Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

87. SIN ACRITUD (Domingo J. Lacaci)

Mientras firmas, el notario me mira discreto por encima de sus gafas. Las raíces blancas del pelo, supongo. No he tenido tiempo ni cuerpo para ir a la peluquería.

En la calle te despides incómodo. Estás torpón y no das con la fórmula; tres décadas es mucho tiempo para caber en un solo adiós.

Ella te espera enfrente, tras un seto para que yo no la vea. Pero la veo, y veo también su edad, su falda, su talla, y su escote. Pasan dos repartidores y se vuelven a observar su imponente derrière. Tú ni te das cuenta porque, coqueto siempre, te has quitado las gafas antes de cruzar.

Tras tantos años y tres hijos, no puedo desearte ningún mal, ojalá seas feliz. Pero cuando te veo acelerar el paso de tus piernas gruesas y cortitas a su tranco largo de gacela, se me escapa una sonrisa. Ahí, me avergüenzo de mi reacción.

Cuando aprovechas el semáforo para alcanzarla y te subes al bordillo para hablarle a su altura, ya estallo.

Al detenerse el taxi, no soy capaz de darle la dirección. Es que me acordé de algo muy divertido, me disculpo. El taxista se contagia y acaba riendo también.

86. INSUPERABLE

En los grupos de amigas siempre hay alguna que destaca. En el nuestro era Carlota: las mejores notas sin esfuerzo, un cuerpo escultural comiendo de todo y Marco, el novio perfecto. Cuando la contrataron en el bufete más prestigioso de la ciudad le organizamos una cena sorpresa para celebrarlo. Incluso compramos máscaras con la cara de la afortunada y encargamos camisetas con la puñetera frasecita: “todas queremos ser Carlota». Y tanto que queríamos. Pero no.

Desde entonces siempre daba excusas para no unirse a nuestros planes. Solo la veíamos en las redes, alardeando de éxito, viajes de lujo y mucho bótox.

Hace un mes recibimos las invitaciones a su fiesta de compromiso: sobres rosa pastel, sus nombres en letras doradas, instrucciones precisas sobre el atuendo, pero ni una palabra escrita a mano por ella.

Al llegar al restaurante, el espectáculo: Carlota saliendo de la limusina, vestido divino, gesto descompuesto, una nube de paparazzi interrogándola sobre su relación con el director del bufete, investigado por trama de corrupción. Marco dejándola plantada, la esposa engañada abofeteándola delante de las cámaras. Y en primer plano, sus mejores amigas sonriendo con unas camisetas en las que puede leerse: «que te den, Carlota».

85. A discreción

De pequeño, tironeaba de las trenzas a las niñas de la guardería y, desde un rincón, disfrutaba escuchando los lloros. En el colegio, escondía los bocadillos de la clase para regocijarse con las quejas de sus compañeros tapado por los abrigos. Si alguien del barrio tenía una desgracia, ahí estaba, siempre, el primero, observando el dolor en la distancia. Otros días, camuflaba la sonrisa por las lágrimas de tantos desconsuelos entre los árboles del cementerio. Y ahora, observa y babea, lo hace aún más lejos, a través de la mira telescópica.

 

84. Espíritu navideño (Elena Sanz)

Su hija no era distinta a las demás adolescentes. Tampoco lo fue para elegir regalo de Reyes, unas Nike Air Force 1 negras y abotinadas. Con ánimo de reina maga recorrió tiendas y centros comerciales con idéntico resultado: agotadas. El mismo día cinco de enero entró en el último comercio. Ahí estaban, al fondo. Vio entonces a un hombre abalanzarse como loco hacia las deportivas. Ella se abrió paso a empujones. Justo cuando él las iba a alcanzar, le puso la zancadilla y el hombre cayó de bruces tiñendo el suelo de sangre. Aprovechó el caos para pagar antes de que se levantara.

