Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

08. Por los cerros

Fue allí mismo… Que lo vi yo… Y herido de muerte se murió… Que bien se podía haber evitado… Lo que yo te diga… Tú hazme caso a mí… Que accidentes de esos los hay a menudo, pero… ¿Intencionado? Mujer, no sé, eso es mucho decir… Ya sabes que a mí no me gusta hablar por hablar… Pero te digo yo que sí… Que llevaban años discutiendo por unos lindes y esto se veía venir… Cierto, cierto… Grandes personas los dos… El vivo y el muerto…

07. LA MUJER RURAL

La mujer rural salió de su casa muy temprano. Le esperaba un largo viaje hasta Milwaukee (Wisconsin) en donde se celebraría el congreso. Los pajarillos la despidieron con sus trinos, los vecinos agitando sus pañuelos blancos frente al autobús y la secretaria del ministro de agricultura poniendo en sus manos un ramo de flores antes de que subiera al avión. La mujer rural llevaba una tartera con tortilla hecha con los huevos de sus “quicas”, porque la comida envasada seguro que llevaba demasiados conservantes.

En el acristalado edificio de la convención se fue encontrando con el resto de las congresistas que durante tres días debatirían sobre los problemas de las mujeres rurales del mundo: indias con sombreritos y trenzas, orientales calzadas con calcetines y getas, africanas tocadas con telas coloridas, nórdicas abrigadas con jerseys tejidos manualmente y a la “alternativa” representante de una gran ciudad que expuso la conveniencia de crear huertos ecológicos en las macetas de las ventanas.

Ya de regreso a su pueblo, la mujer rural iba repasando los documentos traducidos al español mientras meditaba –pensando en sus tareas aplazadas–, cuánto le gustaría trabajar como azafata de congresos con uniforme minifaldero y vacaciones pagadas.

06. La dama del pazo (Jesús Garabato)

Reclamada por la muerte, Palmira aguarda al abrigo del seco castaño que ensombreció durante décadas las ruinas del palomar del viejo pazo de la aldea. Acuciada, vislumbra, ante sus ojos, las razones de su vida y de su suerte. Se ve, con quince años, feliz y enamorada de Juan, el hijo de los aparceros, y cómo, escondida, escucha al señor del pazo, su abuelo, echándolos de sus tierras. Se contempla, sumisa y estragada por la pena, acunando el fruto de su amor y al que, demasiado pronto, Dios se lleva. Asimismo, evoca la triste decadencia de la casona familiar con los fallecimientos, uno a uno, de todos los miembros de su funesta estirpe y el ocaso lento de una época compañera de su soledad y sus recuerdos. Aliviada, y ya vencida sobre la mezquina verdura cortada para preparar su almuerzo, cree ver brillar el tosco anillo que, atesorado entre sus dedos, la protege, en su locura, desde hace más de ochenta años.
Al día siguiente, los cazadores que, avisados por sus perros, la encuentran, se sorprenden, aterrados, al intuir en su astrosa cara un remedo de sonrisa.

05. Embajadora de sueños (María José Viz)

Cada mañana, Toña volcaba sobre la mesa el contenido de las dos grandes sacas, repletas de cartas y algún que otro paquete postal, recién llegadas. Desempeñaba un oficio muy antiguo: era cartera, cartera rural, para más señas. Su pueblo, siendo pequeño, poseía muchos lugares con nombres difíciles, omitidos habitualmente en las direcciones postales. La experiencia le ofrecía a Toña grandes ventajas. No sólo sobreentendía lo no escrito, sino que las cartas con destinatario ilegible llegaban siempre a su destino. Además, tenía la habilidad de identificar a muchos remitentes, solo por la grafía. Podríamos decir que era una maga embajadora de sueños.

Repartía cartas hermosas que decían: “vuelve Pepe de Alemania”. “Va a nacer mi primer nieto”. “Juan me ha mandado una florecilla seca”. “Me ha salido un trabajo en la capital”. “Mi amiga regresará, por fin”.

