguros en la que trabajaba, debido a un inoportuno plan reorganizador de plantilla. Decidió entonces, mientras asimilaba esta situación imprevista, cambiar radicalmente de estilo de vida y hacer algo con los ahorros que tanto le había costado reunir. Compró una casita a pie de playa, se llevó su caballete y se dedicó por entero a pintar.

Una mañana, la desvencijada cómoda que presidía el dormitorio principal, quizá debido a humedad acumulada, crujió de tal modo que Gaby acudió a toda velocidad. El cajón superior estaba fuera de sitio. Al abrirlo para colocarlo bien, descubrió el retrato en blanco y negro de una mujer. Por detrás rezaba: “Navidad, año 1899”. Pese al evidente deterioro, la imagen mostraba a una señora ataviada con traje de época, bastante guapa y elegante, cuyo rostro reflejaba profunda tristeza. Gabriela, feliz de haber encontrado motivo para su nuevo cuadro, intentó inmortalizarla en el lienzo, pero conforme deslizaba el pincel los trazos volaban ante su atónita mirada. “¡AYÚDAME!”, apareció, sin más, escrito en rojo.

14. El inventor de reliquias

El anciano barbudo resulto ser demasiado viejo, a Leonardo le hubiera gustado un modelo mucho más joven, pero decidió aceptarlo porque el asunto requería la máxima discreción.
Coronò al hombre con una diadema de espinas y lo tumbó desnudo con las manos tapando sus genitales sobre la mesa de su estudio. Lo cubrió con un ajado lienzo de lino que compró a un anticuario judío, mojado levemente con una pátina. Entonces frotò con una brocha impregnada en pigmentos de polvo color rojo bermellón el relieve que formaba el cuerpo, dejando en la sabana una imagen con ambas piernas estiradas y un rostro asimétrico con una larga melena que tubo que realzar limpiando con un paño húmedo . Con solo rozar la tela con el tinte creaba la figura de un hombre en tonos claros sobre un fondo rojo rubio, con espacios en blanco rodeando las zonas prominentes. Un par de manchas amarillentas sobre manos y pies , mostrarían los signos de la crucifixión e imprimió menos tinte sobre la cara , haciendo que la barba quedará en una tonalidad claroscura.
Miró con satisfacción el resultado, pagó al modelo y empezó a pesar la forma de hacerle llegar la reliquia al Cardenal de Turín.

13. TRAMA Y URDIMBRE (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

─ Este hombre, cada vez está más huraño y más sordo. Mira lo que nos ha traído. Lo titula la boda. Fíjate, el novio parece un mono y el cura un tragaldabas.

Las tapiceras, en la Real Fábrica de Tapices del portillo de Santa Bárbara, expertas ya por muchos años en la rutina de su trabajo, ponían tanta concentración en el charloteo como en su oficio. La trama de lana, de idéntico color al fijado en el cartón-modelo, manejada con habilidad por sus dedos, quedaba anudada en la urdimbre; un corte de tijera y un golpe de espátula para apelmazar; vuelta a un nuevo nudo y de vez en cuando un rapado de superficie para enrasar.

─ Me dijo mi tío, el palafrenero de palacio, que un sangrador le aconsejó que abandonara el albayalde,  que aquel montón que tenía en su casa era el origen de todas las desgracias de su familia y de su sordera.

En el altillo abalconado del taller otras tejedoras, a media luz, charlaban de sus cosas cuando una de ellas interrumpió la tertulia. ─ ¡Uy!, perdonad, me voy corriendo, me están tirando de la pata, debe ser el moscardón que entró esta mañana con Goya.

12. ARIA FINAL (Salvador Esteve)

Sus ojos ya no se humedecían con Madame Butterfly.  Los cuadros nada le trasmitían, una mera amalgama de colores y tramas inconexas que le provocaban el vómito.  Pero el arte aún circulaba como magma por sus venas añorando el gozo de sus sentidos.

 

Extendió la sábana, lienzo de su fantasía, y depositó a la mujer que, narcotizada, apenas opuso resistencia.  Ansiaba su despertar, quería que fuese consciente de la realidad que le esperaba.  Cuando empezó a gritar, la sonoridad del miedo y el tono desgarrador de sus súplicas le produjeron un placer indescriptible.  El bisturí empezó a cercenar los tejidos, la sangre fluía dibujando líneas caprichosas; las entrañas, libres de la carne, se esparcían creando texturas insospechadas.  El cuadro resultaba fascinante.

