Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

60. No podré

Siento una presión terrible en el pecho. El corazón me late deprisa. Apenas puedo respirar, no voy a lograrlo. Noto que transpiro. La chaqueta cubrirá esos rodales. Las sienes se me coronan con perlas de sudor. Mis piernas tiemblan como hojas a merced del viento. He de tranquilizarme, mi vida está en juego. Oigo murmullos, ¡qué horror!… Cierro los ojos, quiero correr, quiero huir de aquí. ¡Vete! Me grita mi cerebro una y otra vez. No puedo hacerle caso, tengo que vencer este pánico que me tortura…

Por fin se van acallando y se impone el silencio, como de cementerio, ¿será mi entierro? Busco aferrarme a algo. Cierro las  manos sobre la suave madera que tengo delante, es un escudo. Mejor sería escapar a un sótano oscuro y profundo con puerta de hierro. Abro los ojos, esa luz cegadora me impide ver. Noto que hay mucha gente, mirándome, ojos escrutadores, analizando cada uno de mis movimientos, acechándome, están esperando para abalanzarse sobre mí. Estoy tenso. Voy a colapsar y caeré al suelo, inconsciente. Menudo espectáculo, ¡qué espanto! Tengo que hacerlo, he de comenzar…

Tump, tump…

Estimados y estimadas colegas doctores en Psicología, la glosofobia puede llegar a ser altamente incapacitante…

59. ME HACES FALTA

El académico no podía soportar las faltas de ortografía.
Lo corregía todo: los carteles de la frutería, los menús de los bares, incluso las notas que colgaban de los tablones de anuncio en los que se ofrecen pisos en alquiler.
Las comas mal puestas eran puñaladas traperas al idioma. Y las tildes ausentes, una traición imperdonable.
A sus alumnos les imponía terror. Cada falta bajaba automáticamente dos puntos la nota. Argumentaba que la lengua era un edificio frágil, y que una hache mal colocada podía resquebrajar sus cimientos. Él se erigía como su guardián y centinela incorruptible.
Al menos, eso era lo que mostraba al mundo.
Pero todos tenemos una cara “B”.
Nuestro protagonista, al acabar la jornada laboral, se quitaba la americana, se arremangaba la camisa y desconectaba en algún club privado.
Allí, lo que más le excitaba no era el whisky ni la penumbra del reservado.
Era que le susurraran al oído, muy despacio:
— Dentrifico…
— Cocreta…
— Retonda…
Y entonces, por fin, se permitía una falta.
La más humana de todas.

58. EL ENTOMÓLOGO (Rosalía Guerrero Jordán)

Todavía no entiendo el motivo de que Silvia no haya vuelto a hablarme después de nuestra primera cita. Al principio pareció sentirse cómoda, incluso me confesó que padecía fobia a los insectos. Pero en cuanto le dije, casualidades de la vida, cuál era mi profesión, su actitud cambió. Por ello, evité alardear de los conocimientos que atesoro, cual diligente hormiguita, sobre el tema.

A final de la cena la noté más nerviosa que un saltamontes en primavera, lo que achaqué a la tensión sexual no resuelta entre nosotros. Pero al llevarla a su casa no me invitó a entrar a su colmena.

He intentado volver a quedar, pero me temo que últimamente bebe los vientos por Felipe, musculosa abeja reina con cerebro de mosquito. Hoy los he visto juntos, él tejiendo una tela de araña en la que atrapar a mi linda mariposa, ella mirándome como una avispa altanera. Al verme, ese piojoso me ha tratado con desdén, y ha agitado su mano como quien espanta una mosca.

Ojalá mi delicada libélula acabe pronto convertida en una mantis religiosa.

56. Ana

Ana baja del coche y cierra la puerta despacio, como si no se atreviera. Frente a ella se extiende una llanura inmensa, sin árboles ni vallas. Únicamente se oyen el viento rozando la hierba seca y el chirrido insistente de un solo grillo.

—¿Vienes o qué? —le grita su primo que ya había echado a andar— ¡Venga, que es recto!

