Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

76. AL FINAL…SON COMO HIJOS

¡En el congelador hay Manolo para rato! le grito malhumorada a mi marido mientras cocino unas míseras espinacas con garbanzos.

¡Tú y tu manía de poner nombres a los animales que criamos en la granja! ¡Nos estamos volviendo vegetarianos por tu culpa!

Paso porque cuando son pequeños vivan con nosotros y les sentemos en la mesa, dándoles el biberón. Que en la adolescencia les dejes acampar libremente en el salón y que hasta veas partidos de fútbol con ellos tomando una cerveza tirados en el sofá los domingos…pero mira que te lo dije…

¡No les bautices, que luego se les coge cariño y no nos los podemos comer!

Sigo gritándole enfadada mientras me acerco a la despensa y veo los cinco congeladores que hemos comprado en los últimos tres años y pienso en Manolo…por lo menos no está sólo. Le acompañan Pepe, Luisa, Clara y los más de quince cerdos que hemos criado y alimentado para luego, en noviembre, mandarlos matar. Ni unos tristes chorizos hemos podido probar sin que el remordimiento nos acompañe. Eso sí, siempre estarán con nosotros, en nuestros arcones.

 

75. El mártir

Después de sobornar a los guardias de la prisión, el asesino entra en la celda de castigo, cierra la puerta y se detiene a observar al preso dormitar sobre su camastro. Parece un hombre inofensivo, y no el peligroso agitador que levanta el ánimo entre el pueblo con sus ideales revolucionarios. Obedeciendo las órdenes recibidas para silenciarlo, coloca las manos alrededor de su cuello, y con más facilidad de la prevista, sorprendido de que no ofrezca resistencia, como si el hombre se hubiese resignado a su destino, aprieta con sus pulgares hasta que lo estrangula.

Es entonces cuando se alarma al descubrir un aliento difuso, como una niebla intangible, que se escapa de su boca entreabierta, en el que distingue palabras incendiarias, subversivas, provocadoras, que no puede contener con la ayuda de sus manos, mientras se deslizan velozmente hacia las paredes. En un acto reflejo, saca su pistola, le quita el seguro y vacía el cargador sobre ellas, aunque ninguna bala consigue dañarlas. Muy pronto se dará cuenta de que luchar contra la herencia de un mártir siempre será una batalla perdida, y contempla, impotente, cómo las consignas del rebelde atraviesan sin dificultad los sólidos muros del calabozo.

 

74. La sonrisa del tiempo (Salvador Esteve)

No temo a la muerte, pero de mis entrañas emerge un sentimiento desolador: un terror irracional al olvido. Tengo la certeza de que cuando tu familia, tus amigos (si los hubiese), te olvidan, tu huella se desvanece y desapareces para siempre.

Oteo el horizonte y me invaden arcadas de resignación: aventureros tras la estela de un tal Colón, artistas, científicos acuñando su sello en la historia… No escucho nombres de mujer, tal vez no hemos nacido para la eternidad, quizá nuestra lucha aún no ha comenzado.

Los días se van tachando en mi calendario con el hastío de mi invisible existencia. Esposada con un anciano, amamanto a sus hijos, adorno sus fiestas, y ahora tiene el antojo de que pose para un cuadro. El afamado pintor me observa como si quisiera entender mi alma, me pide que sonría, y yo…, yo lo intento.

73. Resiliencia

Los días transcurren sin sobresaltos mientras la añoranza se le acumula en las entrañas. Cada vez le cuesta más regresar a casa por las noches, pero no puede abandonarlos a su suerte. Su familia lo necesita. No puede evitar que acudan a su memoria los momentos felices que vivieron juntos. Aunque duelan, le infunden valor para atravesar el umbral. Avanza con sigilo por el pasillo en penumbra. Habitación por habitación. Se asegura de que todo esté en orden. Si su mujer ha dejado atrás su llanto desconsolado y si sus hijos han superado los terrores nocturnos que les angustiaban desde su marcha. Todos duermen. Acaricia sus cabellos levemente y besa sus mejillas con ternura. Les echa tanto de menos que daría lo que fuera por cambiar las cosas. Pero no tiene elección. Su peor pesadilla es que puedan olvidarse de él por no permanecer a su lado. Por eso siempre se le estremece el corazón cuando comprueba que persiste su reflejo ausente en el azogue y, tras de sí, una estela de cenizas.

