Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

90. Abandono (Xavier Blanco)

He leído tu carta. Tu carta que es solo un epitafio, el que corona la tumba de nuestra historia. La he roto, presiento que regresarás.

Cerraste la puerta y escuché un adiós sordo, luego los sueños se estrellaron contra el suelo, se hicieron añicos. Fui incapaz de reaccionar. Me quedé sentado en el sofá, observando como el sol que entraba por la ventana iba modificando su ángulo, hasta acariciar mis dedos. Intenté atrapar la luz, pero se escabulló entre mis manos, poco a poco, igual que tú te has ido estos años, como se fueron los besos de las mañanas y las risas de los domingos. Como los recuerdos, que mi mente  rechaza porque ya no me pertenecen. Porque ya no formas parte. Después me asomé a la ventana, y ni siquiera divisé tu sombra entre la niebla.

He leído tu carta. Decir te quiero, y querer decir ya no te quiero querer. Por ejemplo poner una vela al futuro y soplar cada día, hasta que se apague. Hace tanto que te fuiste. Me cuesta tanto recordar ese adiós, saber que ya no somos la misma historia. He leído tu carta y sé que te has ido. Ayer. Para siempre.

89. El Árbol Será Su Lápida (MARÍA ORDÓÑEZ)

Cuando llegues al monte, María, ten cuidado. Ya ni el zacate crece igual. Ni huelen lo mismo las flores de manto, ni la manzanilla. Tampoco los pájaros cantan como antes.

Cuida donde pises, mi niña. Habrá palas y picos por todos lados. No tropieces con ellos y tampoco los toques. No sabemos si enterraron o desenterraron a los difuntitos que mal descansan en esos campos. Tú llévate los tuyos y si Diosito te escucha y regresas con noticias de tu Juan, déjalos ahí; tantos hay que sólo tienen uñas para buscar a sus muertos, mi niña.

Y mira, si encuentras a nuestro muchachito, sácalo con cuidado. No dejes que te lo ganen los buitres, ni los perros, ni los policías judiciales. Escóndelo en este morral. Si ves un huizache alto, ahí merito lo entierras. Escribe sus señas en el tronco. Ese árbol será su lápida.

Cuando le hayas dicho tus cosas, cuéntale también las nuestras, mi niña. Dile que su padre y yo, día y noche lo buscamos. Gritamos su nombre en calles y plazas, en pueblos chicos y grandes, hasta quedarnos roncos, hasta perder las fuerzas.

Tantos son los que faltan, María, que ya ni el viento nos escucha…

87. QUERIDO HERMANO (BELÉN SÁENZ)

Me he estremecido de placer con el sabor acorchado y viscoso de la manzana podrida que había mordido y el cabeceo furioso del gusano al ser sorprendido. He pensado en mi hermano, en cómo construía abismos de separación hacia lo anómalo. Una tarde en nuestro cuarto me retó a meter la mano bajo el edredón y tocar los ojos de un muerto. Cuando casi agonizaba de terror, me confesó riendo que sólo eran dos uvas peladas y húmedas. Tras morir papá y mamá, me llevaba muchas tardes al cementerio para que le ayudara a componer oscuros epitafios con letras del scrabble hasta que rompía a llorar de pena y frío. Rememoré sus enseñanzas cuando aquella prostituta apareció desmembrada en el canal donde cazábamos los pajarillos que luego me hacía lanzar a las garras de gatos callejeros. Hoy, después de lo de esa pobre niña, he venido corriendo porque he sentido verdadero vértigo. Conozco bien a mi hermano, mi espejo; llevo años arrastrando las fascinaciones que me impuso. Horrores que han emponzoñado mis sueños y sesiones recurrentes con psicólogos. No estoy exagerando, señor comisario, él me convirtió en su sombra pervertida y ahora yo me he propuesto ser su peor pesadilla.

86. Muerte de la joya

Andrea salió del cementerio, repitiéndose, sin darse cuenta, lo que acababa de encontrarse, al girar una esquina, de camino hacia la salida: ‘Lo que eres, fui. Lo que soy, serás’.

Aunque ella, en lugar del cambio de viva a muerta, lo aplicaba al paso de presa a libre, también para su querida Carmen.

No hacía ni dos días que su marido había muerto repentinamente de un aneurisma. El deportista, el triunfador social y empresario de éxito, el hombre culto y sensible que todos apreciaban, se apagó como una vela.