 

El sótano de la vieja mansión va acumulando cuerpos que, enterrados, yacen olvidados como escoria de una ilusión enfermiza.  Al subir las escaleras, un peldaño de madera cruje reclamando justicia.  El hombre cae, su cuerpo queda inmóvil, las  piernas no le responden.  El tiempo pasa, la sed y el hambre asumen protagonismo.

En el silencio de la noche, mientras las ratas empiezan a esbozar con sus dientes el cuadro final, un aria quejumbrosa se escucha al compás del viento.

11. Fado y el sol

Todas las tardes a las ocho en punto, cuando el sol adivina próximo su declive, el impaciente portugués sale al balcón y comienza a tocar un fado. Entonces, y también como cada tarde, la hermosa mujer de gallardo taconeo pasa por delante del lusitano, que en la oscuridad de su ceguera hace enmudecer el desgarro del instrumento. Solo en ese preciso instante, y si acaso tributamos la atención requerida, podremos escuchar lo que el astro rey tiene a bien decirle a su vespertino camarada:

-¡FaDo!

-¿Sí, Sol?

-¡MíReLa!

Son pocas las palabras y siempre las mismas; siete sílabas, siete notas indivisibles. Suficientes para conseguir que durante el levitar de un suspiro la plaza al completo cese en sus quehaceres.

Se preguntarán que cómo puedo saberlo. Lo sé, sencillamente, porque yo también me detengo a mirarla.

10. Delirium (Susana Revuelta)

No necesitó alejarse unos pasos de la pared para darse cuenta de que algo le faltaba al cuadro. Del entusiasmo que había sentido al encrespar el océano y llenar de espuma su superficie, pasó a la decepción al comprobar que no quedaba pintura negra y gris para oscurecer, cual galerna repentina, el cielo azul. Y ahora, ¿con qué nubes provocaría un vendaval que desplazase al velero sobre las olas?

Tomando aire se acercó, sopló el lienzo y observó con agrado cómo el mástil se combaba entre sus telas inflamadas y el barco iniciaba su periplo, surcando un mar embravecido. Avanzaba dejando atrás el temporal cuando divisó unos cocoteros en un islote de arenas blancas.

«Esto —pensó— no me lo esperaba. Voy a dibujar un náufrago barbudo; no, mejor sin greñas —se animó— como si acabase de llegar, ¡que se busque la vida!». Entonces sonó el ding-dong de la entrada.

Contrariado, escondió los pinceles en un cajón y empujó con un pie los tarros de témpera detrás de las cortinas. Pulverizó con ambientador para mitigar el olor a tinte, restregó unas gotitas de espuma que habían salpicado sus gafas y, circunspecto, abrió la puerta, señalando al nuevo paciente el diván.

9. Salvador

Todo comenzó casi por azar después de una comida. Su talento para apreciar formas y colores desde una perspectiva única le permitió atisbar algo en el caos de manchas que habían quedado en el mantel. Tras girarlo varias veces para explorar distintos ángulos, encontró finalmente uno que le resultó satisfactorio, recortó un pedazo rectangular e hizo un cuadro. Ese instante de epifanía le motivó para experimentar con distintas recetas. Las engullía en un vaivén caótico de platos, copas y cubiertos que resultaba en un continuo de salpicaduras y embadurnamientos, siempre sobre un mantel nuevo e inmaculado. La primera exposición la organizó en su propio taller, fue un éxito comercial. Los críticos comenzaron a destacar su independencia creadora y su arte de vanguardia, lo que resultó un incentivo para explorar nuevos horizontes. Y así fue que concibió una interpretación revolucionaria de la pintura donde transformaba los sueños en realidades palpables y al mismo tiempo delirantes, pero que nadie pudo entender. El público comenzó a ignorarle y perdió el favor de la crítica. Encerrado en sí mismo, murió prácticamente solo, obstinado en representar la persistencia del tiempo con unos extravagantes relojes blandos.

