Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

62. CORAZÓN DE RESINA ( Sergi Cambrils )

Por la lengua de asfalto que comunica a la ciudad amurallada, y siguiendo el zigzagueo de las calles empedradas, un enorme camión ha transportado varios cañones que un grupo de operarios ha ubicado sobre cada una de las troneras del baluarte. Se basaron en los planos de un cañón original del siglo XVIII para obtener estas réplicas de resina y piedra artificial. Y han quedado resultones, le han limpiado la cara a la historia, pero nada tienen que ver con los genuinos de hierro, grabados con el escudo del rey de la época y con más de una tonelada de peso. Estos parches inexactos y chapuceros que apuntan a un horizonte difuso, han conseguido dinamizar la zona de turistas y, por las noches, cuando nadie vigila el bastión, parejitas de enamorados como Jessica y Joshua arañan sus nombres dentro de un corazón tan frágil como la goma que cubre este falso tubo de artillería.

61. HOW MANY TIMES MUST THE CANNONBALLS FLY? (Rafa Olivares)

Al destacamento de vanguardia, acababa de llegar aquella nueva y moderna batería, de 150 mm. y fabricación occidental, que facilitaría la toma del próximo objetivo, una pequeña aldea que se encontraba al otro lado de la colina que tenían enfrente. En lo alto de la misma ya se habían situado los oteadores, que informaban a la compañía de las coordenadas precisas de los edificios más relevantes que divisaban, la mezquita y la madraza. La lógica militar inducía a pensar que en uno se habrían acuartelado las tropas enemigas y en el otro se habrían puesto a resguardo los civiles -ancianos, mujeres y niños-, pero no había indicios de quién en cada cuál. Rachid al Zawahiri, brigada artillero, con plano cartográfico, cartabón, escuadra y compás, efectuaba cálculos trigonométricos para acertar con el par de disparos previstos. Inclinado sobre su mesa de campaña, no alcanzaba a escuchar las llamadas a la oración del muecín desde el minarete, ni las canciones infantiles desde la escuela, sin embargo, de un aparato de música, en el barracón del regimiento, sí le llegaba la voz entre carrasposa y aguardentosa de Dylan. Con su escaso inglés, Rachid pudo adivinar que cantaba algo sobre vientos, amigos y respuestas.

60. El catedrático (Mar González)

A sus 93 años, don Ignacio Antoñanzas de la Bañeza tiene la cabeza sobre los hombros y se enorgullece de leer, página a página, todos los boletines de la Real Academia de la Lengua. Sentado en su butaca, con sus diminutas gafas sobre la nariz, pasa las horas muertas. Su nuera suele acercarse para ver si respira.

El día que incorporaron aquellos vocablos “populares” en el diccionario, don Ignacio no pudo evitar dar un respingo. No pensaba utilizar ninguna, ni dejar que nadie las pronunciase en su presencia, por más permitidas que estuvieran. Siempre fue un purista y le dolió especialmente cuando, tiempo después, eliminaron algunos acentos. Él, “el Temido”, que a la segunda falta de ortografía dejaba de leer los exámenes, no podía entenderlo.

Pero la noticia de hoy es la gota que colma el vaso. Estudian internacionalizar el castellano y, para ello, eliminar la ñ. Don Ignacio no lo ha podido aguantar. Ha lanzado al suelo el boletín y su nuera le ha encontrado pisoteándolo, con toda la furia que queda en sus ancianos huesos, mientras gritaba.

– ¡Coño Iñaki! ¡Hay que pararles los pies! ¡A mí los cañones de Espronceda! ¡Asaltemos la academia!

59. TRAS EL CRISTAL

Miro a través del cristal; me da miedo abrir la ventana. Un sol furioso amenaza con abrasar a los escasos viandantes que se atreven a pisar el asfalto derretido. Valientes. No saldré de casa hoy. Tampoco.

Este maldito viento anuncia el final del verano. Golpea mi ventana y atrae a alguna hoja perdida, huérfana, sin vida. La miro y me identifico. Pero yo, al menos, tengo un sitio donde cobijarme. Soy un egoísta.

 

No entiendo por qué le gusta la lluvia a algunas personas. Las veo correr desde mi ventana, empapados a pesar de portar una ridícula sombrilla de tela. Luego se quejarán de epidemias de gripe y esas cosas. Mejor me quedo en casa.

Aún no entiendo lo que me ha pasado. Estaba yo mirando por mi ventana cuando ha sonado un cañonazo. Mi corazón ha retumbado como si fuera a salirse del cuerpo. Luego ha sonado otro, y otro, y otro más. Creí que me volvía loco, la cabeza me iba a estallar. No he tenido más remedio que abrir la ventana…

La gente me mira aterrorizada. Ya no nos separa ningún cristal. Los cañonazos dejan paso a las sirenas.

