Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
6
horas
0
9
minutos
4
5
Segundos
3
1
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

40. LAZARUS (Arantza Portabales Santomé)

El día que te fuiste yo estaba demasiado preocupada decidiendo si haría lasaña o albóndigas. En la radio sonaba una de Bowie, que se moriría tres días después. Claro que yo no lo sabía. Lo de que me dejarías, tampoco. Lo único que sabía es que tú preferías lasaña y yo albóndigas. También recuerdo que llovía. O quizá no lo hacía, pero es romántico recordarlo así. Como un día gris, lluvioso y triste. Quizá hacía sol. Y además Bowie estaba vivo y estrenando un álbum nuevo. Coño, era un gran día. Por lo menos hasta que entraste en la cocina. Albóndigas, dije yo, clavando la vista en tu maleta gris. La grande. La que nunca usamos porque cargada, pesa más de los veinte quilos reglamentarios que imponen las compañías aéreas.
Tú te fuiste y yo me quedé paralizada con la vista fija en el bol de la carne picada. Después hice una estupenda lasaña con doble capa de bechamel. Sabes que no soporto la bechamel pero me la comí entera. Conteniendo las náuseas. Escuchando en la radio la última de Bowie una y otra vez. El locutor repetía que era un gran día. Quizá hacía sol. Quizá.

39. SORPRESA DE CUMPLEAÑOS

Una tarde, siendo él un niño, a su abuela se la llevaron rodeada de flores en un carruaje tirado por caballos. De pie, a la puerta de la casona, el niño, la mejilla desmayada en el mandil de una vecina, quedó mirando cómo los pasos lentos de los hombres del valle se alejaban, camino arriba, hacia los cipreses. Al susurro entrecortado con quién jugaré yo ahora, la mujer respondió ciñendo el cuenco de su mano al mentón del pequeño.

Cuando anocheció, sus padres, junto al ventanal, señalaron unas estrellas que formaban un dibujo en el cielo, y le dijeron: De todas esas, en la que más brilla, es donde vive ahora la abuela.

 

Al cabo de muchos años, acompañado de una música clásica de fondo sonando en la radio, cierta noche, como tantas veces hiciera desde niño, se sentó en la mecedora a contemplar aquella luz.

Al alba, un creciente murmullo a sus espaldas lo sacó de la duermevela. Se giró. Tanto tiempo el hogar tan vacío y, justo el día de su noventa cumpleaños, se estaba llenando de gente querida.

Él eligió a su abuela y, de su mano, se fue a contemplar la casona desde aquella estrella.

 

 

 

38. Lecciones de baile

¿Te has dado cuenta de que hay personas que, en vez de vivir, vuelan? Pase lo que pase, saben despegar y aterrizar sin que nada les quite el sueño.

¿Quieres ser una de ellas? Cómprate una radio. Sí, tienes que encenderla y sintonizar una de esas emisoras que te regalan música de baile todo el día. En danza con tus fantasmas, sin parar ni un segundo, las ondas te abrirán la dimensión en la que se puede vivir flotando dentro de la realidad.

No es sencillo porque los espectros son, por naturaleza, traidores. Intentarán herirte con ilusiones inalcanzables; las disparan para alimentarse del tiempo roto que destilan las almas en pena. Tranquilo, no apagues la radio y apunta estos trucos.

No cierres los ojos. Te taladrarán con su mirada vacía y esparcirán todos tus secretos sobre el olvido que no regresará para silbarte al oído.

No les hables. Harán como que te escuchan mientras disuelven tu aliento dentro de su sombra. Y te rechinarán los dientes hasta desgastar las esquinas de tu nombre.

No respires ni parpadees, alza la cabeza y extiende los brazos. Sólo así podrás colarte por las rendijas del aire y bailar dentro del tifón para siempre.

37. ¿Por qué las bailarinas bailan de puntillas? (Juana Mª Igarreta)

Genaro siempre decía a Lucía, su mujer, que era una ilusa pensando que podría llegar a ganar aquel concurso de radio. Que las preguntas que hacían eran muy absurdas y solo triunfaban los concursantes muy ingeniosos. Lucía le contestaba que ilusa venía de ilusión y que era mucha la que ella sentía cada vez que participaba. Que soñaba con poder conocer Sevilla viajando juntos en el AVE con el premio del concurso. Pero, en verdad, la pregunta de aquella semana se las traía: ¿Por qué las bailarinas bailan de puntillas?
El domingo por la mañana llamaron al timbre. No esperaban a nadie. Lucía, sigilosa, observó por la mirilla y vio a una mujer de humilde apariencia que portaba un gran bolso. Parecía una vendedora ambulante. Pensó en no abrir, pero luego valoró la dura vida de estas personas, deambulando casa por casa incluso los días festivos, a expensas de encontrar tras cada puerta alguien que les escuche. Cuando Lucía abrió, la vendedora le ofrecía insistente un amplio surtido de puntillas y bordados, abierto en abanico sobre sus ajadas manos. Lucía, observando aquellos retales, exclamó entusiasmada ante la sorprendida vendedora: “¡Bailan de puntillas para que les quede bordado!”.
Sevilla les encantó.