Ana da un paso. Dos. El sol le quema la nuca. No hay sombras. Nada donde apoyarse. Ningún lugar donde esconderse. Da tres pasos más. Las rodillas le tiemblan, siente un sudor frío en la espalda. Mira atrás.

—¿Ana?

Intenta dar otro paso, pero no puede. Delante, espacio, demasiado espacio y su primo que se aleja. Encima, un cielo enorme, un azul que aplasta. Siente el corazón en la garganta, desbocado.

—¡Ana!

No puede responder. Intenta respirar, pero el aire pesa en exceso. Tiene las manos abiertas, le sudan las palmas. Vuelve a mirar atrás y ya no lo puede evitar: da la vuelta, corre hacia el coche y se lanza dentro. Jadea. Solo recupera el aliento cuando cierra los ojos y aparecen un techo, unas paredes, una ventana sellada y una puerta cerrada. Ahí dentro todo cabe!

MONTRUOSCOPIO 2025

¿Nos echabas de menos? hemos vuelto… Monstruoscopio 2025

Imagen generada con Inteligencia Artificial

Te proponemos 5 semanas de Monstruoscopio, dedicadas al número cinco.

Comenzamos el martes día 30 de septiembre. 50 plazas, 5 rondas de martes a domingo, lunes descanso y votaciones/resultados. Finalizamos el 31 de Octubre, Halloween.El 1 de Noviembre, todos los Santos, se conocerán los 3 ganadores que entrarán en el libro anual de ENTC.

Como siempre se participa con un alias que será suministrado por la organización.

¿Te atreves? Inscríbete en la calabaza

 

55. Claustrofobia (Francisco Javier Igarreta)

Siendo apenas un latido se sintió rechazado. Como si fuese un entrometido. A decir verdad, solo era el resultado fortuito de una relación sobrevenida. Algo puramente circunstancial.

Pese a todo se adaptó sin problema al tibio colchón de agua.

Inevitablemente, al paso de las semanas su situación se fue haciendo más embarazosa. Incluso empezó a notar cierta sensación de ahogo. El claustro materno se le antojaba hostil y en cuanto pudo salió por pies. Prematuramente.

54. Especie protegida

Una tarde me lo confesó: su mayor fantasía era hacerme el salto del tigre. Aseguraba que, a causa de mi aversión obsesiva a los felinos, por respeto había aguantado hasta entonces sin contármelo. En silencio, y a pesar del asco inicial que la idea me producía, dirigí la mirada al altillo del armario para calcular la distancia a nuestra cama. Ese gesto inconsciente me descubría: no se lo negaba de manera rotunda.

Tras fructíferas sesiones de terapia conductista, por amor lo alimenté como todo buen predador merece, y su cuerpo triste, de gato escaldado, se fue llenando de vigor y nervio hasta transformarse en algo que jamás había visto. La noche que acordamos, lo esperé abierta a su sueño sobre el lecho. Encaramado al mueble de un brinco, los rugidos fueron tan fieros, tan inhumanos, que nuestro hijo llamó muerto de pánico al zoológico.

Ahora que estoy curada de espanto, todas las mañanas paso a visitarlo. No es mal sitio, aunque espero que el director me reciba cuanto antes. Quiero que saquen a todas esas hembras despeluchadas de la jaula. Y que corrijan de una vez el panel informativo, pues donde pone «Panthera tigris tigris» debe decir «Homo felinus amatoris».

53. Angustia subsanable

Le gustan las caricias, pero Darío se esconde por los rincones cuando su padre llega a casa. Sus manos, tan secas de trabajar la tierra, le hieren al contacto con su fina piel. Que es un hombre de campo y de ahí la aspereza de sus dedos, le dice mamá. Al final lo acaba encontrando, y lo sienta en su regazo mientras le habla de la cosecha, y del bosque y sus animales. Luego, si nota la cara abrasada, el pequeño se pone agua para calmar el ardor. Su miedo a quedarse sin el líquido elemento le hace llevar nubes en los bolsillos. Algunas son grandes y sobresalen, y llueven un poco, y dejan a su paso un reguero de gotas. Su madre siempre sabe donde está siguiendo el acuoso rastro en el suelo.