8. EDUARDO MARTÍN ZURITA (ARTISTA DEL ANDAMIO)

«No os pesará, arriba, la digestión de las judías pintas», repitió, mientras les ofrecía el helado a los debutantes. Y se fue al servicio a lavarse las manos, y los dientes con un cepillo de cerda semidura que guardaba en el mono, limpio como una superficie donde hubiese nevado hace poco. Nunca se pondría a robarle acordes a la guitarra sin una sonrisa como de circonita y las manos color piel, poderosas, increíblemente alegres y sentimentales. A medida que surgía la melodía, aplaudían todos, y exultantes cuando «el artista» se atrevió a poner letra y garganta a unos compases tan inspirados. «Es la Tarra», aseguraba. «A su cordaje se lo debéis. Y a sus formas de «starlette»». Y pagó la comida de los noveles. Para los peones, verle trabajar era fascinador y también muy instructivo. La manera de fabricar la morterada. «¿A que parece turrón?». La agilidad para encaramarse, paleta en mano, al punto casi inaccesible, que no dejaba para los otros albañiles esta réplica del Hércules de Farnesio.
Al día siguiente no hubo helado (de vainilla, el salvavidas) porque no se lo habían servido al restaurante de menú… Arriba ahora, altísimo, «el artista» da de llana un agujero blanco.

7. SECRETOS Y TRAMPANTOJOS

–Os he mandado llamar –dijo el duque– para haceros un encargo: deseo que pintéis un desnudo de mi esposa con el que recrearme en mis estancias privadas. Debo confesaros que nunca me ha permitido contemplarla así debido a su pudorosa juventud y que en nuestros encuentros maritales utiliza un camisón largo con vergonzante orificio. Entiendo sin embargo la dificultad que entraña pintar algo escondido utilizando solo la imaginación.

–Creo tener la solución  –respondió el pintor– la duquesa podría posar ante mi hija, ocultas las dos de mi vista. Ella me describiría las formas y matices de su cuerpo puesto que me ayuda en el taller y conoce la composición de volúmenes y colores.

 

Así fue y no le resultó difícil trasladar al lienzo las vívidas impresiones que escuchaba entre cuchicheos, risas y exclamaciones jocosas.

Lo que no sabía era el secreto que le ocultaba su propia esposa. En su último parto había decidido no ofrecer más hijos a la guerra y cambió para el pequeño sayas por calzas.

La mujer del duque, por su parte, deseaba que el cuadro fuera tan del gusto de su esposo, que lo convirtiera en el primero de una serie numerosa, muy numerosa.

5. Cómo me la maravillaría yo (Jesús Garabato)

Cómo aplaudían. Ante el espejo del camerino, aún saboreo sus vítores entusiastas. Definitivamente, he alcanzado mi meta. Atrás quedan mil sacrificios y, también, infinitos desprecios. Aunque desearía borrarlos de mi mente, me fortalece recordarlos. Mi padre y su frustrante incomprensión. Las recurrentes burlas en el pueblo. La decisión de marcharme y la vergüenza que por mi causa sufrió mi madre. Y tantos representantes a los que supliqué y que, luego, decían no entender mi arte. Solo mostraban interés por la belleza de mi cuerpo esbelto y joven ¿Y el duende que emana de mi cante? ¿Y mi maestría a la hora de bailar? Pero, hoy, tras toda una vida de trabajo y sinsabores, recibo mi recompensa. El respeto. Los aplausos. No cesan de aclamarme. Ansían volver a gozar de mi presencia. Saldré, pues me debo a mi público. Gracias, Dios. Al fin, soy una estrella.
─A ver, hostia, ¿a qué coño esperas? ¿O es que no oyes como esos degenerados mierdosos te reclaman? ¿Quieres salir de una puta vez? Y ponte bien esa andrajosa peluca, joder, que das asco. Sal ya, cojones. Y sonríe, jodido marica.

4. VISTA DE PARÍS DESDE LA HABITACIÓN DE VINCENT (Mariángeles Abelli Bonardi)

Los tejados. El banco del Sena. El canal con lavanderas. El cartero Joseph Roulin, que termina su jornada. Un niño con una naranja. El doctor Paul Gachet, que se hace lustrar un par de zapatos. Vagones de ferrocarril. La colina de Montmartre. El viñedo rojo. Los campos verdes de trigo. El que siembra mira a las mujeres que cruzan los campos. Otro campo de trigo con cuervos. Un cobertizo con girasoles. El paisaje, bajo un cielo tormentoso. Lirios. Un almendro en flor; sus raíces de árbol esperan la lluvia. Llega la noche estrellada: ilumina el paisaje con dunas que tiene en la mente. Prepara los pinceles, busca un espejo y, ahora sí, empieza a pintar su autorretrato con oreja vendada.

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