También las había cargadas de dolor y decepción: “se ha muerto mi hijo”. “¡Qué lejos se ha marchado!” “Me ha dejado por esa sinvergüenza”. “No he podido despedirme de mi madre”.

Toña ya no está. Ahora, nadie escribe cartas… ¿o, tal vez, sí?

04. MUNDOS (Eduardo Martín Zurita)

Su compañero no soportaba los chismorreos ni un minuto más. Tampoco estar continuamente mirando al cielo sin haber sembrado viento alguno. Tras el anonimato: la ciudad —hoy pitan los oficios—, haría valer sus habilidades y llevaría a casa un buen dinerito.

Y eso estaba bien, muy bien. Pero ella no podía cambiarlo, así de fácil, por el olor a brezo, jara y lavanda que dilataba las ventanas de su nariz. O por las abejas. Confusa, y algo febril, alcanzó el sendero de los tilos. Donde se dieron el primer beso. Sentada en un tocón de fresno, bajo la tutela del sol, se encontraba pletórica, extática. Tan ajena a todo, que se deslizó y quedó prendida en la tierra. Una margarita, su nombre, gozosa como una niña de las delicias de la fotosíntesis.

Él la buscaba a conciencia. Ella, infatigable, repetía en el idioma de las flores: «Compras en la capital el búcaro aquel y vuelves, me cortas por el tallo y me colocas en la mesa de la cocina, o por cualquier rincón oxidado, con un poco de agua. Lo sabes, no vayas a deshojarme».

No dejaba de pisarla, de pisotearla mientras gritaba: «Mi amor, nos quedamos en el pueblo».

02. Sin color (Eva García)

Abre un ojo: a escasos palmos un reguero escarlata  y otro blanco se funden en rosa, como la mantilla que tejió para su  bebé cuando todos le deseaban  un varón, como sus sueños de princesa truncados por el tiempo, como la ubre enferma de la Marela.

Rosa, como su madre, que insistió en que encontrara un hombre, porque una mujer sola no es nada ni es nadie. Su hombre, que fue a la taberna hace horas a llamar al veterinario, que siempre se entretiene, que nunca está, que volverá de madrugada dando traspiés creyéndose más hombre todavía.

Abre el otro ojo. La pezuña agresora reposa ahora inocente junto a la cántara vertida: sólo se ha defendido del dolor, como ella, dócil, jamás hizo.

Rosa, como su niña que huyó de la aldea para estudiar y tener un futuro, el charco ya alcanza su mano y enmarca sus dedos. Le duele el pecho, la cabeza, no puede moverse.

Cierra los ojos: la noche borra la ventana, el camino y su silueta acurrucada en el suelo, borra la esperanza de que alguien llegue para evitar que se desangre, borra su consciencia.

Rosa, el alba tiñe de paz, por fin, su rostro cansado.

01. PILAR (JAMS)

La encontró en el suelo, derrumbada sobre el quicio de la cuadra. Con un sollozo cansino, se sentó junto a ella. La llamaba bajito, vencido por el miedo, esperanzado aún de poder confundir a la muerte. Cuando le abandonó la esperanza de recuperarla, como pudo, la puso su vestido estampado de azaleas y la enterró junto a la higuera, donde siempre la gustó descansar.

La siguiente noche se enredó en buscar las lentes, hasta que terminó dandolas por perdidas para siempre.

Medio ciego, mermado por la debilidad y el desconcierto, se sintió perdido en un laberinto de momentos y lugares que ya no eran comunes. Sin fijar destino, decidió escapar de su propia casa. Rebuscó en las latas de galletas y encontró unos cuantos billetes, un reloj chapado en oro y la medalla de la Virgen.

