Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

103. TEMORES

La tormenta iba en aumento y el océano rugía como bestia enjaulada. El barco igual que una cáscara de nuez en medio de un charco se balanceaba en todas las direcciones y sus tripulantes aguerridos marineros sorteaban las olas que viajaban de un extremo a otro de la nave. Todo estaba perdido solo les quedaba rezar, cuando de repente entre las tinieblas una luz en el horizonte les anunció la proximidad de tierra firme, enderezaron el rumbo y consiguieron llegar sanos y salvos.

Cuando enfilaron el muelle se percataron de que un grupo de mujeres vestidas de negro les estaba esperando y a sus pies cada una de ellas tenía un féretro abierto.

Al desembarcar les fueron indicando cual era el suyo bajo la atenta mirada del sacerdote que les daba la extremaución , mientras iban cayendo cada uno en su ataúd al tiempo que entre lamentos ellas cerraban la tapa.

Capitán, capitán despierte que estamos llegando a puerto.

Desde el último naufragio aquella pesadilla le perseguía temiendo siempre no despertar.

102. ALMA MÍA (MARÍA ORDÓÑEZ)

Por fin, desde una nueva terraza, pude advertir tu belleza absoluta, el esplendor de tus aguas, ese azul profundo del que habla el poeta. Creí perder el aliento ante semejante inasible y gloriosa inmensidad. Y a pesar de haberte conocido casi desde siempre, fue sólo en ese instante, que te empecé a amar.

Para mí eras angustia, terror. Tus aguas persistían obscuras, lóbregas, merodeadas por pavorosos peces que hacían remecer la frágil madera bajo mis pequeños pies. Y no me abandonaba tu rugir constante, temible amenaza en mis noches de esa casa verde, prendida a delgados pilares hundidos en lo profundo de tus arenas. Casa que arrastró un tsunami que no vi, pero que intuía te alcanzaría en cualquier momento.

Hogar de pescadores, al final de un larguísimo muelle que invadía tu reino sin recelo alguno. Morada que acogió a mi madre con su pequeña hija, que huía tal vez, de su propio desamor…

Ahora, finalmente redimida, pude observar gozosa tu otro rostro, Pacífico mío. La tenebrosa compuerta de piso de aquella cocina, ya casi nunca se abre.

Y en ti, ancestral y mágico océano, reconozco mi alma: a veces resplandeciente, mansa y feliz, a veces oscura, amenazante y feroz.

101. Las dos orillas

Todos aquellos planes, aquellos sueños, lo tenían como ido, y ella lo notaba día a día viendo que su mirada estaba ya embarcada en una travesía incierta y prometedora a la vez.

—Te escribiré, repetía él constantemente.

Una nueva vida lejos de la casi segura miseria era suficiente como para echarse a la mar y probar suerte.

—Encontraré un trabajo, volvía a decirle.

Pocas cosas la ligaban a sus orígenes, pero los lazos con él se estaban desatando también a causa de su obstinación con el nuevo mundo al otro lado del océano.

—Vendrás cuando me haya instalado, insistía.

Viendo alejarse el barco por el océano, ella era un mar de dudas.

100. Un millón de gotas

Me llamaban Pacífico, como al océano. Yo los complacía y acataba sus órdenes: llévame hacia allá, tráeme alimentos, dame de beber… Jamás se me habría ocurrido enviarles un tsunami si ellos no nos hubieran atacado primero. Ingratos, pretendían convertirnos en estercolero. Desde entonces busco mi lugar, sin rumbo fijo, cual navío que navega a la deriva.

 

Cuando llegué a estas tierras, me rebautizaron con el nombre de Atlántico… como el océano. Será porque mi fuerza, sobrehumana y portentosa, evoca inspiraciones mitológicas, a pesar de mi insignificante tamaño. No escondo nada, soy transparente y vital, pero sé que puedo ser letal. También lo saben por aquí, por eso es hora de partir.

 

Iré tan lejos como mis fuerzas alcancen a llevarme, allá donde sin conocerme me llamen Índico, Ártico o Antártico… como los océanos. No quiero volver a ser nube que inunde campos y destroce cosechas, ni tampoco mar de engañosa apariencia que engulle a miles de seres que anhelan mejor vida.