58. Paraíso (Reyes Alejano)

Enfila su velero hacia la bocana del puerto, después de inspeccionar cuidadosamente la ciudad isleña que se despliega ante él. El atardecer derrama sobre la tierra una luz poderosa que delinea con exactitud los objetos y le permite ver con claridad. Cambió su rumbo hacia tierra porque la isla recibía sin cañones, que dudan a priori de quien se acerca. Y él quería una isla hospitalaria, donde el sonido del mar no deje escuchar el pasado que acompaña a cada ser, donde el sol dore la piel para que no queden huellas de las marcas imborrables, donde nunca lleguen las órdenes de captura. Quería un lugar justo, que dé cobijo al hombre.

(frases en cursiva de Kipling)

 

57. Doce cañones (Asunción Buendía)

Marie observaba a Antoine. Le había visto enmudecer paulatinamente y al mismo ritmo aumentar las arrugas que enmarcaban su frente. Tras tantos años vividos a su lado conocía cada centímetro de su piel y cada sentimiento de su corazón por ello sabía que le ocurría esto cada vez que entregaba un encargo.

No importaba si era una hermosa reja o una simple sartén. Todas las piezas salidas de sus manos, que tenían una inconfundible calidad y delicadeza, eran para él como hijos paridos de sus entrañas.

Los hijos que ella no había podido darle.

Sus manos tan rudas y grandes, dulcificaban y daban vida a los metales.

Si por algún revés del destino él  tuviera que elegir entre ella y la fragua, Marie sentía una punzada en su corazón al saber la respuesta. Punzada que se convertía en puñalada certera, cada vez que le veía acariciar el resultado de su último encargo.

Una obra de colosal dimensión y bellísimo conjunto. Doce magníficos cañones, que el mismo Napoleón vendría a recoger.

Pero ¿podría él entregarlos?

Supo la respuesta la madrugada del día señalado. Vio partir al Emperador Napoleón I, al Primer Cuerpo de Caballería, a los doce cañones y… a Antoine.

 

56. OCASO (María Jesús Briones Arreba

No es posible -masculla-
Resuenan zancadas de botas con alza. Un chasquido lumbar lo frena ante el espejo.
Descubre su cráneo. Flequillo mellado y grupos de calvas formando islas en un mapa de cuero viejo.
Ahoga un grito de horror. La misma sensación de aquel día, al sentir la piel de Josefina, hecha pellejo, bajo el escote Imperio.

– ¿Ha llegado ya? – brama.
– Los caminos están embarrados, Excelencia.

La mano en el pecho busca sosiego. No palpa amor, sólo amargura.
Amarga pólvora pudriéndose en los cañones oxidados por la lluvia. Amargos estómagos de tropas, trituradores de conservas, cada vez más vacíos y suplicantes. Amarga intendencia, cara y difícil de mantener. Amarga política -que sabe-, derribará su pedestal.

Acecha el enemigo. Con esta imagen no puede dar orden de fuego.
Wellington avanza. El emperador de la Galia, debe aparecer ante su ejército dominando al caballo más brioso y coronado por el tricornio, que el sombrerero de París no ha podido entregarle.

Así justifica la derrota en Bélgica, el documento ¿apócrifo? encontrado en un taller de Francia, junto al sombrero de Napoleón.

55. La Fragua, por Javier Ximens

Depositados entre la herrumbre del patio, la zarina Alexandrovna (campana rusa que mantiene que el sabor a pólvora de su sonido inspiró a Tchaikovski el final de la Obertura 1812) encela al siempre sonriente almirante Nelson (ancla del Victoria, buque insignia en Trafalgar) con sus amores con el emperador Napoleón (cañón que resultó herido en Waterloo y que ahora está desvencijado en el almacén de desguaces).

—Tras la batalla trajeron a casa del maestro campanero los restos de los cañones muertos, entre ellos venía herido uno de mi edad, quebrado y triste, al que pusieron a mi lado en la fragua. Yo llevaba años aguardando un badajo para ser trasladada a una catedral rusa, pero los tiempos andaban revueltos. El maestro, a quien no se le habían pasado por alto mis coqueteos con mi héroe, un día se lo llevó y me lo trajo transformado en un hermoso badajo que introdujo en mi interior.

—Olvídese de esa relación oxidada e iniciemos un romance pulido, déjeme ser su campanero y que le arranque talanes de placer, ¡huyamos en mi navío! —le poetiza Nelson con voz húmeda. Alexandrovna se pone un poco ocre.

Luego, enmudecen al ver acercarse batas azules con sopletes.

54. LA MUCHACHA QUE AMABA LOS PUNTOS SUSPENSIVOS ( MODES LOBATO MARCOS)

Ya desde niña, Sabina se sintió un punto suspensivo.

Estación de paso, sintió el primer cañonazo al comprobar que, en el colegio, los chicos jamás se detienen a hablar con las feas.