36. Se vende radio de mesa… (Esperanza Tirado Jiménez)

“Se vende radio de mesa. Años 30. Fabricada en madera. De válvulas. Buen estado de conservación exterior. No funciona. 150 euros.”

Pegué mi cara al escaparate de la tienda e intenté encontrar el tesoro que el anuncio ofrecía.

Entre la oscuridad y las luces que entraban de la calle distinguí un mostrador antiguo y una silla de madera ocupada por un viejecito muy quieto. Pensando que estaba muerto, a punto estuve de llamar a la policía. Pero el anciano despertó. Me vio, se levantó trabajosamente y, arrastrando sus pasos, llegó a la puerta. Sonriéndome, me abrió.

– ¿Está usted bien? –Pregunté preocupada– ¿Necesita ayuda?

Dejó escapar una risilla cascada.

– Gracias, muchacha. Tengo mis achaques… Solo vengo a escuchar la radio.

– ¿La del anuncio? –Me extrañé– Si no funciona…

Volvió a reír.

–Las válvulas se fundieron. Pero esto –tocó su cabeza como llamando a una puerta– aún tiene pilas.

Le miré, confundida.

–La radio siempre ha sonado en la tienda. Le daba vida. Cuando me jubilé venía, pasaba el rato escuchando canciones y anécdotas de mi juventud… Hasta que se rompió y no pude arreglarla. Pero cada tarde volvía, y seguía cantando y contándome aquellas historias.

 

Desde entonces contamos y escuchamos juntos.

35. Híbrido de mal agüero

La vieja radio del abuelo, agónica, se dejaba morir con las últimas interferencias. Hubo que optar por un trasplante, y mi padre cambió sus tripas por el fuerte latido de un reloj de cuco. Ahora ya no le contaba historias al anciano, pero le recordaba a su dueño que la vida seguía con el pausado tic tac de los segundos y el potente «cucú» que anunciaba las horas. Peor suerte corrió el donante. Mamá no tardó en arrumbarlo en el desván porque, aunque de tanto en tanto dejaba escapar suaves melodías, cada vez que el pájaro salía de su casa era para dar una mala noticia.

34. Música, maestra

Que yo recuerde, solo ha habido dos cosas de las que mi madre jamás se separaba: su peculiar sentido del humor y su vieja radio. «Es de las primeras con pletina», me decía, orgullosa. Siempre le dio a aquel cachivache un uso muy especial. Los padres de mis compañeros de clase subían el volumen de la música cuando discutían, para evitar oídos infantiles; ella, además, ponía Olvídate y pega la vuelta antes de empezar a gritar. Yo no fui buena estudiante, pero tener que escuchar a Cohen y su Hallelujah cada vez que aprobaba una asignatura siempre me pareció recochineo. Por no hablar de cuando le pedía más espaguetis y empezaba a sonar Ellos las prefieren gordas. Aquella radio puso la banda sonora a nuestras vidas, y solo permaneció en silencio el día que mi padre falleció. Al menos durante el velatorio, porque por la noche Nino Bravo se hartó de cantar que era Libre.

Cuando mamá murió, quiso ser enterrada con su viejo cacharro. Y sé que todos dicen que son imaginaciones mías, pero juraría que, desde entonces, puedo oír a Jeanette cantando Por qué te vas cada vez que paso cerca del cementerio.

33. ESTOY DESTROZADA

-Estoy destrozada, todo el día trabajando en casa como una negra, sin una santa alegría, sin unas palabras de agradecimiento ¡Si llego a saber que esto era el matrimonio…….no me caso!

-No lo mires así. Asómate al dormitorio y mira las caritas de paz de tus hijos mientras duermen. Escucha el ronquido agradecido de tu marido. Tú eres el sostén de los tuyos. Sin ti fracasarían en su lucha diaria. Querida amiga, lo que haces no tiene precio.

-Sí, todo está muy bien, pero ¿quién me cuida a mí? ¡Soy una mártir!

-Te equivocas amiga, tú no eres una mártir, eres la heroína silenciosa. Tú cubres sus necesidades, eres la almohada de tu esposo. Otras, como tú, lo hicieron antes. Es para lo que estamos hechas las mujeres. Esto es una cadena que también sufrieron nuestras madres.

-No sé, si usted lo dice……….Visto así habrá que resignarse.

-Espero te haya servido de algo, descansa en espíritu y no desesperes. Queridas madres de España seguid al pie del cañón en vuestras casas, la felicidad del clan depende de vosotras. Un saludo de vuestra fiel locutora.

Tras esta conversación sonaba una musiquilla adormecedora en la radio de mi madre.