72. Bestseller

“Y a ti, pequeña Olga, te dejo la inmortalidad”. Esas fueron las últimas palabras del abuelo. ¡Qué faena! Los demás habían heredado cosas fáciles de encontrar: dinero, joyas, tierras… Yo, por el contrario, algo que no sabía ni para qué servía ni dónde se hallaba.
Una cosa estaba clara: ninguna inmortalidad de esas me iba a devolver a mi abuelo, pero si no quería defraudarlo, tenía que hacer lo imposible por encontrarla.
Vacié cajones, armarios y alacenas. Pregunté a la abuela, a los tíos y a mis padres. Nadie sabía dónde la guardaba.
Durante años consulté uno por uno los libros de la casa, de la biblioteca y de las librerías. Todo fue en vano.
Viajé por el mundo, crucé valles, selvas remotas y lugares inhóspitos. Entremedias aprendí de los más sabios, amé, olvidé y conviví con media humanidad… No sirvió de nada.
Un día volví a casa con las manos vacías. Lloré: había estado casi media vida buscando la herencia sin éxito, ¿cómo explicarle a mi abuelo mi fracaso? ¡Tenía tantas cosas que contarle!
Cogí una hoja en blanco, tomé aliento y escribí la primera frase de miles de páginas: «Y a ti, pequeña Olga, te dejo la inmortalidad».

71. ¿Olvidados?

–Aguantaré unos años malviviendo aquí, luego me iré de este mundo y, ¿qué quedará de mí? Nada.

–Alguien habrá en tu tierra que te recuerde.

–No formé un hogar, cada pocos meses cambiaba de ciudad.

–Mi familia pensará en mí. Aún vienen mis hijos a verme de vez en cuando. ¿Tú no tuviste críos?

–Visto así… es cierto que quizá me recuerde alguien. Estuve con diferentes mujeres y sí, hubo hijos.

–Sé que en el fondo me agradecen lo que hice por ellos. Con lo que robé pueden tirar adelante, aunque yo ahora esté en la cárcel. Pero tú no recibes visitas.

–Es que nunca he conocido a ninguno. La verdad, dudo que esos hijos sepan de mí. Sus madres no les hablarán de su padre biológico. Mi paso por sus vidas es algo que les debe generar asco y rabia. Fueron unas cuantas, sí. Y en aquella época, tras soltarme por buen comportamiento en la primera condena, tuve mucho éxito en los centros comerciales con adolescentes. Hasta que me trincaron otra vez y de vuelta al trullo.

–Creía que estabas preso por atracar un banco. –El padre de familia se alejó escupiendo a sus pies–. Ahí te pudras, canalla.

70. EL ÁTICO

Nuestro edificio está organizado por edades. Así, en el bajo habitan unos jóvenes aún púberes. En el primero, una pareja de recién casados llena las noches de fogosos jadeos. Ascendiendo encontramos a una familia con dos niños pequeños y un caniche. Encima de ellos, un matrimonio convive con su hijo adolescente quien, de cuando en cuando, propina algún que otro portazo que hace ladrar al perro que vive debajo. En el cuarto, un matrimonio a las puertas de la jubilación cuenta los días para que su hijo, cumplidos los cuarenta, se independice pronto. Estos soportan el alto volumen del televisor de la anciana de la planta quinta, que no tolera el sonotone y se despacha a gusto con la tecla del volumen de su mando a distancia, cuando ve la novela y las noticias. Yo vivo en el sexto, y más arriba, al ático, no hemos subido nunca. Acaso atisbamos los movimientos de las persianas que suben y bajan o aguzamos el oído cuando, en las noches de luna llena, ese sonido que desciende y se cuela dentro de nuestras casas, nos hiela la sangre.

