Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

36. LA VISIÓN

El ejército victorioso ha abandonado el campo tras saquear a los muertos y dar piedad a los heridos. Tras ellos llega el hervidero que sigue a la tropa como una nube lastimosa. Rebuscan en aquel bodrio de sangre y heces, de bestias hinchadas, de rostros desencajados. La luna ilumina la espantosa caligrafía de la muerte.
Dámaris, la adivina, pretende engrosar su bolsa. Tiene el don de leer el futuro de los vivos; en el contacto con los muertos solo encuentra oscuridad. Es por eso que busca el paraíso en la tierra, donde hay alguna luz.
Advierte un destello que la luna arranca de un objeto en medio de la carnicería. Se recoge las faldas y en cuatro brincos está junto a él.
Es una hermosa daga que duerme junto a la mano de su señor bañada en sangre al igual que él. Observa al hombre, es un caballero que en la palidez de la muerte aún conserva cierta belleza.
Dámaris sucumbe a un impulso, se arrodilla sobre él y besa sus labios que percibe cálidos. Una visión acude a su mente.
Es entonces cuando su instinto la lleva a mirar hacia donde se encontraba la daga.

35. Dos minas a cielo abierto (ana-liliana)

Mis manos en su cintura, ambas rodeadas de ojos curiosos y del barullo de los que compran en los puestos de artesanías. Tres, dos, uno. Comienza el melancólico bandoneón a llorar una vez más, pero esta vez es diferente. Sus labios bordo y mis uñas con restos de esmalte negro que tantas veces me dijo que se debían emprolijar. El cielo nublado en San Telmo anticipa lo inevitable, lo siente. Nuestras piernas juegan a ir y venir, dan vueltas, saben bien las reglas y cuando romperlas. Cámaras de turistas apuntándonos, no nos preocupa, siempre supimos disimular. Mi cuerpo firme como una piedra mientras la levanto para la siguiente pirueta, esa que repetimos hasta el cansancio. Una brisa fugaz nos acaricia consolándonos. Sus tacos pisotean el empedrado, sin pensar en lo que este podría estar sintiendo. Ojos vidriosos, labios secos, respiración agitada. Mis dedos ásperos recorren sus lentejuelas, su agarre apenas roza mi camisa. No quiero terminar pero nada más resta hacer. Nos reverenciamos ante el aplauso del público mientras no dejo de pensar en qué hubiera ocurrido si hubiésemos tenido un tango más.

34. POMPEYA, 79 D.C. (Mariángeles Abelli Bonardi)

Libro en mano, expresión concentrada, un cálamo tocando mi labio inferior… El fresco que me retrata ya está terminado. La chispa en mis ojos me hace lucir hermosa y así espero que alguien – ajeno a toda la tinta, a todas las noches en vela – me vea también.

Reprimo el impulso de escapar; me aferro a mis escritos… Mientras la nube arde en mis pulmones y me vuelve una estatua de ceniza, me hago la inútil pregunta:

¿Llegarán a leerme?

33. NØS €XT1NGU1MØS

H4bían trnacsurrido v3intitrés l4r9os m3s3s d3sd3 qu3 3ntré 3n c0ma hsata el día 3n qu3, d3 forma in3sp3rada, d3sp3rté 4 la vid4 r3al.

Ad3más d3 a9rad3c3r 3l cariño d3 mis falimiar3s y aim90s, m3 int3r3sé pro lo acont3cido dunartt3 3s3 ─par4 mí─ oscuro p3riodo.

C4d4 dí4 int3nto r3cup3rar mis fatulcad3s m3ntal3s y fís1c4s; m3 infr0rm0 d3 la actaulid4d potíl1ica, s0ci4l 3 icnluso d3 la pr3nsa r0s4 con la qu3 nucnca pud3, anunqu3 ahor4 m3 r3sult4 más d3l3znabl3 la f4lta d3 étic4, la5 m3ntiras ¥ condraticcion3s d3 lo5 p0tílicos y 5u v3r9onzo5o 4fán d3 pod3r c0mo única m3ta sin imp0r7arl3s l0 qu3 arr4stran.

M3 sur93 l4 duda d3 s1 3stos son 3l r3fl3jo y r3sultado d3 la cutlur4 y soci3dad ac7ual o bi3n, la soci3d4d y cul7ura ac7ual 3stá natur4lm3nt3 influ3nciada p0r 3st0s el3m3nto5 qu3 okup4n la at3nción pública. “¿3l hu3vo o la 9anllin4?”