Y Andrea, que a menudo era felicitada por compartir vida con la joya que aparentaba ser Blas, se sintió florecer, como si despertara después de un invierno interminable, triste y oscuro.

Había ido recordando, poco a poco, la persona esencialmente feliz que era ella, antes de descubrir con quién se había casado realmente, y que casi se había desvanecido.

Conteniendo como podía la expresión de su alegría, se felicitó de su suerte, y se propuso un objetivo: sacar de su encierro a su cuñada, que como ella había sufrido largos años la opresión de la bestia.

Se sentó al volante, cerró los ojos, suspiró, y se dijo: ‘lo voy a hacer’.

85. CHACAL

¿Habéis escuchado alguna vez al viento luchar con los cipreses? Supongo que sí. ¿Pero lo habéis hecho una noche cualquiera de invierno cuando la luna nueva te suspende el aliento? Probablemente también. ¿Pero… tumbados quizás sobre una lápida? ¡Nooo, seguro que no! Si lo hubierais hecho no estaríais ahí escuchándome.

¡Maldito juego! Ocurrió hace mucho tiempo, sí, pero ni siquiera el viento, hacedor de olvidos, consigue llevarse mis recuerdos. Os juro que no quisimos abandonarlo, pero aquel terrorífico aullido nos heló la sangre y tuvimos que salir corriendo. ¡Lázaro, nuestro amigo Lázaro! ¡Siempre acompañado por un misterioso cánido negro!

Hoy he vuelto al camposanto dispuesto a continuar el juego, aceptar con resignación mi turno y librarme definitivamente del ciprés que me ha crecido en la conciencia. Me tumbo en la misma losa que todavía conserva las correas que lo sujetaron. El viento comienza su particular batalla. La luna se esconde. Un frío glaciar se escapa por debajo de la piedra y recorre mis venas poco a poco. La estatua, aquella estatua negra con olor a bálsamo, supuestamente de mármol, me mira con su cara de chacal y me enseña un extraño epitafio cincelado en su pecho: “OTREUM EVUTSE NÉIBMAT OY”.

84. Visible (Patricia Mejías)

No cuestionó el aroma a licor que impregnaba las ropas manchadas de pintura de su sobrino. Pagó los dos céntimos acordados por retocar la inscripción en el sepulcro de su esposo, y le preguntó:
─ ¿Esta vez se distingue bien el apellido Soto? El año pasado me confundí y le dejé las flores a Dulce Coto.
─Sí, tiita, bien grande y repintado. Desde largo, usted puede reconocer la tumba del tío Dulo.
La anciana tomó la canasta con flores y se marchó al camposanto. Cada cruz le dio la mano para ayudarla a atravesar aquella  blancura indistinguible, de no ser por las letras en negro y recién pintadas: Hermenegilda López, Leónidas Peraza, Rudecindo…
Puso arruga contra arruga en el ceño fruncido. El Padre maldecía a gritos. Entre risillas, la gente comentaba: «¡Qué clase de epitafio! Seguro que murió de cólico miserere. ¡Qué va! Eso tiene traza de que le dieron un balazo por mala parte»
Apenas avistó a la anciana, el sacerdote la reconvino: ─Te burlaste del pobre viejito. ¡Borra esa infamia!
Temblorosa, tomó una piedra. Con los brazos extendidos, la cruz la urgía a desconchar los caracteres de una cuarta de largo: «Aquí dezcansa Tío Culo Roto»

83. MAR DE LÁPIDA

Cuando nos cruzamos en el puente, sólo nos miramos, de arriba abajo, sin decir palabra como dos desconocidos. Hace unas semanas que partimos para navegar. Sin rumbo fijo al principio. Sólo por el placer de cabalgar las olas. Días de calma chicha descubriendo atardeceres sin horizonte o noches tempestuosas agarrados al timón como a un salvavidas. Hacíamos el amor sobre cubierta como en una playa de arena olvidada. Y no desesperamos cuando la radio se estropeo o escasearon los víveres. Supongo que éramos felices.

Tal vez fue el pescado raro que comimos, no sé, pero tuve tiempo de meter en una botella el epitafio que quiero que pongan en tierra firme: nada es lo que parece, el viaje es lo que importa.

82. EL DELITO MÁS HERMOSO DEL MUNDO (Reve LLyn)

A las puertas de la muerte Svetlana Vólkova solo se arrepintió de una cosa. A lo largo de sus 97 años de vida se había casado tres veces y ninguna por amor;  había sido infiel a todos sus maridos con hombres o con mujeres —según el interés,  la conveniencia o las apetencias del momento—; había engañado, mentido, robado y conspirado contra su familia,  la iglesia y el gobierno en unas ocasiones para medrar socialmente y en otras por un simple plato de kasha o un trago de vodka.