Llenó los comederos del ganado y salió hacia Casares. Iba valorando el reparto: para Adela alguna cosa; para la hermana nada; para el cuñado la medalla y algo de dinero. Se debatía entre permanecer una temporada con su sobrina o alargar el peregrinaje hasta el despeñadero del Cabril y resolver tanta angustia.

Tras remontar el pernal de La Pedraje la senda ascendía por un entorno muy muy tortuoso.

119. Habrá un día en que todos….

Frente a él, con sus armas, con sus perros, con sus consignas. Similares en cada frontera, en cada vía, en cada río. Iguales en su desprecio y su intolerancia.

Pero también ve miradas que abrazan, brazos que besan, ojos que apoyan, como muletas de luz,
A su lado, otros intentando lo mismo. Tan solo la voluntad para seguir, tras tantos metros, tras la gran maratón.

Un esfuerzo más, saltar la valla y ganar.

118. La letra con sangre entra

En casa de Leonardo todos sabían que pasaba olímpicamente de estudiar, así que nadie le agobiaba. Lo suyo era el deporte. No iba al gimnasio; levantaba paquetes de lentejas y arroz: series de 20 repeticiones durante dos horas al día, cuatro días a la semana. Su hermana se acoplaba cada mañana en el carro de la bicicleta para que la llevase al colegio; él decía que así reforzaba los cuadriceps. Por la tarde, su padre devolvía a Nadia a casa, porque Iker aprovechaba para ir a la piscina. Nadaba sus buenos tres mil metros y ya de vuelta, dado que el carro iba vacío, cargaba las compras de la abuela, quien hacía los encargos por teléfono en el colmado cercano al polideportivo. Todo porque pasaba olímpicamente de estudiar. Nadie le agobiaba: aunque todo el mundo pensaba que sus múltiples matrículas de honor se debían a las chuletas, tampoco lograban explicarse cuándo las hacía. Era un misterio. Es curioso que nadie se percatase de sus auriculares. Durante sus largas horas de entrenamiento se mantenía en silencio, escuchando solamente las lecciones que previamente grababa en su mp3, que era subacuático y todo.

117. Medalla de oro

Hacía mucho calor. Sabía que ganar una medalla de oro no estaba al alcance de cualquiera y ella lo había conseguido. Estaba algo nerviosa cuando inclinó la cabeza y expuso su cuello para que se la colgaran. Quería salir mordiéndola cuando le hicieran la foto, tal y como había visto hacer a los deportistas en la pantalla del televisor. Antes de llevársela a la boca, observó cómo dos densas gotas oscuras mancharon su mano y su ropa. El intenso calor había derretido el chocolate del interior que, junto con sus lágrimas, sin duda pondrían perdido su babi escolar.

 

116. Argumentación (Elysa Brioa)

Esta es la historia de un atleta que nunca compitió. Enric, mi protagonista llevaba toda su vida dedicado al cuidado de su cuerpo con el fin de disputar unas futuras olimpiadas. Una férrea dieta y mucho ejercicio habían conseguido esculpir cada músculo hasta dar con la complexión casi perfecta. Pasaba tantas horas trabajando su musculatura y dedicaba tanto tiempo a contemplarse en el espejo de la entrada de casa, que nada más tenía cabida en su existencia. Murió su madre mientras estaba en esta permanente contemplación, su hijo, al cual miraba con extrañeza, se hizo adulto. Las pocas conversaciones que el niño pudo mantener con su padre ocurrieron mientras se reflejaban en el azogue. Fue su última novia, una pubescente obsesionada con el peso y que se pasaba el día ensalzando los bíceps, tríceps y demás “iceps”, la que dio la voz de alarma. Enric había desaparecido y lo más increíble, ni siquiera se había llevado los aparatos de musculación ni sus compuestos vitamínicos. Hubo una pesquisa policial, pero la falta de pistas condujo a un punto muerto. Espero que me comprendan, estaba harto del desgaste al que me sometía semejante imbécil. Qué descanso, ahora solo reflejo las paredes.

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