¥ mi3ntras ll39o a la c0nsuclión d3 qu3 t3n3mos lo qu3 nos m3r3c3mos, oi9o 3n la r4dio un4 mús1c4 d3l ins0p0rtabl3 re9u3tón y 3mpi3zo a dud4r d3 s1 r3alm3nt3 m3r3c3mos 7od0 3sto. 3n cualqui3r cas0, ¡n0s 3xtin9uimos!

P1do dicsculp4s p0r m1 torp3za p4ra 3scri6ir, aunqu3 3sto, m3 h4n d1cho qu3 s3 arr39la 3n un4s s3man4s.

 

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32. Punto y aparte (Luisa Hurtado)

El punto neurálgico de esta historia, que no se va a contar punto por punto ni con puntos y comas ya que hasta cierto punto esta historia es bastante común, es esa foto de la pareja bajo el arco de medio punto de la catedral, la foto de una boda, estando ella vestida a punto de nieve como un merengue cualquiera. La novia, punto en boca pero quitando importancia ya a los puntos débiles que el novio tenía; y él, a tal punto ajeno a todo, pensando en la fiesta.
Un punto en el tiempo y el espacio, de inflexión, tras el que él nunca fue un punto de apoyo y ella sintió que hacer punto sería lo único que habría en su vida. Sabían que tenían dos diferentes puntos de vista sobre casi todo pero, pasados unos meses, cuando quisieron reunir tras dos puntos todo lo que les unía, solo encontraron unos puntos suspensivos, bien poca cosa. Decidieron entonces poner juntos un punto final a aquella pantomima, no un punto y seguido como el amor que aún se tenían les decía.

31. La última tentación (Mª Paz del Cerro)

El sacerdote entró agitado y jadeante en su habitación. Se desabrochó cada uno de los botones de la sotana y la colgó de una percha. Luego, se quitó el alzacuello y lo depositó encima de la cómoda. No podía respirar. Se abrió un poco la camisa y tomó un sorbo de aire. A continuación cogió su breviario de la mesita de noche y rezó, esta vez con un hilo de voz, desconsolado…

Hacía tiempo que su fe se había quebrado y debilitado.  Retaba a Dios para que le hiciera una señal, una sola, que le afianzara en el camino elegido. Pero parecía que Dios no le había oído, o peor aún, que le había abandonado.

Preso de pasiones y deseos inconfesables, rogaba al Altísimo misericordia y suplicaba perdón. Ayunaba, se fustigaba, oraba, imploraba con lágrimas en los ojos, prometiéndose que aquella sería la última tentación. Se lo juraba a sí mismo en vano una y otra vez.

Finalmente, cansado, frustrado y sin fuerzas, renegó e interpeló así a Dios: «Hagamos un trato. Tú no volverás a meterte jamás en mi vida y yo a cambio no le diré a nadie que tu no existes».

29. ¡Cuál gritan esos malditos!

Mientras don Luis leía la lista de muertos de Don Juan, éste, ropera en mano, saltó al patio de butacas y de una certeza estocada, silenció la molesta tos de la primera fila, ocupándose luego de los ronquidos desagradables y del irritante pitido de mensajería del fondo .

– ¡Ahora treinta y cinco! – actualizó ufano mientras regresaba al escenario sin perder detalle de la hermosa muchacha del palco de platea.

28. FUEGOS FATUOS – EPI

La otra noche sin luna fui al cementerio, con un saco y un farol a coger hierbas, llegué a la tapia y me dejé caer al otro lado, pero algo me atrapó. El humus que subía del suelo empezó a cubrirme.
De una tumba, empezó a fluir una luz pálida, azulada, que oscilaba ante mis ojos.
Conseguí liberar mi pierna, desgarrándomela y salí de allí huyendo a mi casucha.
Sentado en el suelo, con las piernas extendidas, veía la herida abierta en el muslo, grande, sangrando, con trozos de las zarzas y un halo pútrido, tan hediondo que me hizo vomitar.
Hay fluorescencias y voces al otro lado de la puerta.
La herida se ennegreció y el pie se convirtió en una masa informe.
Días después, la parte del cuerpo de cintura para abajo era una masa gelatinosa de la que salían los brazos, hombros y cabeza. La luz espectral que invade la casa, ahora se ha unido a la que viene de la calle, a la mía propia y yo me siento derretir.
La algarabía de la Santa Compaña aumenta y desde la casa fluye mi nuevo fuego fatuo, me uno a ellos y nos dirigimos hacia el camposanto.