 

Soy una entre un millón. Pero un millón somos muchas.

99. EL MAR DEL FIN (Sergi Cambrils)

Mi realidad ya no es sólida, es más bien líquida, acuosa. Claro, eso lo digo ahora que soy un ser branquial que habita en las profundidades del Océano Atlántico. Todo me fluye; soy puro, cristalino, y mi vida ya no es aplastante ni viscosa, solo se limita a tener sentido. Retengo una letanía de recuerdos: el tráfico de una ciudad hirviente, mis mocasines brillantes de abogado, un andar frenético lleno de obstáculos y el amigo tarotista que me indicó este camino.

Los brazos del mar me acogieron en su seno, y no hay nada que me haga más dichoso que formar parte de este medio; en completa armonía con la fauna marina y bien avenido con las enormes ballenas que, aunque parezcan defectuosas por tener agujereada la parte de arriba, más vale tener de cara.

Gracias a ese amigo que no olvido y a su interés por la cartomancia, comprendí que debía ir a la playa y adentrarme confiado hacia lo más profundo; pues, un aciago día que me sentía perdido, él me echó las cartas y, en escasos minutos, dejó bien claro dónde estaba mi destino.

98. Canto de sirenas (E. Cuesta)

Despertó sobresaltado por el tañer arrebato del bronce. Mientras sus piernas volaban colina abajo hacia el puerto, los chapoteos desesperados y el grito atroz de las gargantas clamando ayuda lo golpearon con la misma fuerza que el viento de poniente. Y su pensamiento huyó, sin saber porqué, hasta la primera vez que sintió el impacto de una mano en su cara: «sirena», había respondido al maestro cuando le preguntó qué quería ser de mayor. Después llegaron las burlas del pueblo y los bastonazos del padre cada vez que abandonaba las tareas por contemplar ensimismado el mar. Y el anhelo creció y creció como las olas en un tsunami, pero íntimo y secreto. «Sirena», se imaginaba, para arrastrarlos a todos al fondo del océano.
El alba lo encontró exhausto en la playa. Junto a él, pocos cuerpos pudieron levantarse. La mayoría, casi un centenar, yacía sin vida; seducidos por la melodía y escupidos de nuevo a tierra. Entonces, vomitó sus sueños mezclados con el agua salada.

97. Del mar, la vida

Vendrá del mar, tendrá el sabor de la sal y la piel del agua. Su corazón latirá con el ritmo de las olas y como las mareas, unas veces, te arropará y te sentirás acompañada, y otras, se retirará despacio para que disfrutes de tu soledad. Vendrá del mar, con el sol tatuado en el cuerpo y con el tacto de las algas en el alma. Contará historias de marinos y de otras costas, de peces y de otros fondos. Vendrá del mar, te soplará la brisa marina que guardan sus pulmones y te cubrirá con el agua que guarda su sexo. Engendraréis charcas, lagunas y mares… La única certeza, Sara, es que vendrá del mar.

Así decía la carta que me dejó mi querida abuela siendo yo muy niña. De niña fue íntima compañía, de adolescente dulce promesa, de adulta un bello cuento y hoy, sesenta años después, maravillosa realidad.

96. CAMPANADAS A MUERTO

         Desde nuestro barco y en la distancia era de gran belleza, brillante, reflejaba multitud de colores, era un verdadero arco iris recostado sobre el horizonte, moviéndose en armonía con las olas.

         Poco a poco conforme nos acercábamos, nos llamó la atención la presencia de peces muertos y su belleza ya no era tal; además estaba aquel olor, cada vez más fétido, que penetraba en nuestras fosas nasales.

         Su resplandeciente colorido cambió por un sonido seco al golpear las olas con aquella masa, era como si sonasen campanadas a muerto por las almas de los seres marinos ahogados por la falta de oxigeno al verse atrapados bajo aquel manto de inmundicia y horror.

         Habíamos llegado a nuestro destino, y por mucho que lo imaginásemos nunca creeríamos que aquello sería así. Iba a ser muy difícil nuestra lucha contra ese mar de plástico que navega sobre nuestros océanos y que está acabando con su vida y al mismo tiempo con la nuestra.