Ahora parece que todo esto puede cambiar, pues tita Rufina trae un remedio de la capital: una crema de manos que permitirá a Darío disfrutar de las carantoñas de papá con una sonrisa.

52. Ataxofobia

Descubres, con fastidio, una gotita de sangre en el impoluto cuello de tu camisa. No recuerdas haberte cortado afeitándote. Chascas la lengua, contrariado, porque no puedes entretenerte mucho más. Te lavas manos y cara. Doblas con un escrupuloso ritual el pañuelo con el que acabas de secarte. Viertes Varón Dandy en el cuenco de la mano y te rastrillas el cabello para, a continuación, humedecerte el cogote. Guardas el frasquito en tu pequeño neceser. Contemplas tu reflejo en el espejo y disfrutas del silencio del cuarto de baño. Te relajas durante unos segundos. No soportas el ruido y tampoco el desorden. Probablemente por eso mismo eres bibliotecario. Recolocas la pastilla de glicerina en la jabonera para dejarla bien centrada. Te bajas las mangas y abotonas los puños de la camisa. Ajustas con mimo el nudo de la corbata y sales del baño. Atraviesas la sala de lectura y entras en el despacho. Allí tu solícita compañera acude para devolverte los guantes e informarte de que el tipo que subraya los libros aún sigue inconsciente sujeto a la silla. Y te advierte, asimismo, de la presencia de esa gotita de sangre que se te adivina en el cuello de la camisa.

51. ¡SOCORRO! YA ES NAVIDAD

Ah, la Navidad, esa entrañable época para reunirnos y compartir…

Aún recuerdo la copiosa nevada que cayó la última Nochebuena y por la que mi cuñada no asistió a la cena —padece chionofobia, miedo a la nieve, hay que ser rara—. Los demás, sin embargo, nos entregamos a la liturgia navideña con devoción. Excepto mi sobrino, al que su cibofobia provoca pánico a comer. Bueno, parece lógico, había comida como para resistir otra pandemia. El caso es que se refugió en el sótano y se negó en redondo a salir de allí. Y más cuando fue a acompañarlo mi tío por culpa de su selafobia: dice que es el miedo a las lucecitas del árbol. Para mí que se lo ha inventado, lo que pasa es que tiene fobia social; vamos, que no nos soporta.

Y para más inri mi mujer (nostofóbica) se encerró con mi hija (doronofóbica) en el cuarto de ésta. Wikipedia dice que son fobias a la nostalgia y a abrir regalos, pero no cuela, yo sé que lo que tienen es un síndrome del Grinch como una casa. La cuestión es que entre todos me dejaron solo con el abuelo. Y yo con mi gerontofobia…

50. Soy una buena persona

La reunión de vecinos se caldeó ante la desidia municipal.

Los exabruptos se superponían y algunas soluciones no podían constar en acta.

Cierto es que no vinimos a este buen barrio para aguantar día tras día esta desagradable imagen ante nuestro portal.

A la mañana siguiente se habían sustraído las tablas del respaldo. Luego, las del asiento. Quedó la armazón desnuda, convertida en una escultura involuntaria con él incluido dentro con sus mugrientas bolsas y sus ropas harapientas y malolientes. Su rostro, oculto tras la maraña de pelos y barba, amedrentaba.

Como presidente, llegué a ofrecerle una buena suma. La rechazó con su muda mirada.

Así, el rumor se hizo cierto: aquel era su lugar para verla salir y entrar, aunque ella ya no lo reconociera.

Un amanecer, sin más, el hueco se hizo ausencia.

Los saludos de los vecinos se tiñeron de complicidad y agradecimiento.

La noticia de que un hombre pobre, un pobre hombre, había ardido en un cajero, venía acompañada de la detención de dos muchachos. Esto último resultó un gran alivio: evitaba preguntas incómodas.

La retirada de los restos del banco nubló la memoria y consumó el olvido. D.E.P.

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