Tan solo una sombra oscurecía su corazón el día en que este dejó de latir.


Encontraron su cadáver en un pequeño piso de la Avenida Nevski rodeado de 13.205 libros —según catalogó posteriormente el bibliotecario designado al efecto—.  Todos robados.


Nadie enterró su cuerpo, que terminó en una fosa común, ni escribió un epitafio en su memoria. Tan solo unas estanterías de la Biblioteca pública Mayakovskaya recuerdan su obsesión. Y allí, ni siquiera  una placa la menciona.

81. Final feliz

Diecinueve y treinta horas. La tarde se tejía con hilos de lluvia  formando un manto de tristeza y angustia. «Vamos a llevar flores al cementerio para rememorar quien se fue, mi mitad”. Como todos los días de difuntos.» Esa frase era el único pensamiento que giraba en torno de Dulce Victoria. No cabía más pensamiento que ese. Se vistió con un vestuario acorde para tal evento. No cabía posibilidad alguna de ataviarse de colores llamativos ni vivos. Aunque ella seguía pensando, y seguiría por los siglos de los siglos, que el sobrio no era un tono que le hiciera ningún homenaje. Más bien su antónimo. Llegó a las ocho menos cuarto hasta casa de su madre, la morada en la que malvivió con su difunto padre.

-«Date prisa madre»- decía sentada en su pequeño utilitario, aún con restos de sangre que no hace mucho tiempo respiraban de vida pero que hoy eran restos que con el desgano se habían quedado impregnados formando parte de la tapicería.

Nunca llegó a salir. Ella siempre lo supo. Cada primero de noviembre, recordaba satisfecha cómo había asesinado a su padre en aquel coche por haber degollado a su madre. –“Son rosas, como tú mamá.”

 

79. Sin distinción (Esther Cuesta)

Por azares del destino, un invierno hube de sustituir al médico de un pequeño pueblo. El frio era intenso, la luz escasa y había pocos bares donde ahogar el aburrimiento. Mi sorpresa fue mayúscula al encontrar un día, paseando por las afueras, un maravilloso lago helado, oculto por el boscaje. Me asustó entonces un letrero que avisaba “Prohibido el paso. Cementerio”. Nunca había visto algo así, un camposanto sin lápidas ni flores.

Regresé al pueblo resuelto a indagar el asunto, pero los jóvenes me hablaron de cuentos nocturnos, de fantasmas y apariciones, mientras los mayores miraban al cielo y se santiguaban. Pasadas unas semanas, atendí a una anciana moribunda, quien me narró lo sucedido. Fue en tiempos de guerra; se enteraron del pase de una columna del ejército enemigo, y cuando hombres y caballos estuvieron en el centro del lago, golpearon con fuerza en las cuatro esquinas a la vez y el hielo cedió. Me juró que los agudos relinchos y los gritos desesperados de los hombres aún resonaban en aquel paraje.

Pasados los años, tampoco yo he conseguido olvidar aquel pueblo de muertos, cuyos corazones únicamente seguían latiendo para expiar las vidas que yacen sin nombre bajo las aguas.

78. SIT TIBI TERRA LEVIS (JM Sánchez)

Cansado, tras su ficticia muerte, de haber vivido durante casi cuarenta años en una constante leyenda, y harto sobre todo de alimentarla con algunas apariciones por aquí y por allá, que la imaginación popular no dejó de ensanchar y difundir, el mítico cantante decidió confesar su fatiga y terminar para siempre con su quimérica existencia.

—Ha estado bien eso de variar las letras del epitafio, ¿verdad?

—Me sorprendes. Jamás habría pensado que un gitano supiera latín.

Apenas terminó la frase, un golpe seco en la nuca acabó con sus días de gloria y misterio. El resto fue una labor sencilla de avisos a los herederos y a la prensa, y todo el mundo se reunió en torno a un sepelio que ya se había producido casi cuatro décadas antes, pero esta vez sería de veras. Sobre la tumba del gran cantante se leía la habitual frase latina que cerraba para siempre el episodio de las apariciones.

Y del mismo modo, como una inscripción funeraria, la prensa recogió el evento con un titular que coronaba a otro artista como el relevo del difunto: “Camarón está vivo. Lo vieron en el entierro del rey del rock.”

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