83. Mejores amigas

Pilar se alegró de que a Marita la despidieran del trabajo, sintió un vacío en el estómago, parecido al que sintió cuando vio a Luis, el novio de Gabrielle, besar a otra chica en la salida de emergencia del Oasis. Entonces no supo si decírselo o no decírselo, pero el placer que experimentó en aquel momento hizo que se le escapara un poco el pis y una dicha tibia le corriera por los muslos. En realidad, no sabe qué es lo que le pasa. Marita y Gabrielle son sus amigas, las quiere de verdad y, sin embargo, no puede evitar alegrarse por cada pequeña derrota que les precipita hacia la lona. Volvió a ver a Luis con otras chicas y a experimentar las mismas fugas placenteras, a celebrar en secreto los suspensos de Marita en sus oposiciones, a sufrir, también un poco, por cada éxito que sus amigas obtenían en su vida. Hoy, de luto riguroso, abraza a su padre cuando le dice si no es un poco exagerado, pero, contesta, qué menos puede hacer para consolar a su mejor amiga por la muerte de su madre y, mientras se da la vuelta, esboza una sonrisa socarrona camino del cementerio.

82. «Sistes» que no hacen gracia

–¡Ho-tia pu-ta!

–Caramba con el mocoso…

– Viene de pasar dos días con su padre. Siempre igual, no tiene en cuenta que a esta edad son una esponja.

–Un siste, mami: “Ahora la dejó el maromo, me patto”.

–¿Es eso cierto?

–Pues sí. Le llegó rápido la noticia… Te lo iba a contar hoy. Tan buena gente que parecía Luis y ya ves, solo quería aprovecharse de mi separación reciente.

–Mamá, papá dice que se rompió tu piñón, y se ríe. ¿Me lo enseñas?

–¿El piñón?… Ah, entiendo. ¿Cómo se habrá enterado de mi hemodiálisis? Que se ríe, el muy cab… Veremos quién ríe el último. He grabado esta conversación y la añadiré a otras pruebas que presentaré al juez pidiendo que le retiren la custodia compartida por mala influencia.

81. EL TÚNEL DE LAVADO SE SIRVE FRÍO (Ana María Abad)

Nunca conseguí aprender a nadar. De pequeña le tenía un miedo cerval al agua de la playa o de la piscina, incluso la bañera me producía una extrema inquietud si me detenía a pensar sobre qué tipo de monstruos podían ocultarse al acecho bajo la espumosa superficie, y me quedaba muy quieta intentando identificar cualquier ondulación sospechosa o el roce de algún apéndice extraño contra mi piel. Por el contrario, la lluvia siempre me produjo una curiosa sensación de bienestar, ya viniera de las nubes o de la ducha.

Mi marido se burla a menudo de lo que él llama mis manías, sin tener en cuenta las suyas propias, que no son pocas. Pero claro, lo suyo son “originalidades” mientras que lo mío no son más que “chifladuras”.

Hoy, harta ya de tanto pitorreo, aprovecho que se ha quedado traspuesto en el coche para detenerme en una gasolinera y entrar en el túnel de lavado. Los chorros de agua que azotan la carrocería me transportan al séptimo cielo, pero él se despierta aterrorizado, chillando y manoteando como un poseso.

Yo disimulo las carcajadas mientras compongo mi cara de chiflada más inocente y finjo no saber nada de su original claustrofobia.

80. Del viejo maestro a su joven alumno (María Rojas)

Déjeme llegar sin tropiezos. No me cargue borracho, Joven Olano, que no vaya mi cuerpo dando bandazos como badulaque sin destino. Llame a Murillito, para que ensamble mi cajón con colas de milano, al doctor Casas, para que con su voz estentórea me verseé linduras y a Guillermina, para que ponga firmes mis partes.

No permita, Joven Olano, que el general Lourido asome sus galones y que el mal nacido de Fonnegra entre echando chambimba.  Déjeme recrearme en mis cosas,  no me importune en mi muerte.

Recuérdeme tomando aguardiente, charlando y encarnando niños dioses, que estoy seguro, me sacarán del infierno.

Lo bueno, Joven Olano, es que usted se va a morir primero y, por esta cruz, que su cajón, sí que se irá dando tumbos.

 

 

 

 

79. CHIMI (Alicia Alguacil Agudo)

Llevábamos más de dos meses familiares y amigos, ayudando a María,  tenía obras en su finca y corría prisa terminarlas,  pues allí se celebraría la comunión de su único nieto.