 

32. INMORTAL

Cuando abuelo apagó la radio todos aparcamos nuestro quehacer.

La noche era gélida, y abuela atizaba con gana los rescoldos bajo la mesa camilla. Él, desde su silencio, reclamó nuestra atención alrededor del aparato.

─Antes de irme debéis conocer todo sobre mí ─expuso tajante, mientras su tic le obligaba a repiquetear con el pie contra el parquet─. Tal vez no lo creáis, pero este será el resumen de mis vidas.

Pasmados, sin asimilar aquel plural inconcebible, escuchamos cómo se había reencarnado en tres ocasiones. En dos de ellas lo había hecho como hombre: la vivida junto a nosotros, y otra, algunos siglos atrás, como sirviente de un caballero teutón. La tercera, por insólita, recreaba al gato de una aristócrata francesa amante de Luis XV.

Durante la velada sospechamos que había perdido el sentido. Poco después nos dejó.

Hace solo algunos días Amelia, mi hermana pequeña, halló un cachorrito de pastor alemán. Desde entonces dudo de su mentira, observando al can acurrucarse junto al brasero, para palmear terco, con su patita, contra el suelo. Pero sobre todo desconfío cuando, entrada la noche, araña la puerta del dormitorio de la abuela y tengo la impresión de que, en vez de ladrar, maúlla.

 

31. Rara atmósfera

Circunspecto, atusando el bigote, con la oreja pegada a la radio, el señor de la tienda de sombreros parecía de cera; para nada había escuchado los vítores que en la calle ancha se prodigaban al hombre, que altivo enarbolaba la mano desde una tarima ridícula. La oreja había permanecido atada a la radio, como si fuese la prolongación de la misma, y es que hay veces que las personas se mimetizan de tal forma que una no sabría distinguir una cosa de la otra.

De modo que toda una amalgama de  sonidos y voces se podían escuchar. Era fácil poder intuir que él se encontraría ahí dentro, junto a ese mundo tan misterioso y real, por el modo en que reaccionaba cada vez que la oreja se fundía junto al aparato, como una loncha de queso  cuando viaja en el microondas.

Voces con noticias de esto y aquello, sonidos relevantes que hacían trotar hasta los caballos, y el caballero de cera envuelto en ese humo misterioso, en ese otro lado.

30. LUCES Y SOMBRAS DE LA MEMORIA (Elena Casero)

Franco, que era un señor con bigote que tenía un doble en mi calle, aunque él no lo sabía porque cuando venía a Valencia no se mezclaba con los pobres por si acaso le contagiaban alguna penalidad o un retortijón de hambre, siempre hablaba por la radio. Lo escuchábamos en la Telefunken que tenía luces intermitentes de colores y botones redondos.

Pero de todo eso, de lo del doble de mi calle, de escuchar la radio y de que teníamos goteras en casa, nunca se enteró porque mi padre y él no eran amigos. Cuando tuvimos televisión Franco llevaba el mismo bigotillo que en las fotografías, aunque tan ralo que parecía un batallón de hormigas viejas. Pero seguía yendo bajo palio, construyendo casas mal hechas para los pobres o firmando sentencias de muerte. Y salía en el NO-DO junto a la señora sarmentosa que lucía collares que le estrangulaban los sentimientos.

Por las mañanas el sol, la música clásica y la voz canora de mi madre llenaban los resquicios de las paredes, las costuras de su delantal o las hojas de los libros de cuentas de mi padre. Y, por unas horas, olvidábamos que Franco seguía inaugurando pantanos.

29. PRIMA VOLTA (LA PILA)

Habíamos quedado los dos en el lugar más recóndito del hospicio. No queríamos ser molestados, ¡iba a ser nuestra primera vez! Los dos habíamos leído que escucharíamos como música celestial, voces como de ultratumba, que sentiríamos un escalofrío a la vez que una desazón en parte de nuestros cuerpos y perderíamos casi la consciencia, de la emoción. «¿Cómo sería?» Algo nos embargaba el ser y mariposas ruidosas e inquietas nacían, volaban y se reproducían con algarabía en el interior de nuestros estómagos. Éramos bastante críos aún, y sabíamos que chicos mayores que nosotros, y gente adulta, hacían lo mismo con regularidad. «¡Qué nervios!», nos decíamos mutuamente, «En unos minutos estaremos haciéndolo». Llegamos ambos al lugar, solitario y recoleto, que habíamos elegido, nos pusimos todo lo cómodos que supimos y pudimos, y, después de dejar todo al descubierto, conectamos lo conectable, juntamos todos los extremos y metimos aquella joya en el pequeño y  apropiado, estrecho lugar. Algo de energía y… ¡Eureka! Era verdad, la experiencia fue como un gran y mantenido orgasmo. La primera vez que escuchábamos algo recibido en nuestra radio de Galena.

Nuestras publicaciones