Y, cuando alguno lo hacía, era para vomitar crueldad.

Por eso, hizo un ovillo con su corazón y su mente y salió a la lluvia.

Entonces se hizo amiga de los animales.

Y el tiempo pasó.

Y murio crisálida y nació mariposa.

Es curioso, de pronto, fue punto y aparte.

Y los hombres frenaban al verla, pero ella regaló su alma, hecha de flores y rocío, a un hijo del campo.

Una mañana, años después,  mientras recogía nísperos y setas, sintió otro cañonazo que le gritaba «vas a ser madre».

Y dio a luz una luciérnaga que iluminó su vida.

Hoy, ahora, con el paso del tiempo, tiene la absoluta certeza de que será plenamente feliz cuando llegue su punto final.

 

(Quizá hay vidas que no son fascinantes. Las personas que las protagonizan, sí).

 

RELATO FUERA DE CONCURSO

53. La historia de William Lancaster

En el Museo del Recuerdo, sito en el Ayuntamiento de Falling Heads, arrumbado en un extremo de la sala, de cara a la pared, se encuentra un pequeño cañón.
— Está arrestado.
Me giré.
— Observe la placa del lateral. Un anciano me señalaba con el dedo el lugar exacto. La placa, oxidada, rezaba: TRAIDOR.
El anciano me hizo una seña para que me sentara en un banco junto a él.
— William Lancaster, una noche, arrastró este cañón cerca de las trincheras enemigas. Lo cargó y lo disparó. A los pies de Trevor Stoner, tal como William quería, cayó una bola metálica que se abrió sin estrépito. Una vez pasado el estupor, un oficial la recogió. En su interior portaba una nota dirigida a Trevor, que el oficial rasgó con rabia. William fue arrestado y juzgado. El cañón acusado de traición y olvidado en un almacén.
— ¿Qué fue de aquella nota?
El anciano me mostró un papel amarillento. — Trevor, mi abuelo, recogió los pedazos y la recompuso tiempo después. Yo la encontré hace unos años en un viejo buró.
Me emocionó pensar que ni el tiempo ni los arrestos habían logrado borrar una hermosa declaración de amor.

52. BERTA (PURIFICACIÓN RODRÍGUEZ)

A Berta le encantaba el pan. Desde muy pequeña reclamaba ese humilde alimento al sentarse a la mesa. Le gustaba todo, pero siempre con pan, y con el que le sobraba modelaba hábilmente pequeños animalillos, autos, cañones y cuantos objetos se le ocurrían.

Pero, un día, algo debió de cambiar porque, sin motivo aparente, empezó a perder peso y a ganar tristeza. Dejó de vestirse de colores y hasta de reír. Finalmente, dejó de mirarse al espejo.

Cuando se desmayó una mañana, sus padres la ingresaron, alarmados por su extrema delgadez bajo las holgadas ropas. Al volver a casa, tras un mes de hospital, con una estricta disciplina alimentaria y varios frascos de píldoras, la familia respiró aliviada. Sólo habían sido trastornos de la edad y Bertita ya estaba curada.

Pero cuando, a las dos semanas, la encontraron muerta sobre su cama, con todos aquellos tarros de pastillas vacíos, supieron que se habían equivocado. Su hija se había marchado y ya no volvería.

Sobre su almohada había una pequeña figura, hecha con delgadísimos cilindros de miga de pan cuidadosamente ensamblados. Se quedaron horrorizados al acercarse y comprobar lo que aquella escultura representaba.

Era un esqueleto perfecto.

51. CAZA MAYOR

Estaba hasta la coronilla de ese crío. Ya no soportaba más sus mañas y sus caprichos. Se pasaba la vida dando el tostón, pidiendo cosas, llorando, demandando atención. Era insufrible. Esa tarde estaba acabando con toda su paciencia.

—¡Aita, quiero un perrito! ¡Quiero un perritoooooo! —Llevaba dos horas berreando sin parar.

Ya no podía más. Decidió terminar con esa historia de una vez por todas. Cogió la escopeta y apoyó la culata firmemente contra el hombro derecho. Sabía que el impacto del retroceso le iba a hacer daño, pero más daño le hacía oír los gritos del puñetero niño. Apuntó y disparó. ¡Mierda! El cañón de la escopeta debía de estar mal calibrado, porque erró el tiro. El chaval ni siquiera se enteró del disparo, seguía a lo suyo. ¡Quiero un perritoooooo!

Con los nervios de punta, recargó, apuntó —esta vez no fallaría, pensó— y acertó de pleno en el objetivo. —Buena puntería —le sonrió el encargado de la caseta al entregarle el peluche.

—¡Ya está! —le dijo a su mujer—. ¡A ver si se calla de una santa vez!

—Aitaaaaaaa, ¡¡quiero una jirafaaaaaaaaaaaa!!

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