Solo faltaban dos días para el evento cuando apareció un hombre, que se creyó con el derecho de insultar a todos los que allí estábamos y gritando a todo lo que daba su voz dijo: “por mis huevos que esto se termina hoy, (tú señalando al trabajador que María había contratado)  hijoputa  coge esto y llévalo allí y luego…”

Sin levantar la cabeza del suelo el trabajador obedecía, conocía bien a  este maltratador y sabía que cuanto más le insultaba,  más se engrandecía riéndose del pobre hombre que llevaba más de cinco horas al sol y no podía dejar el trabajo, necesitaba el dinero.

Los que allí estábamos, le recriminamos su actitud,  pero lejos de amedrentarse, la emprendió a insultos con todos, su vocabulario soez, lleno esa tarde toda la finca de pena y silencio.

78. La madre de Maxi (Patricia Collazo)

Para cuando llegamos a la ESO, pocos eran los compañeros de clase que podían presumir de que sus padres siguieran juntos. La gran mayoría estábamos acostumbrados a peregrinar de casa de mamá a casa de papá, tener dos cumpleaños y jugar las cartas hábilmente para conseguir lo que quisiéramos.

Aquellos cuyos padres no se habían separado solían ocultarlo para no desentonar. Todos menos Maxi. Él se jactaba de tener la familia perfecta. Unos padres unidos, abiertos, comprensivos. Una verdadera fortuna.

Por eso ahora, cuando voy a buscarlo cada tarde para salir juntos y me abres la puerta, procuro mirar para otro lado, pero mi ojo izquierdo termina traicionándome. Insiste en colarse en tu escote, siempre tan tentador, aunque yo intente dirigirlo a tus ojos, simulando atender a lo que me estás diciendo. Que Maxi no está en casa, que no regresa hasta la noche, que le dirás que estuve buscándolo. A continuación, repites la frase que todo lo desbarajusta: «Mi marido, tampoco». Lo haces justo antes de clavar tus uñas bermellón en mi camiseta, debajo del cuello y arrastrarme hacia adentro. Y justo antes de que consiga confesarte que ya sé que Maxi está de Erasmus desde hace cinco meses.

77. Cría loros

No sé qué le ha dado a mi marido con el loro del vecino, que está todo el santo día con él. Antes eran muy amigos, pero ahora, si sale a la terraza es para ver al pájaro a solas. Le he pillado ya varias veces susurrándole al oído que sólo tenga ojos para él. Creo que traman algo, porque si les miro, Curro se pone a andar sobre el alambre con la bici en miniatura para disimular. Hoy, cuando he salido al balcón, me he encontrado al vecino con la cara ensangrentada y al loro en el hombro de mi marido con sangre en el pico, en continuo parloteo: «Para él, ojos para él».

76. Ni puta gracia (La Marca Amarilla)

Juan se resignaba a recibir las humillantes collejas que le propinaba Marcelo en el recreo, collejas amenizadas con las risas de sus cuatro palmeros. Este martirio duró un par de largos trimestres en los que nadie, nadie, dijo o hizo nada. Nada, hasta que un profe nuevo pilló a Marcelo ejecutando su ritual de autoafirmación con Juan y le ordenó que acudiera de inmediato al despacho de la Directora.

Entonces sí, entonces muchos compañeros de Juan se mofaron aliviados al comprobar que por fin Marcelo pagaría por sus odiosas maneras, incluso a sus compinches se les escaparon unas sonrisas traicioneras.

Pero Juan no se alegró pues intuía que Marcelo era también, seguramente, otra victima. Sospechaba que las heridas de las que alardeaba como propias de batallas entre gallitos de barrio no se correspondían a dichas fábulas. Y pudo comprobarlo cuando tras una semana de expulsión, el matón regresó corderito y con un moratón en el pómulo izquierdo por culpa de “una puerta del armario que se quedó abierta”.

Esa mañana, en el recreo, Juan se acercó a Marcelo y le dijo:

– Si tienes problemas con los armarios de tu casa, podemos hablarlo.

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