27. VIDAS PARALELAS (Fernando da Casa)

“Cómo puede ser que una libélula común solo disponga de veinticuatro horas para crecer, amar, reproducirse, envejecer y morir… La Dolania Americana apenas goza de cinco minutos de vida útil, por lo que los treinta días de vuelo de una mosca le pueden parecer una eternidad, qué desperdicio de tiempo, ¿qué haría una Dolania Americana con una existencia cuarenta y tres mil doscientas veces mayor que la de cualquiera de sus iguales?

Una tortuga de Galápagos puede vivir doscientos cincuenta años; una esponja de mar, mil quinientos.

¿Es larga o corta nuestra vida?

¿Quién mide el tiempo?”

Rachid andaba en disquisiciones de este tipo mientras observaba el vuelo de una paloma, asustada por el ruido ensordecedor de un misil al caer sobre su casa.

Sonrió amargamente antes de que el impacto alterara el curso natural de la vida de las abejas, las polillas y las musarañas de la zona.

Su último pensamiento agradeció la tregua temporal, ahora rota, que había permitido la vida pacífica a varias generaciones de libélulas.

26. El fin de los tiempos

El fin del mundo se acercaba. Todos los informativos pregonaban la noticia. La humanidad había alcanzado su mayor momento de esplendor. La inteligencia artificial exploraba el espacio, daba respuesta a problemas insolubles y era punto de inflexión tecnológico. Sin embargo… Muy pronto solo quedaría un negro abismo de nada.

Un error de cálculo era la causa. Un fallo en las complejas ecuaciones de un experimento afectó al tejido mismo de la realidad. Las leyes de la Física se tornaron inestables, el desequilibrio creció sin tregua y la existencia alteró su naturaleza.

Los primeros signos del fin aparecieron despacio. Los fenómenos naturales devinieron caóticos: tormentas, terremotos, volcanes… Y pronto la urdimbre del planeta comenzó a desmoronarse. Las leyes de la Ciencia no servían. La gravedad fluctuaba, el tiempo se distorsionaba y todo era caos y anarquía. El mundo conocido se desvanecía.

A medida que el momento se acercaba, el ser humano tomó conciencia de su destino. Lejos de la desesperación, se armó de valor para celebrar entonces la vida y el amor compartido. Unidos en silencio, los hombres miraron al Cielo. Última esperanza, eterno consuelo.

25. Vodevil ( Paz Monserrat)

Estuve tanto tiempo al otro lado que ahora soy incapaz de disfrutar del momento. Todo me recuerda a cuando era yo quien actuaba en estos lugares de postín. El predecible guion: uno propicia un diálogo trivial, otra sonríe mientras acaricia una botella, alguien quiere aclarar algo con voz cantarina. Entran y salen sin descanso. Vocalizan. Se contonean. Y vuelta a empezar.

Reconozco que son grandes profesionales en el arte de embelesar y obtener nuestra atención. Pero yo sé lo que ocurre entre bambalinas. Cómo se les desmorona la sonrisa y chasquean la boca al salir de escena, cómo intercambian gestos en cuanto dan la espalda a la audiencia, y sobre todo con qué cinismo critican nuestro aspecto nada más terminar el espectáculo.

Porque, realmente es un auténtico espectáculo para los sentidos el menú de catorce platos que ofrece este restaurante de cuatro estrellas. Y aunque les comprendo ─fueron muchos años currando de camarera─ no puedo soportar que nos vean como otra pareja de pringaos capaces de pagar semejante pastizal por un menú degustación. Y menos aún que, por culpa de sus constantes interrupciones, no tengamos ni un minuto de intimidad para disfrutarlo.

24. Un precio altísimo

Ella lloraba, a veces lo hacía, mas no como en esta ocasión. No era la única, así digan que los hombres no lo hacen, mis lágrimas también brotaban. Me suplicaba que no me fuera, o que al menos permaneciera cerca y le diera un tiempo, que pensara en darle otra oportunidad. Sin embargo, desde mi punto de vista la historia había acabado para nosotros. Marcharía lo más lejos posible, donde no pudiera verla más, en un lugar en el que no la encontrara en las calles, en el parque, en la librería, en el supermercado…

La casa y las otras posesiones que teníamos ya no me importaban, podía quedarse con todo. Solo deseaba irme, no mirar más los paisajes que observé con ella, los caminos que transitamos juntos, los museos que visitamos ni los zoológicos en los que íbamos de la mano. La despedida fue complicada: di media vuelta, corrió y me sujetó, besó mi espalda y pidió que no me fuera. Con dolor, avancé a la fuerza y llegué hasta el coche sin voltear. Era el precio de su infidelidad y, al final, los dos pagaríamos por ella.

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