95. INMERSIÓN

 

Se alegraba tanto de ver a su abuela que casi la echa al agua, desequilibrándola en aquel estrecho pantalán. Intercambiaron una mueca y subieron al barco por el acceso de popa.

La adulterada  mirada de su madre, vestida completamente de blanco, les esperaba recostada a bordo, abrazada a su padre. Su tía Marta, oculta tras unas gafas negras, le acarició con las manos las mejillas y le besó.

Parecía imposible verlos de nuevo a todos juntos en aquella rejuvenecida cubierta, vestidos rigurosamente de blanco por imposición de su padre, para realizar otra escapada familiar.

La gorra de patrón, situada por primera vez en la cabeza de su hermano, tomó su liviano equipaje y gritó: -¡Ya estamos todos! ¡Zarpemos!-

La salada brisa les acompañada en armonía con el inestable oleaje atlántico, con un rumbo que les alejaba paulatinamente del brillo de las doradas marismas.

Sobrepasadas algunas millas, su hermano señaló el lugar perfecto para la inmersión.

Su madre se acercó a la proa y esparció a su marido, dando una pincelada de gris al turquesa de aquel océano. Al mismo tiempo, el repetitivo kiik-kiik de la cigüeñuelas daba ritmo a una desconsolada oración.

94. El emisario

Las ramas de olivo, baldías y cansadas, vuelven a intentarlo de nuevo. Se divulgarán en absoluta soledad por los cuatro vientos y surcarán los cinco océanos de la Tierra. Están preparadas para una larga travesía sin dimensión. Abrazadas a la fina tela de las barbas corneas de las ballenas azules, como si fueran las velas de un barco, se agitan al compás del latido del músculo cardiaco. Desde la proa, una cabeza ancha y plana dirige su rumbo y con fuerza las aletas triangulares reman sin cesar. Tras una brusca sacudida salen expulsadas por el orificio nasal con el aire y vuelan como flechas de plata hasta alcanzar, desde los polos al ecuador, los más delirantes destinos en los que la violencia y la guerra las ignoran. Quieren encontrar de nuevo su sentido. Y todas ellas nos unirán algún día como la nervadura de un inmenso cetáceo.

93. El lamento de los ahogados

Después de un naufragio, las viudas de los marineros acuden descalzas a la playa para cumplir la penitencia. El mar las acoge con su tristeza, como si quisiera pedirles perdón, mientras va enredando las algas entre sus dedos. Las olas también se aferran a sus pies desnudos y juntas tiran de las mujeres, animándolas a escuchar los recuerdos que susurraron los hombres con el último aliento de sus pulmones. Ellas se dejan arrastrar por la sal de sus lágrimas, y las que tienen suerte, o la perseverancia de la fe, consiguen desatar del agua, envueltos en una burbuja, los besos, las caricias y las promesas de amor eterno que nunca más recibirán.

Cuando regresan a sus hogares, el mar, al retirarse, imprime su huella húmeda en la arena, y recupera el silencio frío de los días despejados que ellas habían roto con su llanto, aunque sabe que algunas no van a renunciar al lamento de los ahogados. Él las espera paciente, acunándose seductor entre la orilla y el horizonte, y no olvidará ofrecer cada tarde las olas que darán cobijo a sus cuerpos sin consuelo.

92. Amor de madre (Santiago Eximeno)

¡Qué feliz vemos a Dulce cuando entra en el mar!

Sonríe desde que la bajamos de su silla de ruedas y no deja de hacerlo mientas la llevamos en brazos por la arena. Después, cuando sus piernas, finas como palillos, entran en contacto con el agua salada, grita de emoción.

¡Qué alegría verla nadar!

Se sumerge bajo el agua y aparece de nuevo entre risas y espuma. Y salta y se hunde y vuelve a saltar, y después nos saluda con un movimiento de su cola.

Pero termina la tarde y debemos volver a casa, así que mamá nos ayuda con la red y la atrapamos y la arrastramos por la arena, de vuelta a su silla de ruedas. Dulce llora y grita y nos amenaza, y creo que si pudiera nos daría patadas con sus pequeñas piernas, pero mamá la abraza y la consuela y le susurra cosas bonitas.

Yo siempre digo que eso sí es amor de madre.

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