69. Pedacitos (Paloma Hidalgo)

Riñones, piel, páncreas, vasos sanguíneos, puede empezar con la enumeración, pero sabe que no hace falta si ya están en esa sala sentados frente a él. La primera vez que habló con unos padres que acaban de perder a un hijo en un accidente, de esquí, no lo olvidará jamás, le faltaban las palabras, la voluntad, la energía. Ahora tiene experiencia. Se mete en su piel, y desde el respeto a su dolor, les explica que el corazón de su hija podrá llegar a enamorarse aunque habite en otro pecho, que sus córneas quizá vean esas auroras boreales que tanto dibujaba, o que sus pulmones seguirán peleándose con el polen durante muchos años. Y la mayoría se rinden ante la vida, y como él y su mujer hicieron con Lydia, optan por donar, y dejar que la muerte se lleve el menor pedacito posible.

68. Posverdad: el origen

Lo clavaron con escarpias que no habrían aguantado el peso de un fino tapiz. Es lo que pasa cuando confías el trabajo a soldados rasos. En cuanto se le soltaron los brazos, se arrancó los clavos de los pies como si fueran chinchetas. Pilló a los centuriones desprevenidos: corrió monte Calvario abajo y desapareció en la negrura de la noche. Ha faltado tiempo para que sus discípulos distribuyan papiros amarillistas con el milagro de su resurrección. 

67. Tommy

Quiero agradeceros por haber colocado la urna con mis cenizas en el estante más alto de la casa. Siempre me han gustado las alturas. Desde aquí os observo. Carmen, a menudo, eleva la vista y se emociona. Tú no miras nunca, como no fuiste capaz de mirar cuando me practicaron la eutanasia. Estuviste allí mientras me pasaban el suero con sedante, pero huiste antes de que comenzaran con la droga, dejando sola a Carmen que permaneció a mi lado hasta que la doctora retiró el estetoscopio y le dijo que mi corazón ya no latía.

Tú y yo siempre fuimos muy unidos. Yo te elegí como mi preferido y nunca ignoré cuánto me querías, y hoy, que puedo leer tu mente, sé que tienes deseos de vocear como solías: “Tommy-Tommy-Tommy”, pero no te atreves porque Carmen estallaría en llanto. Sé que muchas veces tienes la sensación de que voy a aparecer de cualquier lugar, como lo hacía y también que te arrepientes de no haberme estrechado más entre tus brazos, a pesar de que lo hacías muy seguido, provocando mis más sonoros ronroneos. Sólo me gustaría que supierais que mientras continúe tan vivo en vuestras vidas, no moriré del todo.

66. Tu recuerdo inapelable

Aquella fue nuestra última noche. La butaca pegada al borde de tu cama, y bajo las sábanas, las yemas de mis dedos rozando las tuyas. No quería avergonzarte hijo. Ya sé que disimulabas y hacías como  si te molestaran mis muestras de cariño, tal vez exageradas a veces. Pero  me quedaba muy poco tiempo junto a ti. A pesar de luchar con todas tus fuerzas, la dama de negro te había visitado varias veces, te hacía guiños, y aunque que tú querías escapar, ya estabas sentenciado. Tu respiración se pausaba, se detenía. Apenas sin aliento me llamaste para balbucear palabras que no comprendí. Me acerqué a tu oído para dejarte ir en paz con todo mi amor por compañía…Y te marchaste aquella mañana de febrero gris, aunque tibia y soleada. Fría, aunque cálida y dulce.

Y te dejamos en la orilla del mar convertido en centinela, en el guardián que custodia aquellas playas. Tierra a la tierra, polvo al polvo. Y allí estás hijo, allí vives porque aunque te fuiste te quedaste. Aunque te marchaste volviste. Aunque no pueda verte te tengo y te retengo como una melodía en mi memoria..

 

65. Súbita (Nuria Rodríguez)

El sol se ha escondido y en la penumbra de la habitación, le acuna. Su cabecita inerte, todavía huele a leche, la misma leche que pugna por salir de sus inflamados y doloridos pechos.

Tiene la mirada perdida y los ojos vidriosos rotos por el dolor.

Fuera de la estancia, los servicios de emergencia esperan junto a su marido.

Sabe que no soportará pasar una vez más por el mismo infierno y se aferra desesperada al cuerpecito, ya frío, de su bebé.

Esta vez será diferente y él se quedará para siempre junto a ella, piensa, mientras que con un hilo de voz apenas audible, comienza a cantarle una canción de cuna que suena demencial.

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